
Capítulo 36: Somos uno de dos. 🦋
Voten desgraciadas :'v
Lawrence parecía haberse calmado un poco, aunque aún temblaba de vez en cuando, como si el sufrimiento estuviera demasiado arraigado en su ser como para desaparecer completamente. Después de un rato, levantó su cabeza, pero no se atrevió a mirarme directamente. Aun así, pude ver la lucha en sus ojos, esa mezcla de agotamiento y dolor profundo que parecía estar siempre presente en él.
Al estar tan cerca, pude notar cada uno de esos detalles, cada línea de sufrimiento que marcaba su rostro. Era como si el dolor se hubiera apoderado de él de una forma tan profunda que ni siquiera su cuerpo podía escapar. Y allí estaba yo, con el corazón destrozado, queriendo hacer todo lo posible por aliviarlo, pero sabiendo que, en ese momento, no había nada que pudiera hacer.
Pude sentir cómo mi pulso aumentaba a medida que nuestras miradas se cruzaban, cómo mi mente y mi cuerpo parecían entrar en un estado de confusión y desesperación por no saber qué hacer, por no encontrar una solución para todo lo que lo había marcado.
Mi mano, sin pensarlo, se levantó lentamente, como si se moviera por impulso. La pasé suavemente por su rostro, limpiando la lágrima que caía de su ojo, un gesto tan pequeño, pero lleno de tanto significado. Me quedé allí, cerca, observándolo, casi hipnotizado por el sufrimiento que veía reflejado en su mirada.
—Tengo ganas de besarte... —susurré, mi voz rota por la cercanía, por la necesidad de decir algo, de romper el silencio que nos envolvía—. Pero no lo haré.
Fue lo único que pude decir en ese momento. No porque no lo deseara, sino porque el sufrimiento que veía en él, el miedo y la vulnerabilidad que mostraba, me detenían. Sabía que ahora no era el momento para hacer algo que pudiera complicar aún más las cosas.
Me quedé allí, con la mano aún en su rostro, mirándolo con todo lo que sentía en ese instante. Era como si el tiempo se hubiera detenido entre nosotros, como si el mundo hubiera desaparecido por un momento, y solo quedáramos él y yo, atrapados en una burbuja de silencio y emociones no expresadas.
Lawrence me miró con una intensidad que me desconcertó, una mezcla de dolor y deseo que me hizo retroceder un paso. Pero luego, sus palabras cortaron el aire, haciendo que todo se detuviera por un segundo.
—Pero yo sí —dijo, su voz temblando, pero firme en su declaración.
Antes de que pudiera reaccionar, lo sentí acercarse, su rostro tan cerca del mío que solo quedaba un aliento entre nosotros. Y luego, sus labios chocaron contra los míos con una fuerza inesperada, feroz, como si todo el dolor que llevaba dentro se hubiera transformado en ese beso. No era suave, ni dulce, era urgente, cargado de desesperación y necesidad. Mi cuerpo reaccionó al instante, pero algo en mi mente me gritaba que me detuviera.
Mi corazón latía con fuerza, y pude sentir el caos de mis pensamientos al mismo tiempo que me desbordaba la sensación de su cercanía. Pero en cuanto comencé a perderme en el beso, algo me detuvo.
Me separé de él rápidamente, mis manos tocando mi rostro como si tratara de despejar las nubes de confusión que se habían formado. Miré a Lawrence, buscando algo, una razón, una explicación, algo que me ayudara a entender por qué había hecho eso, por qué había dejado que sus emociones lo llevaran tan lejos.
—No, Law... —mi voz salió rasposa, quebrada, como si algo en mí estuviera roto—. No tiene que ser así. No tienes que hacer eso.
Lo miré intensamente, tratando de hacerle entender que lo que acababa de ocurrir no era lo que necesitábamos. Que no podía ser lo que él pensaba que necesitaba. Pero antes de que pudiera continuar, él habló de nuevo.
—No eres Charly —dijo, su voz suave pero cargada de una firmeza que me sorprendió. Sus ojos, aunque aún nublados por el dolor, brillaban con algo de determinación—. Puedo hacer lo que quiero.
