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Ese Mayordomo, Molesto

Los gritos exhaustivos de una gran cantidad de hombres fueron su principal pulso de impacto. Sebastian arqueó una de sus cejas, con clara molestia, mostrando su descontento de una forma un tanto precavida, pero sin dejar de sentirse impotente. Ciel también arqueó sus cejas ante el alboroto, y como el ruido de las balas parecía atinar a golpear contra los vidrios de la casa.

—¿Otra vez? —preguntó, teniendo que reconocer que al menos aceptaba la tenacidad de los yakuza, tanto que querían recuperar su territorio, aunque todos sus hombres fueran masacrados. Bueno, no era como que le molestara del todo, ver a Michaelis un tanto ansioso por acabar todo con rapidez, lo llenaba de una burla casi inexplicable—. ¿Por qué te descuidaste? ¿Tu atención está puesta sobre mí o qué?

—Lamentablemente sí, joven amo —suspiró el otro de forma sincera, siendo directo en cada una de sus palabras. Y Ciel no se lo esperaba, mostrando completa sorpresa y apartando la vista para que no lo vieran enrojecer—. Le pido mil disculpas de la forma más humilde posible. Me encargaré de ellos de inmediatamente. Usted no salga de aquí —indicó, mientras se levantaba de la cama con total elegancia inmaculada, y, sin un margen de error, lo único que se le ocurrió para proteger a su joven amo, fue enrollarlo en las sábanas, cual niño pequeño.

—También te puedes comer sus almas, no importa —comentó entre dientes el chico, aferrándose con fuerza al agarre. Sebastian no pareció muy complacido, pero sabía que al menos debía de comer algo, aunque no le gustara mucho la calidad de las que le ofrecía.

Y Ciel volvió a notar ese ligero gesto de molestia que se presentaba cuando rara vez el mayor comía algo de ese tipo. Quizás él nunca podría entenderlo, porque por suerte su alimento constaba de la comida humana, y aunque parecía poder devorar almas, no quería comerlas. Sin embargo, la situación de Sebastian era otra cosa aparte, al ser un demonio puro, no podía sentir el sabor de nada. Se preguntaba si realmente disfrutaría hacer cualquier cosa, como cualquier humano normal. Posiblemente estaba más que justificado que se molestara por no poder devorar su alma.

—Oye, Sebastian... —Hizo una pausa, hasta el momento exacto en que el mencionado le prestó toda su absoluta atención, al colocarse su frac y proseguir con su guante característico. El mayor le dirigió una mirada interrogante, parecía tratar el tema bastante rápido—. ¿Te hubiera gustado comerte mi alma?

Sebastian lo miró, con completa seriedad, pareciendo debatir mentalmente si era correcto hablar de eso en una situación como ésa.

El sonido de las balas atravesando la mansión, volvieron a inundar sus oídos, escuchando de repente como el acercamiento inminente del ataque se acercaba sigilosamente hasta esa habitación. Era raro que no hubieran creado una estrategia en esos casos, pero suponía que después de más de seis veces seguidas en las que perdieron, un ataque suicida y descuidado era lo más efectivo para ellos.

El sonido de los vidrios rompiéndose, junto con una lluvia de balas, hicieron reaccionar rápidamente a Sebastian, dando un ágil movimiento que no pudo ser leído por Ciel, sólo percatándose de su actuar, al tenerlo frente a su persona, rodeándolo con sus brazos y pareciendo querer ocultarlo del punto de mira de los atacantes, recibiendo las balas que por pura suerte lograban atinar.

—¿Sebastian? —preguntó el menor, mientras se dejaba proteger por el cuerpo ajeno.

—Vaya, las armas han mejorado mucho durante este tiempo —respondió Michaelis, dando un respiro completamente aturdido y cansado, al darse cuenta de que, en efecto, sus ropajes ya estaban hechos un desastre por los agujeros recibidos. Luego, después de tirar unas balas sobre la cama, terminó suspirando, abrazando con más fuerza al menor, que parecía interrogativo y sacado de sus casillas—. ¿Qué es tan raro? El trabajo de un mayordomo es proteger a su amo con su propia vida, aunque usted sea fuerte de por sí.

