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5-Intento, caída, castigo.

Cornal me guió a las afueras del pueblo luego de almorzar. Era momento de comenzar el entrenamiento, y me encontraba más nervioso de lo normal. Allí, esperaban seis Esenciales además del Encendedor.

El terreno pedregoso, sobre el cual se había construido el pueblo, se extendía varios metros a la redonda del mismo. El mineral que brindaban energía al pueblo. Tenía el mismo que el cielo despejado por la noche, aunque sin las estrellas. Bueno, de ser así no estaría despejado. Como sea.

Más lejos, en los bordes, la tierra pasaba a ser como era en su mayoría en las Tierras Materiales. Árida, áspera, ocasionalmente decorada con oteros, depresiones y cañones poco profundos.

—Como bien sabrás —habló Cornal—, yo soy un Encendedor, un tipo de Esencial que siempre está en el centro del pelotón que incorpore. Normalmente debe ser un grupo más grande, pero como no son necesarios para la misión de entrenarte, serán estos seis.

Los señaló, y estos asintieron.

—Zarode TorinVen —me presenté formalmente.

—Los nombres no importan de momento, y el tuyo mucho menos —habló Cornal sacudiendo la mano—. Sólo recuerda sus funciones. Ya sabes lo que hace un Encendedor y un Gasificador. ¿Qué más sabes?

—Los Solidificadores pueden crear armas con las Esencias que consumen, y los Liquidificadores pueden convertir su cuerpo en agua —respondí.

—Sí, con saber eso eso es suficiente —dijo Cornal—. Visten siempre de acuerdo a su color, marrón, azul y verde —agregó mientras los señalaba.

—Los Encendedores en cambio van de negro. Los cuatro tipos llevan guantes, pero los Encendedores los usan con la palma abierta —respondí.

Cornal alzó la mano derecha para enseñarla. Como todos los demás Esenciales, el guante de cuero negro estaba cargado de Esencias en el dorso, brillando con luz propia. La diferencia con los demás era que las palmas de los guantes, dejaban ver su piel.

—Correcto. Tu entrenamiento comenzará ahora, y no terminará hasta que yo decida que estés listo, o mueras en el intento. No acepto cuestionamientos a mis decisiones, tampoco sugerencias, ni racionamiento de otras perspectivas.

"No me interesa cuánto llores, supliques, te arrastres ni ruegues, mis opiniones están fundamentadas en años de entrenamiento y experiencia. ¿Entendido?

—Entendido —respondí, deseando estar más seguro de mis palabras.

—Soy tu superior al igual que todos los de este pelotón, y lo seremos durante mucho tiempo, por lo que te dirigirás a nosotros con decoro militar, o recibirás un castigo. Te daré una oportunidad, responde adecuadamente a mi anterior pregunta.

—Sí... quiero decir, entendido, ¿señor?

—Eso está mejor —dijo cambiando su vista al horizonte—. Para comenzar el entrenamiento, iremos a esa montaña de allá —dijo Cornal señalando al este.

No hubiera sido un problema muy grave de no haber sido por que todos los Esenciales del pelotón se pusieron a correr hacia la zona señalada.

Solo Cornal y yo nos quedamos quietos, aunque el lo hizo sólo para esperarme.

—Corre niño, como si tu vida dependiera de ello.

Lo miré algo desorientado. Mientras pasaba a mi lado y se echaba a correr.

—Es que lo hace —respondí, cuando ya no podía oírme.

Lo seguí apretando el paso o al menos lo intenté. Salimos de los caminos principales, llegamos a las zonas mineras, sobrepasándolas e internándonos en terreno montañoso.

El cansancio me sobrevino antes de los veinte minutos de carrera. El sudor empapó mi remera haciendo que el vendaval descendiente de las montañas calara aún más en mí. Cornal en cambio se veía impecable, al igual que todos los Esenciales.

Reducían el ritmo cuando no podía igualar el paso, pero no se detenían nunca. Una hora entera, donde lo único en lo que pude centrarme fue en seguir los pasos del grupo y no caer desmayado. Nunca había sentido nada igual en las piernas ni en los pulmones.

Una vez llegamos al pedregoso sendero de un cerro arisco, el paso se redujo a una caminata. Mis piernas apenas podían seguir el ritmo, y parecían gritarme: "Madre te avisó que no aguantarías".

Durante la caminata pude centrarme nuevamente en el pelotón de los Esenciales, e intenté reconocerlos por las características que Cornal narró. Había dos mujeres vestidas de azul, y sus pieles bronceadas brillaban a la luz del sol. Una era la mujer que había escoltado a madre durante sus visitas al hospital (también fue la que llamó a las enfermeras). Uvar, oí que la llamaban. La otra tenía el cabello gris claro y moteado, y unos ojos cargados de pena. Sí, me estaba mirando con más condescendencia de la que me gustaría. Ellas eran las dos Liquidificadoras.

Luego estaba Feldes. Con su imponente tamaño, era increíble la velocidad a la que podía correr. Hablaba de cerca con un hombre que llevaba las mismas vestimentas que él, ligeras, pantalones marrones y sin armaduras o armas, Solidificadores.

Nos detuvimos frente a una gran pared de roca natural, casi de la misma altura que el Intermedio Inmaterial. Estuve a punto de bajar una plegaria a todos los minerales para que nadie diga nada como...

—Bien, vamos a escalarla —Se me adelantó Cornal. Los demás asintieron, esperándose quizás que lo dijera.

—¿Puedo adelantarme? —habló alguien desde detrás mío.

Volteé, encontrándome a un joven casi tan bajo como yo. Tenía ropaje verde y una lanza a la espalda, un Gasificador. De tan cabizbajo y encorvado que andaba, solo pude ver su cabello tricolor, parecido a una roca negra con moho y zafiros. Guau, pésima descripción.

—No, Criscoc —respondió Cornal—. El niño irá primero —agregó.

Criscoc bufó. Su ropaje verde aleteó cuando se dio vuelta, se parecía al los berrinches que los niños del orfanato hacían.

Luego caí en cuenta de las palabras de Cornal. "¿En serio espera que escale esa muralla de perdición y puntiagudez?". Pensé con las palmas de las manos ya sudando.

Recorrí con la mirada lentamente a todos los Eseciales. Feldes y el otro Solidificador asintieron en mi dirección, Uvar miraba el muro casi con la misma resignación que yo. Su compañera Liquidificadora estaba allí, dándome una penosa sonrisa de aliento que no llegaba a sus preocupados ojos.

Desvié rápido la mirada de ella. "¿Qué le pasa a esa?" Pensé, notando mis mejillas calurosas. Fijé mi mirada en el último Esencial del escuadrón, también de ropaje verde y lanza al lomo, un Gasificador.

Miraba con duda a Cornal, y por un momento creí que bajo ese cabello aquamarino y fornido cuerpo se encontraba la voz de la razón. Un enviado por los minerales para salvarme.

—Cornal, ¿en serio? —preguntó.

—¿Algún problema, Zois?

"Si, dile Zois, dile que está loco". Lo alenté en mi cabeza.

—Sí, esto es más aburrido que una mina abandonada, ¿por qué no buscamos Residuos para pelear? Eso le servirá más al nuevo.

"Cállate Zois, sólo cállate, por favor".

—El niño no puede pelear aún y lo sabes, es un Encendedor —respondió Cornal con un suspiro hastiado. Parecía una escena cotidiana.

—Cornal quiero pelear, ¿arriba hay Residuos? ¿Vamos a pelear al llegar? —preguntó ignorándolo.

Cabe destacar que me sorprendí bastante por la falta de "decoro militar".

—No, no vamos a pelear hasta que el niño esté listo para hacerlo, ahora cállate —ordenó Cornal.

Zois inmediatamente reparó en mí, y he de decir que si ya estaba asustado, ahora estaba peor. Sus ojos eran despectivos, penetrantes, cargados de agresividad. "¿Qué no hay uno cuerdo entre ellos?". Pensé, ignorándolo a duras penas y caminando hacia el despeñadero.

Oí pasos acercarse desde atrás y volteé esperando cualquier tipo de ayuda o consejo. Cuando me encontré con la chica de mirada condescendiente y casi bufé.

—Mi nombre es Caliza —se presentó sonriendo—. Ignora a Zois, sólo le interesa matar Residuos.

—Bueno, al menos sus gustos coinciden con su trabajo —dije sin pensar.

