Ese Mayordomo, Siendo Tentado
En este capítulo, hay frases que hacen alusión al primer Opening de Kuroshitsuji. ¿Lograste encontrarlas?
No sé, pero siempre asocié el primer Opening a la relación de Ciel y Sebastian.
Y como dato curioso, esta historia está inspirada en esa canción.
Capítulo dedicado a: AngeCalhdz, por seguir esta historia. ¡Muchas gracias!
Sebastian abrió sus ojos con pesadez, tratando de acoplar su recién despertada vista con el ambiente que estaba rodando a su alrededor. Tuvo que procesar todo de forma perfecta y rápido, uniendo los cabos que habían quedado sueltos: sin querer, se había sentido relajado con Ciel, terminó durmiendo a su lado. No soñó nada malo. Dos cosas bastante extrañas para alguien de su raza.
Bajó su vista, terminando por chocar con el rostro adormilado del menor, envuelto entre sus brazos, y a pesar de que el demonio menor ya no estaba aferrándose a él y mucho menos lo abrazaba, mostraba completa tranquilidad sincera, pegando su rostro todavía más a su pecho.
Michaelis sintió un raro cosquilleo, creyendo que era la primera vez que divisaba a su joven amo dormir con ese gesto tan apacible. Estiró su mano hasta la altura de su cara, y con sus dientes dejó escapar su mano al morder la textura de su guante blanco. Al ya tenerla libre, y el pentagrama dibujado como un tatuaje en su piel se presentó, no pudo evitar sonreír, con una dulzura casi intacta. La estiró, llegando a los lacios cabellos azules del que dormitaba a su lado, dando pequeñas caricias.
Lo único en lo que podía pensar, era que su corazón artificial estaba latiendo como loco, notando la tranquila imagen inofensiva que mostraba. Si Ciel se sentía tan seguro a su lado, incluso después de enterarse que él; alguien como él: un demonio traicionero que nunca fue amado, que esperaba que te descuidarás para atacarte, y que realmente nunca había estado bajo su control ya que la fachada del contrato sólo era un bonito adorno, posiblemente sus sentimientos fueran sinceros. ¿Tanta confianza le tenía?
Eso, por extrañeza pura, llenó el corazón de Michaelis de algo similar a la dicha.
No estaba bien sacar conclusiones apresuradas, y él lo sabía mejor que nadie. ¿Podía ilusionarse? ¿A un demonio se le permitía ese lujo?
Su dedo, pellizco con suavidad la mejilla del otro, en un arranque de impulsos que se iban ligando contra la tentación inocente de querer estar al lado de alguien. La textura fue delicada y fina, como se esperaba de su joven amo, tanto que casi le arrancó una sonrisa de sus labios.
Ciel gruñó un poco, al sentir el tacto, arrugó su cara, y con su puño cerrado talló su mejilla que había sido tocada por el otro. Esa acción, logró que Sebastian mostrara una sonrisa y el ambiente pareció volverse todo brillante y florido. Pero no duró mucho, al regresar a la realidad con un frío golpe, al entender y procesar lo que estaba haciendo: ¿qué demonios fue eso?
En ese tiempo en el que Sebastian se debatía internamente sobre su situación actual, Ciel soltó un bostezo, abriendo uno de sus ojos con cierta cautela, estirando sus brazos, por poco golpeando al demonio. Suerte que tenía buenos reflejos.
No parecía estar del todo consciente. No. No, pero todo cambió cuando sintió unos brazos aprisionando su cuerpo y el aroma inconfundible del demonio con el que había pasado mayor tiempo solicitado.
El grito se le escapó, por el inminente susto de tenerlo a su lado. Se alejó de golpe, enderezando su cuerpo, parándose sobre la cama y tropezando en el intento, volviendo a caer en el mullido colchón. El color rojizo inundaba su cara, ante el bochorno inaccesible que se coló en su mente como idea principal, cuando recordó la vergüenza que pasó la noche anterior. ¡Todo el ambiente parecía muy romántico y melancólico! ¡Tan dramático! Estar enamorado era horrible.
—¿Se lastimó, joven amo?
—No, no, estoy bien —chilló el mencionado, con agitación. Rápidamente tapó su boca, al oír ese sonido saliendo de sus labios. Antes nunca creería que él podía sacar eso de sus labios. Explotó todavía más en rojo y giró su cuerpo completamente, evitando que Sebastian lo observara a la cara.
Otra vez, Sebastian notó que ese demonio le mostraba acciones que nunca había visto con las personas que afirmaban estar enamoradas de él. Sus labios temblaron, y no pudo evitar observarlo de espaldas, con un extraño sentimiento escalando por su pecho.
