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Ese Demonio, Dudoso

—Parece que ellos trabajarán en silencio —informó el mayordomo al más bajo, dando una mirada seria y serena al otro que estaba a su lado. No pudo evitar mostrar una sonrisa completamente sincera, antes de nublar sus sentidos por el insaciable olor a sangre en el cuerpo de un casi humano.

Sebastian podía ser vulgar en algunas ocasiones, ocasiones como ésas, en las que el instinto primitivo parecía querer retomar su postura, después de la tremenda pérdida de una cena exquisita que preparó con mucho gusto. Ciel pareció notarlo, observando como los ojos ajenos se tornaban de un color brillante, encendido, y no parecían querer despegar su vista de su pie lastimado.

Ciel intentó retroceder, al notarlo por primera vez, por fin cayendo en la cuenta de lo que ocurría. Lo único que logró sacar fue un chasquido de lengua, su rostro inundado por el dolor y el ardor en la planta de su pie, al descubrirse una larga cortada, de un extremo a otro.

No se sentía en el derecho de reclamarle al mayor, justo después de que su cena terminó por ser estropeada.

Ahí Sebastian pareció regresar en sí, al escuchar a la persona amada siendo lastimada. Sus pupilas parecieron sufrir un fuerte cambio, y el sentimiento de incomodidad creció. Los instintos bajos de un demonio eran poderosos, tan fuertes que incluso podría terminar considerándose sólo un factor más de supervivencia en la cadena evolutiva. Algo como la selección natural. Quizás por eso se llevaban siempre los primeros puestos en cuanto a seres sanguinarios y sin emociones, tanto así, que hasta los mismos demonios se lo terminaron creyendo.

—Veo que está muy lastimado, joven amo. —Dedicó una sonrisa un tanto suave al más bajo en cuanto a estatura, Ciel pareció mostrar genuina sorpresa, sin poder bajar su pie al suelo por el ardor generado. El azabache amplió su sonrisa, tomó con sumo cuidado el cuerpo de su demonio y lo cargó entre sus brazos. Ciel pareció burlarse de él cuando lo vio realizar tales acciones—. Le curaré sus heridas.

—¿Pudiste reprimir tus instintos? —Se mofó de él, tratando de distraerse para apaciguar su dolor. Sin querer, un pequeño rubor en sus mejillas se presentó de repente, y se pudo abrazar sin ningún problema al cuello de su demonio, ocultando su rostro al recargarse en uno de los hombros.

—Sólo lo hice porque es usted —aludió, llegando hasta la cama revuelta del demonio al que servía, y sus suspiros enjaulados se soltaron, al notar ligeros rastros de sangre por las balas en su propio cuerpo. Lo sentó en una orilla de la cama, sonriendo cuando el adolescente quiso buscar con desespero más información acerca de esa respuesta tan directa. Sebastian sonrió al notarlo, y Ciel sólo pudo dar un gruñido, enrojeciendo con fuerza por sentirse descubierto.

Después de esas acciones, Sebastian se puso de pie, y salió de la habitación sin decir palabra alguna. El menor de los Phantomhive no quiso averiguar en ese sentido la forma en la que todo giraba, sólo siendo llenado por las voces molestas del shinigami rojo gritando estupideces, mientras era regañado por William. Hasta cierto punto, eso le parecía chistoso en ellos, parecían animados con la presencia ajena. ¿Él era así con Sebastian?

Sus irises bicolor notaron de nuevo su piel sangrante, y entendiendo de nuevo la cruda y amarga realidad: Sebastian no se había podido comer su alma, a pesar de todo lo que hizo, no fue una vez, fueron dos veces. Y cuando pareció cultivarlo todo a la perfección en el segundo intento, un demonio llamado Hannah llegaba como si nada y le otorgaba el don de la vida eterna.

Ciel volvió a sentir su estómago revolverse, y sus labios empezaron a temblar, en una sintonía tan fuerte y poderosa que sus inseguridades se fueron estrellando en su cuerpo. No era tan fácil para él aceptar la realidad, a pesar de haber tenido el don innato de poder adaptarse a los cambios y moldearlos a gusto, eso se le escapaba de las manos, porque era la primera vez que no buscaba su propio beneficio, más bien era el ajeno.

Por eso, cuando vio entrar de nuevo por la puerta a Sebastian, con una jícara llena de agua y un paño húmedo, no pudo evitar sentirse impotente, porque ni siquiera sabía nada de la raza demoníaca como para que pudiera hacer un gran cambio. No era el salvador del mundo, ni alguien muy importante, sólo era un demonio idiota que dependía de otro, jugando un estúpido juego de roles.

Se erizó, al sentir la mano enguantada rozando su piel herida, como si quemara, mientras los gritos se iban estrellando dentro de su rostro, porque el ardor era fuerte. Patético. Él era un demonio patético, ni siquiera podía soportar lo que para Sebastian sólo serían diminutos rasguños: ¡si hasta había soportado las balas como si nada! Él, con un sólo corte ya estaba muriéndose ahí. Se sintió tenso de nuevo, mostrando completa inseguridad enfrascada en su rostro, y un temblor inmaculado lo iba llenando. Michaelis pudo sentir su miedo, y otra vez, sus bajas tentaciones quisieron luchar contra él, para hundir a Ciel más profundo de lo que debería.

