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Ese Mayordomo, Posesivo

Capítulo dedicado a: GenAsagiri21, por seguir esta historia. ¡Muchas gracias!

Ciel no era ese tipo de personas que se inventaran historias grandes y largas para llamar la atención. Lo peor era que Sebastian lo sabía, al conocerlo mejor que a cualquier otro, de cierta forma se lo esperaba. Por eso esa afirmación de verdad lo dejó completamente desconcertado, sabiendo que no podía aceptar del todo que estaba más ocupado prestándole atención a Ciel que a cualquier otro humano cercano: y eso no le gustaba.

Ciel, por su parte, no pudo evitar mirar al chico que iba bajando en las escaleras eléctricas, encarando con total seriedad el atractivo rostro del rubio. El rubio también pareció notar su mirada sobre su persona, así que lo miró sin parpadear con cierta curiosidad y desconfianza.

—¿Yuki? —Ahora llamó otro chico al joven, sin lograr que reaccionara. El menor de los Phantomhive arqueó sus cejas con cierta aspereza, sintiendo la necesidad de no creer que se había vuelto loco. ¿Estaba todo bien?

—Sebastian, ¿puedes verlo? —preguntó el menor, aferrando su mano adornada de un esmalte negro en sus uñas con la ropa típica de mayordomo. El mencionado observó al chico, una vez más, dando un respiro al verse obligado a responder. Posiblemente sólo se parecían en apariencia, eso era normal.

—Sí, es cierto que tiene cierto parecido con el joven Trancy —habló con total elocuencia, caminando con elegancia al dar un paso fuera de la escalera eléctrica. También tuvo que cuidar que Ciel no cayera, por estar distraído—. ¡Vaya, joven amo! ¡Tenga cuidado! —afirmó el mayor, dando una ligera muestra de burla certera a su afirmación. Ciel no pudo evitar sentirse perdido con esa afirmación.

—¡No es momento para eso! —Incriminó el menor con total aspereza seria, arqueando sus cejas en señal de rebeldía y girando sus pasos para ver al chico extrañamente familiar: ¿decía que se llamaba Yuki? ¿Pudo haberlo confundido? Además, no era posible: habían devorado su alma.

Sí, debía ser eso, sólo una ilusión rara de su parte que lo conducía al pasado.

Miró una vez más al chico, que no paraba de mirarlo, con total desconcierto ante la actitud de ambos. Ciel casi sonrió con tonta superioridad, al creer que sí, ese tal Yuki sólo era un mocoso que había confundido. Y así iba a ser, si no fuera por ese joven rubio de mirada azulada y rasgos finos que lo hacían atractivo a vista de casi cualquier persona, que pareció captar algo entre su mente distorsionada y su contemplación, soltó un grito, y empujó sin escrúpulos a uno de sus amigos, para acercarse un poco más al de cabellos azulados.

—¡Oye, espera! —gritó el desconocido al demonio, tratando de subir a tropezones en sentido contrario del cual iban las escaleras eléctricas.

—¡Yuki! —llamaron sus amigos con desconcierto, al ver como subía con total desespero y una extraña actitud positiva, sin ninguna impureza en su mirada. Lo único malo del asunto es que empujaba a muchas personas para subir, logrando sacarles cierta vergüenza por su comportamiento infantil—. ¿Adónde vas?

—¡Pueden irse sin mí! —acreditó el chico sin voltear a verlos, sonriendo de forma gradual al llegar al inicio del trayecto de las escaleras eléctricas que iban hacia el suelo. 

Levantó su vista, y no pudo evitar toparse con las dos siluetas desconocidas de ambas personas: un hombre vestido de mayordomo, completamente negro y con una mirada muerta y seria en todo su alrededor; y el joven, con un parche en su ojo, con un rastro imponente que delineaba las finas facciones de lo que parecía ser un adolescente. ¡Belleza en todo su esplendor!

—Sí es Alois Trancy —murmuró Ciel, a nadie en específico, sintiendo como una carga eléctrica lo recorrió de pies a cabeza. El chico que era el tema de conversación, no pudo evitar alzar sus cejas en señal de estar perdido por tan valiente afirmación.

—¿Quién es ése? ¿Un famoso? —cuestionó el chico con total simpleza, acercando sus pasos sin ningún titubeo a la pareja.

—No creo que nadie lo recuerde. —Ciel mostró su lado más cruel, con total simpleza al decir eso. El rubio no pudo evitar sentirse ofendido sin ninguna razón en aparente, pero lo pasó todo con rapidez.

Ciel arqueó sus cejas, sintiéndose un poco descarrilado en cuanto a la estatura cuando Yuki caminó unos pasos y los dos quedaron frente a frente (o bueno, específicamente no, ya que sus estaturas sí eran diferentes).

Yuki frunció su ceño a la hora de mirar a Sebastian, examinando de pies a cabeza con un ligero aire de superioridad y envidia a la hora de llegar a una conclusión: era un hombre jodidamente atractivo, al lado de un joven igual de atractivo. Más tarde, prosiguió a mirar a Ciel, con total seriedad innecesaria que se iba destruyendo en algún punto de su mirar. Yuki había llegado a una conclusión, y Ciel ya estaba que explotaba por la extraña manera de ser de ese rubio molesto.

—¿Tengo algo en la cara?

Yuki sacudió su cabeza con total simpleza ante esa afirmación, acercándose sin vergüenza todavía más al chico, atreviéndose a arquear sus cejas con curiosidad, dibujar una sonrisa que Sebastian supo que no traería nada bueno y tomar de la mano a Ciel, alzándola en el aire y tratando de enlazarla con la suya, aferrándose a él como si su vida dependiera de eso.

—¿Qué demonios haces? —exclamó Ciel, exaltado hasta más no poder por tan extraña forma de actuar.

—Creo que podrías gustarme —afirmó el mayor sin rodeos, y mirando a los ojos al menor.

Vaya, eso, en verdad, no se lo esperaba.

—¿Qué dices? —comentó, un poco perdido ante esa afirmación, sabiendo que todos los factores estaban realmente volteados de cabeza. Quizás era porque Ciel ya había perdido su toque, después de mucho tiempo encerrado en su casa sin hacer nada o por alguna extraña razón, pero tardó de más en entender todo, soltando la mano del otro con un movimiento extraño y fortuito—. ¡No juegues conmigo!

Yuki soltó un puchero al oír esa afirmación.

—No juego contigo, ¿por qué usaría eso como juego? ¡Si lo que digo es sincero!, te estoy diciendo que podrías gustarme —finalizó el chico, mostrando una total sonrisa amable ante esa forma de hablar, no pareciendo para nada alguien que mentiría. Incluso pareció tratar de portarse lo más sereno que pudo, alejando su mano unida a la del antiguo Conde, con mucha seriedad a la hora de hablar.

Ante esa afirmación, y cabiendo la clara posibilidad de que ese chico no fuera Alois Trancy, bajó sus defensas sólo por unos cuantos segundos, mostrando completa sorpresa ante esa declaración, frunció su ceño ante esa forma de actuar incluso en público, y el rubor como último recurso empapando su cara.

A Sebastian por alguna extraña razón no le gustaron esas acciones, una razón que nunca terminó de entender. Sus cejas arqueadas con cierta totalidad indiferente ante esa forma de actuar de un desconocido hacia su amo. Lo apacible que era Ciel avergonzado y con varios años en los que pareció madurar. Todo cayó en picada, sintiendo una punzada cuando Yuki pareció darle un gesto coqueto al menor, con claras intenciones de completo ligue a su actuar, colocando una de sus níveas manos sobre la pálida oreja de Ciel, dándole una caricia llena de un cariño extremo a la hora de tocarla, tomando por sorpresa al Conde, que no sabía cómo reaccionar. No era como si fuera algo de todos los días que alguien le coqueteara, especialmente si era un hombre. Pero tenía entendido que eso ya era más normal en la actualidad, ¿o sí era algo así?

—Sebastian... —susurró el nombre de su mayordomo por impulso, teniendo con completa rapidez la mano del chico alejada de su oreja, siendo sostenida por el mayordomo, con su habitual gesto serio. Ciel así pudo incorporarse mejor a su papel que ya no era del todo una amenaza, cruzándose de brazos e ignorando la vista curiosa de muchos transeúntes que querían saber lo que pasaba con tal escena.

Yuki pareció sonreír con cierta frialdad divertida en sus labios al saber los claros hechos en los que estaba enjaulado todo el problema. Miró con completa descortesía al mayordomo que apretaba su mano con fuerza extra más de la necesaria. Los dos se miraron, con la misma crueldad ausente, como si hubieran encontrado algo en común, pero no fue para nada grato. Suerte que Yuki lo supo disimular.

—Vaya, ¡pero qué dices! ¿Se llama Sebastian? ¿Cómo el del programa de Kuroshitsuji? ¡Qué suerte! —comentó entre una falsa seguridad a la hora de hablar y un infantil gesto. Michaelis no tomó como broma esa actitud, pero como buen actor dibujó una falsa sonrisa, soltando poco a poco la mano del adolescente tras una orden de su amo. Cuando Yuki quedó libre, esbozó una sonrisa alegre, listo para la huida, pero no planeando rendirse porque sólo había perdido una batalla, no la guerra—. Me agradas, Sebastian.

—Lo mismo digo —aludió el azabache, con facciones tan falsas que Ciel no pudo evitar notarlas.

—Nos veremos luego, Ciel —cantó el rubio con total tranquilidad, moviendo su mano con completa alegría a la hora de despedirse de él. Para colmo, Yuki dio una reverencia torpe y mal hecha a la hora de despedirse del mayordomo. Sebastian movió su ceja izquierda con irritación, al creer que ese mocoso se estaba burlando de él.

Cuando el rubio de ojos azules continuó su camino, directo hacia una tienda de libros que estaba enfrente de su extraño encuentro, Ciel por fin pudo dar un suspiro pesado, miró a Sebastian. Cuando lo notó tratando de componer sus estribos con él, no pudo evitar darle una sonrisa un tanto divertida y llena de sorna, escapándose por impulso de sus ojos su verdadera naturaleza con el color carmesí y la pupila similar a la de un gato.

—Los celos no son buenos, Sebastian. —Se mofó de él, logrando sacar un poco de reproche en el otro demonio.

—Tampoco es bueno que cuando alguien le diga cosas bonitas y lindas caricias se quede congelado sin saber qué hacer, joven amo —contraatacó sin tacto.

—¿Qué querías que hiciera? —aventuró a decir con total simpleza, haciendo énfasis inconscientemente en su notable inexperiencia en el amor. Cerca de doscientos años y ningún amorío, ¿cuántos habrá tenido Sebastian? Sacudió su cabeza y mostró sorpresa al pensar en eso, apretó sus labios y lo único que pudo alertar a decir fue a caminar, tratando de irse—. Vámonos ya. —Tomó dirección por el estrecho pasillo hacia la izquierda, queriendo llegar a ningún lado en específico. Sebastian dibujó una extraña sonrisa en sus labios al verlo hacer esas acciones.

—No es por ahí, joven amo. —Encaró sin rodeos, señalando con su dedo hacia la derecha.

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