Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Ese Mayordomo, Actuando Raro

—Hace poco, cuando le limpié el rostro, parecía un poco extraño, ¿le ocurrió algo? —Sebastian cuestionó, mientras los dos iban caminando por uno de los pasillos principales de la enorme mansión yakuza. El menor pareció reaccionar un poco raro ante la palabra tan certera del demonio, Michaelis pudo notarlo, al verlo dar un ligero salto del susto que supo disimular tan rápidamente. Claro, quizás la posibilidad de que alguien le descubriera los rastros de lágrimas que una noche con lluvia de Luna recorrieron sus mejillas no sería lo mejor. Quizás había metido la pata, ¿debió de haber sido más sutil?

—No es nada, posiblemente la vista te esté fallando —aseguró el otro, sin atreverse siquiera a mirarlo a la cara. En su lugar, pareció apurar el paso, al ver la puerta de su despacho a unos cuantos centímetros de distancia. Al tenerlo frente a sus narices, bajó con consideración su agitación, colocó su mano en la perilla y la abrió. Antes de entrar, no pudo evitar tomar precauciones, mirando por primera vez a su mayordomo a la cara. Frunció su ceño y pareció hacer un mohín con sus labios—. No entres conmigo, mejor ve a traerme un poco de dulce, haz algo o no sé, pero no puedes entrar sin comida. —Bien, esa última frase logró que Sebastian asociara a Ciel con un animal que sólo se dejaría mimar si se le era entregado algo dulce.

—Opino que no es bueno que coma muchos dulces, últimamente está-...

—No me hace daño porque yo ya estoy muerto —habló con total fuerza, cerrando sus ojos con completa destreza al afirmarlo. Rápidamente, no permitió que Sebastian siguiera indagando en su penosa curiosidad, y entró con elegancia al despacho, azotando la puerta a su vez.

Sebastian vio la puerta cerrarse frente a sus narices. Se quedó así por unos dos minutos, mirando la costosa madera de caoba siento tan lisa y perfecta tras la manipulación humana. No fue hasta que por fin logró decidirse, sabiendo que no debía y no había una razón exacta por la cual debía de esforzarse demasiado y apurarse: tenía todo el tiempo del mundo, y estaba decidido, por mero capricho, consolar a Ciel.

Quizás. Si es que acaso podía derribar sus defensas.

Sin darse cuenta, empezó a caminar hacia la cocina, con una de sus manos sobre su barbilla, completamente perdido en la rutina y sus pensamientos que poco a poco se iban ordenando. Todo se iba estropeando en su cabeza, cuando parecía que llegaba a una conclusión en la que se sentía seguro de poder ser el ganador, terminaba cayendo en la idea de que sólo debía de seguir al pie de la letra sus perfectos planes.

—Continuaré con el plan A, dado que el joven amo no quiso hablar de sus lamentos conmigo —asimiló, dando un asentimiento para sí mismo, llegando a la cocina en un instante, sorprendiéndose un poco por ver que sus pies se habían movido por inercia hasta ese lugar. Le fue inevitable no sonreír, simulando estar dolido ante esa acción tan involuntaria: la rutina no le molestaba del todo, pero parecía tenerlo más confundido que de costumbre.

Por eso, se saldría de la rutina.

O eso creyó con completa seguridad, pasando una de sus manos sobre su perfecto pecho de mayordomo. Otra vez, volvió a intentar tentar su suerte, queriendo saber si seguía latiendo el órgano en su pecho: todavía seguía. Vaya, no se esperaba que realmente sí sirviera como un doctor de forma tan eficaz y perfecta. ¿Debería de meterse al oficio?

Haría que Ciel se diera cuenta de lo que hizo por él. Ciel tenía que darse cuenta de que su corazón estaba latiendo sólo para él. Pero, ¿cómo lo lograría? 

Tenía su plan armado, ahora sólo debía de ponerlo en práctica.

Ciel se reclinó contra la cómoda silla frente a su escritorio, con una pluma, llenando unos malditos documentos acerca de su empresa de juguetes. La verdad es que no le importaba para nada lo que hacía, simplemente fingía que estaba interesado en algo y se mantenía así. Ciel era cambiante en cuanto a sentimientos encontrados en el trabajo, de pronto lo veías tarareando una canción que por casualidad escuchó de la cuidad más cercana, en una oleada de sus sentidos aumentando sin quererlo, otras veces fingía que estaba haciendo estiramientos, pero realmente jugaba con la silla reclinable, balanceándose de enfrente hacia atrás (sólo una vez cayó al suelo con todo y silla, pero fue una suerte que Sebastian no estuviera en la mansión por estar haciendo las compras, para que no lo viera gritar del susto cuando el piso se le movió), a veces parecía completamente animado al escribir, y otras veces estaba tan harto, que dejaba salir su frustración por la fuerza que ejercía la punta de la pluma sobre el papel. Ese día, simplemente estaba aburrido, no quería hacer nada, y lo poco que le llamaba la atención, que vendría siendo su tan dichosa televisión, no podría verla por cuestiones de falta de tiempo y exceso de trabajo.

