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4-¿Quién está capacitado para sufrir?

Los días que siguieron de mi recuperación fueron tensos. Intentar convencer a madre que había decidido marcharme del pueblo y entrenar para ser un Esencial, era una misión imposible.

Ella me había criado, y me conocía de pies a cabeza. Ella sabía que a pesar de ser ágil me cansaba con facilidad, que mis dedos eran torpes, que a veces me distraía con un bolsa de basura que rodaba en la calle y que a veces me enfocaba tanto en algo que perdía la noción del tiempo. También sabía que los Residuos me aterraban hasta hacer que me resultara complicado dormir.

Y me había relatado cada deficiencia mía intentando convencerme de que no era capaz de lograrlo, y que debía elegir quedarme en el orfanato. Que debía estudiar algo referente a las artes las cuáles eran mi fuerte.

Yo escuché atentamente cada una de sus palabras y expectativas sobre mí. No me molestó que dudara de mi, que me considerara un ingenuo por mi decisión, ni que creyera que quedándome a estudiar y ayudar al orfanato tendría una mejor vida. Aunque claro está, era difícil debatir con ella cuando yo mismo creía que todos sus argumentos eran válidos, y que cada uno por si sólo eran suficientes para hacer que yo me eche para atrás.

No me molestó. Sabía que lo hacía por miedo a perderme. Tenía miedo que yo sea otro niño de los que se embarca en la travesía de los Esenciales, y que termine volviendo al pueblo para ser velado en un cajón decorado de rubíes y honrado por su servicio. No sería la primera vez que pasaba.

Lo que si me enojó fue cuando el tercer día de mi recuperación volvió a mí habitación (escoltada como siempre por Esenciales) con un nuevo plan para persuadirme.

—¡Escúchame Zarode, por todos los minerales! —pidió, y sus aretes de esmeralda se bambolearon al son de sus agresivos gestos—. Aún tienes una vida entera por vivir, hijo, y cientos de lugares por conocer.

—Lo sé madre —respondí.

"En serio que lo sé".

—Tus pinturas son buenas Zaro, imagina si pudieras viajar, conocer las Tierras Materiales, ¡pintar en tus lienzos aquellas obras de arte como las que me regalaste!

Cada palabra me hacía querer gritarle. Gritarle que se callara, que no podría entender como me sentía, que de estar en mi posición haría lo mismo.

—¿Quieres ser como ellos? —gritó tomando mis manos— ¡Míralos hijo! —apuntó a los escoltas—. Seres sin sentimientos que ni se inmutan al ver a una anciana como yo luchar por no ser despojada de sus diamantes en bruto.

"Están aquí imponiendo su presencia, presionándote para que no pienses con claridad.

Nuevamente tenía razón en todo. Bueno, en casi todo. Los Esenciales estaban para evitar que yo divulgue información clasificada. "Quizás hasta me asesinen si lo hago. Esa chica bronceada y de cabello verde, era una Liquidificadora. Podría asesinarme sin que la viera moverse. Y ese otro... definitivamente lo vería, cuarzos, ese Solidificador tiene que agacharse para pasar por las puertas". Pensé.

—Ellos son buenos, Madre, combaten a los Residuos por nosotros —respondí unos segundos tardes por la distracción.

Su rostro se descompuso aún más, si es que eso era posible. Las arrugas en su frente formaban montañas poco onduladas, encimadas entre sí que... "Basta, para". Intenté centrareme, pero últimamente los nervios me ganaban fácilmente.

—¿Ah si? —respondió ella— ¿Y por qué no salvaron a tu hermana? —preguntó.

Lagrimones se deslizaban por sus deterioradas facciones, pasó del enojo a la tristeza en instantes.

Claro, a efectos de la confidencialidad, el estado de Dozera era "desaparecida". Aunque muchos la daban definitivamente por muerta. Una de las cosas que más me rompía el corazón era que el pueblo de Tori revolvía cada escombro posible, buscándola.

—¡Tu hermana, Zarode! —sollozó— No la traerás de vuelta hijo, no tiene sentido hacer esto.

—Lo sé —mentí apretando los puños. Aunque quería negarlo por completo y decirle que ella estaba viva, no podía hacerlo.

"Se equivoca, se equivoca". Me repetí intranquilo.

