Ese Mayordomo, Enamorado
Capítulo dedicado a: HEDB96, por seguir esta historia. ¡Muchas gracias!
—La mansión oeste de los yakuza, ¿otra vez? —habló William para sí mismo, teniendo un diminuto tambaleo en una de sus cejas al abrir uno de los archivos mandados por sus superiores. Torció sus facciones a unas para nada amigables, ya siendo algo habitual en alguien como él cuando se trataba de demonios domesticados—. Ahora sí come almas —murmuró, ya acostumbrado a los ataques de varios individuos de la rama de una de las casas tomadas. Parecía que no se cansaban, y ese demonio adolescente sólo parecía ganarse más y más enemigos... ¡humanos! Su intento de mayordomo infernal se encargaba de ellos y como ese sucio demonio seguía con correa, debía de alimentarse de algo: almas. Sí, almas. Y si es que no alcanzaba a llegar a tiempo, le darían horas extras de trabajo.
No era la primera vez que eso le ocurría, ya era algo normal, lo suficiente, sí. Cada vez que tocaba algo ahí y se le asignaba el caso, debía de trabajar horas extras, llenando y llenando documentos, ¿de qué? Algo como: «un demonio repugnante se comió todo», que era fácilmente pasado a palabras, pero en busca del orden adecuado, a los shinigami de mayor rango les gustaba complicarse y pedían largos informes, con lujo de detalles.
Sin embargo, entendía por qué se realizaba ese tipo de trabajo exhaustivo y casi sobreexplotado. Sabía de sobra que la pérdida de almas sólo era una bonita forma de llamar a cierta cantidad ingerida por el demonio, ya que la esencia seguía ahí de forma permanente, y en algún punto decidía tomar su rumbo aparente, ya sean mil años, cien o incluso sólo uno después, en algún lado del mundo, aparecía alguien similar que el dueño del alma devorada por un demonio. Era como una cadena trófica: los humanos en ese caso eran los productores, mientras las sombras andantes eran sólo carnívoros con el papel secundario, todo para mantener el equilibrio. Era lo que se conocía como «reencarnaciones».
—Llamaré a «ese» idiota —informó para sí mismo, colocando una de sus manos sobre el puente de su nariz, acomodando sus lentes mucho mejor en su rostro, sintiendo que su suerte no podía ser peor, cuando notó que su compañero asignado era nada más ni nada menos que Grell Sutcliff.
Definitivamente, tendría muchas horas extras.
El grito de Ciel fue lo primero que oyó Sebastian al despertar de golpe, interrumpiendo la extraña tranquilidad con la que habían pasado la noche, ambos, en la misma cama. Una almohada estrellándose contra su cara, lo detuvieron en cuanto a su funcionamiento cuando por fin abrió los ojos. Eso lo irritó, no pudiendo evitar que sus colmillos se mostraran con levedad y un color rojizo brillante flotara en sus ojos rasgados. Sin contar claro, que se sumaba la incertidumbre que por culpa de la reencarnación de Alois le estaba generando con esa propuesta bochornosa.
—¿Pasa algo, joven amo? —preguntó, tratando de mostrarse dubitativo. El mencionado pareció un poco molesto, después de haber recobrado la compostura y los recuerdos, pero no pudiendo evitar la vergüenza acumulada en sus mejillas, evadiendo a toda costa al demonio con el que había dormido.
—No es nada —aludió, tratando de parecer serio e imponente, como siempre lograba aparentar. Muy al contrario del lado de Michaelis, que no pudo evitar asociar su comportamiento con el de alguien que había descansado tanto que bajó la guardia, siendo natural que al despertarse estuviera completamente perdido—. Sólo estaba pensando...
—¿Y por eso me golpea? —pidió una explicación, con cierto sarcasmo llenando el tono de su voz, pero guardando silencio cuando la mirada acusadora del más bajo se posó sobre él.
El ambiente a partir de ese diminuto instante se tornó silencioso, ninguno dijo nada por aproximadamente cinco minutos.
En ese lapso de tiempo, Ciel pudo volver a meterse entre las cobijas, siendo como un pequeño felino silencioso (algo que Sebastian no pudo pasar por alto), al momento de buscar entrar de nuevo en el espacio personal de su demonio mayordomo. Al acomodarse lo suficientemente cerca, aferró una de sus manos a la camisa blanca de Sebastian y dejó que el otro correspondiera el abrazo. Cuando se sintió cómodo con su propio ambiente creado, y el azabache no parecía tener la intención de hablar, él se adelantó, dando un respiro pesado a la hora de sincerarse.