Giré a mirarla cuando entendí que había sido irrespetuoso, pero no pude sostener la mirada a sus ojos grises. Tampoco entendía por que me incomodaban tanto.

—Lo siento, aceptaré su castigo —murmuré enojado, sólo que el enojo iba dirigido hacia mi mismo.

—Puedes llamarme Esencial Caliza, y no te preocupes por el castigo —respondió ella amablemente.

—Entendido, Esencial Caliza —respondí aún más avergonzado.

Luego de un silencio incómodo, volvió a hablar.

—Los entrenamientos de los Encendedores son muy duros, pero no te preocupes, no morirás —dijo Caliza—. Quizás sientas que lo harás, quizás lo prefieras, pero no lo harás... al menos no tan fácilmente.

Se veía satisfecha con sus palabras de aliento.

—Gracias, Esencial —respondí con duda.

Desde atrás, Cornal me llamó la atención.

—¿Vas a subir hoy?

"Genial".

—Sí, señor.

Me acerqué temeroso a la muralla natural. Como todas las Montañas en las Tierras Materiales, brillaba a la luz del sol, cargada de esquirlas minerales. Entre sus grietas, los protsteelers chirriaban y recolectaban pequeñas de las cuales luego se alimentarían.

Comencé mi escalada asiéndome con ambos brazos, luego una pierna, luego la otra.

—Bien hecho niño, solo te faltan unos cien metros —dijo Cornal.

Enojado y envalentonado por su comentario, repetí el proceso, alejándome más del suelo, y luego otro poco más. Era la parte relativamente fácil de la escalada, ya que la verticalidad aún no llegaba a su máximo esplendor. Aún así, antes de poder separarme si quiera dos metros del suelo, mis manos sudorosas resbalaron y caí.

No pude voltear del todo para protegeme con los brazos, y aterricé en mayor parte con el hombro y cadera izquierdos. Oí murmullos, y avergonzado me incorporé lo más rápido posible.

—¿Algún hueso roto niño? —preguntó Cornal.

—No —respondí apurado.

—Perfecto —dijo dándose vuelta y mirando al pelotón. Señaló a Caliza —. Elige dos castigos.

—¿Qué? —pregunté indignado— ¿Un castigo por no subir a la primera?

—Tres castigos, Caliza. Uno por no conseguir subir, y dos por dirigirte a mí como si fuera un amigo tuyo —respondió Cornal.

"Cuarzos, lo olvidé".

—Cinco flexiones por la caída, y cinco más por cada omisión de respeto a la jerarquía —habló Caliza.

—¿No te parecen pocas? —preguntó Cornal alzando las cejas.

—Desconozco su fuerza, si lo cansamos pronto habremos venido en vano —respondió ella.

—Buena respuesta —admitió Cornal—. Quince flexiones niño, ¿qué esperas?

Hice las quince flexiones, sintiendo apenas las últimas dos como un reto. Luego me incorporé.

Cornal me indicó nuevamente la escalada, y volví a intentarlo.




Intento, caída, castigo. Intento, caída, castigo. Intento, caída, castigo. Intento, caída, castigo. Intento, caída, castigo.

Perdí la cuenta de las veces que repetí lo mismo. El sol comenzaba a ocultarse, mientras que yo era incapaz de pasar de los diez metros. Por lo menos, mis caídas más altas, eran amortiguadas por los Gasificadores. Se sentían solo como si cayera desde dos metros, lo cual seguía siendo inhumanamente doloroso.

Caía por que fallaban mis manos sudorosas, resbalaban mis piernas cansadas, cedían mis antebrazos, se entumecían mis músculos, me distraía con algún bicho, o por que miraba hacia abajo y el vértigo apagaba mis sentidos.

Siempre había algo, siempre caía. Y los castigos por caer los impartían todos los Esenciales, menos Cornal.

Feldes y Espinel pedían veinte flexiones siempre. Cuando Cornal preguntó, respondieron que era el número de flexiones estándar para los soldados.

Caliza siempre encontraba una excusa para que yo haga diez flexiones, o cuando veía mis brazos temblar, pedía sentadillas o abdominales. Odié su consideración al comienzo, pero los respiros que me brindó evitaron que me desplome a la hora de entrenamiento.

Uvar pedía siempre quince flexiones, le dijo a Cornal que no tenía sentido pedir menos, ya que era imposible que llegue a la cima por descansar un poco, y que pedir más solo lo fatigaría para el día siguiente.

Los castigos de Zois eran volver a intentar la subida de inmediato. La razón que dio fue: "entre más rápido llegue a la cima, más rápido podremos ir a matar Residuos"

Criscoc negoció sus castigos con Caliza (que buscaba aligerar su carga) y Zois (que buscaba que termine rápido). Por lo cual, los dos se intercalaban para impartir los castigos que debían tocarle a él. Cuando Cornal preguntó la razón, Criscoc respondió que las ideas de los demás siempre eran mejores que las suyas, por lo que relegar era mejor.

El entrenamiento se dio por concluido cuando fui incapaz de completar diez flexiones, que Caliza me había impuesto como castigo. Le había dicho a Cornal que según estudios era importante reducir lentamente el esfuerzo antes de terminar el entrenamiento. Yo no sabía si se inventaba las cosas, pero Cornal no ponía objeciones.

Cuando caí, fui incapaz de moverme. Casi todos los músculos de mi cuerpo chillaban de dolor, y los que no lo hacían era porque no los sentía. "Por fin terminó... cuarzos, ¿tengo que hacer esto mañana?". Casi lloré al pensarlo, ¿o quizás es por el alivio?

—Bueno mocoso, es hora de volver a casa para descansar.

—¿Hmm...? —dije, con la cara pegada al áspero y frío suelo montañoso.

—Levanta, caminemos hasta el pie de la montaña, eso hará que tus músculos se relajen.

Asentí y los seguí. Caminar realmente fue relajante, por la brisa, por los últimos resquicios brillantes de la montaña, y los ocasionales árboles decorando el paso.

Cuando llegamos al pie de la montaña, toda relajación terminó.

—Vinimos corriendo, nos vamos corriendo, mocoso.

"Tiene que estar mintiendo". Pensé, pero los Esenciales echaron a correr.

—¿Señor? —En mi mente estaba insultándolo y al mismo tiempo pidiéndole clemencia.

—Corre niño, corre como si tuvieras que ir a defender tu pueblo de otro ataque de Residuos —dijo Cornal siguiendo a los demás.

Por más que hubiera preferido tirarme de cara al piso, hice todo lo posible por seguirlos.

Emprendí un trote ligero, sintiendo las piernas de gelatina a cada paso que daba, pero intentando acelerar progresivamente. Cuando sentía que iba a caer por el cansancio, reducía la velocidad, y sin detenerme volvía a aumentarla. Los alcancé luego de diez minutos. Los Esenciales claramente redujeron el ritmo para esperarme.

Sentía ampollas en los pies, que probablemente se habían formado de ida a la montaña, y dolían ahora que intentaba volver al pueblo.

—Tomaremos un camino distinto, más corto —habló Cornal en mi dirección.

Luego de eso, el equipo se dividió. Feldes y Espinel siguieron derecho, y los demás viramos por el nordeste. El camino se volvió irregular, de hecho dejó de ser un camino.

Llegamos pronto a los cañones. Altos acantilados, en cuyos fondos, el agua corría a corrientes desbocadas. De hecho, éste desembocaba en un amplio lago que luego fluía para brindar agua a al pueblo de Torin.

No necesité muchas explicaciones para saber lo que Cornal tramaba.

—Lo siento señor, no creo estar en condiciones de aguantar una bajada así en este momento —dije intentando que mi voz saliera con potencia.

—Bien dicho, niño. Hubiera sido increíble si alguien aquí te lo preguntaba —respondió Cornal, con una mueca lobuna.

Luego, unas manos me empujaron hacia el cañón. Fui incapaz de detener la caída, y me precipité al vacío. Grité mientras caía, pensando en la inminente muerte que tendría al impactar contra una de las rocas. Cerré mis ojos con miedo, hasta que sentí tocar tierra. Aún vivo.

Miré a mi alrededor sorprendido, y dos halos verdes se separaron de mi cuerpo, transformándose en humanos. Zois me miró con una sonrisita, y Criscoc no me miró. Estábamos en un saliente de cañón, aún muy lejos del fondo.

—¡Salta por tu cuenta esta vez, e intenta aterrizar con más gracia! —gritó Cornal desde arriba, y se lanzó al vacío.

Los Gasificadores cambiaron de forma y fueron tras él, envolviéndolo y ayudando en su aterrizaje. El Encendedor bajó como nueve metros de golpe. Caliza y Uvar, en cambio, se lanzaron al mismo saliente en el que yo estaba, aterrizando los cuatro metros de altura con gracia felina.

—¿Cómo...?

—Aún tienes mucho que aprender sobre las habilidades de los Esenciales, no te precipites —dijo Caliza. Uvar asintió en aprobación.

Mis piernas aun temblaban por el susto, pero Uvar lo ignoró y me indicó el siguiente saliente. Estaba varios metros más abajo, y la distancia bruta que nos separaba era de quizás seis o siete metros. No sólo debía aterrizar en el lugar adecuado, lo primero era alcanzar el saliente.

—Sientes que ya no puedes, ¿no es así? —dijo Caliza suavemente, posando su mano en mi espalda.

—Como dije antes, Esencial Caliza, mi cuerpo no está en las mejores condiciones —respondí rozando el hartazgo.

—No te preocupes. Los Esenciales apoyamos a los Encendedores —dijo dándome palmadas en los hombros—. Somos su apoyo, sus brazos, sus piernas... su valentía.

Me empujó.

Grité en el aire mientras movía los brazos, buscando llegar al saliente. No lo alcancé, y seguí en caída libre luego de pasar a un brazo de largo. Pero Caliza tenía razón; no estaba sólo.

Los Gasificadores se envolvieron en mí, llevándome a una pared vertical, me pegaron a ella por unos segundos. Antes de caer nuevamente, empujé la pared con ambos pies, lanzándome a un saliente más abajo. Aletee y grité mientas caía, y creí  sentir el aire mas denso entre mis dedos y pies. A llegar, los Gasificadores hicieron nuevamente que mi aterrizaje sea pleno. Cornal me miraba desde arriba con una sonrisa amplia.

Miré el halo verde que me envolvía; Criscoc y Zois. Confiar era algo complicado, pero llegados a ese punto, todo era cuesta abajo.

—Eh... Voy —avisé asomándome.

Volví a saltar, esta vez, llegué más pulcro al objetivo, y una ligera sonrisa de triunfo adornó mi rostro. He de admitir que me llenó de valentía.

Mis saltos eran cada vez más amplios, y si no llegaba al objetivo, los Gasificadores me acercaban. Si no lo alcanzaba igual, me pegaban a la pared para elegir otro objetivo. Los aterrizajes aún así eran dolorosos... pero la sensación de seguridad era increíble. "Estoy confiando en un adicto a matar Residuos y en un chico tan parco y cabizbajo que no se le ven los ojos". Pensé con euforia.

A medida que descendíamos por el cañón, el frío se volvía más gélido, y las fuertes corrientes de agua quebraban el silencio chocando con los costados de piedra.

No hizo falta que Cornal dijera nada. Una vez todos estuvimos reunidos frente a la corriente de agua, Cornal le dedicó una mirada a Uvar y saltó al agua.

La Liquidificadora quebró rápidamente una Esencia, y luego su cuerpo se convirtió en un ente gelatinoso que se envolvía alrededor del Encendedor.

Caliza me miró sonriente. Ésta vez, la sonrisa era más genuina.

—Estoy tratando de decidir, Esencial Caliza, si los Encendedores somos unos mimados.

—Están en los dos extremos —respondió ella sonriente—. Tienen que darlo todo, y nosotros también daremos todo por ustedes.

Asentí y vi como Caliza quebraba una Esencia de su guante bajo su nariz, y luego la inhalaba. Salté al agua, y la Liquidificadora se pegó a mi lomo como una mochila. Luego, dejé de sentir que el peso de su cuerpo me hundía. Se había transformado en la misma sustancia acuosa que Uvar, y rodeaba mi cuerpo como un chaquetón de agua.

El frío me arrebató el aire, y sentía una fuerza moverme dentro del río, evitando que golpee las rocas o me desvíe hacia zonas poco profundas. Era Caliza, guiando el camino en su líquida.
Serpenteamos en el fondo del cañón,  sintiéndome como dije antes, bastante más mimado de lo que me gustaría.

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