Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Ese Mayordomo, Atado Al Conde

Sebastian fue lo más paciente que pudo con el de menor estatura, tardando casi media hora en tan sólo abrochar unos cuantos botones. Ciel no le permitió hablar, no lo dejó indagar en esa frase que se había escapado de sus labios ante la pregunta curiosa de alguien inexperto en el comportamiento humano y ni siquiera lo dejó hacer ni un sólo movimiento.

—¡Lo logré, Sebastian! —comentó el antiguo Conde, tratando de ocultar un tono animado en un gesto serio. El mencionado arqueó sus cejas con un poco de inquietud, y asintió con torpeza.

Cuando Phantomhive ya no dijo nada más, Michaelis lo trató de interpretar como si ya pudiera acercarse a él para arroparlo. Por eso caminó hasta la cama, tomando la suave cobija de la espaciosa cama y la empezó a separar, como si fuera lo más sencillo del mundo. Sin embargo, y a pesar de la rutina ya arraigada desde sus años de mayordomo de un humano, Ciel mostró su claro gesto de molestia ante sus acciones.

—¿Qué crees que haces? —La ofensa plasmada en su cara y como parecía que lo estaba asesinando entre su mirada azulada, sin tener que dejar escapar su lado demoniaco, hizo que Sebastian por instinto alejara sus manos—. Yo puedo acostarme solo, no hay necesidad de que tú lo hagas, ¿qué tan difícil debe ser? —atribuyó su confianza en una sonrisa confiada y llena de seguridad, se cruzó de brazos y pareció convencido de sus palabras. El azabache tuvo un tic nervioso en su ceja derecha y se vio en la necesidad de contestarle de forma burlona.

—Pues siendo usted, tan habilidoso en un sinfín de cosas, creo que le tomaría toda la noche.

—¿Qué dijiste? —renegó el de cabello azul, dando un gruñido y dejando que todo el enojo se acoplara en su cara. Pero, sin que él lo quisiera realmente, se sintió bien que, al menos, por una vez más en ese día, ese demonio que no parecía tener emociones, le siguiera el juego: eso lo alegró de mil formas diferentes—. Sólo apaga la luz, pero no te vayas —ordenó el de menor estatura, logrando de forma sorprendente que se lograra acostar y tapar con las cobijas con facilidad.

—Entendido —afirmó, caminado hasta la entrada del espacioso cuarto y alcanzar un pequeño botón que apagaba los enormes focos del cuarto, dejando todo a oscuras y en un completo negro que pareció tragarse los objetos y a Ciel incluido. Pero no, él estaba todavía ahí, Sebastian podía escuchar su respiración con su excelente oído, podía sentir que estaba tranquilo, listo para dormir.

Siendo honesto por unos breves instantes, mentiría si no dijera que envidiaba un poco a Ciel Phantomhive. Era completamente contradictorio que él pudiera sentir las emociones menos deseadas, como el enojo, la tristeza, la envidia y el desagrado, pero no las que parecían que les fascinaban a los humanos: el amor nunca fue sentido por él, la felicidad que sólo llegaba en ciertas ocasiones superficiales no podía llamarse así como tal, ya que no lo era. Todo era tan raro, monótono y gris, y que Ciel pudiera huir de los interminables días en los que habían acabado atrapados, atados, al dormir todas las noches, realmente no le gustaba.

—Ven, Sebastian —llamó autoritario el antiguo Conde, como si de un perro se tratara. El mayor mordió sus labios con cierta resignación y se acercó a la cama, donde reposaba el de menor estatura.

Sebastian era calmado y tranquilo en la oscuridad, porque había vivido tanto tiempo dentro de ella que nunca pensó en ser salvado. Tampoco es como si esperara que alguien le tendiera la mano y le pidiera quedarse a su lado, sin ninguna razón aparente: él era usado, como un objeto que podían desechar, y los humanos para él eran un alimento. Un intercambio justo.

La mano del de menor estatura tentó por los aires, logrando después de vagos intentos inútiles de no mirar nada, atrapar la mano de Sebastian por pura suerte, sintiendo un alivio enorme cuando rozó con el limpio guante de Michaelis.

—¿Joven amo? —El mayor se quedó quieto ante el tacto, dando unos cuantos parpadeos al darse cuenta de que el agarre que se atrevió a crear el otro demonio sólo se hizo mucho más fuerte, hasta el punto de darle un tirón que lo terminó tirando a la cama. Sintió la respiración cortada de Ciel que fue amortiguada cuando los dos chocaron sus frentes con un golpe por el movimiento brusco—. ¿Está bien, jo-...?

—Quédate conmigo esta noche —interrumpió el menor, inflando sus mejillas con cierta tranquilidad y agradeciendo que estaba oscuro para que no viera lo vergonzoso que fue pedirle eso a alguien sin emociones. ¿Siquiera tenía corazón?—. Es una orden, no puedes irte —completó su frase con esa fórmula efectiva. Michaelis suspiró, ante las raras peticiones del demonio.

—Como ordene.

No podía negarse, porque estaba atado al Conde.

En un cuarto oscuro de un edificio abandonado, un grupo de jóvenes de preparatoria que acababan de salir de sus clases se habían reunido para inspeccionar el lugar donde realizarían uno de los juegos que dramatizaba una leyenda urbana japonesa de las más famosas.

—Aquí será mejor, no veo que haya intromisión de la luz, ¿tú qué opinas, Yuki-kun? —cuestionó uno de los cinco jóvenes que habían entrado a ese edificio que parecía caerse en pedazos, dando una rápida mirada al joven de una estatura no tan alta, cortos cabellos rubios que sobresalían más cerca de sus orejas con mechones despeinados, y unos enormes y redondos ojos azules con largas pestañas.

El chico observaba con mirada inocente y tranquila el lugar, paseando de un lado a otro su cuerpo, como si estuviera bailando un extraño tango en el salón vacío, antes de terminar en una esquina haciendo un giro y gritar un aclamado: «olé».

—Yo opino que está bien, no parece que nadie vaya a venir a molestarnos. Sin embargo... —Se detuvo el rubio, sacando una carcajada hasta llegar a un joven azabache que se había quedado serio la mayoría del tiempo.

—Todavía nos faltan dos velas para completar las cien —terminó su frase el joven que había sido el punto de mira, pasando una mano por sus cabellos. Pronto, otro chico de hebras verdes se atrevió a hablar.

—¿Y el espejo?

—Yo lo traeré —anunció con entusiasmo el chico que se hacía llamar Yuki, con una amable sonrisa de par en par.

—Sólo espero que no invoquemos nada...

—¡Idiota! —deslizó Yuki de sus labios con cierto tonto incrédulo—. Natsu-senpai dijo haberlo hecho y no funcionó. Es obvio que no sirve, sólo es para matar el rato.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro