Ese Mayordomo, Riendo
Unido a lo anterior y como si fuera lo más fácil de todo el mundo, Ciel cambió drásticamente su forma de actuar durante el resto del día. Sebastian, a pesar de admitir que ya no le prestaba tanta atención como cuando el menor era humano, todavía pudo percatarse del ligero cambio de emociones que estaba teniendo: parecía indiferente a todo (mucho más de lo que ya lo era con anterioridad), callado y reflejaba una tranquilidad mucho más amena que la anterior, pero eso no sería lo único que cambió dentro de él, no, parecía pensar en «algo», parecía pensar en «algunas» cosas, y eso, francamente a Sebastian le desagradaba, porque le generaba curiosidad. Ciel Phantomhive siempre tuvo el don innato de hacérsele interesante a las otras personas y un demonio incluido, y, lo que en algún momento pareció ya ser un punto muerto, regresó sin tocar la puerta, para ser una doble sorpresa.
No sabía cómo tomar su comportamiento, no sabía cómo odiar a alguien al que ya había maldecido por un estúpido contrato que quedó abierto en más de un sentido por culpa de Alois Trancy.
Sin embargo, y a pesar de todo, Sebastian no había visto nada de lo que realmente podía ser Ciel Phantomhive y lo impredecible que alguien como él puede ser. Pero lo iba a averiguar, tarde o temprano, y esa vez se presentó mucho más temprano de lo habitual, en la hora del descanso nocturno que sólo Ciel tomaba debido a su naturaleza demoníaca pero sin perder ligeros ápices humanos, mientras Sebastian esperaba, aburrido a que el día llegara.
Ciel alzó un poco su rostro, para que todo su cuello fuera descubierto, facilitando la tarea de Sebastian de abrochar hasta el último botón de la camisa que utilizaba para dormir. A contrario de otras veces, el menor no cerraba sus ojos y no parecía ajeno a lo que le ocurría, ya acostumbrado a las labores de Michaelis. En su lugar, se dignó a inyectar su mirada azulada sobre las ágiles manos de Sebastian ya acostumbradas al oficio, y cuando el último botón unió por completo la blanca camisa, el antiguo Conde pareció entenderlo.
—Sebastian, ¿te puedes alejar un poco más de mí? —comentó el menor con simpleza, generando que el mencionado arqueara sus cejas en modo de buscar una razón de su comportamiento, pero sólo logrando asentir ante no poder negarse. Enderezó su cuerpo lo mejor que pudo y retrocedió unos cinco pasos. Al hacerlo, Ciel suspiró, un poco aliviado, y sin cuidado ni consideración al trabajo del mayordomo negro, empezó a deshacer cada botón, con un poco de dificultad, dejando su pecho completamente desnudo por un breve lapso de tiempo.
—¿Joven... amo? —cuestionó Sebastian, tratando de ocultar su cansancio por ver como ese demonio se deshacía de lo que acababa de hacer hace apenas unos segundos atrás.
—Cállate y no digas nada —ordenó el de cabellos azulados, mientras fruncía su ceño, se dedicaba a tomar con sus delgadas manos el primer botón que estaba hasta arriba y observó con absoluta devoción sus ropajes, como si estuviera haciendo uno de los más grandes retos de su existencia.
Sebastian, tal y como lo dijo Ciel, acató lo orden al no poder negarse, porque estaba lo bastante confundido y primero quería procesar lo que estaba viendo: ¿el orgulloso Ciel Phantomhive trataba de hacer las cosas pequeñas por él mismo? Vaya, ¿qué faltaba ahora? ¿Que lloviera dinero?
—Esta cosa... —Ciel ahogó un grito, arqueando sus cejas cuando se dio cuenta de que el dichoso botón no ingresaba al diminuto agujero para unirlo. Michaelis, no dijo nada, dando un parpadeo confundido y tratando de no encontrar cómica esa situación. Fue imposible: Ciel batallaba bastante para abrochar un misero botón de su camisa, ¡y todavía los que faltaban!, sus cejas arqueadas hacia abajo, sus labios siendo mordidos con cierta desesperación y el ligero brillo en sus ojos que llegó cuando por fin pudo abrochar su camisa de forma correcta, para proseguir a ser borrada al percatarse de que todavía le faltaba una larga hilera, pudieron contra la coraza del demonio. Sebastian trató de callarse, y fingir indiferencia, como lo había hecho desde el inicio de su eternidad con su amo, pero le fue imposible. Una carcajada se le escapó de sus labios, llamando la atención del más bajo, dejando de batallar por unos breves segundos con el segundo botón de la camisa y lo miró, con una frialdad y enojo puro que realmente sólo ocultaba la vergüenza que sintió de que alguien más se burlara por uno de los más grandes esfuerzos en su vida.
—¿Qué es tan gracioso? —Ciel sintió como el color rojizo llegaba con un tenue cosquilleo en sus mejillas, completamente ofendido. Sebastian al oír esas palabras se le volvió a atragantar otra risa en la boca y tuvo que detenerla con su mano sobre sus labios para que no se escapara.
—Mil disculpas por mi grosería, señor. —Su cara no reflejaba para nada las palabras que expulsó de su boca, y tuvo que girar su cuerpo a la par a otro lado para calmarse, siguiendo dando una carcajada silenciosa.
—Demonio idiota... —Alcanzó a oír el murmullo ofendido de Ciel al toparse con ese recibimiento, pero no pudiendo evitar sentir sus labios temblar, queriendo delinear una pequeña sonrisa en sus labios, porque ya hacía mucho que no oía la risa de ese demonio que ya había declarado antes como alguien vacío y carente de emociones. Por alguna razón, se sintió nostálgico, y trató de ocultar su extraño regocijo, volviendo a intentar su antigua actividad.
Mientras batallaba con esa emoción no tan conocida en alguien como él, y como sus manos habían temblado porque seguía escuchando como ese tonto estaba de espaldas, moviendo sus hombros demostrando que no podía calmarse: ¿qué demonios? Sebastian tenía un peculiar sentido del humor.
—Idiota... —siguió murmurando con molestia, pero sonando un poco más relajado cuando el segundo botón se colocó en su lugar.
—Joven amo, ¿puedo preguntar algo? —El mayor habló de repente, logrando que el mencionado levantara su mirada y le dedicara curiosidad pura al hombre (pero claro, Ciel la ocultó lo mejor que pudo con seriedad).
—¿Qué quieres? —seguía irritado, su voz lo demostraba, pero eso le importó poco al mayordomo, que se atrevió a volver a girar su cuerpo para verlo. Sebastian se preparó para hablar.
—¿Esto que está haciendo, es un tipo de pasatiempo raro? Porque si es así, le puedo ayudar a buscar alguno en el que sí sea bueno y pueda invertir bien su tiempo... —comentó de pronto, sin ninguna pizca de tacto al decirlo, haciendo saber a Ciel que realmente se veía patético haciendo sus intentos de ponerse el pijama solo. Eso lo molestó.
—¿Crees qué abrochar camisas es un pasatiempo? —comentó con ironía, mostrando todavía más su inconformidad y ofensa pura ante su forma de actuar con él. Sebastian asintió descaradamente y con una extraña inocencia en su cara—. ¿¡Por qué mi pasatiempo sería ése!?
—Pues, usted quiso hacerlo de repente-...
—¡No es por eso! —exclamó, dando un respiro pesado al saber que debía de calmarse porque se estaba alterando demasiado, y por fin, después de un rato, logró suspirar—. Sólo quiero hacer algo por mi cuenta, ya que pronto yo haré todo por mí mismo. —Se limitó a responder.
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