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3-Perdida y Obligado... mas o menos.

Escuché los gritos de Dozera taladrar en mis oídos. Por más que intenté abrir los ojos y moverme, mi cuerpo no reaccionó de ningún modo. Entre mis párpados la luz del sol se entrecortaba por sombras y movimientos, y sentía el pecho apretarse con fuerza. Los pulmones parecían no reaccionar a mis respiraciones entrecortadas, lo único que hice con ellas fue hacer que dolieran aún más.

Oía discusiones, a Dozera gritar con fuerza pero ser ignorada. Comencé a buscarla, pero como en un sueño febril, mis movimientos se sentían incómodos, débiles. Intenté gritar, gruñir, y hacerle entender a mi hermana que estaba allí.

Luego, un fuerte golpe en la nuca me sumió por completo en la oscuridad que me esmeraba rebatir.

•••

Al despertar mi cuerpo se sentía como si un Vigoroso me hubiera usado de garrote.

Apenas si podía moverme, aunque no lo intenté demasiado. Las sábanas blancas estaban perfumadas, y del incienso en la mesa de luz a mi costado se desprendía un aroma halitoso.

Repasé en mi cabeza lo ocurrido durante el ataque de los Residuos, y no pude evitar estremecerme. Había estado a punto de morir más de un par de veces. Me puse a contarlas hasta que comprendí que el causante era mi nerviosismo.

"¿Qué fue ese sueño?". Cuarzos, se había sentido tan real que recordar los gritos de Dozera me ponía la piel de gallina. Negué con la cabeza y analicé el lugar; rápido entendí que no estaba en mi habitación.

Tenía la garganta muy seca, pero el cuerpo me dolía demasiado como para levantarme así que me quedé quieto, mirando el techo, pensando hasta que la puerta de la habitación se abrió.

Una señorita de cabello y ojos esmeralda, con ropa blanca, me sonrió al notarme despierto. Luego se acercó y me ayudó a sentarme.

—Pronto vendrá alguien a explicártelo todo, déjame cambiar tus vendas —dijo ella con la voz aterciopelada mientras me servía agua.

Simplemente asentí, y vacié el vaso mientras ella vendaba mi pierna, donde parecía ser que el daño fue más grave. Creo recordar que la herida me la hice saliendo de los escombros.

—¿Y Dozera? —pregunté cuando sentí mi garganta lista para hablar.

No pude evitar rememorar mi pesadilla reciente. De hecho, no pude evitar pensar si realmente era una pesadilla o un recuerdo de mis últimos momentos de consciencia.

—Iré a buscar al Encendedor y luego hablarán —dijo ella con una sonrisa de labios apretados.

Juntó las vendas sucias antes de irse, y no tuve las fuerzas suficientes para preguntar nada más. Luego de unos minutos el Encendedor de cabello castaño, Cornal, ingresó a mi habitación.

—Hablaré primero niño, las preguntas esperarán ¿entendido? —dijo colocando una silla al lado de mi cama.

—Primero —tosí con fuerza—...Dozera —me animé a pedir. 

—Las preguntas esperarán, he dicho, y ten por seguro que no me apasiona repetir órdenes —dijo Cornal.

—Pero necesito saber —intenté explicarme.

—Tch —se quejó—. Vendré cuándo estés dispuesto a cumplir órdenes.

Se levantó para irse, y entendí que debía ceder para obtener información.

—¡Espera! —tosí repetidas veces—. Dime, explícame —pedí.

"Cuarzos, cualquier cosa que me diga es importante ahora". Entendí.

—Cómo hagas una pregunta me iré, no tengo tiempo para mineral barato —advirtió

Asentí lentamente. Su rostro estaba muy serio como para llevarle la contraria. Se vio complacido y empezó a hablar:

—Ya que pudiste ver a los dos encapuchados que ingresaron al Intermedio Inmaterial, no tiene sentido mentirte. Aún así, no puedes saberlo todo, y todo lo que te diré clasificado.

"Eso bichos son el cuarto tipo de Residuos. Los llamamos Generales, y sólo los Encendedores podemos verlos, por lo tanto estamos obligados a combatirlos utilizando todos los medios posibles. Son más inteligentes que los Residuos normales, a los cuales dirigen y organizan en la guerra contra la humanidad.

Escuché atento, sin poder creer del todo lo que oía. ¿Residuos inteligentes, que solo algunas personas podemos ver, y que organizan a los demás Residuos?

—Eres un Encendedor, y tuviste la suerte suficiente como para sobrevivir al ataque, por lo cual, estás obligado a ser un Esencial, o al menos a intentarlo con todas tus fuerzas ¿entendido?

—Entendido —respondí. "Que hable todo lo que quiera hasta que me deje hacer preguntas". Pensé.

—Necesitamos tu fuerza en el Cuerpo de Esenciales, por lo cual debes ser entrenado a la máxima capacidad que puede rendir un ser humano, e incluso más —reiteró Cornal—. Puedes preguntar ahora, que sean preguntas cortas.