—Ella no querría que lo hagas —dijo Madre—. No tienes que vivir el sueño de tu hermana ahora que ella ya no está.

Estallé.

—¿¡Cómo puedes saberlo!? —grité, sobresaltado a todos— ¿Por qué crees que la conoces mejor que yo?

"Nos conoces, es cierto. Nos criaste y nos cuidaste, ambos te lo agradecemos siempre. Pero lo único que Dozera quería es que los dos estemos juntos. ¿Si ella ya no está, no debería seguirla?

Los Esenciales se pusieron en guardia ante mis palabras, y entendí tarde que me pasé de boca.

—¿Cómo puedes decir eso Zarode? ¿Cómo puedes desear tu propia muerte? —se escandalizó—. No puedo perderlos a ambos así...

Los Esenciales volvieron a relajarse, con un largo suspiro agradecí que madre malinterpretara mis palabras. Estaba cansado de esto, cansado de la misma rutina en la que debía oír a madre rogar que me quede. Y lo peor de oírla era saber que sus argumentos son los mismos que me gustaría utilizar a mi para negarme.

Por eso improvisé sobre la marcha, y aunque mi llanto era real, tuve que mentirle a Madre, encogiendo mi propio corazón.

—¿Entonces es por eso? —pregunté— ¿Sólo debo quedarme para llenar el hueco de Dozera?

"Más enojado, miente más". Me reprendí.

—¿Qué dices hijo? Eso no...

—Yo no puedo ser ella, madre. Nunca podré ser una pizca de lo que mi hermana era. ¿Quieres que me quede, a que todo el mundo me mire con pena?

"¿Aunque en el fondo toda esa gente esté pensando que si de desaparecer alguien, debía de haber sido yo? Aquí ya no tengo nada que hacer madre, no puedo quedarme cuando Dozera está en cada rincón del orfanato.

—Estás desvariando Zarode, no puedes pensar así —respondió ella mirándome a los ojos.

Unos ojos pardos, penetrantes y analíticos que alguna vez hicieron juego con su ahora canoso cabello.

—Y quizás si quiero morir —hablé sin saber que tanto había de mentira allí—. Quizás es lo que merezco por no haber sido capaz de ayudarla. De haber sido más fuerte, ella aún estaría aquí —dije cabizbajo.

—La culpa no te llevará lejos hijo mío —pidió ella consternada.

Miré a los Esenciales antes de responder. Para madre sonaría como un suicida, y a ellos los pondría tensos nuevamente.

—Quizás mi destino sea reunirme con ella, madre —dije pegándome a la pared.

Como predije, los Esenciales me miraron con atención. Madre en cambio se llevó la mano al pecho, con la respiración entrecortada.

La observé por unos segundos; parecía querer hablar, pero las palabras se atoraban en su garganta, convirtiéndose en meros quejidos incoherentes.

—Zaro, niño mío —pidió una vez más, pálida como el ópalo blanco, estirando su mano hacia la mía.

Me alejé de ella.

Y dolió. Tanto como si mi pecho fuera una mina de diamante, en la cual cientos de personas estuvieran trabajando. "Como si no les importase romperlo todo de mí para arrancar lo que consideren valioso". Llegué a pensar antes de darme cuenta que estaba haciendo comparaciones estúpidas con tal de no mirarla.

—Sólo vete, Madre. No cambiaré de...

Me callé al verla. Su mano temblorosa quedó en el aire frente a mí, sus ojos cristalizados y el rostro descompuesto en una mueca de dolor. Las respiraciones más entrecortadas aún, y una profusa tos seca. Estaba mal, muy mal.

—Iré a buscar ayuda, Feldes —dijo la Liquidificadora.

El otro se acercó a Madre y la recostó en la silla con calma. Colocó dos dedos sobre su cuello y le susurró al oído algo que no alcancé a oír.

—¿Qué tiene? —pregunté aturdido.

—Silencio —respondió mirándome.

Por primera vez vi una expresión en su rostro: Enfado. Volvió a fijarse en madre, mientras acariciaba su brazo izquierdo.

Unos instantes más tarde, el personal del hospital ingresó a la habitación; dos mujeres vestidas de blanco, (una de ellas más mayor, con una bata que le llegaba a las rodillas). Y dos jóvenes empujando una camilla.

Me levanté con dificultad para acercarme a ella.