La puerta del despacho fue golpeada unas perfectas y sincronizadas dos veces. Ciel suspiró, al tener al responsable de su tormento nocturno y su pésimo estado a sólo una puerta cerrada de distancia. Sabía que no podría evitarlo por siempre.

—Adelante. Espero y hayas traído una perfecta ofrenda para pasar —exclamó con cierto aburrimiento, mirando con su único orbe azul como la puerta era abierta con sumo cuidado, dejando pasar a su excelente mayordomo, con una bandeja que traía una rebanada de pastel, la tetera de porcelana y una taza.

—Hoy le he traído una rebanada de pastel de chocolate, y té de manzanilla —afirmó el mayor, acercándose hasta el escritorio del más bajo. Ciel pareció un poco ansioso, mostrando una inocencia tan difícil de creer, a la hora de ver a su demonio servir una taza de té.

Suerte que pudo fingir de forma apropiada. Cerró sus ojos y alzó una de sus manos a la altura de su cara, fingiendo indiferencia.

—Llegas tarde, ya me estaba empezando a cansar.

—Pero es una suerte que todos pidan documentos escritos en lugar de digitales, ¿no es así? —Intentó hacerle plática, colocando la rebanada de pastel a un lado del escritorio. Realmente no podía importarle menos esa tonta plática, aunque no le molestaba del todo hablar con ese demonio que alguna vez fue humano. Ahora lo que se llevaba su punto de atención era la simple idea de poder ejecutar a la perfección sus planes—. Tenga cuidado con no ensuciar nada mientras come, por favor. —Encaró con cierta crueldad, al verlo alejar los papeles a un lado, tomar el tenedor y enterrarlo en el blando pastel de chocolate. Ahí Sebastian se preparó para atacar, siguiendo su propia señal al conocerlo tan bien. Con una de sus manos se encargó de cargar la bandeja con la tetera caliente, y con la otra se dedicó a colocar la taza sobre el escritorio, no sin antes acercarse lo más que pudo al cuerpo del chico, pegando su pecho hasta la oreja derecha de su amo.

Ciel pareció un poco tenso, fingiendo no ahogarse con la rebanada que había metido en su boca, al sentir como el cuerpo de Sebastian rozaba con su oreja. Fue algo extrañamente satisfactorio, pero tan extraño de alguien como él, que no pudo evitar mover su ceja, un poco molesto.

—¿Se puede saber por qué te me pegas tanto? —preguntó, cabreado ante lo raro que estaba actuando Sebastian con él. El mayor, por su parte, pareció chasquear su lengua con cierto aire de derrota, notando que ni aun con la cercanía había logrado que Ciel escuchara los latidos de su corazón. Se alejó con elegancia, sabiendo disimular, como si nada hubiera pasado—. ¿Te pasa algo, Sebastian?

—Tuve una pequeña equivocación como mayordomo, eso es todo. —Se excusó con completo pesar doloroso, colocando una de sus manos sobre su pecho, y presentando esa extraña cara de inocencia que alguna vez Ciel lo vio usar con unas monjas en un convento. Eso, en vez de hacer sentir atraído al Conde, como siempre le funcionaba con otras personas, más bien pareció lograr que lo mirara raro. El orgullo de Sebastian volvió a ser herido por su amo—. Si me disculpa, tengo mucho trabajo hoy —expuso su carta de huida rápida ante el imponente antiguo Conde que ya no era más que un ratón inofensivo. Dio una reverencia torpe y salió del despacho, no sin antes soltar unas palabras—. Regresaré pronto por los platos, joven amo.

Al cerrar la puerta y estar de nuevo afuera del lugar, ahí pudo mostrar su claro gesto de enojo, su ceja izquierda empezaba a temblar con total maestría simétrica. Se había molestado, porque Ciel no le había prestado la atención que él quería.

Lo positivo es que todavía contaba con un intento más en lo que restaba del día para poder asegurarse de todo. Ciel se daría cuenta de lo que había logrado con su corazón artificial.

El segundo intento llegó en la tarde, cuando el joven amo a duras penas logró terminar su deber como jefe de la compañía. Sebastian lo empezó a seguir, directo a la biblioteca, agradeciendo que conocía con perfección a su amo, como para saber que iría directo a leer los libros que hace poco habían traído del supermercado.

