Ese Mayordomo, Con Su Plan B
Capítulo dedicado a: girasol_xx, por seguir esta historia. ¡Muchas gracias!
Cuando Ciel ingresó a su respectiva habitación, ya cambiado con su improvisado pijama (sí, lo había logrado de forma sorprendente), y unas suaves pantuflas azules que sólo enrollaban a Ciel como si fuera lo más hermoso del mundo, se encontró a Sebastian, mirando fijamente hacia el exterior por la única ventana del cuarto. Su corazón se estrujó con completa fuerza, al observarlo ahí, pareciendo tener una anhelante huida a quién sabe dónde.
«Por supuesto que no quiere estar conmigo», pensó, dando un respiro completamente pesado y el dolor delineado en su cara. Sabía que se rompería en cualquier momento, sabía que volvería a llorar, que estaría enjaulado en algún lado, sin poder escapar, porque siempre le arrancarían las alas.
—Sebastian, ¿qué haces mirando la ventana? —cuestionó el menor, en una forma de acallar sus pensamientos que sólo iban siendo arrebatados por grandes llantos inmensos que quería soltar ahí mismo, pero no frente a Sebastian, en frente de todos, menos con él—. ¿Hay algo interesante o algo así? —cuestionó, un poco dudoso, mientras se arropaba él mismo con las cobijas, sintiendo la calidez entorpeciendo sus sentidos, y eso sólo lo terminó por romper más.
Sebastian giró al oírlo hablar, con un claro gesto serio, como si sus orbes carmesí quisieran encararlo en su propio ser. Lo vio sonreír, una sonrisa que era dirigida hacia su persona, como la que siempre le hacía, como la que siempre estuvo a su lado.
Era algo normal, nada había cambiado entre ellos, a pesar de ese beso furtivo en el cuarto de baño y ese ligero roce cariñoso tan inocente, seguían jugando el mismo estúpido juego del amo y el mayordomo. Sus roles ya estaban marcados. Las costumbres eran poderosas. ¿Sebastian no se alejaba de su lado por esa razón?
—Nada en específico, sólo admiraba la vista. Estamos en el segundo piso, ¿no? —contestó con calma el mayordomo, alejando su cuerpo de la ventana para caminar hasta el lugar donde reposaba, arropado de pies a cabeza con dos gruesas cobijas el antiguo Conde.
—Sí lo estamos, ¿por qué? —aludió, tratando de fingir que no le importaba para nada el rumbo que estaba tomando la conversación.
Michaelis sonrió ante esa pregunta, pero no la respondió. Había violado el contrato a propósito. Ciel pareció completamente perdido entre sus ansias de querer llorar y sus extrañas emociones que antes juraría ya habían sido sepultadas cuando aquel maldito ángel pisoteó su orgullo, que ni siquiera se percató de ese pequeño detalle. Vaya, se estaba volviendo todo un distraído.
Michaelis notó sus acciones, lo vio tratando de evitar la mirada cuando las cruzaban por accidente, podía notar sus mejillas arder por la vergüenza acumulada de lo que había pasado hace un momento. Y cuando creyó que el menor estaba lo suficientemente sumergido en lo que sentía hacia él que todo era éxtasis de la felicidad, veía sus pálidos labios temblar, tan tentadores y frágiles, rompiéndose con cada palabra, pero como Ciel quería permanecer con sus piezas completas se había decidido a hablar lo mínimo. También sus ojos, siendo los de un demonio, por un momento parecían los de un niño perdido al que le arrebataron su infancia, y proseguía a reflejar tristeza pura de un adolescente que se había inmortalizado, pagando el efectivo precio de permanecer solo por siempre.
«La eternidad es demasiado larga», recordó las palabras que ese demonio decía cada vez que podía.
—Puedes irte, Sebastian —aventuró a ordenar el de hebras azules, sumergiendo la mayoría de su rostro en la agradable calidez tan distante de las cobijas, sólo dejando asomar sus enormes ojos, uno marcando y reluciendo su unión eterna y el otro jugando entre la vida y la muerte, con el miedo de hundirse, porque ya se estaba hundiendo poco a poco.
—Joven amo —llamó con suavidad el demonio, al sonreír para sus adentros ante la tontería que expresaba Ciel al momento de hablar de algo tan cabal como lo eterno. Se inclinó con completa ligereza, hasta quedar a la altura de Ciel. Acercó su boca al oído del más bajo y todavía se atrevió a tentarlo, sólo como él sabía hacerlo—. Si la eternidad es demasiado larga-... —Paró su extraño modo de animarlo, con el instinto de supervivencia más bajo de querer hundirlo más de lo que estaba, porque era su naturaleza demoniaca, y su extraña forma natural de creer que un demonio sentía el éxtasis perfecto al caer mucho más hondo. Pero al ver la honesta duda en los temblorosos ojos de ese adolescente, no pudo evitar retroceder.
