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Ese Mayordomo, Confundido

Por una vez en su vida, parecía que las estrellas se habían alineado para estar de su lado, por primera vez en mucho tiempo. Sebastian parpadeó por unos breves segundos, encarando con la curiosidad hasta el tope al joven amo que se atrevía a hacerle una propuesta tan atrevida como ésa. Lo único que obtuvo del mayor fue una mirada seria que se reflejaba en la única pupila que no había sido manchada por el contrato.

—Mis más sinceras disculpas, joven amo, pero estamos unidos por el contrato. —Sebastian, en todos los años que había vivido, nunca se había sentido tan confundido por alguien, y eso no era básicamente la mejor forma de sentirse emocionado, porque muy en el fondo le daba «gracia» que siempre Ciel Phantomhive era el único amo que iba en contra de la naturaleza humana: cuando creía que haría tal cosa, hacía todo lo contrario a lo esperado. Y, eso, era gratificante para un alma, un alma que en algún punto él quería devorar, pero que se había visto estancada por la pérdida de humanidad.

Sin querer, eso le generó desagrado: volver a recordar tiempos donde tuvo que servirle a un mocoso caprichoso, con el único fin de comerse su alma, pero, ¡ya habían pasado casi 200 años y no se había comido su alma, y nunca podría comérsela!

—No me hagas repetir la pregunta —comentó Ciel, dejando su pastel de lado, colocando los cubiertos cerca del plato. Pareció molesto, y lo reflejó en su ceño fruncido, arqueando sus cejas y reclinando su barbilla sobre la palma de su mano cuando su codo tocó la silla—. Tenerte o no aquí me será indiferente, a excepción de los deberes que tú haces. Sé que no te gusta estar conmigo, puedes ser honesto y no me molestaré contigo porque creo que es obvio, ¿no es así? —Hizo una pausa, tratando de atravesar con su potente mirada al mayor, que parecía inexpresivo y sin saber cómo acoplar del todo los cambios en su sentir. No fue hasta que reaccionó, cuando Ciel ladeó un poco su cabeza, indicando que quería saber su respuesta.

Y Michaelis, siendo su fiel demonio mayordomo, debía de ser sincero en cada una de sus palabras.

—Sí, no me gusta estar con usted, joven amo. Creo que me ha caído una enorme maldición que durará por siempre. —Sebastian en ningún momento se sintió culpable de lo que dijo, a pesar de que el de menor estatura soltó un puchero y ladeó su vista a otro lado, fingiendo que esas palabras no le dolieron. Esa vez, el joven demonio no dijo nada, ni siquiera se atrevió a reclamarle acerca de lo ligeramente grosero que había sido con él, y por eso Sebastian sintió ligera curiosidad ante su forma de actuar—. ¿Joven amo? —preguntó el de hebras negras, un poco curioso por los hechos que presentaban a un Conde mucho más calmado de lo habitual, como si hubiera madurado en todas las décadas que habían pasado juntos.

Ciel observó su pastel que había sido preparado por su eficiente mayordomo, a pesar de que las ganas de servirle no eran las mismas que antes, el sabor y la suavidad de sus postres había permanecido intacta. Supo que extrañaría eso de él cuando ya no estuvieran juntos, y cortó otro pedazo de la rebanada y la acercó a su boca con el tenedor sólo para darle veracidad a sus palabras. Masticó, sin prisa ni calma, tratando de calmar la enorme sacudida de emociones que se estrelló en su pecho por la simple idea de estar por toda la eternidad con alguien que de sobra no lo quería.

Por primera vez en tanto tiempo, se preguntó qué habrá sido de todas las personas que en algún momento conoció: ¿qué habrán hecho el príncipe Soma y Agni? ¿El príncipe siguió siendo tan molesto como siempre? ¿Agni nunca falló en una orden que le dio su amo? 

Se detuvo en seco, dando una mirada de reojo cuando terminó de tragar su pedazo de pastel a Sebastian, que parecía un poco ansioso y confundido, lo reflejaban sus pupilas, que sólo lo miraban con la misma frialdad que siempre, pero con unas emociones que lo sumaban y la hacían parecer más «humano». Evitó su mirada y lo ignoró, teniendo la vaga sensación de que envidiaba a Soma, porque tuvo a alguien con tanta lealtad hacia su persona mientras estaba vivo.