Ciel no dijo nada cuando se percató de la presencia de Sebastian, siguiéndolo como una sombra. Aunque sí sospechaba de él, y el demonio mayor lo supo cuando lo vio observarlo de reojo, azuzando un poco su vista azulada, como si amenazara con dejar escapar una bestia que dormía dentro de su interior.

Pero Sebastian no podía simplemente detenerse ahí y rendirse, no, no, ya que estaba completamente seguro de poder contra la inexperiencia tan obvia de Ciel ante casos de seducción (aunque irónicamente no buscaba seducirlo en sí).

Entraron a la lúgubre biblioteca y las luces se encendieron cuando el menor presionó el interruptor. Ahí tomó el tiempo suficiente en el umbral, esperando a que Sebastian estuviera a su lado. Al momento en que ocurrió eso y sus pasos se alinearon, Ciel supo que debía confrontarlo.

—¿Qué demonios te pasa? ¿Por qué me sigues? —Con la irritación al tope y la molestia acumulada en un rechinar de sus dientes.

—Mil disculpas, amo, pero estoy casi seguro de que pronto usted necesitará de mi ayuda aquí —respondió de forma casual, dibujando una sonrisa en sus labios, de la forma tan usual y divertida que hace muchos años utilizaba. Ciel, apenas notó esa acción, pareció enrojecer con cierta suavidad, sintiendo nostalgia inmediata, queriendo taparla al apartar la mirada y lanzar volando ese tema.

—No sé de qué hablas, pero no importa. Haz lo que quieras. —Se limitó a decir, entrando como si nada a la enorme biblioteca, haciendo un recorrido enredado digno de un laberinto. Michaelis lo seguía de nuevo, como un fantasma, y Ciel ya no pudo retractarse, soportando hasta llegar al estante donde había dejado los libros que compraron la última vez que fueron de compras: un estante medio vacío.

Cuando intentó tentar para tomar uno, alzando un poco sus pies para quedar en puntas, se quedó con la perfecta sorpresa de que no había nada: él juraba haberlo dejado ahí. Sin embargo, mantuvo la calma, tratando de mirar ese estante con total detenimiento, encontrando los libros que buscaba en el mismo lugar donde él los había dejado, pero un nivel más arriba.

—Vaya, veo que no alcanza, joven amo —habló Sebastian de pronto, llenando los oídos de Ciel de un tono un tanto caprichoso y mentiroso que no era muy difícil de deducir quién había sido el culpable. Ciel se giró a verlo completamente, topándose en primera plana con la sonrisa del otro, pareciendo completamente alegre por esa razón.

—¿Te crees muy gracioso? —cuestionó, completamente irritado hasta el borde. Parecía que en cualquier momento explotaría, suerte que sabía controlarse: ¿por qué Sebastian había subido sus libros un nivel más? ¿Se estaba burlando de su estatura?

¿Cómo se atrevía? ¿Era su venganza por no haberse podido comer su alma?

—¡Deja de andar haciendo estupideces y de mirarme de esa forma! ¡Baja ese maldito-...! —Sus palabras quedaron atoradas en su boca, sin siquiera poder tomar la iniciativa de guardar silencio ante su inútil corazón traicionero. Sin siquiera pedirlo, Sebastian respondió a la orden de inmediato, acercándose a Ciel sin ningún pudor, en lugar de buscar otro camino o esperar a que éste se apartara.

Sebastian lo había acorralado contra el estante, impidiendo que saliera huyendo, colocando una de sus manos a un costado de su delgado cuerpo, invadiendo su espacio personal, permitiendo que sus cuerpos rozaran una vez más, mientras el azabache sonreía en sus adentros al tomar el libro que buscaba Ciel. ¿Así sí debió de darse cuenta de sus latidos?

En su lugar, Ciel pareció completamente aturdido, con el color rojizo atorando sus pálidas mejillas, el corazón latiendo con más fuerza que nunca. Aunque trato de evitarlo, el roce entre el cuerpo de su mayordomo y la fragancia que embriagaba su nariz, lo hizo ceder. Apretó sus labios con fuerza, y, sin necesidad de otra cosa más que de tocarlo, colocó sus dos manos sobre los ropajes del mayor, cerca de su pecho, pero lamentablemente no llegando ahí. Aferró con sus manos la tela negra, queriendo creer que si seguía así, se aferraría a él como nunca, y eso era lo que menos quería.

Ciel, el demonio enamorado, tenía unas tremendas ganas de llorar.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro