
1-Si estamos juntos estamos bien.
El crujido de la madera vieja bajo mis pies resonaba en la pequeña habitación, acompañando el frío constante que parecía filtrarse desde las paredes de piedra del orfanato. Sentado en el borde de mi cama, mis dedos jugaban nerviosamente con el borde de la manta raída mientras trataba de ignorar las palabras de Dozera. Ella seguía hablando, llena de una energía que parecía desafiar el aire pesado del lugar. Mi mente, en cambio, se enfocaba en un solo pensamiento: hoy sabría si el poder de las Esencias se revelaría en mí, si me transformaría en un Esencial, un guerrero destinado a enfrentar los Residuos, aquellas sombras monstruosas que asolaban nuestras tierras desde tiempos inmemoriales.
—¿Me estás escuchando, Zarode? —gruñó Dozera con los brazos en jarra.
Fruncí el ceño ligeramente desde mi cama. Normalmente la dejo hablar hasta que se cansa, así que...
—No, lo siento —Me sinceré—. Estoy bastante preocupado por la Ceremonia.
Dozera borró su cara de enojo al verme decaído. Sus ojos grises se suavizaron, y sonrió mientras se acercaba a mí.
—Todo saldrá bien, Zaro —dijo con seguridad.
—Puede salir mal de muchas formas —respondí—. Sabes que me aterran los Residuos Doze, y no creo poder ser un buen militar de tener que hacerlo. Moriría en el entrenamiento o algo así.
Ella me miró decepcionada, odiaba que yo me menosprecie así, y a mi se me había hecho costumbre.
—Sabes que eso no es cierto Zarode, eres inteligente y creativo, siempre ves las cosas que yo no puedo ver —dijo intentando contagiarme su emoción.
—Es porque cuando estoy nervioso me fijo en tonterías.
—Algo es algo, ¿no?
—La Esencia te elegirá —dije mirando al techo—. Eres valiente y audaz, no temes a los Residuos. Quizá lo que pasa en realidad es que estás loca —pensé en voz alta.
—¡Oye!
—Pero no puedes saber si ambos seremos elegidos por la Esencia —seguí— ¿Qué haré si nos separan? ¿O si me eligen? No sé ni qué desear en la ceremonia.
Ella se quedó mirándome un largo rato, y yo solté un suspiro igual de largo.
—Cambia esa cara Zaro. Parece que comiste pirita —suspiró—. Levántate y mira.
Asentí (pero no cambie la cara) y me levanté. Dozera abrió la puerta de nuestro armario conjunto, descubriendo un espejo de cuerpo completo.
—Míranos Zarode.
Le hice caso. Recorrí la complexión física, el cabello plateado y con los ojos casi del mismo color.
—Ya nos vi mil veces, somos iguales —respondí cansado.
"Y necesito un corte de pelo". Me di cuenta.
—Exacto Zaro, iguales. Nacimos así, y a pesar de que nuestros padres nos abandonaron, y también crecimos así. ¿En serio te preocupa que no sigamos juntos? —dijo ella mirándome por el reflejo—. Pues no debería.
Asentí ligeramente.
—Zarode, si seguimos juntos, ¿a caso hay algo a lo que debamos temer? —preguntó orgullosa— En el momento que ambos sujetemos la Esencias y las presionemos, ocurrirá lo mismo para ambos. Si somos elegidos se quebrarán, si no, resistirán. Pero repito, estoy segura de que ocurrirá lo mismo.
Puede que el razonamiento haya sido básico, pero funcionó para mí. Dozera tenía razón a pesar de ser algo bruta. Nuestros destinos estaban entrelazados, y eso significaba que estaríamos juntos. "Y si seguimos juntos, no hay nada a lo que temer". Agregué mentalmente.
Sonreí un poco negando con la cabeza antes de volver a hablar.
—Lo que sea, vamos a mirar como decoraron el Intermedio Inmaterial —dije.
Dozera sonrió ampliamente. No hacía falta que le explique nada. Antes de salir toqué el interruptor de la luz para apagarla, y suministro de energía que daba el mineral del hogar se cortó.
Los niños más pequeños se colgaron de ella mientras salíamos del orfanato. En cierto punto tenía tantos niños detrás, con cabellos dorados, escarlatas, esmeraldas y zafiros que parecía un gran mineral multicolor. Aunque eso no existe en las Tierras Materiales, claro.
Todos la amaban, y yo los entendía perfectamente. Dozera era casi una perfección encarnizada, desentonaba tanto verla en las calles del pueblo como un humano en la Gran Conjunción. Se separó de los niños distrayéndolos y ambos conseguimos salir del orfanato.
—¡Apura Zaro! —dijo ella mientras daba vueltas.
Me esforcé por sonreír y seguirla. También me obligué a dejar de pensar en tonterías. Corrí tras ella esquivando a la gente, chocando con algún otro. Todos nos saludaban y hacían preguntas sobre cómo nos sentíamos con respecto a la Ceremonia. Algunos brindaban su máximo apoyo a Dozera, quien desde que sabe lo que son los Esenciales se la había pasado manifestando ser una.
Nos ofrecían minerales proteicos, pulseras de jade para la prosperidad, y algunos collares de cuarzo para espantar las malas vibras. Los rechazamos con educación, al fin y al cabo ya teníamos los nuestros.
Al pasar, el científico loco de al lado de la plaza nos pidió probar su invento nuevo, una machacadora de verduras impulsada por mineral, pero tuvimos que ignorarlo por ánsias de llegar al Intermedio Inmaterial.
Recorrimos las calles empedradas que desde que estaban, facilitaban enormemente la movilización de los carros alimentados por minerales, además de reflejar la luz de las farolas. Toda energía funciona debido que debajo del pueblo, un gran mineral nutre de energía a los conectores, y estos a su vez a la maquinaria del pueblo.
Llegamos al Intermedio Inmaterial luego de unos minutos. La iglesia me robó el aliento, a pesar de haberla visto tantas veces como un minero al carbón. En la zona más alta, los picos puntiagudos de mineral brillante reflectaban la luz del sol, repartiéndola a los alrededores, haciendo que las vidrieras frontales se roben las miradas de los transeúntes.
Aunque hoy había algo más que se robaba las miradas. Dozera no lo notó por charlar con la gente como de costumbre, pero la entrada al Intermedio Inmaterial estaba custodiada por Esenciales. Cuando se lo señalé casi chilló de la emoción, ya que no era normal verlos tan de cerca. Sus vestimentas eran tan características como los libros que madre tenía en su despacho, en el orfanato.
No pude fijarme mucho en los que estaban sobre la tierra, mi vista se desvió inmediatamente hacia aquellos que levitaban. De ropajes verdes, y el cuerpo casi etéreo como si fueran fantasmas, flotaban y circulaban alrededor de la iglesia; Gasificadores. Me quedé observándolos un buen rato, hasta que dos de ellos descendieron de su vuelo para conversar con...
—¿Ese es un Encendedor? —preguntó Dozera sin aire.
Los Encendedores eran un tipo especial de Esenciales. Eran tan misteriosos, como imponentes, y las historias narradas sobre ellos estaban cargadas de grandeza y heroísmo. Eran los líderes del campo de batalla, y trabajaban en conjunto con los demás Esenciales para combatir a los Residuos.
—Tiene que serlo. Los guantes están incrustados con Esencias, pero las palmas están abiertas, como en el libro de madre —respondí.
—Increíble —susurró Dozera.
Al llegar, los Gasificadores dejaron de ser entes verduzcos y adoptaron su forma normal, humanos con ropajes verdes y lanzas en la espalda. Aún recordaba la primera vez que vi a un Gasificador cambiar de forma: fue durante una ceremonia que ocurrió años atrás, donde uno de los chicos del orfanato terminó formando parte del ejército.
Luego de compartir algunas palabras, los Gasificadores se arrodillaron, y sujetaron los tobillos del Encendedor. Yo supe que Dozera estaba incluso más asombrada que yo con la vista, pero cuando los Gasificadores se levantaron de golpe, lanzado al Encendedor por lo cielos, ambos lanzamos el mismo grito de susto.
El Encendedor se alzó casi hasta la punta del Intermedio Inmaterial, y los Gasificadores que lo esperaban en el cielo dieron soporte a sus pies. Sosteniéndolo en el aire.
—¡Mira Zarode, se está moviendo!
No hacía falta que lo señale, mi vista estaba clavada en el Encendedor y en los fantasmas verdes que seguían sus pasos.
Los Gasificadores que antes lo habían lanzado con una fuerza sobrehumana volaron hacia él y formaron más "plataformas" que pisar. En menos de lo que se encuentra un mineral, el Encendedor estaba corriendo como si estuviera en tierra, usando a cuatro Gasificadores como sendero aéreo.
El simple hecho de verlo correr en el cielo me provocaba admiración y vértigo. Peor fue cuando uno de los Gasificadores envolvió por completo el torso del Encendedor, como si se hubiera convertido en un abrigo verde transparente. Eso hizo que la aceleración fuera inmediata, disparándose con más velocidad que antes.
Sin darme cuenta las palmas de las manos se me llenaron de sudor, mis pies se sentían incómodos y mi corazón parecía entender que yo surcaba el aire y no el Encendedor.
Sacudí la cabeza para alejar el miedo una vez dejé de verlo. Apreté las manos con fuerza y me dispuse a decirle a Dozera que aún no revisamos el interior del Intermedio Inmaterial.
—Señor de los minerales que energía nos brindas, castiga a la chusma que espía fuera de mi iglesia —dijo alguien con voz burlona.
Reconocí al instante la rasposa voz. Giré y vi una calva brillosa símil a un mineral pulido. Tenía los ojos de un color verde pálido que no contrastababan con su mirada fugaz.
—¡Datolin! —celebró Dozera al verlo— ¡Estábamos viendo al Encendedor!
Datolin me dirigió la mirada, para asegurarse de que mi hermana no estaba poniendo alguna excusa, así que asentí repetidas veces y con ganas.
—Bueno, no se puede negar que son imponentes —respondió el sacerdote.
—¿Por qué se deja ver en público? —pregunté.
—Por la mañana trajo las Esencias Divinas con las que harán la prueba de la ceremonia, y sabrán si ustedes serán o no Esenciales —respondió Datolin.
—¡Woah! ¿¡Podemos verlas Datolin!? —preguntó Dozera.
Pensé que el sacerdote se negaría rotundamente, pero me sorprendió ver que sonreía y asentía con la cabeza. Lo seguimos en silencio, y entramos al Intermedio Inmaterial con cuidado. Saludamos ansiosos a los Esenciales que estaban cerca, aunque éstos no nos hicieron mucho caso. Allí pude verlos mejor, diferenciados claramente por el color de los uniformes. Los Solidificadores de marrón, los Liquidificadores de azul y en común; Guantes negros con Esencias incrustadas en los dorsos.
Al entrar a la iglesia, un fuerte olor a madera inundó mis fosas nasales, proveniente de los bancos perfectamente alineados. Acaricié al pasar los suaves pilares decorados en azulejos, que reflectaban la luz que se proyectaba de los amplios ventanales que nos rodeaban.
Nos acercamos al altar, y pasamos de largo hasta un pequeño sagrario incrustado en la pared. Su decoración era opaca debido a que era principalmente de ónix, pero los bordes rubíes contrastaban a la perfección.
Datolin abrió con cuidado el tabernáculo y sacó un pequeño cofre de madera tallada. Ambos mirábamos con admiración, y él, ansioso, levantó la tapa del cofre descubriendo las Esencias; dos canicas celestes y brillantes, que desprendían un minúsculo vaporcillo el cuál se elevaba unos centímetros antes de desaparecer. Eran mucho más grandes que las utilizadas en los guantes de los Esenciales.
No era la primera vez que veía Esencias, pero al verlas desde tan cerca las sentí tan hipnotizantes y hermosas que no pude apartar la mirada. No sé cuanto tiempo pasó, pero pudieron haber sido minutos u horas.
Escuché que Datolin nos habló, y al parecer ninguno de los dos le hizo caso, ya que bajó el cofrecillo sobre el altar y comenzó a sacudirnos de los hombros.
Salí del ensueño, y el sacerdote me dedicó una mirada preocupada que ignoré. En cambio miré a Dozera y comencé a hablarle, ya que seguía en trance. Por más que le hablé y zarandeé no reaccionó, no hasta que interrumpí la conexión entre sus ojos y las Esencias.
—¿Qué Residuos acaba de pasar? —pregunté mirando a Datolin, pero el sacerdote tenía la mirada perdida en algo más.
Seguí su mirada y vi que fuera, los Solidificadores corrían de un lado a otro gritándose entre sí y vociferando órdenes de todo tipo.
—¡Los Residuos irrumpieron en el norte, Esenciales, movilícense! —escuché vagamente.
"El orfanato está en el norte del pueblo". Me recordé con premura. Luego miré a Dozera, y entendí al instante lo que pasaba por su cabeza. Ella estaba lo suficientemente loca como para querer ir.
—¡Para, quieta! —tomé su brazo justo antes de que se largase a correr.
No podría alcanzarla si ella se iba. Y quizás tampoco volvería a verla si iba hasta donde los Residuos.
—¡Suelta Zarode! —forcejeó conmigo.
Fuerte y atlética, consiguió zafarse de mi agarre y corrió a la salida. La seguí lo más rápido que pude, hasta que algo estalló arriba a mi derecha, dejando caer sobre nosotros una lluvia de cristales.
Un cuerpo atravesó la iglesia en diagonal, casi embistiéndome. Se llevó arrastrados varios bancos e impactó en uno de los pilares, destruyendo los azulejos decorativos.
No me costó reconocerlo. Era el mismo Encendedor que antes custodiaba la entrada del Intermedio Inmaterial. Sangraba profusamente por los cortes de la vidriera, y su cabello castaño metálico era un revoltijo desastroso.
De su espalda, en el lugar del impacto emanaba un aura verde, que luego se desprendió hasta convertirse en dos seres humanos con ropas del mismo color. Uno de ellos, un joven rubio, apenas pudo dar dos pasos antes de caer desplomado.
Retrocedí inconscientemente al ver el cuerpo inerte, y al otro hombre observarlo desganado.
—Tch, Jaspe no aguantó el impacto, lo perdimos —dijo el otro, mientras miraba alrededor— ¡Picos rotos! ¡Levanta Cornal, que tenemos a tres civiles! —agregó al verlos.
No tuvo tiempo de añadir mas, y yo tampoco presté atención por si lo hacía. Corrí y tiré de Dozera hacía atrás, justo cuando las vidrieras explotaron en coro. Dando paso libre a una bandada de terror y a un hedor casi tóxico.
Los Residuos habían llegado. Uno de ellos aterrizó justo frente a mí, y reconocí de inmediato a que tipo de Residuo se trataba, a pesar de ser la primera vez los vi fuera de los libros de ilustración: Vaporosos.
Su aspecto humanoide era bizarro. Parado en dos patas, abrió los brazos membranosos y alados, símiles a la mezcla de entre un ave y murciélago, mientras lanzaba un chillido intenso. Desprendía de todo su cuerpo un vapor grisáceo, como si su cuerpo se estuviera consumiendo. "Y por desgracia, también huele como si se estuviera consumiendo". Noté nervioso.
Si antes los Residuos eran causantes de mis peores pesadillas, tenerlos en frente hizo que mis piernas se paralizaran por completo. Aún cuando el Vaporoso chilló de júbilo al verme, yo seguí sin poder reaccionar.
Cabe destacar que tampoco pude hacer nada cuando se lanzó directamente hacia mí, con los brazos abiertos y las garras de las patas apuntando a mi rostro.
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