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Ese Joven Humano, Con Claude

—Buenas noches, cariño. —Su madre siempre llegaba a su habitación a la hora acordada de las 9:30 de la noche, con una sonrisa amable y febril entre su habitual comportamiento amable. Yuki, en lugar de prestarle atención, se tapaba con las cobijas, perdido en su mundo, siendo acaparados sus sueños por ese joven demonio. Por alguna razón, no había sentido miedo, siendo algo completamente lógico, ya que no tenía sentido para nada, que se hubiera colocado emocionado hasta más no poder sólo con él. De cierta forma el factor sorpresa no fue tan grande para él, siendo encasillado en un abrir y cerrar de ojos con la excusa de que ya se lo esperaba. No sabía por qué, pero una parte de su subconsciente ya lo sabía—. Buenas noches. —Volvió a repetir la mujer que lo había engendrado, pero Yuki siguió sin hacerle caso, porque estar con su familia era completamente normal, y no servía de nada. Prefería enfocarse en cosas más emocionantes: ¿la familia o un demonio atractivo? ¡La respuesta era clara!

Aun así, una parte de él, muy en el fondo, parecía decirle que el amor que sentía por Ciel no era correspondido, y era más superficial que otra cosa. No podía borrarlo de su mente, y eso le encantaba. Sí lo amaba, de una forma un tanto extraña, sentía que lo había conocido en otra vida, ¿acaso eso era posible? Honestamente no podía dudarlo, creía en la reencarnación, o más bien, quería creerlo. ¿Cómo habrá sido en sus otras vidas? ¿Cuántos años tenía Ciel Phantomhive?

—Buenas noches, mamá —habló de pronto el chico, regresando a tierra firme después de haberse perdido en su propio mundo, pero no estaba, su madre ya se había ido. Antes hubiera jurado haberla visto a un lado suyo, ¿cuándo se había ido? Bueno, no importaba.

Miró hacia el techo, suspirando. Sus pupilas azules que sólo miraban la pintura blanca sobre su cabeza, se fueron llenando de la difusa imagen de ese chico demoníaco, deshaciéndose del parche que le cubría uno de sus ojos, mostrando un perfecto pentagrama de una estrella invertida. Por alguna razón, no creyó que ésa fuera una alucinación cualquiera, inevitablemente. Que un demonio estuviera acompañado de un hombre mayor de atractivo físico impresionante también era extraño, y la mirada tan sincera que le dirigió ese chico de hebras azules a su mayordomo, mostraban emociones románticas sinceras, reales, francas, como si se conocieran desde hace muchos años. Sebastian también era un demonio, lo sabía. No tenía pruebas, pero tampoco dudas, simple intuición.

Un mayordomo negro y un demonio azul triste. Una pareja inusual y extrañamente perfecta, tan perfecta que le generaron náuseas. Sabía que Ciel lo rechazaría, desde que vio esa mirada en su único ojo al descubierto, sabía que no tenía oportunidad. Chasqueó su lengua, con el enojo acumulado en su atractivo rostro. Al menos había logrado tentar al demonio menor, pero, la inquietud lo embriagaba.

—Claude... —Sus labios susurraron ese nombre, mientras los bostezos se iban acumulando en su boca. Sus ojos se sintieron pesados y pronto terminó cayendo en la cuenta de que el mundo de los sueños no parecía tan malo.

Un pequeño chico pelirrojo corría por todos lados, siendo alegre, con total astucia y perspicacia, brincando entre los campos de un color rojizo. Los pétalos volaron y Yuki no pudo evitar sentir nostalgia apenas lo vio. Sus ojos empezaron a ponerse acuosos, la movilidad falló en su cuerpo y los espasmos de lo que estaba viviendo lo hicieron detonar.

—¿Quién es él? —Apenas preguntó a la nada, la imagen cambió con total rapidez, mostrando al mismo chico pelirrojo, tan alegre e inocente en los brazos de alguien que, Yuki juraría que era él en sus años de infancia.

—¡No me dejes solo! —Se oyó el grito agudo del de menor estatura, dejando quieto a Yuki porque el color azul de sus pupilas, sus cortos cabellos rubios y sus largas pestañas lo enredaban en un sospechoso parecido a él. El niño pareció pegar el cuerpo inerte y sin vida del infante y sollozó, sollozó con fuerza.

Ahí Yuki recordó la razón de su inexplicable fobia desde el inicio a quedarse solo, a ser olvidado.

—Sí, su alteza. —Escuchó una pequeña voz infantil susurrando eso cerca de su oído derecho. Giró de golpe con fuerza recordando esa pequeña voz como la de algún hermano menor de una vida pasada. Pero al voltear, la oscuridad pareció engullirlo, incluso acallando su grito.