—¿¡Qué tiene!? —pregunté mientras se la llevaban. Aún cojeaba y me costó seguirla.

Todos me ignoraron, menos el Esencial, que me retuvo de la camisa y me lanzó nuevamente a la cama. La puerta se cerró, dejándonos a ambos en la habitación.

—¿Qué ocurre contigo? —grité intentando levantarme.

Cada vez más expresivo, Feldes me miró con rabia en los ojos. Quise empujarlo y seguir a madre, pero él me detuvo con un fuerte golpe en la boca del estómago. Jadeé sorprendido, y un tirón de mi camisa me devolvió a la cama con un estruendo.

—Estabas haciéndolo bien niño —dijo—. Sólo tenías que aguantar dos días más, pero fuiste un completo cabeza de carbón que se dejó llevar por sus emociones.

Lo miré con el ceño fruncido, y sin poder respirar con normalidad.

—¿Qué saben ustedes, de corazón opaco, de los sentimientos? —respondí apretando los dientes.

Él negó con la cabeza.

—Quizás no sepamos de eso, o quizás lo hayamos olvidado con el paso de los años. Pero si sabemos de aguantar y resistir aunque todo parezca perdido. No pudiste aguantar tres días de quejas —dijo acercándose a mi— y en el futuro estoy seguro que no podrás aguantar tres días de batalla.

—Déjame en paz —dije temeroso por que vuelva a golpearme.

Se acercó y me tomó de la camisa, con ambas manos. Antes de hablar, me zarandeó como un buscador de oro a su batea.

—¿Quién está más capacitado para sufrir, mocoso?

La pregunta me descolocó, y segundos después comprendí la razón verdadera de su enojo.

—¿Crees que la respuesta es que todos menos tu? —dijo soltándome con asco—. Tú eres quien debe sufrir antes que todos los civiles, y los demás tenemos que morir para que ustedes sigan sufriendo.

No reaccioné.

—Si no estás dispuesto a hacerlo, muérete ahora, evítanos perder el tiempo entrenándote, y evítanos perder buenos Esenciales por tu cobardía.

Luego de eso, salió de la habitación, dejándome sólo con mi arrepentimiento.

Más tarde me enteré que madre estuvo a punto de tener un infarto, y que había sobrevivido debido a la rápida acción de los Esenciales. También me aseguraron que no habría secuelas graves, pero la culpa no desapareció aún así.

No dejé de darle vueltas a las palabras del Solidificador. Me había equivocado a lo grande, pero poco a poco comencé a entender el pensamiento que tenían los soldados. "A pesar de sus parcos y serenos rostros, la Liquidificadora se preocupó por madre". Pensé al recordar su rostro mientras avisaba que iría en busca de ayuda. Y Feldes se enfureció conmigo por la forma en la que actué.

Aceptando mi propia estupidez, entendí que Feldes tenía razón. Si alguien debía sufrir, ese sería yo. Al final, no podía compartir mi responsabilidad con nadie más que conmigo mismo.

"Excepto quizás con la gente que moriría por mí". Pensé, y me asquee por la sensación de seguridad que me dio pensarlo.

Ese día comencé a hacer (por recomendación de las enfermeras) estiramientos y ligeras actividades físicas en mi habitación. Luego de dos días la inflamación de mis heridas desapareció por completo, y los medicamentos hicieron efecto en mi adolorido cuerpo, dejándolo sano aunque débil. No comprendí si mis heridas eran más leves de lo que creí en un principio, o si el hecho de ser un Esencial había cambiado algo en mi cuerpo.

Madre nunca volvió a visitarme para pedir que cambie de opinión. Quizás por que en el hospital no le permitían excederse debido a su estado de salud.

Volví a ver a Cornal exactamente luego de cinco días. Llegó una tarde con su habitual aspecto imponente y su salvaje cabello castaño. Me encontró haciendo los estiramientos recomendados por las enfermeras para recuperar mi movilidad y fuerza.

—No te mataste.

No fue una pregunta. Lo dijo como si fuera una sorpresa, aunque su rostro no expresara nada.

No sabía como responder, así que fui a la mesita de luz, tomé la Esencia del cajón y se la lancé. Mi respiración se agitó, expectante como yo, de una vida que no estaba preparado para vivir, pero mucho menos para perder.

—Entréname.

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