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Capítulo Único


En una habitación, que reconozco como mía pero que se siente totalmente ajena a lo que soy, solo puedo ser capaz de cerrar los ojos y respirar tranquila por última vez.

Son las 3:32 como lo marca el viejo reloj al lado de la cama, y contengo la respiración para poco a poco desviar la mirada a la pequeña y única ventana que hay en la parte superior de la pared que queda frente a mi; la negrura que cubre todo el exterior fuera de mi hogar siendo un escape a mi realidad.

Cuento en voz baja en un intento por distraerme como pasan los segundos, ignorando el hecho que debía estar preparándome mentalmente -si es que se puede llamar de alguna forma- a lo que va a ocurrir, a aquello que me va a ocurrir.

Mis dedos no paran de moverse sobre mi broche favorito, creandome un dolor innecesario en las puntas de los mismos, que me recuerda que sigo viva y que está por comenzar.

Como siempre hace.

Y por un leve segundo, uno minúsculo, contemplo la idea de que que no ocurrirá nada esta noche.

Pero es solo la esperanza marchita y desolada por los años que se niega a extinguirse, un grito en forma de susurro de lo que quiere mi corazón. Una realidad de la que no puedo huir y tampoco terminar de asimilar.

No obstante, todo sentimiento positivo queda postergado cuando a un lado de mi cabeza la corta alarma suena para recordarme que ya es hora.

3:33 am

Todo es muy lento y oscuro, la noche sin estrellas en la que sigo intentando concentrarme me provee de una vista majestuosa de la profundidad del lugar donde estoy. Sería un poco más feliz si pudiese apreciarla desde el exterior, con una taza de café y una manta, también sin el sentimiento de terror que me invade.

Por que cada noche desde que tengo 18 años repito esta experiencia, siempre a la misma hora y siempre el domingo.

Soy una Omega y está maldición de quienes son como yo.

Han pasado 7 años desde la primera vez que me enteré de lo que era, entendiendo que aquel lado sumiso con el que siempre luché tenía una explicación relativamente lógica. Sin embargo, entre cualquier posibilidad jamás pensé que yo me convertiría en parte de una leyenda.

Mi madre me había explicado, sentada en el rincón de la cocina, con su cabello sujeto en una coleta y sus rizos revueltos saltando entre espirales de tonalidades rojizas, su mirada ámbar conteniendo dolor y mucho miedo, como mi vida cambiaría, mientras acariciaba mis también alborotados cabellos. Aún admiro su gracia al usar palabras cautelosas para mí, mostrándome fácilmente la atrocidad que estaba por vivir, sin infundirme tanto miedo.

Solo que ese no era el momento para entenderlo.

Fue extraña la sensación de sentir que me sumergía en una pesadilla y el ambiente afuera era espléndido, un paralelismo que hasta el día de hoy me persigue.

Pero aquella no es la parte de la historia que me tiene en este momento paralizada, fue lo que en la noche entre susurros y pies descalzos me mostró. Algo que aún con el tiempo que ha pasado, cuando pienso o recuerdo, no puedo evitar asustarme.

Porque "eso" nunca cesa, nunca falla.

Tiempo después de que me dijera la verdad de mi condición y algunas reglas, mi madre me había dicho, sentadas en el centro de su gran edredón, acerca de "eso" y su visita, aún cuando tenía 12 años en ese entonces, pude entender que no era algo "bueno".

Ya que, si se juntaba con todo lo demás, podrían ser simples desgracias.

No estaba equivocada, ni tampoco me acercaba medianamente a la realidad.

Esa noche ella me pidió con cortos lamentos que fuese silenciosa, que observara y no dijera nada a nadie nunca de lo que estaba por presenciar.

Estando allí, las dos observamos como llegaba la hora marcada mientras ella me daba besitos en la cabeza. Siendo capaz de ver su mirada decaer segundos antes de que me direccionara al armario; dejando un último beso en mi frente antes de que cerrase las puertas y regresará a su posición en medio de su gran cama. Exactamente 3 minutos antes de las 3:33.

Desde allí oculta de todo y todos, observé, con mi mano sujetando fuertemente mi boca la tensión apoderarse del ambiente y de mi cuerpo.

Ella me había dicho que prestará aún más atención cuando la hora llegara y cuando lo hizó, no fue necesario mirar el reloj para comprobarlo; un escalofrío me recorrió la espalda y toda la habitación adquirió un silencio ahogado, hostigante y desagradable, que me confirmaban el comienzo.

Mi madre dio una última mirada, posando sus ojos hacia el armario y me dedicó una suave sonrisa justo antes de enfocar sus ojos a la ventana, de la misma forma que lo hago ahora.

Era Omega al igual que yo.

Sus ojos al instante se volvieron blancos y su cuerpo perdió todo movimiento, quedó estática. Desde mi lugar, si la miraba rápido, ella parecía dormida, sin embargo, su rostro... Su rostro mostraba dolor.

De una manera retorcida.

Nada ocurría, nada se oía, nada se movía, yo miraba atenta para entender que podía justificar la pesadez en mi cuerpo, pero al contrario de mi corazón agitado, todo estaba extrañamente detenido. Todo menos el tiempo, ese si seguía su ritmo sin barrera alguna. 

3:40

Cuando ese momento se hizo presente, como si de un sueño tratara, todo terminó haciendo reaccionar a mi madre de nuevo. Aún cuando le tomó casi 5 minutos más estabilizar su respiración y volver a la mujer que yo recordaba que era, todo se sentía extraño, como si algo faltara por explicarse.

Sus ojos acuosos al igual que sus mejillas se empaparon de lágrimas, los moretones de sus brazos y piernas surgieron segundos después.

Yo aún no salía del armario, cuando sentía mis propios mofletes ser bañados por agua salada, mis piernas no me respondían y aunque la excusa que me daba internamente erá el que esperaba a que mi madre me llamase o fuese de nuevo ella, la realidad era que yo estaba tan aterrada y fundida en miedo, que no podía moverme. Mi expresión era vagamente similar a la suya hace unos instantes.

Cuando finalmente me llamó a su regazo, reaccione letárgica, ella solo me explicó porque me era necesario ver eso. Sin previo aviso mi corazón se rompió.

Todo era por ser nosotras, tener nuestra sangre, tener nuestro maldito ADN cargado por la mierda de eso que nos hacía ser omegas.

Ahí me explicó que luego de esa noche me ocurriría a mí. No dentro de poco ni dentro de mucho, cuando cumpliera los 18 y que aquello no pasaría sino hasta que tuviera una hija y ella llegase a su mayoría de edad también.

Porque ella posiblemente sería Omega como yo.

Es paradójico, ahora que lo pienso, en ese momento no sabía nada de biología o de genes o por lo menos no más de lo básico. Pero esa noche mi mamá ya me estaba condicionando para también ser madre.

Tuve miedo, si, pero no tanto como ahora que conozco la realidad.

Ha pasado mucho tiempo y sigo teniendo miedo.

Sobre todo ahora que el escalofrío ha recorrido mi espalda como una manta cubriendome, significando que el irremediable suceso está por ser.

Suavemente como años atrás, comienzo a sentir como pierdo el control de mis extremidades, es como una capa espesa que me cubre lentamente hasta que me consume por completo, dejándome inmóvil.

Sin embargo, puedo sentirlo todo.

Una presión mayor se incrementa sobre mi escuálido cuerpo, este me oprime, me sofoca y solo quiero llorar, el terror recorre cada una de mis venas como si fuese mi sangre.

Luego el dolor. Me gustaría decir que es la peor parte pero es solo el inicio, este comienza en mis muñecas y se mueve por mi torso a mis piernas estancadose una gran parte en mi entrepierna.

Cuando llega ahí, a ese punto, es donde más me asquea ser yo.

La penetración inicial es tan vívida que siento mis entrañas contraerse en cuestión de segundos, pero las embestidas subsiguientes son tan duras y sin compasión, que solo puedo leer su intención de desgarrarme desde adentro; como si fuese culpa mía.

El dolor que me irradia se intensifica tanto en mi parte baja que quiero gritar para que pare. Pero no puedo moverme, no puedo respirar, no puedo reaccionar.

Espero entre lamentos mentales a que "eso" terminé para hacerme una pequeña bola  y dormir, porque aunque quisiera que las lágrimas expresen mi sentimiento, he llorado por tantos años que ya no tengo más y ya no quiero más. Incluso he llegado al punto de considerar que mi cuerpo se ha secado de tanto hacerlo.

3:40

Es hora, lo sé bien, conté los segundos.

La faena se detiene y una asquerosa sensación húmeda se posa en mi cabeza, sé que finalizará por fin, es tan agobiante sentir como me besa.

Cuando preveo que viene ese momento de paz, todo se va a la mierda.

A diferencia de los demás días quedó inmóvil por más tiempo y siento como baja lentamente hasta mis labios, de un movimiento rápido busco con mis ojos el reloj junto a mi cama y noto que ya pasó la hora y yo sigo de esta forma.

Comienzo a sentir el pánico inundarme y en un intento fallido de moverme le grito mentalmente a mi cuerpo que se mueva, sin obtener ningún tipo de respuesta. "Eso" sigue sobre mí, repartiendo más asquerosos besos y lengüetazos por sobre mi cara, cuello y abdomen.

Esto no ocurría, esto no debería pasar, ¿Porqué me pasa a mí? ¿Porqué tan solo no me mata y termina con todo?.

Los segundos de tortura son cada vez más largos y creo firmemente en mi cuerpo se romperá en dos. Pero antes de que la estocada final atraviese mi frágil carnosidad, todo termina;  tan rápido como empezó.

Aún sin poder moverme bien me levantó de forma apresurada teniendo mi respiración entrecortada y las lagunas que mi cerebro le crea a mi cuerpo solo aumentan, borrandome los momentos que pueden considerarse como peores.

Con las piernas débiles y apoyándome en lo que encuentro, me dirijo al baño, cruzando mi habitación y abriendo muy lento la puerta para no hacer ruido.

Finalmente me introduzco en el pequeño oscuro y frío cuarto, para dejarme caer de rodillas en las desgastadas baldosas.

Y lloró , lloró muchísimo, hasta quedar sin aliento como hacía años que no hacia, todo el odio y rencor brotando de cada uno de mis poros a mi genética, a las reglas, a mi familia, a mi maldita condición, a lo sumisa que soy y a lo que me es obligado cumplir.

Porque al final no es justo, no es justo conmigo o mi familia, no es posible que esta maldición me atormente tal y como miles de años atrás ha hecho con mis antepasados.

Porque no es justo que mis hijos también vayan a  pasar por esto.

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Mis ojos están húmedos y mi boca empapada, mi cabello cubre desprolijamente una parte de mi rostro mezclándose con el agua salada que destila mi frente por el esfuerzo.

Apoyada con las manos en el suelo, tomo fuerza y levanto una hasta la altura de mi boca para, con sumo cuidado, limpiar las comisuras de mis labios el vómito que he expulsado de mi cuerpo sin piedad.

Una mueca amarga se crea en mi rostro cuando al intentó de levantarme, se resbala un poco mi pie y caigo de nuevo sentada en el frío piso del baño. Intentándolo de nuevo, esta vez si logro ponerme de pie y con un poco menos de tensión, puedo descargar la cisterna para olvidar que ese era mi pobre almuerzo de la semana.

Aún con ese leve mareo que me ha tenido rondando, inconsciente vuelvo a posar la mano sobre mi abultado vientre mientras recojo mis pertenencias que quedaron sobre el suelo. Cada vez es más difícil hacer tareas sencillas como esta.

Mis ojos instintivamente rechazan mi silueta en el espejo, pues es imposible mirar y no asquearme con mi reflejo, porque está no soy yo.

Mis ojos son claros y atigrados, no este intento de café entornados en cuencas negras y protuberantes. Mis labios son rosas y esponjosos, no está fina línea llena de pequeños trozos de piel y parches de sangre secos. Mi piel es sedosa y blanca como el azúcar, no traslúcida y sin vida.

Yo soy alguien independiente y no alguien quién tiene un embarazo indeseado.

Mucho menos soy alguien gestante de un ser abominable y despreciable, proveniente de un rostro sin nombre, un tacto sin cuerpo y un "algo" al que no puedo llamar mi padre.

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