Sus palabras me golpearon con fuerza. Fue como si en ese instante todo lo que había pasado, todo lo que había sido dicho, tomara un giro inesperado. Sabía que él no estaba hablando solo del beso. Sabía que estaba reclamando su autonomía, su derecho a decidir por sí mismo, a hacer lo que él creyera que podía hacer, sin el control de nadie más sobre su vida.
Miré a Lawrence, viendo la mezcla de tristeza y coraje en su rostro, y me di cuenta de algo que había estado ignorando: el dolor que él sentía no era solo por lo que le había hecho Charly, sino por lo que le había sido hecho en su interior. Se había perdido tanto, que ahora trataba de encontrar un pedazo de sí mismo en lo único que sentía real en ese momento.
Y, aunque mi mente gritaba que no debía seguir, mi corazón me decía que debía estar allí para él, para ayudarlo a encontrar una salida, aunque esa salida pudiera llevarnos a caminos inciertos.
Me quedé quieto, mi mente un torbellino mientras escuchaba esas palabras salir de los labios de Law, palabras que significaban tanto, pero que no podía comprender completamente en ese momento. "No eres Charly. Puedo hacer lo que quiero." Algo en su voz, esa mezcla de determinación y fragilidad, me dejó sin palabras.
No tuve tiempo para reaccionar antes de que me atrajera hacia él, y nuestros labios se encontraran brevemente, casi desesperadamente. El beso fue rápido, fugaz, pero con una urgencia que me sacudió. Algo en mí quería corresponder, perderme en ese momento, pero otra parte sabía que no era lo correcto. Mi cabeza estaba llena de dudas, de gritos internos que me pedían detenerlo, detenernos.
—No... —mi voz salió rasposa, quebrada, mientras me apartaba de él—. No tienes que hacer esto, Law. No es lo que quieres.
Pero él no retrocedió. En sus ojos había una tormenta de emociones que me dejaba sin aliento. Miró en silencio, como si buscara algo en mí, algo que no sabía si podía encontrar. Mi corazón latía con fuerza, resonando en mis oídos, y esa tensión que llenaba el aire era palpable.
—Lo que quiero... —susurró, su voz temblando un poco—, es un poco de paz.
Mi alma se quebró al escucharlo. Yo quería darle todo lo que necesitaba, pero las palabras parecían inútiles. Las acciones aún no alcanzaban a cubrir ese vacío en su mirada, esa carga que llevaba consigo.
Lo miré fijamente, sintiendo una necesidad urgente de hacer algo, de protegerlo, de quitarle ese peso, pero sabía que nada de lo que pudiera hacer ahora lo sanaría. Lo único que podía prometerle era que no lo dejaría solo, que no lo dejaría ir por este camino sin luchar, aunque no tuviera todas las respuestas.
Y ahí, en ese silencio pesado, supe que, aunque todo fuera confuso y complicado, no podía dar un paso atrás. No más. No con él.
El aire estaba cargado de algo indescriptible, algo entre el miedo y el deseo, entre la desesperación de ambos. Me quedé mirándolo a los ojos, observando cómo su respiración aún era irregular, cómo sus manos, a pesar de estar tan cerca, parecían temblar un poco, como si estuviera esperando que algo, cualquier cosa, sucediera.
Vi cómo su boca temblaba ligeramente al intentar sonreír, pero era una sonrisa rota, tan vacía, tan cargada de dolor que no pude evitar preguntarme qué tanto más había sufrido para que su expresión se viera así.
—Law... —susurré, extendiendo la mano hacia él, dudando por un momento si lo que estaba haciendo era lo correcto, si estaba invadiendo su espacio o simplemente lo necesitaba, lo necesitaba más de lo que me atrevía a admitir. Pero al final, lo que hice fue simplemente tomar su rostro entre mis manos, como si esa fuera la única manera de acercarme de verdad a él, sin palabras. Solo contacto. Solo estar ahí.
Law cerró los ojos un momento, y cuando los volvió a abrir, ya no era la misma mirada. Había algo más en ella, algo más suave, como si al ver mi gesto, al sentir mi presencia, hubiera encontrado algo de consuelo, aunque solo fuera por un instante.