¿Qué serían de sus sirvientes? ¿Consiguieron un nuevo trabajo? Al menos esperaba que no lo hubieran quemado si es que acaso lograban conseguir uno nuevo. ¿Qué tal vivió Elizabeth? Posiblemente fue comprometida con otra persona y vivió feliz, o al menos eso esperaba, ya que, aunque nunca la vio de forma romántica, sí la veía como una hermana menor, un poco (demasiado) caprichosa, pero no era tan mala.

—Sebastian, ¿puedes mostrarme tu mano donde se encuentra el contrato? —preguntó el menor, con total simpleza, extendiendo su mano para que no fuera ignorado. Ahí Sebastian sí logró sentirse dudoso, teniendo que mostrarlo con una débil inclinación de cejas por el extraño comportamiento que estaba teniendo su amo: siempre comía en silencio, especialmente si se trataba de un postre, porque los adoraba en secreto. Pero ahora no, parecía que lo que menos le importaba era su alimento—. Sebastian —repitió su nombre, más ansioso que de costumbre, porque éste no había respondido a su orden. El mayordomo reaccionó un poco tarde, sólo pudiendo atreverse a dar un asentimiento, mientras que con sus dientes mordía la superficie del guante y se deshacía de éste, para proseguir a acercar su mano hasta el menor.

Ciel ladeó un poco su cabeza, hasta colocarse completamente de pie. Algo que de nuevo, resultó completamente extraño y nuevo para el demonio. Y, sin querer, la inquietud se coló por todo su cuerpo ante su extraño comportamiento: ¿él lo estaba haciendo a propósito o quería vengarse por su forma un poco cruel donde reveló que ya no quería estar a su lado? No importaba, fuera como fuera, no entendía al joven amo. Quizás fue porque durante esos casi 200 años nunca se preocupó en hablar con él y examinarlo como antes: posiblemente el joven amo ya había cambiado demasiado y él se lo perdió.

Las delgadas manos suaves de Ciel que demostraban su tranquila vida que había llevado sin trabajar, se vieron reflejadas en el acto, cuando el más bajo rozó sus pieles, con cierta suavidad curiosa. Sebastian lo miró, sin apartar la mirada de su persona, dejando que sus manos chocaran, sintiendo un ligero cosquilleo cuando Ciel pasó su dedo por la marca del contrato, tratando de entenderlo. Más tarde, como un acto involuntario, una de las manos libres de Ciel llegó a parar cerca de su propio ojo, en el lugar donde estaba su contrato.

—He estado pensando, en si el contrato se puede disolver... —susurró el menor de los Phantomhive, viendo por primera vez a la cara al otro. Sólo se encontró con el rostro lleno de sorpresa del demonio esclavo atrapado en la eternidad, que tenía sus ojos abiertos de par en par, porque no se esperaba oír nunca esas palabras de alguien como él—. He pensado en lo que ocurrió la vez que quisiste devorar mi alma por primera vez, y como hubo una apertura cuando perdiste el brazo. ¿Sabes? Me costó mucho trabajo entenderlo, pero al ser un medio humano y un medio demonio, las heridas que me hago tardan en sanar demasiado, como lo haría un humano normal, pero no pueden matarme... —soltó la mano del otro de golpe, dejando a Sebastian con una curiosa y abrumadora tentación de saber lo que realmente pasaba por la cabeza de su amo. Pero Ciel, siendo tan reservado para algunas cosas, no dijo nada más y se sentó nuevamente en su lugar, dispuesto a comer su postre.

—Joven amo, creo que no lo estoy entendiendo hoy.

—Puedes retirarte. —En lugar de buscar hablar con él, el menor se limitó a decir esas palabras, más calmado de lo normal. Sebastian, no se pudo negar, porque eso estropearía la estética de un perfecto mayordomo que varias décadas le permitieron crear. Sólo dio una reverencia y caminó hacia la oficina—. Gracias por todo, Sebastian. —Alcanzó a escuchar de los labios de una persona que nunca le agradecía en lo absoluto, antes de salir del despacho.

Sebastian se volvió a sentir confundido. Realmente no entendía a Ciel Phantomhive.

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