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Ese Joven Humano, Una Amenaza

Sólo vengo a avisar que esta semana habrá doble actualización, .

Mañana subiré capítulo nuevo.

Sebastian no había podido permanecer a su lado mientras desayunaba en su respectivo cuarto, porque el mayor se había excusado en querer entender lo que eran sus emociones humanas y las de él, como si eso fuera tan importante. Era irónico que un demonio sabio que podía hacer prácticamente todo, estuviera dudoso y representara la más pura inocencia en algo tan extraño como el amor, siendo una ironía, porque Ciel podía apostar lo que fuera, que mientras estaba en sus servicios como mayordomo cuando él era humano, y posiblemente muchos años antes de que siquiera él naciera, Sebastian se acostó con muchas mujeres y hombres.

Y esa idea, tan movediza y corredora de las desgracias, provocó que Ciel apretara el tenedor de plata con el que degustaba sus alimentos, y mordió sus labios. Sus cejas estaban temblando, y el color rojizo iba apropiándose de su cara. ¡No podía ser! ¿Qué pasaba con él? ¿Se estaba poniendo celoso de personas que posiblemente sólo fueron usadas para obtener lo que un demonio buscaba, y sin una pizca de amor romántico o verdadera intimidad en el acto? Peor que eso todavía: se había puesto celoso de gente que posiblemente ya estaba tres metros bajo tierra.

Tronó su lengua con un chasquido, metió el tenedor en el delicioso pastel que «ayudó» a preparar con Sebastian y lo metió en su boca. Decidió distraerse, encarando su vista en la televisión encendida que Michaelis había colocado unos días atrás. No había prestado tanta atención desde que el azabache se la había encendido para que pudiera saciarse en cuanto a curiosidad y la nueva tecnología, por lo que terminó estando completamente perdido al notar a los que parecían ser dos chicos, vestidos con trajes similares a los que había visto con el extraño chico que se parecía a Alois, sólo que con el estampado y los colores siendo completamente diferentes.

Al principio, el menor creyó que sería una típica historia de amistad entre dos hombres, tan superficial, en la que todos los problemas se reducían a resolverse por arte de magia o con el poder del amor y la amistad. Las que menos le gustaba a Ciel en definitiva (o al menos las que había leído en algunos libros).

Tomó el control y se dispuso a cambiar de canal. Sin embargo, y al instante de hacerlo, la imagen explícita de ver que el actor azabache de semblante atractivo, ponía al rubio en una situación comprometedora, y por cosas de la vida se besaron, todo dejó de girar para Ciel. ¡Se besaron! ¡Dos hombres! Soltó un grito tan destapado, sin ocultar sus verdaderos sentimientos, se le fue el aire y el control resbaló de su mano. Phantomhive se tapó ambos ojos con sus manos.

¡Te amo, Taro! —escuchó el grito de uno de los jóvenes, siendo algo tan directo y fuerte que Ciel no lo vio venir. Se presentó de pronto un gemido ahogado y bien actuado, llamando la atención de Ciel, porque nunca había visto ese tipo de material prohibido. Asomó sus ojos entre sus dedos, tratando de ver lo que ocurría. Se topó con un chico arriba de otro, subiendo el nivel de lo que hacían: Ciel ya sabía lo que iban a hacer.

¿Por qué hacían eso? Se notaba que estaba todo censurado, aun así, ¿por qué mostraban a dos hombres enamorados? No era que fuera raro, no lo era, a él le gustaba Sebastian y... paró en seco, al darse cuenta de que había aceptado sus sentimientos. Su cara estalló en rojo y terminó por cubrir toda su cara con sus manos, grabando en su mente las imágenes de ese programa de televisión. Era desagradable... pero quería seguir viendo, ¿por qué?

—Joven amo, me gustaría preguntar por qué usted está viendo eso. —La voz del demonio mayor llenó sus sentidos con un escalofrío sincero que se extendió a lo largo de su columna vertebral. Se sentía como si fuera un niño al que habían descubierto a mitad de la travesura, ¡pero la verdad era que ver ese programa no había sido por su voluntad!

—¡Es tu culpa, Sebastian! ¡Dejaste el canal a propósito para que yo lo viera y me pusiera así! —renegó, mostrando toda la vergüenza acumulada en su cara. Señaló al susodicho con su dedo, completamente indignado. Sebastian arqueó sus cejas al verlo actuar así—. ¿Cuándo fue que entraste aquí? —preguntó rápidamente, al procesar lo que pasaba, intentando poner en orden sus pensamientos y emociones. Michaelis dibujó una sonrisa en sus labios y terminó por alzar sus hombros, divirtiéndose ante las expresiones de reproche de Ciel porque poco a poco estaba tomando la costumbre de no hacerle caso a todo lo que le decía. Si eso seguía así, la estética del mayordomo iría cayendo poco a poco, y él, el demonio Sebastian Michaelis, sería el dominante en la relación.

—Entonces, ¿quiere que cambie de canal? —cuestionó, apretando el botón siguiente, mandando a otra cadena televisiva que a esas horas estaba sacando un documental sobre las medusas marinas.

Ciel, por alguna razón, al ver que su mayordomo le había cambiado al extraño tesoro náufrago que encontró en la televisión, se vio en la necesidad de reclamar.