—Alois me dijo que tenía una mirada triste. —Su relato fue completo y sincero a la hora de soltarlo, aferrándose con mucha más fuerza al otro. Parecía que por fin se estaba entregando por completo al demonio que en un principio lo había tentado lo suficiente, y Sebastian no podía evitar oír todo en silencio—. Nunca lo había pensado, yo nunca me he considerado alguien que deja que la tristeza lo consuma, pero... —Detuvo sus palabras de golpe, teniendo ligeros ataques de nerviosismo y miedo acumulado a la hora de decir lo que sentía. Michaelis no pudo evitar no pasar eso por alto, ya que ésa era una faceta que casi nunca veía en ese antiguo Conde orgulloso, por lo que se vio en la necesidad de verlo a la cara. Inclinó un poco su rostro hacia abajo, tratando de poder observar a los ojos al otro. Ciel levantó su mirada, chocando la marca del contrato entre las pupilas de Sebastian, en el diminuto instante en que sus miradas se conectaran y alcanzó a perturbar el semblante siempre inquebrantable de Ciel—. Le temo a la eternidad, Sebastian.
Como un impulso, tan perfecto y cruel como de costumbre, de la forma en la que sólo sabía confundir a un demonio Ciel Phantomhive, pareció ser una oferta tentadora para una criatura que vivía en la eternidad. Sus pupilas brillaron de improviso, mientras abría su boca con levedad, mostrando sus colmillos. Sus instintos más bajos parecían pedirle a gritos certeros que lo hundiera, que lo tentara, de la forma más lujuriosa, ruin y hábil que existía en ese podrido mundo. ¿Su destino era hundir a Ciel Phantomhive?
—¿Por qué me ves con esa cara de idiota? —preguntó de repente el más bajo, frunciendo su ceño con cierta astucia impotente. Al mismo tiempo, una de sus manos llegó a parar al formado pecho del mayor, y volvió a sentir los latidos. Con su otra mano libre, la colocó sobre una de las pálidas mejillas ajenas y la jaló, sin una pizca de gracia. Sebastian no tardó en soltar un quejido, regresando en sí de repente, notando que, por supuesto y como un recordatorio, a su lado no había nadie más que un demonio de menor estatura—. Tus instintos traicionan a tus emociones, ¿no es así? Debe ser horrible ser un demonio —acreditó en un susurro, dejando de apretar la mejilla ajena y sólo posicionó su mano en ese diminuto espacio. Michaelis se quedó quieto, observando como la brillante unión del contrato en uno de los ojos de su amo brillaba con gran intensidad, mientras el otro mostraba su lado más demoníaco, brillando—. Has estado evadiendo tus prioridades como mayordomo. Mira, ahora estás en mi cama conmigo.
—¿Eso le molesta?
Ciel gruñó, un poco nervioso, ladeando su vista a otro lado. Se estaba negando a contestar. Sebastian no pudo evitar suspirar.
—¿Por qué es así conmigo, joven amo? —cuestionó, colocando una de sus manos sobre su frente, fingiendo estar realmente dolido por la actitud de Ciel, aunque no podía decir hasta qué punto ésa era una verdad universal.
Claro, tenía razones: que Ciel protegiera a Alois Trancy era una de ésas. Lo hacía sentirse molesto, como si terminara sobrando si es que acaso Ciel prefería tomar la mano que Alois le extendía, para sacarlo de la oscuridad. Asustaba demasiado.
—¿Así cómo? —preguntó, efusivo. Seguía siendo el mismo orgulloso de siempre.
—Le pedí hace poco que se quedara a mi lado, ¿eso no es suficiente, joven amo? —Arremetió sus preguntas, sin una pizca de gracia, algo irónico en alguien tan precavido como él. Ciel sonrió con cierta torpeza al escuchar esas palabras, pero no pudiendo evitar que su instinto de juego y sus tentaciones para nada extrañas se vayan escapando, una por una, entre esa curva hacia arriba que regaba toda la arrogancia disponible.
—¿Disculpa? —Se carcajeó, un poco divertido ante las situaciones tan raras con las que se metía por culpa de un demonio que se suponía, era un ser despiadado—. Ni siquiera me has conquistado.
—Sí lo he hecho, usted tiene sentimientos románticos hacia mí. Su corazón prácticamente me perten-... —Volvió a callar, cuando sintió una almohada estrellarse en su cara. Bien, eso sí le molestaba de Ciel.
—¡Pero no hiciste nada para que todo esto pasara!
—¿No?
—No. —Atiborró, siendo necio como siempre, cruzándose de brazos. Luego, le dirigió una mirada amenazante a su mayordomo, como cuando chocaban ante esa idea de que él daría una orden—. Ya lograste pasar la zona de peligro, pero, ¿cómo sé que será por toda la eternidad? Nuestro juego todavía no termina, y tienes prohibido abandonarlo.
El juego de seducción continuaba, y Sebastian no pudo evitar sonreír, ante el comportamiento del otro. Se preguntaba si debía de ser un pecado o un placer divino, que su pecho estuviera latiendo así de fuerte y algo similar a la felicidad lo embriagara. No permitiría que un tercero, como lo era Yuki (Alois) se aprovechara de la delicada situación de ambos.
Y de pronto, sonó un disparo.
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