La oscuridad era envolvente, y Yuki empezó a tener escalofríos por todo su cuerpo. Se tiró al suelo y tapó sus oídos, sus ojos igualmente fueron cerrados, con más fuerza. Siempre había odiado la oscuridad, sin ninguna razón aparente.

—Basta, por favor...

De repente, el sonido de un cerillo encendiéndose hizo que el chico que se hacía llamar Yuki levantara su vista. Lo primero con lo que se topó fue con una pequeña vela encendida, siendo sostenida por una mano envuelta en un guante blanco.

—¿Ciel? —cuestionó, con ligera esperanza, queriendo encontrar la salvación en esa persona.

—¿Se encuentra bien, señor? —En su lugar, otra voz inundó el ambiente, empezando a ser alumbrado por la pequeña llama milagrosa. Los ojos llorosos de Yuki trataron de captar algo, notando poco a poco la nítida imagen de un hombre atractivo de mayor edad, con unos ojos dorados tan perfectos que lo cegaron por unos instantes. Las pupilas del menor se dilataron, recordando vagamente a ese hombre, aunque nunca lo había visto en su vida.

—¡Claude! —exclamó el chico, con completa emoción de tenerlo cerca, las lágrimas empezaron a retumbar en la oscuridad al caer al vacío. El menor corrió, para poder enredar sus brazos alrededor de una de las largas piernas del mencionado—. Claude, no me dejes solo —murmuró el chico llamado Yuki, frotando su mejilla con el pantalón negruzco del otro. Claude Faustus lo miró, sin decir nada, sólo atinando a retroceder, antes de forzar al otro a que se alejaran.

Ante esa acción, Yuki pareció tensar todo, empezando a temblar y temeroso de ser abandonado por su mayordomo de nuevo, como le había pasado hace mucho tiempo. Aunque nunca había visto a ese hombre en su vida.

En lugar de alejarse, el mayor se inclinó a su altura, cayendo de rodillas al piso. Dejó la vela de pie a su lado, y las pupilas temblorosas del chico llamado Yuki parecieron preguntar, cuando vio a Claude con su habitual gesto serio de siempre, empezando a mover sus lentes rectangulares de arriba a abajo, de una manera aburrida.

—¿Está feliz con esto? —preguntó, logrando que el menor arqueara sus cejas, dando una risa irónica entre sus labios.

—Tu sentido del humor sigue siendo igual de seco que tú, demonio tonto —afirmó, borrando poco a poco la tristeza en su rostro, dejando que las últimas lágrimas rodaran por su mejilla.

Claude guardó silencio por unos instantes. Lo miró fijamente, y Alois por fin notó lo impensable... ese demonio le sonrió, con completa palabrería sutil. Alois dilató su sorpresa, siendo verídico en cualquier sentido. Realmente no se lo esperaba.

—Claude.

—Nadie te ha dejado solo. Dime, ¿te gusta tu nueva vida? —Tan suave y distante, con dulces palabras que no lograron colisionar de forma correcta. Alois Trancy abrió sus ojos como platos, al no entender del todo lo que estaba ocurriendo a su alrededor.

Y de pronto, el recuerdo efímero terminó por expandirse, porque Alois Trancy había despertado, abriendo sus ojos, con la emoción al límite, dando un grito ahogado, estiró su mano al aire.

—¡Claude! —gritó, agitado, estirando su mano al techo. Sólo se topó con la blanca pared del techo, y por primera vez, quiso que la oscuridad se lo volviera a tragar, sólo para encontrarse con él de nuevo.

Al final, terminó por girarse, más confundido que de costumbre, pero con el latir de su pecho siendo tranquilo y sereno.

A lo lejos, viendo a través de la ventana, Claude reposaba cerca de un frondoso árbol en su forma demoníaca, Hannah a su lado miraba hacia el cielo estrellado. El pequeño deseo de Claude Faustus, el mayordomo de los Trancy, se había hecho realidad.

—No esperaba sobrevivir —afirmó la chica, ante la idea de simplemente haber estado cerca de la muerte. Hannah miró a Claude a lo lejos, viendo como éste se contenía para ir corriendo al lado del que en alguna otra vida fue su amo. No era la primera vez que tenía ese sentimiento, y todo se había intensificado cuando Ciel se presentó en la vida del chico que ya no era Alois Trancy.

Sonrió entre dientes, un poco irónica ante su propia suerte. Los demonios sí se podían encariñar de humanos, Sebastian era la prueba clara de eso, ahora también Claude, y ella también se podía incluir. Sin embargo, la forma en la que cada uno alcanzaba la felicidad era completamente diferente. Claude se dio cuenta demasiado tarde de sus sentimientos, ahora sólo podía mirar a lo lejos.

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