—Las balas no me hacen nada. —Incriminó el más bajo, dando un puchero y evitando la mirada. Sebastian sonrió, un poco raro, poniéndose de pie de nuevo, para proseguir a caminar hasta la ventana rota, asomándose de forma perfecta, sin ninguna pizca de cautela.

—Parece que nuestros visitantes todavía no se han retirado —habló con cierta burla en su tono de voz, al alcanzar a ver con su vista normal a dos francotiradores ocultos entre los árboles. El sonido del disparo volvió a hacerse presente, junto con gritos similares al: «ahí está». El azabache que no era humano simplemente juntó las palmas de sus manos, dando un ligero aplauso, y mientras recibía el impacto de dos de ellas (una en su pecho y otra en una pierna), cerró sus ojos y murmuró unas palabras—. Gracias por la comida.

—Deja de hacerte el chistoso —ordenó Phantomhive, dando un poco de burla en sus palabras, porque de cierta forma le alegraba que Sebastian ya soltara bromas, como antes. Aunque seguía siendo un poco irritante.

El demonio mayor terminó por dar un salto afuera, y de pronto, los gritos empezaron a ser esparcidos por todo el lugar. Ahí Ciel pudo aceptar que sin Sebastian, posiblemente nunca podría hacer frente a enemigos como ésos sin armas (pero aun así estaba en desventaja porque no sabía cómo utilizar las modernas). No le gustaría meterse en una pelea en la que claramente no moriría, pero sí perdería. Qué humillante.

Los sonidos callaron después de tanto tiempo, dejando un gran desastre al descubierto, la mansión de una antigua familia yakuza terminó siendo llenada por el ruido de una motosierra y los gritos inconfundibles de un molesto pelirrojo con el que siempre se encontraba su demonio, antes, durante o después del ataque. Oh, no.

Tenía entendido que lo habían transferido al área de Japón después de varios incidentes junto con otro shinigami, como un trabajo en conjunto (o al menos eso afirmó el pelirrojo cuando se encontró con Sebastian por casualidad de nuevo, llamándolo «destino»).

Sabía que debía de asomarse, sólo por pura curiosidad.

—¡Yo sólo soy un mero mayordomo! —gritó el exuberante recolector de almas, haciendo con sus dedos su singular signo, mientras le guiñaba un ojo y mostraba sus dientes afilados.

—¡Deje de jugar, señor Sutcliff! —pidió su otro acompañante, dándole un buen golpe en la cabeza con su arma que utilizaba para recoger almas—. Debe darse prisa y revisar a cada uno de los muertos. —Inclinó sus pesares al ver el serio rostro del mayordomo, que parecía mostrar indicios de haberse tragado cada una de ellas.

—¡Ah!, ¡qué cruel eres, Will! —gritó el mayor sin ningún tapujo, con un ligero sonrojo en sus mejillas al volver a hacerse ideas erróneas. William pareció mostrar su gesto de disgusto, al saber más o menos adónde iría todo eso—. No te pongas celoso, sólo porque Sebas-chan se sienta atraído por una dama como yo. —Encaró, colocando una de sus manos sobre el pecho del mayor, mientras le guiñaba un ojo a William al verlo. El mayor con lentes sólo pudo hacer temblar sus acciones, ya acostumbrado un poco a su extraña forma de comportarse, no le extrañaba del todo—. Pero ya lo decidí, él es el único que tendrá a mis hijos.

—Me niego —soltó sin reparos Michaelis, un poco asqueado por esa insinuación. Grell dejó escapar un grito de su boca.

—¡¿Por qué no?! —chilló, con desespero y aferrando sus manos a los hombros del contrario. Sebastian pareció dubitativo, soltando una ligera sonrisa de sus labios: estaba decidido y no perdería a Ciel, ¿debía de iniciar sus intentos de seducción?

—Porque he decidido que el único que tendrá a mis hijos será mi joven amo. —Encaró, con un intento de sonar serio a la hora de soltarlo. Ciel casi se cayó ahí mismo por esa afirmación, saliendo de su modo sigilo al estar espiando, por asomar todo su cuerpo con el enojo a flote. Tanto así, que ni siquiera se percató cuando uno de los vidrios rotos del suelo le cortó la planta de sus pies.

—¡Espera, idiota! ¿Y yo cuándo decidí eso? —gritó indignado, llamando la atención de los dos visitantes. Grell casi se desmayó por el susto que le dieron de ver a alguien aparecerse de repente, gritando y furioso.

—Usted es mi amante, ¿no? —Sebastian arqueó sus cejas, un poco seguro de que desde hace poco tenían algo romántico. No era como si supiera mucho de cosas románticas.

Para su suerte, Ciel tardó en contestar, evadiendo la última frase y pregunta.

—Aunque fuera cierto, ¡los hombres no se pueden embarazar! —Se defendió el otro, un poco avergonzado por la situación que tenía que pasar frente a dos shinigamis.

—Los demonios son hermafroditas, ¿no lo sabía? —Atiborró su sinceridad, dejando a todos los presentes en blanco.

—¿«Amante»? ¿«Hermafrodita»? No entiendo nada —aseguró el hombre de largos cabellos rojizos, completamente perdido ante los hechos. William le restó importancia al asunto, siguiendo enterrando sus tijeras en los cuerpos para notar el estado de cada uno. No fue hasta que el agudo grito de Sutcliff fue lanzado al aire, para concretar todos los cabos sueltos y señaló al más bajo de los cuatro ahí presentes—. ¡Yo te conozco! —exclamó emocionado. Grell dio un gran salto, hasta lograr aterrizar justo frente al chico de menor estatura. Sus grandes ojos verdosos, encerrados en unas gafas rojizas parecieron estudiar con la mirada a Ciel, y el adolescente no podía hacer más que morder su lengua y retroceder un poco cada vez que el otro se le acercaba—. ¿Eres el amante de Sebas-chan? Ya no eres humano. —Esa pregunta fue directa y sin escrúpulos. Y lo único en lo que pensaron los dos involucrados en esa relación fue que cómo eso era lo más impresionante del caso después de tantos cambios.

Ciel sonrió, levantando su barbilla ante la pregunta, mostrando sólo por puro gusto su lado demoníaco en sus ojos que se tiñeron de un brillante color carmín.

—¿Y qué si fuera así? —Ciel seguía manteniendo ese toque arrogante, era algo muy bueno.

Grell soltó un chillido agudo y dio un salto para atrás, preparándose para atacar con su guadaña. Ahí Sebastian pareció ponerse en guardia, y William suspiró, sabiendo que tendrían que hacer más horas extras.

—¡Qué envidia! ¡Yo también quiero! —aludió con desespero, poniendo en marcha su arma, girando ferozmente. Ahí sonrió, y colocó una de sus manos sobre su frente, mientras simulaba limpiar sus lágrimas—. Me haré cargo de las consecuencias, ¡realizaré un crimen pasional! —Lloró con dramatismo, pareciendo más bien que disfrutaba la situación, antes que estar dolido.

Antes de que siquiera pudiera moverse, el mayordomo ya había llegado para quedar frente a Ciel, y William ya manipulaba su propia guadaña para golpearlo en la cabeza. Grell volvió a soltar un quejido, resbalando sus lentes de su nariz como acto involuntario.

—¿Will?

—En serio, ¿qué voy a hacer con usted? —comentó el mayor, acomodando sus lentes y caminando con rectitud hasta su compañero de trabajo. Al tenerlo cara a cara le jaló la oreja, y lo hizo caminar al lado contrario, mientras el otro daba pequeños quejidos de dolor puro—. Ya está de más que trabajáremos horas extras por culpa de la ausencia de almas y el reporte que tenemos que pasar acerca de un humano hecho demonio... —Mientras decía eso, miraba de reojo a ambos seres. Sebastian sonreía, como si se estuviera burlando de él y eso claramente lo irritaba más que cualquier otra cosa—. Así que deje de perder el tiempo. —Apretó más el agarre, logrando que Grell sacara un jadeo... pero no fue de dolor.

—¡Me encanta cuando te portas así, Will!

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