—¿Cómo está mi hermana? ¿La hirieron?

El suspiró.

—Tu hermana está bien, pero ya no está en el pueblo, un escuadrón vino hace días para llevársela —dijo como si nada—. No podrás verla por un largo tiempo, pero tampoco puedes hacer nada al respecto.

Parpadeé sorprendido, y pensé que quizás era una broma de mal gusto. Dozera era capaz de convencer a Cornal para una tontería así. Con los latidos acelerados, me quedé mirando al Encendedor por si se le escapaba alguna sonrisa tonta que delatara su broma. Lo único que logré ver fue una profunda seriedad, con tintes de pena que aparecieron en forma de mueca.

—¿Que estás diciendo? —pregunté intentando levantarme.

—Como oíste, soldado —dijo Cornal—. Y no tienes el rango suficiente para conocer su paradero, ni la razón de su traslado.

—¿¡Acaso inhalaste manganeso!? ¿Esperas que me quede satisfecho con esa explicación? —grité levantándome entre toses. El mareo me descolocó, pero no volví a sentarme.

Cornal me miró sin cambiar su expresión.

—Siéntate, soldado —ordenó Cornal—. Acepta mis palabras como la verdad, pues no tengo motivos para mentirte.

—¡No, quiero ver a mi hermana! ¿Dónde está? —pregunté apretando los dientes. Incluso me sorprendí de lo potente que sonó mi voz.

Un fuerte bofetón me sentó nuevamente en la cama. Al cesar mi desconcierto, Miré a Cornal con desprecio. Sus ojos en cambio no transmitían nada, como si no tuviera sentimientos.

Grité y me lancé hacia él, enrojecido por la furia, pero el Encendedor me redujo en un instante. Ni si quiera entendí como.

—Aún puedes ver a tu hermana si me haces caso, mocoso —susurró el Encendedor en mi oído.

Me revolví para intentar sacármelo de encima, pero no sirvió de nada. Por un momento pensé en usar el poder de la Esencia, aunque al instante eliminé esa posibilidad. No quedó nada del General cuando utilicé esa fuerza en la iglesia, y la posibilidad de asesinar a un ser humano me retuvo.

Las lágrimas corrían por mis mejillas por la impotencia, y terminaban en el piso de madera. Al moverme solo hacía que mis brazos cautivos dolieran como si estuvieran desencajándose. De hecho en la posición que estaba, la presión que ejercía sobre mis hombros podría hacer que se disloquen. Las betas de la madera del piso creaban imágenes que me recordaron al hecho de mirar las nubes y buscarles parecidos con cualquier cosa. "¿En qué cuarzos te fijas Zarode? Concéntrate, por todos los minerales". Me reprendí.

Con cautela, dejé de revolverme, aunque mi enojo no amainó.

—¡Suéltame, déjame! —Mis lloriqueos significaron nada para el Encendedor, que solo presionó su agarre.

—Escúchame bien mocoso, no intentes Encender si no quieres morir ahora mismo. Y no voy a soltarte hasta que escuches con atención como serán las cosas de ahora en adelante. —dijo apretando su agarre—. Repito, si intentas usar el poder de la Esencia, morirás aquí mismo.

—¡Suéltame, agh! —gruñí sintiendo mis brazos torcerse aún más.

Luego de unos eternos segundos, Cornal redujo la fuerza y habló como recitando de memoria.

—Los Encendedores son propiedad de la Familia Diamond desde que adquieren sus poderes. Luego tienen dos opciones, mueren siendo héroes que combaten a los Residuos, o mueren por negarse a servir al cuerpo de Esenciales.

Dejé de moverme, paralizado por sus palabras. "No puede ser, no pueden ser solo esas dos opciones". Pensé colapsado.

—¿Si me niego, me asesinarás? —pregunté.

—Encender es una habilidad en extremo peligrosa, no podemos permitirnos que andes suelto cuando el mundo está en guerra. Sirves o estorbas, y si estorbas mueres.

Apreté los dientes hasta que se me entumecieron las encías, pero luego recordé algo.

—Dijiste que aún puedo ver a mi hermana —murmuré.

—Puedes hacerlo —respondió—. Ella está viva y a salvo, eso puedo asegurarlo.

Casi suspiro de alivio al oírlo.

—¿Qué tengo que hacer para estar con ella?

Cornal me soltó lentamente los brazos, y me levantó del piso como si fuera un guijarro brillante; rápido y sin esfuerzo

—Te di dos opciones antes mocoso —dijo serio—. Elige la que prolongue tu vida, lucha por sobrevivir, hazte fuerte, protege al mundo de los Residuos, y podrás verla nuevamente.

Miré al Encendedor y lentamente me acerqué a mi cama para sentarme. Acuné mi cabeza entre mis manos mientras consideraba la situación.

"Dozera es lo único que tengo, no debería estar dudando ésto. Cuarzos, estoy eligiendo entre vivir o morir". Pensé abrumado.

—¿Qué es lo que debo de hacer? —pregunté resignado.

—Primero que nada, debes entender unas cuantas cosas —dijo Cornal sentándose también—. Encender es peligroso para los que te rodean, y tambien para ti. La primera regla de un Encendedor es nunca usar sus poderes contra un civil ni contra un compañero Esencial.

—¿Les ocurriría lo mismo que al encapuchado? —pregunté recordando como la sensación terrosa desaparecía entre mis dedos.

—No, no desaparecería, pero moriría al igual que los chicos de mi pelotón —respondió.

Recordé los ojos lechosos del Gasificador que había muerto frente a mi, y luego de eso recordé a Datolin, quien había muerto por salvarme junto a Dozera. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, uno que decía que mi vida ya no me pertenecía a mi, si no a las personas que murieron para que yo pudiera vivir. "O quizás solo estoy demasiado nervioso como para pensar con claridad". Me excusé, aunque sabía que no era así.

—Lo siento por los Gasificadores de tu pelotón —susurré apenado. El recuerdo era demasiado reciente.

—No es el primer pelotón que muere por mí, no te preocupes —respondió, aunque no me tragué su indiferencia—. Al fin y al cabo, cuando luchamos contra los Generales, ellos hacen de escudo para evitar que yo muera. Yo debo devolver el favor quemando a esos malnacidos —explicó—. A lo que íbamos, ¿quedó clara la primera regla?

—Sí, no usarlo contra aliados —respondí.

Luego presté atención a su explicación, y recordé como cada vez que los Encendedores eran golpeados por un general, el halo verde que los recubría (o sea un Gasificador) terminaba recibiendo el daño y muriendo por él. "¿Tengo yo que hacer lo mismo?". Me estremecí.

—Lo siguiente que debes saber es que al pelear contra un Residuo, este morirá si enciendes y lo golpeas. Pero si fallas el golpe mientras enciendes, morirás; si enciendes y no golpeas, morirás; si te golpeas a ti mismo mientras enciendes, también morirás —prosiguió Cornal.

Contuve la respiración un instante. Abrumado por toda la información que recibí desde que desperté.

—Pudiste decirme eso antes —dije recordando que había pensado Encender para atacarlo—. ¿Y si lo hacía mientras me retenías?

—Hace diez años aprendí a Encender, hace ocho años completé mi formación militar, y hace cuatro trato con mocosos como tu —sonrió con sorna—. Tener un poder que de primeras parece tan desbalanceado corrompe a muchos. Varios niños murieron así, lo cual sólo indicó que no eran aptos para ser Encendedores.

—¿Entonces era una prueba? —comprendí.

—Sí, de momento estas vivo y aprobado —respondió agitando la mano como si nada.

—Pude haber muerto...

—No te preocupes, tu vida estará plagada de oportunidades para morir desde hoy en adelante —dijo Cornal levantándose de su silla—. Al fin y al cabo entrenarás para convertirte en un arma que no puede cometer ni un solo error.

—Un arma que no falla —dije calculando la imposibilidad de sus palabras.

Cornal simplemente asintió en mi dirección, como si no acabara de decirme que si no quiero morir, debo ser perfecto.

—¿Cuándo podré ver a Dozera nuevamente? —pregunté decidido.

—En el mejor de los casos serán tres años, pero no te hagas ilusiones.

Sentí que el alma se me caía a los pies, tres años alejado de Dozera serían una eternidad. Desde que tengo memoria ella estuvo allí para mí, y yo para ella, sin importar las dificultades o problemas que pudieran existir. La idea de convertirme en un Esencial sin su apoyo era algo que no habíamos considerado.

—¿Es la forma más rápida de llegar a ella?

—No es la forma más rápida, es la única —dijo el Encendedor borrando su sonrisa—. Y créeme que si te unes a nosotros y luego desertas para buscar a tu hermana, será imposible que lo consigas.

Me revolví inquieto, casi parecía que el Encendedor leía mis pensamientos, cerrando cada puerta u opción válida que me impida dedicar mi fuerza al ejército.

—Lo haré —respondí.

Aunque notablemente escéptico, Cornal asintió.

—Si cambias de opinión —dijo sacando una Esencia de su guante y lanzándomela— y prefieres morir antes que intentarlo, puedes suicidarte con esa Esencia.

—No cambiaré de opinión —respondí con voz me temblorosa, mientras torpemente capturaba la Esencia.

—Tienes tiempo para pensarlo, si no estás muerto en cinco días comenzaré a entrenarte, y créeme que desearás haber usado esa Esencia —respondió Cornal en tono casual.

Cuando abandonó la habitación me tumbé entre las sábanas. Aún estando conmocionado, pude aprender dos cosas nuevas sobre mi mismo.

La primera es que hay algo a lo que temo incluso más que a la muerte. La segunda, (y la que más me sorprendió) provino del primer pensamiento; Habría aceptado ser un Esencial con tal de llegar a Dozera, incluso sin estar bajo amenaza de asesinato.

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