Si sus sentimientos por él eran sinceros, ¿estaría bien que alguien tan hundido en la oscuridad pudiera ser feliz? Porque por alguna extraña razón, le gustaba que Phantomhive pensara así de él. ¿Era gratitud? ¿Era amor? ¿Eran ambos? Le gustaría permanecer de esa forma a su lado por siempre, ¿eso sería posible?
Ciel carraspeó, tratando de aligerar la atmósfera tan tensa que se había creado. Sin decir otra palabra al inicio, se acercó a la orilla de la cama, listo para ponerse de pie, metiendo sus pies en las calentitas pantuflas de la época moderna que hace unos años atrás Sebastian le había traído, cuando todavía su relación eterna era de la peor forma posible.
—¿Se pondrá de pie? —Sebastian se apresuró, haciendo a un lado las cobijas, intentando pararse. Por un buen rato había olvidado que él sólo era un mayordomo—. Por favor, espere. Le prepararé el desayuno, ¿qué le gustaría?
—Te ayudaré a hacerlo —dijo con autoridad certera, poniéndose de pie y cruzándose de brazos, todavía no se atrevía a verlo a la cara, por lo que no pudo ver la cara de sorpresa del azabache al oír esas palabras. Sus pupilas rojizas, que siempre parecían estar vacías en cuanto a emociones, temblaban, y un nudo en su garganta se iba anudando: no, no, no. Ciel Phantomhive, por favor, no digas eso de nuevo, no digas que se van a separar—. Necesitaré aprender a realizar platillos, la mayor variedad posible, por si algún día me abu-... —¡No, por favor!
Ciel pareció completamente sorprendido, quedando sus palabras suspendidas en el aire, al sentir los brazos del mayordomo rodeándolo. Sebastian estaba detrás de él, aferrando su cuerpo unido por el ataque posesivo de sus brazos y su pecho.
—¡Sebastian! ¿Qué demonios haces? —exigió saber, tratando de parecer fuerte, aunque lo había doblegado en más de un sentido cuando sintió al otro recargar su frente en su nuca.
—No me deje solo, por favor —suplicó, siendo la primera vez que lo hacía. Sus ojos fueron cerrados, y sus labios temblaban y temblaban. Apretó más al demonio de apariencia adolescente contra su pecho, y tomó un largo respiro al tenerlo a su lado. Ciel no parecía querer alejarse, incluso podía sentir como su temperatura corporal había subido y los latidos de su corazón se acrecentaban. Lo entendía, los suyos también estaban flotando con rapidez: quizás podía estar enamorado—. Si usted quiere que lo ame, lo haré gustoso. Si quiere que haga algo, lo haré sin rechistar —susurró, completamente frágil. Era la primera vez que presentaba esa faceta, ni él mismo creía tenerla.
Estaba siendo tan débil, bajando sus defensas, que no notó que sus palabras habían salido mal planteadas. Sin embargo, Ciel no pareció ofenderse por eso. Al contrario, dejó escapar una pequeña risa irónica y se giró para observarlo, forzando a que Michaelis lo soltara.
—No necesito que me ames si sólo será por compasión, cualquier palabra que me digas, va a terminar escapando si sigues diciéndolo de esa forma —aseguró el otro, tomando su actitud imponente de siempre, formando una coraza a su alrededor. Volvió a cruzar sus brazos, y dibujó una sonrisa libertina, al ver la duda en los ojos del contrario.
—¿A qué se refiere?
—Me ignoraste y me trataste indiferente por años, ¿y esto es lo único que se te ocurre cuando sabes que te alejaré de mí pronto? —La sonrisa sólo se ensanchó en sus labios. Esa sonrisa sólo lograba tentar más a su fiel sombra, que siempre estuvo a su lado—. Para ganarme, tienes que jugar conmigo. No la tendrás así de fácil, y bien, conozco tu forma de amar, ¿eso es lo único que me mostrarás? ¿No puedes hacer nada mejor?
La curva hacia arriba en el atractivo rostro de Sebastian se presentó, al terminar de oír sus palabras con completa facilidad.
—¿Me está indicando de forma indirecta que quiere que lo seduzca? —interrogó, con ese tono pícaro de siempre. Del Sebastian de antes, cuando Ciel era humano.
Ciel al oír eso, no pudo evitar que el color rojizo llegara a su cara, pero siguiendo igual de serio. Ya había llegado a ese punto, no podía retractarse.
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