—¿Por qué le cambias sin mi permiso, idiota? —Sí, en definitiva, Ciel estaba algo alterado. Sebastian notó ese tipo de emoción entre su rostro, y suponía que no era algo que tuviera que ver con la televisión, quizás tuvo pensamientos que no le gustaron. Pero, ¿cuáles fueron? Lo mejor que podía hacer en esos casos al intentar animarlo, era sonreír dichosamente y tratar de iniciar una pelea verbal como las habituales.

—Oh, vaya, no tenía idea. ¿Acaso le gusta ese tipo de material? ¿Sus gustos hacia la televisión serán éstos? —cuestionó con una sonrisa, mientras con uno de sus dedos acariciaba su propia barbilla, simulando pensar seriamente. El menor de los Phantomhive se sintió descubierto, desnudo y exhibido—. Ya que intento ganar su corazón, no puedo pasar por alto los deseos de mi amado. Así que no se preocupe, me dedicaré a investigar todos los programas de este tipo y los horarios. Podrá verlos con un poco de mi esfuerzo. —Por alguna razón, realmente sonaba muy en serio.

—Cómo si quisiera hacer eso —aludió con sarcasmo, cruzándose de brazos.

Ciel dibujó una sonrisa a regañadientes, dejando que una de sus cejas temblara, y se comiera la necesidad de burlarse abiertamente de él: en serio, Sebastian no tenía la menor idea de cómo conquistar a alguien.

Sebastian había tenido un mal presentimiento, desde el momento en el que Ciel había insistido en ir con él para acompañarlo a comprar los ingredientes para la comida y cena de ese día. Había podido leer algunos libros románticos, logrando encontrar ciertas similitudes con su sentir actual hacia su joven amo, pero nada parecía beneficiarse del todo para convencerlo de si realmente sus verdaderos sentimientos eran románticos, monótonos, de apego emocional o qué.

Las emociones humanas eran complicadas, y tal vez creía que debía de sentirse afortunado porque sus verdaderos sentimientos se iban manifestando, más allá de oscuridad eterna, corazones partidos y muerte súbita. Nunca creyó que alguien le extendería la mano, que lo sacaría a la fuerza de la nube efímera en la que se tragaba a su persona, simulando frialdad pura entre sarcasmo e ironía. Todo se desenmascaraba, el cascarón se rompía a su alrededor, porque su eterno acompañante había logrado atravesar uno de sus muros, y no sólo eso, le extendía la mano y lo invitaba a salir, a huir de todo.

Resultado actual: en algún punto se separarían, o ésas eran las intenciones de Ciel, mostrando su ser más frágil entre las frías lágrimas de sus ojos.

¿Cómo seducir a alguien? Lo único que sabía era sacar información por medio de actos sexuales, y sabía cómo complacer a los clientes de sus contratos cuando buscaban un apego sexual. Sabía las palabras correctas, sabía dónde tocar, sabía cuándo entrar en escena, sabía cuándo algo funcionaba y cuándo debía de tomar otro camino arriesgado al saber que el punto de presión no estaba siendo el éxtasis definitivo. Podía sentir lujuria pura, pero no emociones humanas, así había sido catalogado para siempre. Podía decirte todo lo bonito que querías escuchar, pero no lo sentía realmente.

No fue hasta que Ciel pareció querer alejarse de él, sus impulsos se comieron al demonio devorador de almas y dejaron escapar al humano Sebastian Michaelis, el mayordomo perfecto que tenía fuertes sentimientos por su amo demonio.

Cuando salió de la enorme tienda, con la bolsa de compras entre sus manos, buscó con la mirada al de ojos azules, ya que éste no había querido entrar debido a lo intrigante que parecían ser los humanos de esa época, haciendo cualquier cosa, mientras él se sentaba en una de las mesas de un restaurante que en sí era una parte de la plaza, a mirar. Al encontrar al demonio de ojos azules, sintió que la molestia se acumulaba en su cara y sus dientes parecían chocar entre sí, mostrando rebelión absoluta por el invitado no esperado y mucho menos deseado.

El joven adolescente, con su uniforme escolar bien arreglado y alisado, su mochila había llegado a parar a una de las sillas vacías, y sobre la mesa compartida había una hamburguesa.

Yuki, alías Alois Trancy sólo que, en otra época, y por alguna extraña razón parecía ser una reencarnación o algo así, estaba con Ciel Phantomhive, y a pesar de que éste se mostrara reacio y un poco hostil, podía escuchar claramente su conversión a la lejanía: a Yuki (Alois) le importaban poco sus palabras o lo que pensaba de él, decía cada cosa bonita, que terminaba en rubores en la cara del menor. La nívea mano de Yuki rozaba la mejilla de Ciel y en la otra apresaba la fría y delgada mano de Ciel.

Sebastian odió eso.

—¿Y si haces un contrato conmigo, Ciel? —preguntó el chico al demonio, logrando que las pupilas del atractivo azabache mostraran algo similar al miedo, y una zanja profunda pareció tragarlo. Dejando de lado lo sospechoso que era que Yuki dijera eso sin saber su verdadera naturaleza, lo que más le dolió a Sebastian fue creer por unos breves segundos que ya no serían sólo el joven amo y él.

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