No sabía qué estaba pasando, ya que usualmente utilizaría ese método para aprovecharse en más de un sentido de esa persona, enterrándose en su piel, jugando con sus sentidos, acostándose con ésta si era algo necesario, para terminar refugiándose en la oscuridad, con una rara calma antes de la tormenta. Pero, con Ciel no era así, no podía hacerlo. 

Él disfrutaba el sufrimiento de los humanos, los veía como seres inferiores, pero interesantes, como si fueran unos saltamontes con los que nunca podrías atinar hacia dónde saltarán y por qué, le gustaba jugar con ellos, pero con Ciel no.

—Respondiendo a su pregunta anterior: sí, me hubiera gustado —habló de improviso, tratando de hacerle plática, sabiendo que en ese aspecto no podía mentirle, porque sentía que hacía algo malo y algo en su pecho se estiraba. Phantomhive dilató un poco sus pupilas ante esa afirmación, no pudiendo evitar sonreír con torpeza.

Al final, pareció terminar por soltar una efímera carcajada, logrando que Sebastian pareciera ligeramente sorprendido ante su cambio de actitud, y terminó por sonreír.

—No creo que ayude mucho, pero, haré lo que quieras para compensar eso —aludió con seguridad, mostrando completa seguridad y seriedad al expresarse así, frente al otro, olvidando por algunos momentos el tacto delicado de Sebastian sobre su piel lastimada, sólo adueñándose de su vista el pálido rostro atractivo del mayor mostrando completa curiosidad ante esa afirmación—. Incluso si necesitas algo de mí, yo te lo daré. Supongo que es lo mínimo que te mereces después de todos estos años de servicio.

—Entiendo, amo. Lo acepto. —Sebastian no pareció titubear ni una sola vez, a la hora de aceptar el trato, volviendo a sentir emociones que se asemejaban a un humano antes que a un ser desdichado del Infierno. Ciel pareció efusivo ante la idea, y sus cejas fueron arqueadas al verlo actuar de esa forma—. En ese caso, debido al permiso que usted me otorgó, ¿sería muy atrevido de mi parte pedirle que cierre sus ojos?

Ciel pareció dudoso ante esa petición, un poco desconfiado, y pareciendo arrepentirse de lo que había pedido. Sin embargo, su orgullo no le permitió retractarse, ni siquiera con su mejor jugada.

—Está bien. —Y dicho y hecho, cerró sus ojos.

El silencio inundó todo su espacio, mientras trataba de descifrar lo que ocurriría a su alrededor. No había rastros de que alguien le fuera a hacer algo, tampoco parecía haber ni un sólo movimiento: ¿qué demonios pasaba? ¿Acaso estaba jugando con él? ¡No lo permitiría! Y sin quererlo de nuevo, se empezó a molestar.

—Sebas-... —Su frase quedó a medio camino, al sentir una presión sobre sus labios, al mismo tiempo que una de sus manos era tomada prisionera por la del demonio al que le había confiado cada uno de sus dolores. Abrió sus ojos como platos, empezando a llenarse del color carmín entre sus pequeñas pupilas temblorosas, siendo inexperto en esa muestra de afecto, a pesar de no ser la primera vez que Sebastian y él se besaban. Sus bocas se separaron, con la agitación al tope y la sorpresa y el rubor acumulado en las mejillas níveas. Ciel empezó a explotar todavía más en rojo de lo que ya estaba, y colocó una de sus manos en su boca, con la sorpresa acumulada, al tiempo que se aferraba al agarre que mantenían una de sus manos en una unión tan pura—. ¿¡Por qué hiciste eso!?

—Vaya, ¿no lo vio venir? —preguntó, con un tono completamente burlón, que sólo avergonzó más al otro—. No pensé que usted fuera tan inocente, eso es encantador —aseguró, dando un ligero coqueteo. Ese coqueteo sólo logró que Ciel se alterara, alejando su mano de su boca y listo para arremeter con furia.

—¿Por qué no avisaste ant-...? —Volvió a callar, al sentir uno de los dedos ajenos rozando sus labios. El de hebras azules guardó silencio como un impulso, al poder divisar entre el atractivo rostro del mayor, un diminuto sonrojo en sus mejillas.

—Estamos jugando un juego de seducción, ¿no es así? Usted debe saber mejor que nadie que en estos casos, las oportunidades se deben tomar —acreditó, mientras sonreía con una timidez casi desconocida para él. Ciel pareció alterarse ante esa confesión, igual empezando a explotar como un fuego artificial al sentirse descubierto—. No pude devorar su alma, pero creo que eso es lo correcto, ¿usted no piensa lo mismo? Me pregunto si podría ser tan feliz como ahora si no estuvieras conmigo. Así que déjeme hacerlo feliz —pidió, ahora tomando ambas manos ajenas entre las suyas y las envolvía, en un modo de súplica. Ciel escuchó atentamente, no pudiendo creer que ese demonio realmente hablara en serio, pero era algo ¿bonito? Se sentía bien, definitivamente.

Ciel de pronto se soltó del agarre, y buscó en vez de eso, rodearlo, abrazándolo, incentivando a que el otro se acercara, volviendo a esconder su rostro en su abdomen.

En serio, nunca creyó terminar así con Sebastian Michaelis.

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