«Lo arrastraré al Infierno conmigo», era la respuesta que planeaba ofrecerle, y lo invitaría a caer juntos en picada, lo induciría al pecado y lo abrazaría hasta asfixiarlo.
—¿Querías decir algo? —La duda en su cara era pura y sincera, ladeando un poco su rostro, saliendo del mullido fuerte que había creado. Como consiguiente, sus rostros sólo estaban a unos escasos centímetros de tocarse, pero eso era lo que menos les importaba en ese mismo instante.
Sebastian sonrió torpemente, pareció tambalear, como si fuera algo inexperto en lo que ocurría a su alrededor. Inevitablemente, eso le causó cierta gracia al menor de los Phantomhive: ¿Sebastian siendo imperfecto? ¿Acaso eso era posible?
—Si la eternidad se te hace demasiado larga, haré hasta lo imposible para moldearla a tu gusto. —Fue lo único que salió de sus labios.
Ciel dilató sus pupilas ante esa afirmación tan decidida que había soltado el mayor, como si fuera lo más común del mundo. El suave rozar de sus palabras entrando a su oído, lo dejaron en un leve trance del cual no pudo despertar, o al menos no hasta que el color rojizo inundara por completo su cara y las cobijas lo volvieron a cubrir de la tentación.
El calor inundaba su habitación, quizás por pura suerte esa noche sería más cálida que las anteriores, a pesar de ya estar entrando al típico clima de invierno, todo era cambiante. Ya no era raro que hasta eso cambiara, porque todo lo hacía, incluso las mínimas cosas servían para darles una completa revolución. Sin embargo, nada de eso le afectaba a Ciel, a pesar de querer calmarse, pensar que al día siguiente, al tener menos deberes que el día de hoy podría ver la televisión sólo un poco, como si fuera algo perfecto. Pero no, nada servía. En su mente, la voz de su mayordomo retumbaba, insinuándole cualquier cosa que él podría interpretar de forma errónea.
¿Era el mismo Sebastian que conocía en estos últimos años? ¿Adónde se había ido el cínico demonio serio al que él ya no le importaba? Incluso le había prometido cambiar todo con tal de que fuera feliz. Y eso lo llenaba de incertidumbre, nunca antes había dudado al mover las piezas de ajedrez de su enorme tablero: fingir amar a su prometida sólo para no generar problemas, ahí estaba. Darle todo lo necesario a sus sirvientes y tratarlos bien para que no lo dejaran o traicionaran, ahí estaba. Tener que actuar en el «inframundo», ahí estaba. Matar a alguien, ahí estaba.
Pero ya dudaba. Las lágrimas en algún momento habían derribado sus defensas, desde la noche anterior, y parecía que todo se repetiría de nuevo.
Se envolvió más entre las cobijas, arrancándose diminutos sollozos, sólo para fingir y pretender de la forma más madura posible que no le importaba.
El perro al que quería dejar libre, quitarle el collar, ya no movía su cola por él, pero de pronto lo volvía a hacer. No podía decir si era fiel o no, no podía decir si las palabras tan completas de ese demonio habían sido sinceras o simple adorno.
Por primera vez, se dio cuenta de que no conocía a Sebastian, y antes nunca se preocupó por entenderlo, ¿de qué serviría? Sus ojos llorosos se iban calmando poco a poco, pero al fin y al cabo seguían los rastros de agua cristalina rodar por sus mejillas.
Sorbió su nariz, tratando de calmarse, talló con uno de sus brazos sus ojos y figuró completa e inmaculada actitud al creer que podía manejarlo. Podía manejarlo, podía hacer cualquier cosa.
—Sabía que no se encontraba bien, joven amo. —La voz de Sebastian lo hizo volver a la realidad, cortando la respiración a Ciel al oírlo, en el mismo cuarto que él. Juraría que no lo escuchó entrar. ¿Quién se creía? ¿Por qué actuaba por su cuenta? Trató de sonar molesto, fingiendo que se le pasaba el susto por pura suerte.
—¿Quién te crees que eres?
Volvería a su apariencia de Conde poderoso retirado por una eternidad siendo un demonio, y se enderezó, alejando las cobijas de su rostro para poder encararlo de frente. Todo se derrumbó, apenas su rostro salió al exterior, ya que lo primero que recibió fue el cuerpo de Michaelis acercándose a él, a una velocidad tan impresionante. Cuando se dio cuenta, los brazos del otro ya estaban rodeando su cuerpo y lo estaba apegando contra el pecho ajeno.
¿Qué estaba pasando con Sebastian?
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