Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Ese Mayordomo, En El Supermercado

Capítulo dedicado a: NataliContri, por seguir esta historia. ¡Muchas gracias!

—¿Cuántos pisos tiene este lugar? —armonizó en el ambiente Ciel, abriendo sus ojos con cierta sorpresa cuando llegaron a la entrada del enorme supermercado que estaba dentro de esa enorme plaza, y ver que a un lado todavía había unas escaleras que llevaban a otro piso más arriba. En serio, todo estaba cambiando.

—Cuatro, si mi memoria no falla —contestó Sebastian, mientras daba una ligera reverencia y trataba de adelantar los pasos de Ciel para abrirle la puerta del lugar donde comprarían los alimentos. Sin embargo, Ciel pareció notar eso como un acto de rebeldía en contra de su ahora nula posición como Conde y trató de entrar primero, confiándose en que las puertas serían automáticas.

Se estrelló con el vidrio de la entrada.

Su primera salida al mundo exterior en sus 205 años de existencia había sido guardada con un enorme recuerdo tan maravilloso: el vidrio vibrando, siendo el punto de atención de muchos visitantes curiosos, Sebastian tragándose una risa y una nariz roja, que, gracias a su posición y su raza actual no le afectó para nada, pero sí dolió como el Infierno.

—Joven amo, eso le pasa por precipitarse —aludió Sebastian, cuando por fin pudo recuperar un poco la compostura. En su lugar, se limitó a ser lo más serio que se le pudiera permitir en su atractivo rostro humano, abriendo la puerta para que él pasara—. Puede pasar.

—Tsk... —Fue lo único que salió de sus labios al soltar un chasquido lleno de vergüenza y miedo realista acumulado en su cara. Aun así, no se dejó apantallar por nadie más, simplemente alzó un poco su cara para demostrar su superioridad, y entró al enorme local.

Todavía seguía ardiendo por el golpe, y era bastante extraño que tuviera un nudo atorado en su garganta, y sus ojos cristalinos parecían revelar que sí podía llorar. Eso lo sorprendió de sobremanera, ya que, ¡eso no era posible! Él ya no sabía cómo llorar, y tampoco sabía cómo reír. Estaba destinado a estar parado en medio de esas dos emociones y caminar entre ellas, sin ceder. Porque era fuerte.

Sebastian lo observó de reojo, viendo cómo se mordía los labios con un reproche tan grande que poco a poco se iba aferrando a él. Quizás pensaba que podría pasar una eternidad sin llorar, como ya la había pasado en 205 años.

—Joven amo, espere aquí, por favor —rogó el mayordomo negro, soltando una sonrisa normal y tranquila de sus labios, tan vacía y seca de emociones que sólo querían romper más el extraño estado de ánimo de Ciel: y todavía dolía su nariz.

Vio a Sebastian caminar en línea recta, hasta llegar a un espacio que parecía contener un montón de canastas apiladas. Sebastian tomó una y regresó con total hasta donde había dejado a su antigua cena.

—¿Y luego qué? —preguntó Phantomhive, apantallando sus propias actitudes actorales, cruzándose de brazos con una autoridad superior y encarando sus cejas. Michaelis alzó sus hombros y pareció un poco complacido con su extraño entretenimiento que recibiría ahí sin querer.

—Vamos por ese pasillo, llegáremos más rápido así a la sección de alimentos. —Señaló el pasillo de juguetes, casi como si se burlara de la estatura del conde. Sí, Ciel milagrosamente había crecido cinco centímetros más después de haberse convertido en un demonio, y sus facciones se habían delineado suavemente para dar la apariencia de un adolescente. Pero, seguía siendo más bajo que Sebastian y eso era magnífico.

—¿Te estás burlando de mí, idiota? —pidió una explicación, resentido.

Sebastian negó con facilidad y sonrió de nuevo, con falsedad.

—No, claro que no.

Ciel se preguntó si Sebastian podría sonreír de forma sincera al menos una vez, no importaba si era aterradora esa curva, quizás quería verla. Aunque sea una vez, antes de dejarlo ir para siempre.

Entraron por el estrecho pasillo, en el cual había muchos juguetes para bebés: era la sección de los más pequeños. Ciel ni siquiera los miró, sólo una vez se atrevió a darle una mirada de reojo a uno, al reconocerlo como parte de su compañía, pero luego volvió a fingir indiferencia.

—Joven amo...

—¿Qué pasa? —aventuró su respuesta con total seriedad, cuando entraban al pasillo de los niños un poco más grandes, de la edad escolar. Ahí había toda una hilera de la compañía «Phantom».

—Si quiere llorar puede hacerlo. —Bien, eso no se lo esperaba.

Detuvo sus pasos de golpe, y miró con total sorpresa en sus pupilas a Sebastian, como si no se esperara esas palabras de alguien como él.

—¿Por qué debería hacerlo? —Hizo una pausa, al recordar su golpe hace un momento con el vidrio de la entrada, y le fue imposible no pintarse de un tenue color rojizo por la vergüenza—. No dolió mucho, no era para tanto.

—Los humanos fuertes lloran —admitió el demonio, logrando sacar sorpresa a Ciel ante esas palabras.

—Pero yo no soy un humano, y tú tampoco —murmuró, no queriendo discutir con él y apuró el paso.

Salió del pasillo con más rapidez, entrando a otro: uno de enormes juegos de mesa. Ahí, queriendo o no, la curiosidad sí le ganó con total rapidez, queriendo fingir indiferencia ante éstos por estar con Sebastian, sólo les daba una ligera mirada de reojo con cada paso que daba. Sebastian lo notó, y no pudo evitar sentir cierta satisfacción ante los intereses del joven amo. Y el joven amo no podía evitar creer que quizás algún día regresaría a ese supermercado, pero sin Sebastian para mirar los juegos de mesa. Quizás ésos estaban en una época poderosa en la actualidad, tomaría nota para que Sebastian las agregara a la compañía.

Y ahí todo tuvo sentido para él: encontró una excusa perfecta.

—Sebastian —llamó con una timidez que nadie creería que tenía, enrojeciendo con fuerza ante la estupidez que estaría a punto de decir: ¡sólo quería matar el tiempo!

—¿Qué ocurre? —cuestionó, pudiendo leer entre sus facciones al verlo girarse lentamente. Ciel pareció enrojecer con total fuerza, llegando hasta sus orejas y sus pupilas y labios temblaban, porque sabía que Sebastian ya sabía lo que ocurría.

—Compra algunos juegos de mesa —exigió, ladeando su vista para que no fuera visto por la mirada traviesa del mayordomo—. Nunca he probado ese tipo de juegos para la compañía, así que compra algunos —mintió. Parecía que se le estaba yendo el toque de mentir. La eternidad hacía un efecto muy largo.

—¿Cuáles?

—Los que te llamen la atención —completó su afirmación, dando un carraspeo con total fuerza. Luego, prosiguió su camino, para fingir que no había invitado de una forma muy rara a que Sebastian jugara con él.

—Sebastian, compra esos dulces —indicaba Ciel, que parecía ya haberse emocionado, como usualmente lo hacía cuando era humano y salían al pueblo a comprar algunas cosas. Sebastian, obediente y a regañadientes, metía y metía cada cosa que Ciel pedía.

No sabía qué pasaba o si era porque no había salido al mundo exterior desde hace más de cien años, pero Ciel veía cualquier cosa que parecía llamarle la atención, lo exigía como todo un joven mimado y Sebastian lo metía al carrito de compra (la canasta había sido intercambiada después de que Ciel rebasara lo máximo que podía llevar).

Sebastian podía romper el contrato cuando quisiera, realmente no estaban encadenados, también podía mentirle cuando quisiera, destruirlo y abandonarlo. Lo único que ya no podía hacer era pactar con alguien más, pero podía seguir devorando almas como él quisiera. Usualmente hubiera tomado un camino más sangriento sólo para huir de él, pero no, irónicamente estaba en un supermercado con un demonio que trataba de ocultar su emoción pidiendo cualquier cosa, y él, cumpliendo sus caprichos. ¿Qué estaba haciendo con su «vida»?

—También esos dulces, Sebastian, nunca los he probado —pidió, señalando una caja de chocolates.

—Honestamente, no es bueno que coma muchos dulces.

—Soy un demonio, los demonios no engordan. —Sonrió con total arrogancia al afirmar eso, eludiendo su suerte como la de ningún otro. Sebastian no pudo evitar volver a divisar ese pequeño rasgo de la personalidad de Ciel que siempre le parecía atractiva. Pero ahora todo era usado de una forma más calmada.

—Además, ya llevo los ingredientes necesarios, puedo hacerle chocolates más tarde si gusta. —Incriminó, alzando sus hombros y con total seriedad al decir eso.

Suficiente para convencer a Ciel.

—Más te vale que sean buenos. —Sebastian sonrió sin querer ante esa amenaza.

Sebastian no pudo evitar pensar que fue toda una suerte haber traído más dinero del estimado, así todo estaría en orden.

—Antes de ir a pagar, ¿le gustaría algo más?

Ciel, para su sorpresa, pareció pensativo, tomándoselo muy en serio.

—¿Hay alguna sección donde vendan libros?

—Sí, está cerca.

—Y también... —Hizo una pausa a propósito, no muy seguro de querer decirlo.

—¿«También»? —repitió Sebastian, un poco interesado. Realmente no le extrañaría que pidiera un tigre de mascota (lo cual le encantaría) o algo muy imposible como una nube del cielo o qué sabía él.

—Una televisión.

Vaya, eso no fue tan sorprendente.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro