
CᴀᴘÍᴛᴜʟᴏ 32: Lᴀ ʟᴜɴᴀ ʏ ᴇʟ ꜱᴏʟ.
El auto finalmente se detuvo frente al hotel, y Mich suspiró de alivio. Todos estábamos agotados, física y mentalmente, después de esa noche caótica. Giré para mirar a los chicos. Jaddiel seguía dormido profundamente, Allyn murmuraba algo sobre estrellas y unicornios, mientras que Lawrence tarareaba una melodía que ni siquiera reconocía.
—Bueno, Haus, tenemos que sacarlos uno por uno —dijo Mich, abriendo la puerta y bajando.
—Sí... pero será como mover muebles pesados —murmuré mientras salía y rodeaba el auto hasta la puerta de Lawrence.
Mich se dirigió primero a Allyn, que estaba medio despierta pero aún tambaleante.
—Vamos, princesa, es hora de tu entrada triunfal al hotel —dijo Mich en tono de broma mientras la ayudaba a salir del auto.
—¿Princesa...? —repitió Allyn entre risas borrachas, tambaleándose mientras se apoyaba en Mich—. Mich... eres un caballero... o... ¿un unicornio?
—Claro que soy un caballero. Ahora vamos, no te caigas en el camino —respondió Mich, rodando los ojos pero manteniendo la calma. La condujo lentamente hacia la entrada del hotel.
Mientras tanto, abrí la puerta donde estaba Lawrence. En cuanto lo hice, él prácticamente se deslizó fuera del auto, tambaleándose como si sus piernas no quisieran cooperar.
—¡Woah, no tan rápido! —dije, sujetándolo antes de que cayera al suelo.
Law se rió, como si la gravedad fuera un concepto divertido para él. Alzó la cabeza y me miró con esos ojos brillantes por el alcohol, una sonrisa traviesa en su rostro.
—Haus... tú... eres el mejor, ¿lo sabías? —dijo, alzando un dedo como si estuviera revelando un gran secreto—. ¿Sabes por qué? Porque... Boo... ¡Eres mi Boo...lavit! —Y se echó a reír de nuevo, apoyándose completamente en mí.
—Sí, claro, soy tu "Boo-lavit". Ahora vamos, necesitas dormir —respondí, suspirando mientras intentaba estabilizarlo.
De repente, Lawrence levantó los brazos y comenzó a cantar en voz alta.
—¡Quiero... besarte, y que nadie nos mire raro...! —La melodía de nuestra propia canción sonaba extrañamente torpe y desafinada.
—¡Law! —le susurré, desesperado por callarlo—. ¡Ya basta! ¡Estamos en la entrada del hotel!
Él ignoró mis palabras y siguió cantando, alzando un brazo como si estuviera en un concierto.
—¡TENGO UN NOVIO! ¡MI NOVIO ES...! —Su voz resonó, pero de repente bajó el volumen, apoyándose más en mí—. Es... Hauser...
Mis ojos se abrieron como platos mientras trataba de mantenerlo de pie. Antes de que pudiera responder, él gritó de nuevo, levantando ambos brazos al cielo.
—¡SELTS! —exclamó con entusiasmo, tropezando ligeramente.
—¡Hazel! —lo reprendí, sintiendo que el calor subía a mis mejillas mientras lo jalaba hacia la entrada.
En ese momento, Mich regresó para ayudarnos. Había dejado a Allyn en la recepción, probablemente vigilada por el personal del hotel.
—¿Qué pasa ahora? —preguntó Mich, levantando una ceja mientras veía a Lawrence colapsar contra mí.
—Nada, solo que se le ocurrió gritar cosas sin sentido —dije rápidamente, intentando no mirar a Mich a los ojos.
—Ajá... bueno, vamos a meterlo antes de que atraiga más atención —respondió Mich, sosteniendo la puerta abierta para que entráramos.
Caminamos hacia el ascensor con Lawrence tambaleándose entre nosotros. Cada paso era un desafío, pero finalmente logramos meterlo en el ascensor junto con Allyn, que seguía completamente abrumada. Una vez que llegamos a nuestra planta, Mich tomó a Jaddiel mientras yo arrastraba a Lawrence hacia su habitación.
Cuando lo dejé caer en la cama, él me miró con una sonrisa borracha y murmuró:
—Haus... eres el mejor Boo... nadie más como tú...
Sentí un extraño nudo en el pecho, pero lo ignoré mientras lo arropaba y me aseguraba de que no se lastimara en su estado. Mich entró en la habitación, observando la escena.
—¿Estás bien? —me preguntó.
—Sí... solo necesito aire —respondí mientras me dirigía a la puerta. No estaba seguro de qué pensar de todo lo que había dicho Lawrence esa noche, pero sabía que no podría olvidarlo fácilmente.
Mich observó a Lawrence, que ahora estaba completamente esparcido en la cama, como si el mundo no le importara.
—¿Sabes, Haus? Creo que Law es como un gato borracho. Mira cómo se tira ahí, moviéndose como si estuviera en su reino —dijo Mich con una sonrisa traviesa.
No pude evitar soltar una pequeña risa al imaginarlo como un gato. Antes de que pudiera decir algo más, Lawrence entreabrió los ojos y frunció el ceño como si hubiera entendido todo, a pesar de su estado.
—¡No soy un gato! —protestó Law, con una voz que sonaba más como un gruñido adorable que intimidante.
Mich, sin perder la oportunidad, se acercó y le apretó los cachetes con ambas manos, como si estuviera jugando con un gatito.
—Aww, mira qué tierno te ves enojado. ¡Eres como un gatito molesto! —se burló Mich, soltando una carcajada mientras Law trataba de apartar sus manos, murmurando algo ininteligible.
Law finalmente se dejó caer hacia atrás en la cama con un suspiro exagerado, apoyando el brazo sobre sus ojos, como si el peso del mundo estuviera sobre él.
Mich se enderezó y cruzó los brazos, mirando a los dos.
—Bueno, voy a encargarme de los otros dos idiotas. Allyn apesta a alcohol, y necesito una ducha urgente después de lidiar con ellos. No soporto el olor. —Se giró hacia la puerta y, antes de salir, añadió con una sonrisa—. Cuida bien a tu "gatito", Haus.
La puerta se cerró tras Mich, y yo rodé los ojos antes de volver la mirada a Lawrence, quien seguía tirado en la cama, ahora con una sonrisa tonta en su rostro. Me acerqué a él y comencé a quitarle los zapatos mientras decía:
—Tienes que dormir, Law. Yo también necesito descansar.
Pero justo cuando terminé de sacar el segundo zapato, él se incorporó lentamente, apoyándose en sus brazos. Su sonrisa perezosa no desapareció mientras extendía una mano y jugueteaba con un mechón de mi cabello.
—Sabes que no queremos dormirnos... —murmuró, su voz suave pero teñida de esa familiar travesura—. Tú lo sabes bien. ¿Por qué querríamos dormir, si ya estamos soñando despiertos?
Antes de que pudiera reaccionar, se inclinó hacia adelante y me plantó un beso corto en la cabeza, como si fuera lo más natural del mundo.
Me quedé en silencio, sintiendo mi corazón acelerarse. Lo miré, tratando de ignorar el calor subiendo a mis mejillas.
—Law... —dije finalmente, mi voz apenas un susurro—. Solo cállate y acuéstate. Mañana hablaremos de tus sueños... y de los míos.
Él rió entre dientes, dejándose caer nuevamente sobre la cama, esta vez boca arriba, mirando al techo con una expresión satisfecha.
—Como digas, Boolavit... —murmuró, y poco a poco sus párpados comenzaron a cerrarse, mientras yo apagaba las luces de la habitación con un suspiro, sentándome por un momento para asegurarme de que estaba realmente dormido antes de dirigirme a mi propia cama.
Acomodé su pierna sobre la cama con un cuidado que ni yo entendía por qué estaba teniendo. Lawrence estaba completamente ido, y su cabello desordenado cubría parte de su rostro. Suspiré, sintiendo cómo el cansancio me pesaba más en los hombros que nunca. Mientras intentaba cubrirlo con las sábanas, lo escuché murmurar algo.
—La luz... la oscuridad... el aceite... el agua... —dijo en un susurro apenas audible—. Como la luna... y el sol... la muerte... y la vida...
Me congelé un momento, tratando de descifrar sus palabras. Fruncí el ceño, inclinándome un poco hacia él.
—¿De qué estás hablando ahora? —le pregunté en voz baja.
Sus ojos se abrieron lentamente, solo un poco, y me miraron con esa expresión suya que mezclaba travesura y cansancio.
—Nosotros... —murmuró, su voz todavía arrastrada por el sueño y el alcohol—. Somos como esas cosas. La luna y el sol... siempre se persiguen, pero nunca pueden estar juntos. La luz... elimina la oscuridad...
Me quedé mirándolo, confundido. ¿De qué rayos estaba hablando? Pero algo en su tono me impidió reírme de su delirio.
—¿Law... qué estás tratando de decir? —insistí, sintiendo una mezcla de incomodidad y curiosidad.
Cerró los ojos un momento, respirando profundamente como si estuviera reuniendo fuerzas para responder. Cuando volvió a hablar, su voz era más clara, pero aún baja.
—El aceite y el agua... nunca se mezclan, Haus. No importa cuánto los agites. Siempre vuelven a separarse. Igual que la muerte no puede tocar a la vida. Igual que la luna no puede amar al sol. La oscuridad que no puede iluminarse tanto, que guarda secretos, que no puede desmostrar hacía la luz...
Sus palabras me golpearon de una manera que no esperaba. Sentí un nudo en la garganta, pero no sabía por qué. ¿Acaso esto era solo otro de sus desvaríos? ¿O había algo más profundo en sus palabras?
—¿Estás diciendo que... nosotros somos así? —pregunté, sintiendo mi propia voz temblar un poco.
Law volvió a abrir los ojos, y aunque estaban llenos de sueño, había algo serio en ellos. Algo que no podía ignorar.
—Sí... tal vez. Somos opuestos. Pero eso no significa que no podamos intentar... —Su voz se apagó al final, mientras el sueño lo reclamaba por completo.
Lo miré en silencio, procesando lo que acababa de decir. Mis manos se apretaron alrededor de las sábanas que estaba tratando de acomodarle. Había algo en sus palabras que dolía más de lo que quería admitir. Como si realmente creyera que estábamos destinados a no encajar, a no poder estar juntos, aunque lo intentáramos.
Tragué saliva, apartando la mirada.
—Eres un idiota, ¿sabes? —murmuré, aunque no había dureza en mi voz—. Duerme, Law. Mañana hablaremos de tu poesía barata.
Él soltó una risita suave, casi inaudible, antes de cerrar los ojos por completo. Me quedé observándolo unos segundos más, sintiendo una extraña mezcla de ternura y tristeza que no podía describir.
¿Por qué me dolían tanto sus palabras?
Suspiré y me levanté, apagando las luces y dirigiéndome a mi propia cama. Mientras me iba, su voz seguía resonando en mi cabeza.
"El aceite y el agua... la luna y el sol... la oscuridad y la luz. . . La muerte y la vida. . . Somos iguales"
Tal vez tenía razón. Pero no estaba seguro de querer aceptarlo.
Cuando terminé de apagar las luces, estaba decidido a salir de la habitación. Necesitaba aire, o al menos unos segundos para alejarme de sus palabras, de esa manera tan suya de enredarme en ideas que no sabía cómo manejar. Abrí la puerta con cuidado, intentando no hacer ruido.
—¡No te vayas! —gritó Lawrence de repente, su voz resonando en el cuarto y haciéndome detener en seco.
Me giré, encontrándolo medio incorporado en la cama, con una sonrisa tonta y su cabello todavía alborotado.
—¿Qué quieres ahora, Law? —pregunté con un suspiro, pero no pude evitar mirarlo con curiosidad.
Él me miró con esos ojos soñadores que a veces me sacaban de quicio, levantando una mano como si estuviera recitando algo importante.
—Eres el sueño que nunca se rinde... —dijo, su voz cargada de dramatismo—. Y yo soy el deseo que siempre insiste.
Lo miré fijamente, incapaz de contener una pequeña sonrisa sarcástica.
—¿Sabes qué, Law? Cuando tú te duermes, hasta el sueño está peleando contigo.
Él soltó una carcajada suave, como si mi broma fuera la cosa más divertida que había oído en su vida. Luego, como si nada, volvió a ponerse serio.
—El sueño y el deseo... —repitió, su voz ahora más baja, casi un susurro—. Somos como el agua y el aceite: siempre juntos, pero nunca mezclados. Somos la luz y la oscuridad: una no existe sin la otra, pero tampoco pueden tocarse. Somos la luna y el sol, siempre persiguiéndose, siempre anhelando... y siempre separados.— Insistió.
Me quedé congelado en mi lugar, con la puerta aún entreabierta, mientras sus palabras flotaban en el aire. Había algo dolorosamente hermoso en ellas, algo que no podía ignorar por más que quisiera.
—Y somos la muerte y la vida... —continuó él, con un tono que era casi melancólico—. Porque aunque no podemos estar juntos, no podemos existir el uno sin el otro.— repitió.
No supe qué responder. Mis labios se movieron, pero ninguna palabra salió. Lawrence me miraba con esa intensidad que siempre lograba desarmarme, incluso en sus peores momentos.
—Law... —comencé, pero mi voz se apagó.
—¿Qué? ¿No te gusta mi poesía? —preguntó, con una sonrisa traviesa que rompió la tensión por un segundo.
Rodé los ojos, intentando recuperar algo de compostura.
—Solo digo que deberías dormir ya. Hasta el sueño se cansa de esperarte, ¿sabes?
Él se rió, tirándose hacia atrás sobre la cama con un movimiento dramático.
—Tal vez el sueño y el deseo están peleando porque saben que nunca vamos a ganar, Haus. Pero al menos... —giró la cabeza para mirarme, sus ojos brillando incluso en la penumbra—, al menos seguimos intentando.
Mi corazón dio un vuelco. ¿Qué se suponía que debía decir a eso? ¿Qué podía decirle a alguien que incluso en sus momentos más borrachos lograba sacarme completamente de mi centro?
Cerré la puerta lentamente, dejándola entreabierta mientras me apoyaba en el marco.
—Buenas noches, Law. —murmuré finalmente, pero mi voz no sonó como quería.
Él sonrió, cerrando los ojos.
—Buenas noches... sueño mío.
Me quedé allí unos segundos más, observándolo. Y aunque no lo admitiría en voz alta, su última frase quedó resonando en mi mente, mucho después de que me apartara y regresara a mi propia habitación.
Cuando abrí la puerta, creí que había terminado con él por esta noche, pero su voz me detuvo de nuevo.
—¡Boo! —gritó Lawrence, con un tono tan teatral que no pude evitar girarme.
Lo encontré medio sentado en la cama, sus ojos brillaban a pesar de lo borracho que estaba. Parecía más lúcido de lo que debería, aunque su sonrisa tonta delataba lo contrario.
—¿Ahora qué pasa, Law? —pregunté, cruzándome de brazos, intentando no dejarme atrapar de nuevo por su caos.
Él me miró con una seriedad que no encajaba con su estado y levantó una mano como si estuviera a punto de recitar algo importante.
—La luz nunca podrá abrazar a la oscuridad —comenzó, su voz suave pero intensa—, porque cada vez que lo intenta, la desvanece.
Rodé los ojos, pero lo dejé seguir.
—El agua y el aceite... —continuó, con un suspiro dramático—, siempre juntos, siempre rozándose, pero jamás mezclándose.
Sentí que mi corazón comenzaba a latir más rápido, aunque intenté ignorarlo.
—La muerte no puede alcanzar a la vida —dijo, bajando la voz como si me estuviera confiando un secreto—, pero la vida siempre la lleva consigo, como una sombra inevitable.
Me apoyé en el marco de la puerta, incapaz de moverme mientras seguía hablando.
—El deseo persigue al sueño, y el sueño se escapa, como un juego infinito... —Lawrence me miró directamente, con una intensidad que me dejó sin aliento—. Pero siempre vuelven a encontrarse, porque no pueden existir...
Hubo un largo silencio después de sus palabras. Pensé que había terminado, pero él sonrió, inclinado hacia adelante como si estuviera a punto de revelar algo importante.
—Y aunque todos ellos estén destinados a estar separados... —su voz se suavizó, como un susurro que apenas podía escuchar—, lo hermoso es que siempre se buscan. Y en ese buscar, están juntos, pero no están permitidos a estarlos, lo que los hace poner triste...
Mi pecho se apretó. Había algo en la forma en que lo dijo, algo en cómo me miraba, que hacía imposible no sentirme vulnerable.
—Dios, nunca te duermes, ¿verdad? —dije, tratando de ocultar mi nerviosismo con una broma.
Él soltó una carcajada, tirándose hacia atrás en la cama con los brazos abiertos.
—¿Dormirme? —repitió, riendo como un niño—. Por favor, Haus, ni siquiera el sueño puede resistirse a mí.
No pude evitar soltar una pequeña risa, aunque lo intenté.
—Ya, duerme de una vez, Law. —Dije, caminando hacia él para quitarle los zapatos y acomodarlo mejor.
—Solo si tú también lo haces —respondió, mirándome con esa sonrisa tonta pero tierna.
—Buenas noches, Law. —murmuré, girándome hacia la puerta.
—Buenas noches... —dijo, con un tono que me hizo detenerme por un segundo más.
—No digas eso, y luego me llamas de nuevo.
Cuando finalmente cerré la puerta detrás de mí, su poesía seguía rondando mi cabeza, mezclándose con mis propios pensamientos. Porque, por más que quisiera ignorarlo, lo cierto era que sus palabras, tan ridículas y bellas, me habían alcanzado. Y que, eramos iguales.
Mientras cerraba la puerta detrás de mí, todavía podía escuchar la risa suave y medio dormida de Lawrence resonando en mi cabeza. Caminé por el pasillo casi en piloto automático, cuando me crucé con Mich, quien salía de su habitación con una toalla enredada en la cabeza, secándose el cabello húmedo.
—¿Se durmió el gatito demente? —preguntó con una sonrisa de complicidad, su tono lleno de humor.
No pude evitar reírme, aunque sacudí la cabeza con cansancio.
—Sí... bueno, al menos creo que sí. No estoy tan seguro de que el sueño pueda con él. —La imagen de Lawrence, recitando poesía borracho y luchando contra el cansancio, me hizo soltar otra risa breve.
Mich rió también, dejándose caer la toalla al cuello.
—Ese tipo tiene más energía que todos nosotros juntos. —Dijo mientras se estiraba, visiblemente agotado—. En fin, buenas noches, Haus.
—Buenas noches. —Respondí, viendo cómo se alejaba hacia su habitación antes de abrir la mía.
Dentro, el ambiente estaba tranquilo, en contraste con el bullicio y caos de hace unos minutos. Dejé que la puerta se cerrara con un leve clic y me dejé caer en la cama. La mirada fija en el techo, intentando vaciar mi mente, pero no tardó mucho en llenarse de imágenes de Lawrence. Sus palabras, sus gestos, su absurda poesía... todo me invadía con una fuerza inesperada.
"¿Siempre se buscan, aunque estén destinados a separarse?" Pensé, suspirando mientras cubría mis ojos con un brazo. Era tan ridículo, tan típico de él, pero de alguna manera... también era hermoso.
Después de unos minutos, incapaz de permanecer quieto, me senté en la cama. Me sentía inquieto, y el calor en mi piel no ayudaba. Busqué algo de ropa en mi maleta: una camiseta sencilla y unos pantalones cómodos. Con un suspiro, agarré una toalla y decidí que un baño sería lo único capaz de calmarme.
Entré al baño y abrí la ducha, dejando que el agua tibia comenzara a correr mientras me desvestía lentamente. Al meterme bajo el chorro, el agua cayendo sobre mi cuerpo parecía arrastrar algo del cansancio acumulado, aunque no lo suficiente para borrar la imagen de Lawrence de mi mente.
"Solo duerme", me dije a mí mismo, pero sabía que esa noche iba a ser más difícil de lo que esperaba.
El agua tibia caía sobre mi cuerpo, arrastrando el cansancio, o al menos intentándolo. Cerré los ojos un momento, dejando que la mente se vaciara... o al menos, eso creía.
De repente, escuché un ruido proveniente de mi habitación. Mis ojos se abrieron de golpe, y apagué la ducha para escuchar mejor.
"Carajo", murmuré para mí mismo, frunciendo el ceño. "Me olvidé de poner las trabas."
El sonido de pasos llegó hasta el baño, y mi corazón dio un salto. Sin pensarlo dos veces, agarré la toalla para cubrirme y grité:
—¡¿Quién está ahí?!
No hubo respuesta inmediata, pero los pasos se acercaban. Mi cuerpo se tensó al escuchar la puerta del baño abrirse. Antes de que pudiera reaccionar, una voz familiar, tambaleante, rompió el silencio:
—Hauser... Boo...
—¿¡Law!? —Mi tono fue una mezcla de incredulidad y enojo. Aparté un poco la cortina para verlo: estaba de pie, medio tambaleándose, con una sonrisa tonta y la mirada perdida pero fija en mí. Su cabello estaba revuelto, y su camisa colgaba de manera desaliñada, como si se hubiera vestido en la oscuridad.
—¿Qué demonios haces aquí? —pregunté, confundido y molesto, apretando la cortina contra mi cuerpo como si eso fuera a protegerme del momento surreal que estaba ocurriendo.
Lawrence, ignorando completamente mi tono, ladeó la cabeza y comenzó a recitar con voz pausada, como si estuviera componiendo en el momento:
—El amor... es un fuego que quema, pero también hiela. Un dolor dulce que duele en el alma. ¿Por qué, Boo, por qué duele quererte tanto?
—¿Qué...? —Lo miré, completamente desconcertado y con un calor subiendo a mis mejillas que no tenía nada que ver con el agua caliente de la ducha.
—Eres...Estás... —Law tambaleó un poco hacia adelante y sonrió ampliamente, como si acabara de descubrir un secreto—. Estás hermoso así, descubierto.—Me señaló de arriba a abajo.
—¡¿Qué?! —grité, sintiendo cómo el color en mis mejillas se intensificaba. Me cubrí aún más con la cortina y añadí, casi en un rugido:— ¡Sal de aquí, Lawrence!
Él soltó una risita y señaló hacia mí con un dedo tambaleante.
—Aww... estás rojo. ¿Eso es porque te sonrojé?
—¡No! —grité, mi voz subiendo un poco más de lo que quería. Mi vergüenza mezclada con enojo me estaba haciendo perder el control.
—Vas a hacer que me desmaye de lo lindo que te ves así... —añadió, dándome una sonrisa boba antes de tambalearse hacia la pared para apoyarse.
Me froté la cara con frustración, deseando que todo esto fuera un sueño.
—Law, vete a tu habitación. Ahora.
Él inclinó la cabeza, como si estuviera considerando mi petición, pero luego me miró con sus ojos brillantes y llenos de diversión.
—Pero... ¿y si nunca vuelvo a verte tan perfecto?
—¡Sal! —grité, completamente avergonzado, mientras él reía, tambaleándose de vuelta hacia la puerta.
Cuando estaba a punto de irse, se detuvo en el marco, apoyándose contra él como si las fuerzas lo abandonaran. Giró la cabeza y, con una suavidad inesperada en su voz, dijo:
—Sabes, Boo... cuando estoy cerca de ti, incluso el caos se siente como paz.
Me quedé congelado, la toalla apretada entre mis manos y el corazón latiendo con fuerza. Antes de que pudiera responder, Law rió entre dientes y agregó:
—Buenas noches, Boo... el sueño pelea conmigo, pero si te sueño a ti, creo que me dejaré ganar.
—¡Law! —grité, pero esta vez mi voz sonaba menos molesta y más... confundida.
Cerró la puerta con torpeza, y su risa resonó hasta que el silencio volvió al baño. Me quedé ahí unos segundos, mirando la cortina de la ducha como si fuera a explicarme qué acababa de pasar. Finalmente, exhalé, sintiendo una extraña calidez en el pecho.
"Es un completo idiota", pensé con una sonrisa tonta que no podía controlar.
Cuando salí del baño, mi cara estaba roja como un semáforo en pleno tráfico. Tenía la toalla ajustada a la cintura y el cabello todavía húmedo goteando, pero lo último que quería era enfrentarme de nuevo a Lawrence. Claro, porque no era suficiente con que me hubiera visto en uno de los momentos más incómodos de mi vida. No, él tenía que quedarse ahí, invadiendo mi espacio personal como si fuera dueño del lugar.
Miré de reojo hacia la cama, y ahí estaba él, recostado con una sonrisa que podría derretir glaciares, mirándome como si yo fuera la cosa más entretenida que había visto en su vida.
—¿Qué estás mirando? —le espeté, tratando de que mi tono sonara frío y serio, aunque sabía que no lo lograría del todo.
Él no respondió, solo se quedó ahí, sonriendo como si supiera algo que yo no. Ignorándolo, caminé hasta el armario, decidido a buscar la mitad de la ropa que había olvidado en mi prisa por salir del baño. No necesitaba verlo para saber que me estaba siguiendo con la mirada, lo sentía, como un peso caliente en la nuca.
Cuando escuché un leve crujido en el suelo, giré rápidamente y lo vi. Lawrence se estaba levantando de la cama, sus movimientos lentos y deliberados, como si estuviera estudiando mi reacción. Y claro, yo reaccioné como un completo idiota, dando un paso hacia atrás casi por instinto.
—¡Aléjate, abusador pervertido! —le dije, tratando de sonar sarcástico, aunque mi tono salió más nervioso de lo que quería.
Él se rió. Esa risa suave y profunda que me hacía sentir cosas que no quería admitir. La detestaba. Bueno, no. No podía detestarla. Pero quería, porque sabía exactamente el efecto que tenía en mí, y estoy seguro de que él también lo sabía.
—No puedo evitarlo —dijo, acercándose un poco más, con una sonrisa que parecía a medio camino entre traviesa y genuina—. ¿Cómo no querer acercarme a alguien tan adorable?
Sentí que mi cara se ponía aún más roja, algo que no creí posible. Apreté los labios y giré de vuelta al armario, fingiendo que buscaba algo. Mis manos temblaban un poco al sujetar la tela, y me obligué a respirar hondo.
—¿Ya se te fue lo borracho o estás diciendo esas tonterías sobrio? —le pregunté sin mirarlo, porque sabía que si lo hacía, perdería lo poco que me quedaba de compostura.
Él rió de nuevo, esa risa que siempre parecía desarmarme sin esfuerzo.
—Sobrio o no, siempre digo lo que siento, Boo.
Esa última palabra. Boo. La dijo con tanta suavidad, con tanto cariño, que por un momento me olvidé de todo: de la vergüenza, del enojo, incluso de que seguía parado frente a él solo con una toalla. Sentí un nudo en el estómago, y mi corazón latía tan rápido que casi me dolía.
Me obligué a concentrarme en el armario, sacando al azar una camiseta y unos pantalones que probablemente no combinaban. Necesitaba salir de esa situación antes de que terminara haciendo algo estúpido.
—Eres imposible —murmuré, tratando de sonar molesto, aunque mi voz traicionó un leve temblor.
—Y tú adorable —replicó él, con ese tono despreocupado que solo hacía que mi cabeza diera vueltas.
Lo escuché moverse de nuevo, pero esta vez no me giré. Sentía que si lo hacía, todo lo que estaba intentando reprimir saldría a la superficie, y eso no podía pasar.
Dios, Lawrence era imposible. Literalmente imposible. Y yo... bueno, yo estaba perdido.
Me tiré en la cama, agotado. El cansancio me golpeaba como una marea, y aunque mi cuerpo pedía descanso, mi mente seguía dándole vueltas a todo lo sucedido esa noche. Los recuerdos del bar, de Lawrence riendo, de su cuerpo pegado al mío... aún estaban frescos en mi mente, y la mezcla de sentimientos me tenía sin aliento. No sabía si mi cuerpo quería dormirse o si el mismo Lawrence me mantenía despierto, incluso cuando él ya se había quedado dormido, esa maldita sonrisa suya persiguiéndome.
Suspiré profundamente y traté de cerrar los ojos. Pero, como siempre, el sonido de su voz me alcanzó.
—¿Qué hora es? —su voz, aún algo adormilada, llegó a mis oídos, y su figura se acomodó a mi lado en la cama, justo frente a mí. No podía creerlo. ¿Cómo podía estar tan relajado después de todo?
Abrí un ojo, mirando su cara despreocupada, y fruncí el ceño.
—Son las seis de la mañana, Lawrence —gruñí, sintiendo que la irritación me invadía, aunque por dentro, no me importaba realmente la hora. Solo quería descansar.
Él, sin embargo, parecía estar más despierto que nunca, soltando una risa suave.
—Dormiste mucho, ¿no? —bromeó, dándome a entender que él sabía perfectamente que no había dormido ni un segundo. La culpa era mía. Había estado tan concentrado en sus palabras, en su cercanía, que ni siquiera había notado que el tiempo había pasado.
No pude evitarlo, me senté ligeramente en la cama y le golpeé el hombro, con un gesto tan enojado como juguetón.
—Eres insoportable —murmuré, mientras intentaba mantener una actitud seria. Pero mi rostro no pudo evitar mostrar una ligera sonrisa. Era imposible no sonreír cuando él estaba cerca.
Lawrence soltó una carcajada, su risa resonando en la habitación, y al ver mi cara, siguió con su tono juguetón.
—Pero me soportas, ¿verdad? Porque me quieres.
Mis ojos se abrieron un poco más, y sentí que mi corazón se aceleraba, sin saber cómo reaccionar. ¿Cómo podía decir algo tan sencillo, pero que calaba tan hondo? No pude encontrar las palabras para responderle, y por un segundo, me quedé en silencio, perdido en sus ojos.
—Ya cállate, no me seduzcas... —logré decir, aunque al instante me arrepentí de la suavidad con la que lo había dicho.
Un silencio caía entre nosotros, pero no era un silencio incómodo. Era... confortable. Como si estuviéramos flotando en una burbuja, donde solo importábamos los dos. No sabía si era el cansancio o si, de verdad, mi corazón estaba tan débil frente a él. Pero ese silencio se rompió cuando, finalmente, no pude evitarlo más.
—Law... ¿te acuerdas de lo que dijiste y lo que hiciste cuando salimos del bar? —pregunté, sintiendo una curiosidad extraña que no podía ignorar. Algo me decía que él lo recordaba. Pero, al mismo tiempo, me preocupaba saber que no lo había hecho en plena conciencia.
Él, como siempre, me miró con esa sonrisa traviesa y contestó sin titubear.
—¿Qué? ¿Lo de que eres mi novio y las poesías que eran "baratas para ti"? —su tono era tan despreocupado, tan normal, que me hizo sentir como si lo que había dicho no tuviera importancia.
¿Estaba consciente de lo que decía? Me levanté de la cama, sorprendiendo incluso a mí mismo, y lo miré con los ojos bien abiertos.
—¡¿Estabas consciente de lo que hacías?! —le pregunté, mi voz llena de incredulidad. ¿Cómo podía ser que me dijera esas cosas y ni siquiera pareciera saber lo que significaba para mí?
Lawrence, claro, solo se rió. Su risa llena de libertad y picardía.
—Claro que sí —dijo, como si fuera la cosa más obvia del mundo.
Sentí que la rabia se acumulaba dentro de mí. Agarré la almohada más cercana y, con todo el enojo y la frustración que sentía, la lancé hacia él.
—¡No me dejaste dormir por tu culpa, sabiendo que estabas consciente de todo! ¡Eres un idiota, Lawrence! —grité, aunque sabía que la rabia no era realmente contra él, sino contra mí mismo. ¿Cómo me podía estar tomando todo esto tan en serio cuando él, con toda su diversión, solo me hacía pensar más y más en él?
Lawrence se apartó con la almohada, aún riendo. Pero algo en su mirada cambió.
—Soy tu idiota —dijo suavemente, como si esas palabras fueran un consuelo para mí, aunque no pudiera comprender del todo.
Mi corazón dio un vuelco.
—Tú y tus malditas palabras —murmuré, mientras me echaba de nuevo sobre la cama, mirando al techo y tratando de calmar mi respiración. El dolor en mi pecho era extraño, como si una parte de mí quisiera decirle lo que realmente sentía, pero me faltaban palabras.
Me giré para mirarlo, viéndolo a él recostado de nuevo en la cama, con esa expresión tranquila. Mi mente seguía girando, pero mi cuerpo ya no podía más. Bajé la mirada a mis manos, avergonzado.
—Ya cállate, Lawrence —dije en voz baja, más para mí que para él. Mi corazón seguía acelerado, pero esta vez no era por enojo, sino por una sensación mucho más profunda.
El silencio entre nosotros era cómodo, aunque la verdad, no sabía cuánto más podría soportarlo. La culpa de no haber podido dormirme debido a sus palabras, la angustia por no haber sabido cómo manejarlo, todo eso se mezclaba en mi pecho.
Finalmente, me giré hacia él.
—Te odio... —murmuré sin creer en mis propias palabras. Porque la verdad era que no podía odiarlo. Ni siquiera podía sentirme enojado, a pesar de todo lo que me hacía sentir.
Lawrence, con su risa traviesa, simplemente se acercó un poco más.
—Yo también te quiero Hauser —dijo suavemente, como si esas palabras fueran suficientes para calmarlo todo.
—Cállate, no mientas.
Sentí cómo mi cuerpo reaccionaba a la proximidad de Law, y aunque intenté mantener la calma, mi respiración se volvió más rápida. El calor en mis mejillas era tan intenso que me costaba pensar con claridad. Law, sin embargo, parecía disfrutar de ese poder sobre mí. Su rostro estaba tan cerca del mío que podía oler su fragancia, algo tan familiar que me hacía sentir como si estuviéramos flotando en una burbuja, alejados del mundo exterior.
—Sabes a lo que me refiero... —murmuró de nuevo, su voz más profunda, rozando mi oído con esas palabras. Mi piel se erizó.
Intenté despejar mi mente, pero era casi imposible. Sabía exactamente lo que quería decir, y al mismo tiempo, me asustaba un poco. No por lo que significaba, sino porque me estaba dando cuenta de que estaba cayendo en esa trampa que Law siempre había colocado tan cuidadosamente. Esa trampa donde sus palabras, sus gestos, todo él me arrastraba, haciéndome querer más. Siempre había sido así entre nosotros. La línea entre lo que queríamos y lo que no queríamos admitir era tan fina, que a veces me costaba saber si estábamos jugando o si de verdad había algo más.
Traté de apartarme un poco, pero la cercanía de Law no me lo permitió. Su brazo se posó suavemente sobre mi hombro, tocando mi piel, y el leve roce me hizo temblar. Me miró a los ojos con una intensidad que me hizo dudar si aún quedaba algo de autocontrol en mí.
—¿Qué? —intenté decir, aunque mi voz sonaba más débil de lo que esperaba. Mi mente estaba a mil por hora, buscando una excusa, una salida, algo que me ayudara a recuperar el control. Pero Law, al parecer, no tenía intenciones de dejarme escapar.
—¿No te das cuenta de lo mucho que me haces falta? —dijo suavemente, acercándose un poco más, sus labios apenas rozando mi oído. Esta vez no era una broma. Podía escuchar la sinceridad en su tono. No era solo el chico travieso al que me había acostumbrado. Había algo más profundo, algo que me llegaba directamente al alma.
Mis dedos apretaron las sábanas a mi alrededor, buscando algo en qué aferrarme para no perderme por completo. Sentía que me estaba dejando llevar, y eso me aterraba. El deseo y el miedo se mezclaban dentro de mí, creando un torbellino que no sabía cómo controlar.
—Dame un beso —dijo, esta vez sin burla, sin juego. Fue una súplica, una de esas que no se hacen a menudo, y me pilló desprevenido. Mi corazón comenzó a latir más rápido, y antes de que pudiera darme cuenta de lo que estaba sucediendo, Law comenzó a acercarse aún más, haciendo que mi mente se nublara por completo.
No pude evitarlo. Todo lo que había intentado evitar había desaparecido en ese instante. Mis manos, que antes estaban rígidas y tensas, se relajaron poco a poco, y mi respiración se calmó. Miré a Law, y por un segundo, todo se desvaneció. No había palabras, ni preocupaciones, ni dudas. Solo estábamos él y yo.
La presión en mi pecho se aligeró cuando, sin darme cuenta, me incliné hacia él, mis labios rozando los suyos en un beso suave, tentativo, como si ambos supiéramos que este momento era inevitable. Era como si la luna y el sol finalmente pudieran tocarse. Como si, por fin, el agua y el aceite pudieran unirse, y la luz y la oscuridad pudieran compartir el mismo espacio.
Cuando nos separábamos, apenas a unos milímetros, me di cuenta de que no podía detenerme. La necesidad que había estado guardando tanto tiempo salía a la superficie, y no podía luchar contra ella. Law sonrió con esa expresión que solo él tenía, esa mezcla de diversión y algo más profundo que hacía que mi corazón se acelerara.
—Eso es todo lo que necesito... —dijo, y sus palabras se quedaron flotando en el aire, llenas de significado, mientras su mano se deslizaba suavemente por mi mejilla, haciendo que mi piel ardiera bajo su toque.
Por un momento, me quedé sin palabras. Sabía lo que significaba, pero no sabía cómo decirlo. No cómo poner en palabras todo lo que sentía, todo lo que no sabía si debía decir. Y entonces, lo único que pude hacer fue abrazarlo. No tenía respuestas, no tenía excusas. Solo tenía ese momento con él, y eso era todo lo que importaba.
Law, al sentir mi abrazo, me correspondió con el mismo fervor, sus brazos rodeándome con la misma ternura y pasión que siempre había tenido, pero que nunca había mostrado tan claramente. Y, por primera vez, no necesitaba decir nada más.
Law, al notar cómo mi rostro se ponía más rojo, sonrió con una expresión traviesa que me hizo saber que estaba disfrutando de mi incomodidad. Sabía que había tocado un punto sensible, y eso solo lo hacía más peligroso.
—Hace meses que no hacemos cositas...Como tocarte... —dijo, su voz llena de picardía, y no pude evitar bajar la mirada, sintiendo cómo el calor en mis mejillas crecía. Law no podía evitar burlarse de mí en esos momentos, y aunque me molestaba un poco, algo en su forma de hablar me hacía sentir... cálido.
Me mordí el labio, intentando mantener la compostura, pero mis palabras se trabaron, como si de repente hubiera olvidado cómo hablar. Mi cabeza estaba llena de pensamientos en caos, de recuerdos de todo lo que habíamos vivido. Aunque intenté responder algo, no pude articular nada coherente.
—No te pongas así, no te estoy juzgando —continuó Law, y sus ojos brillaron con esa chispa de diversión. Se acercó un poco más, sin dejar de mirarme con esa mezcla de ternura y travesura que siempre me hacía sentir vulnerable. —Solo digo que, bueno, podríamos hacer algo al respecto, ¿no?
Me ruboricé aún más, sin saber si me estaba molestando o si, de alguna manera, me estaba divirtiendo. Law tenía esa forma de hacer que todo pareciera más ligero, más divertido, incluso en los momentos que deberían ser incómodos.
—Eres un idiota —logré decir al fin, aunque mi voz no tenía mucha firmeza. Ni siquiera me lo creía.
Law rió suavemente, su risa resonando en la habitación, y su mano se deslizó por mi brazo, enviando una corriente cálida por mi cuerpo.
—¿Un idiota? —preguntó, aún riendo. —Solo estoy hablando de cosas que, ya sabes, son naturales entre nosotros...
Intenté no pensar demasiado en lo que estaba sugiriendo, pero sus palabras me dejaron sin saber qué decir. Por alguna razón, lo que dijo, aunque era una broma, también tenía algo de verdad. Lo que nos había estado rodeando todo ese tiempo, las emociones y las tensiones no resueltas, estaban saliendo a la superficie ahora más que nunca.
—¿Qué, te incomoda? —preguntó con una sonrisa aún más amplia, y al ver mi reacción, entendió lo que estaba pasando por mi mente.
Me tiré hacia atrás en la cama, cubriéndome la cara con las manos, completamente derrotado por mi propia vergüenza. Law se acercó más, hasta quedar justo al lado mío, y comenzó a acariciar mi cabello, con una ternura que casi me derritió.
—No te preocupes, lo sé... —dijo con suavidad, y sentí que sus dedos pasaban lentamente por mi piel, como si quisiera calmarme. —Solo bromeaba, Hauser... Pero sé lo que realmente quiero.
Mi corazón latió más rápido al escuchar esas últimas palabras, y cuando levanté la vista, me encontré con su mirada intensa y cercana. Estaba en ese punto en el que todo parecía confuso, pero al mismo tiempo, claro.
Sabía que él también sentía lo mismo, que ambos estábamos jugando este juego en el que las líneas entre la broma y la verdad se volvían borrosas. Y en ese momento, lo único que sabía era que, aunque mi cuerpo estuviera lleno de dudas, mi corazón ya no tenía miedo de dar ese paso.
Law sonrió y susurró suavemente:
—Ya sabes lo que quiero, ¿verdad?
—Me quieres, pero no me amas —dije, con voz baja, como si estuviera diciendo una verdad amarga que me costaba aceptar. Mis ojos no podían sostener su mirada; era como si las palabras se atascara en mi garganta, pero al mismo tiempo, sentía la necesidad de decirlo. La incertidumbre sobre lo que estábamos construyendo me había estado atormentando todo el tiempo.
Law no pareció desconcertado por lo que había dicho, en realidad, su respuesta fue rápida, casi sin pensarlo.
—Es lo mismo —respondió, con una sonrisa traviesa, casi como si lo hubiera estado esperando.
Me sentí como si me hubiera dado un golpe en el pecho. ¿Es lo mismo? ¿Realmente?
—No, no es lo mismo —respondí, algo enojado, más por mi propio sentimiento de inseguridad que por su comentario. Sabía que lo que decía no era tan simple, que había más que solo querer a alguien. La diferencia entre desear y amar no era algo que se pudiera tomar tan a la ligera.
Law me miró con diversión, como si mi reacción fuera lo más entretenido del mundo.
—¿Ah, no? —su voz jugaba con la provocación. —Entonces, ¿qué quieres, Hauser?
No pude evitar resoplar, sintiéndome como si estuviera atrapado en una conversación que no sabía cómo manejar. Pero antes de que pudiera decir algo más, Law añadió, con un brillo pícaro en los ojos:
—¿Jugamos un juego? Yo soy el elevador y tú subes y bajas.
Mis ojos se abrieron, y sin pensarlo, levanté la mano y lo golpeé juguetonamente en el brazo, completamente avergonzado por la broma.
—¡Eres un idiota! —dije, sin poder evitarlo, mientras sentía mis mejillas encenderse de rojo por completo.
Law se rió, pero con una sonrisa burlona y juguetona.
—Si lo mal piensas así, entonces no es el juego —dijo, aún riendo por lo bajo, como si estuviera disfrutando de mi incomodidad.
Fruncí el ceño, aún molesto, pero a la vez no podía dejar de sentir una extraña calidez por su actitud tan relajada y despreocupada. No sabía si enojarme más o rendirme a la diversión de la situación.
—Ajá...sí. —respondí, sin poder decir nada más, mientras me dejaba caer de nuevo sobre la cama, sintiéndome un poco ridículo, pero también aceptando que estaba atrapado en su juego.
Law se recostó junto a mí, su risa calmándose, pero su mirada seguía siendo juguetona, como si hubiera ganado algo con nuestra pequeña disputa. Pero en el fondo, sabíamos que las cosas no eran tan simples. Todo lo que se decía entre nosotros, incluso las bromas, llevaba un peso mucho mayor, aunque ninguno de los dos quisiera admitirlo.
Law se acercó aún más, con esa mirada traviesa que sabía cómo hacerme perder el control, y susurró:
—¿Sabes qué? Yo soy el tren, y tú eres el vagón.
Me sentí como si mi corazón estuviera dando saltos. Lo miré, confundido, pero con una sonrisa tonta en el rostro, sin saber si había entendido mal.
—¿El vagón? —repetí, entrecerrando los ojos.
Él solo sonrió más ampliamente, y continuó:
—Sí, el vagón. Tú te subes a mí, y vamos juntos por el recorrido.
Mi mente se quedó en blanco por un momento, y pude ver que mis mejillas se ponían al rojo vivo. Intenté cambiar de tema, pero antes de que pudiera decir algo, Law se acercó peligrosamente y, con una risa suave, añadió:
—O tal vez soy la carretera, y tú mi coche.
Mis ojos se abrieron de par en par, y solo pude taparme la cara con las manos mientras él reía suavemente a mi lado.
—¡Por favor! —dije entre risas, casi sin poder respirar. — ¿Qué te pasa, eres un poeta o qué?
Law se recostó a mi lado, mientras yo me quedaba un poco avergonzado pero sin poder parar de reír. Se encogió de hombros con una sonrisa juguetona.
—No soy poeta, pero sí sé que quiero que estés conmigo en este viaje. —dijo con tono tierno.
Yo solo pude sonrojarme aún más, aunque una parte de mí sentía que, aunque todo fuera una broma, sus palabras eran un reflejo de lo que realmente sentía.
—Y eh escrito algunas obras, no sé si sabías.
Es verdad, me olvidé.
Law, con una mirada traviesa, se acercó a mí lentamente y, sin previo aviso, susurró al oído:
—Díos, eres tan... hermoso...Como quisiera en-
El calor de su aliento en mi oído me hizo sonrojar aún más, y por un momento estuve a punto de no poder responder. Solo pude dar un paso atrás, mirando hacia otro lado, como si eso me ayudara a calmarme. Y antes de que terminara, lo interrumpí.
—Me iré a dormir —respondí, tratando de disimular mi nerviosismo, pero mi voz no estaba del todo segura.
Law soltó una risa fuerte y me miró con los ojos brillando de diversión.
—¿Dormir? —repitió con tono burlón—. En dos horas tenemos entrevista y concierto, no puedes dormir ahora.
Mi cara se puso aún más roja, y sentí que el pánico me invadía al darme cuenta de que la madrugada ya estaba avanzada.
—¡Carajo! —exclamé, volviendo a mirarlo con frustración, sintiendo cómo todo mi cansancio parecía caer sobre mis hombros.
Law no pudo evitar reír aún más, y en un rápido movimiento se acercó y me dio varios besos cortos en el brazo. Sentí cómo la calidez de su contacto me recorría, y mis mejillas se incendiaron. No sabía si me estaba avergonzando más o si me sentía feliz de tenerlo cerca.
—Vamos, no te estreses tanto, aún tenemos mucho por disfrutar —dijo entre risas, sin dejar de darme esos besos juguetones.
Me limité a suspirar, aún con el rostro completamente rojo, y murmuré:
—Ya no puedo más con esto...
Law, con esa sonrisa juguetona que siempre me hacía perder la paciencia, levantó la voz y, casi como si estuviera desafiándome, gritó:
—¡Iré a jugar al elevador con mi no-via! —y repitió, para asegurarse de que escuchara bien.
Mis ojos se cerraron involuntariamente por un momento, y un suspiro pesado escapó de mis labios. No podía con todo esto. Era como si mi paciencia estuviera al borde de romperse, pero también no podía dejar de pensar en lo que había dicho. ¿Por qué me hacía sentir así? ¿Qué era esto entre nosotros?
Sin poder aguantar más, y sin pensarlo mucho, murmuré para mí mismo, casi gritando en mi cabeza:
—Dios mío, carajo... odio a esa rubia pintada. ¡Cómo puedes estar con ella! Yo juro que le tengo envidia, quisiera hacerlo todo el tiempo contigo si fuera mujer...
La palabra "mujer" salió de mi boca como una forma de desahogo, pero en cuanto la dije, me di cuenta de lo que estaba diciendo. Mis ojos se abrieron de golpe, y un calor subió a mi rostro.
Pero Law, en lugar de reírse de mí, se quedó sorprendido. No esperaba eso, y lo vi pensativo por un momento, hasta que finalmente, con esa mirada traviesa que me enloquecía, dijo:
—Podemos, aunque no eres mujer, se puede.
Mi mente quedó en blanco por un segundo. ¿Cómo...? ¿Qué acababa de decir? Quería decir algo, pero las palabras no salían. Solo pude mirarlo, sintiendo una mezcla de incredulidad y algo mucho más intenso, que no sabía cómo manejar.
Law me miró fijamente, esperando mi respuesta, y yo simplemente no pude evitarlo. Solo solté una risa nerviosa, porque, en el fondo, sabía que me había metido en algo que no podía volver atrás.
Al escuchar la respuesta de Law, sentí una mezcla de desconcierto y una necesidad de mantenerme firme, aunque, claro, mi rostro estaba cada vez más caliente por el giro que había tomado la conversación. Ya no podía pretender que todo esto era solo una broma, ¿o sí?
Con un suspiro molesto, miré a Law directamente a los ojos y, sin pensarlo mucho, le solté:
—¿Qué carajo, Hazel?
Él levantó una ceja, sorprendido por mi tono, pero, como siempre, no tardó en sonreír con esa mirada traviesa que me volvía loco. Con una suavidad inconfundible, como si estuviera disfrutando de mi incomodidad, me respondió:
—Cuida tu vocabulario, Boolavit.
Y antes de que pudiera decir algo más, se acercó a mí lentamente. Mi corazón latió más rápido, y la cercanía de su figura me dejó sin palabras. Estaba tan cerca que podía sentir su respiración contra mi piel, y su presencia se sentía como un peso que me hacía perder el control de mis pensamientos.
No sabía si debía retroceder o quedarme ahí, esperando que las palabras vinieran, pero no pude hacer nada más que quedarme inmóvil, sintiendo esa tensión creciente entre nosotros.
Law, siempre con su tono juguetón, no se detuvo ni un segundo. De repente, levantó su remera, dejando ver su abdomen tonificado y una sonrisa burlona en su rostro. No pude evitar girar los ojos con frustración, sintiéndome completamente incapaz de manejar la situación.
—Ay, por Dios... —murmuré entre dientes, sin poder dejar de mirar la escena—. ¡Acabo de bañarme!
Law, sin dejar de sonreír, se inclinó ligeramente hacia mí, manteniendo esa mirada intensa y confiada que me hacía sentir como si pudiera derretirme en cualquier momento.
—¿Quieres o no? —preguntó, como si no tuviera ni una pizca de duda de que yo lo seguiría, aunque mi orgullo estuviera por los cielos.
A pesar de mi enojo, mi cuerpo no respondía como yo quería. Le respondí en un tono más serio, tratando de mantener mi compostura:
—Está bien, ya, pero esto no hago esto por celos ¿entiendes? —asentí enojadito, pero en el fondo, algo dentro de mí sí quería estar más cerca de él.
Law soltó una risa suave, como si estuviera disfrutando ver cómo me comportaba, pero sin darle más vueltas a la situación, se acercó un paso más.
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