—No sé qué hacer, Hauser... —dijo con voz temblorosa, mirando a un punto fijo en mi pecho, como si no pudiera soportar verme directamente. —No sé cómo seguir.
El dolor en su voz era insoportable, y me costaba respirar por un momento. ¿Qué podía decirle? ¿Cómo podía consolarlo cuando yo mismo no sabía cómo arreglarlo? Lo único que supe hacer fue abrazarlo, apretarlo contra mí, como si pudiera hacer que su sufrimiento desapareciera, aunque sabía que era imposible.
—No tienes que saberlo, Law —le susurré cerca de su oído, cerrando los ojos, buscando también consuelo en su cercanía. —No tienes que hacer nada. Solo...
Lo sentí asentir contra mi pecho, un pequeño gesto que me quebró aún más por dentro. Él, tan fuerte en su exterior, tan frágil en su interior, estaba aferrándose a algo, a mí, y no podía dejarlo ir.
Quería ser su refugio, el lugar al que pudiera correr cuando todo fuera demasiado, el lugar donde pudiera ser quien realmente era, sin miedo, sin mentiras, sin que nadie le dijera qué hacer o cómo sentirse. Quería ser su paz.
Y en ese abrazo, sentí como si, al menos por un segundo, pudiera serlo.
El silencio se instaló entre nosotros, solo roto por el sonido entrecortado de nuestras respiraciones. Law permaneció allí, su cuerpo pegado al mío, su rostro enterrado en mi pecho, como si quisiera desaparecer en mi abrazo. Yo lo sostenía con fuerza, pero también con ternura, como si no quisiera dañarlo, como si tuviera miedo de que se desmoronara en mis brazos.
De repente, la puerta de la habitación se abrió con un crujido bajo, una presencia pesada se coló en el aire. Fue casi imperceptible, pero lo supe al instante: alguien más estaba allí. Un mal presagio recorrió mi columna. Sin soltar a Law, miré hacia la puerta y la figura apareció, parándose en el umbral.
Era él.
Charly.
Law tensó su cuerpo en mi abrazo al verlo. Su mirada se oscureció, y aunque intentó ocultarlo, pude ver cómo la ansiedad lo envolvía de nuevo. Como si no pudiera escapar de él, como si cada vez que su presencia se hacía notar, algo dentro de él se quebrara.
Charly no dijo nada al principio. Solo nos observó, su mirada fija en Law con una sonrisa que no llegaba a ser una sonrisa, algo más oscuro. Mi cuerpo se tensó de inmediato, el instinto de proteger a Law subiendo a la superficie, pero no podía hacer nada mientras él estuviera allí.
Law, sabiendo lo que vendría, apartó la vista de él y se aferró con más fuerza a mí. Era como si quisiera que todo desapareciera, que no estuviera allí, que todo lo que le había hecho Charly no existiera, pero sabía que la realidad no podía ser más diferente.
—¿Lo ves ahora? —me susurró Law, y su voz, aunque baja, me hizo entender todo—. Así es como es. Así me hace sentir siempre.
Mi corazón latió más rápido, pero no pude encontrar las palabras para responderle. Lo que quería decir era simple: que nadie le haría daño más, que lo protegería. Pero no podía prometer algo que no sabía si podría cumplir.
Charly, viendo nuestra interacción, dio un paso adelante, y aunque su postura no era agresiva, su presencia era suficiente para que el aire se volviera más pesado. Entonces, miró a Law, y lo que dijo a continuación me heló.
—¿De verdad crees que tienes el control aquí, pequeño? —dijo con una sonrisa torcida. —Vas a seguir sonriendo, ¿verdad? Porque si no lo haces, las cosas van a ponerse mucho peores.
Eso fue lo que lo quebró, lo que justificó todo. Vi cómo la expresión de Law se desmoronaba, cómo ese destello de esperanza que se había encendido en sus ojos desaparecía, como si cada palabra de Charly fuera una cadena que lo arrastraba más profundo en su infierno personal.
Law no podía hacer nada. Sabía que si no seguía las reglas de Charly, algo peor vendría, y ese miedo, esa ansiedad, era lo que lo mantenía atrapado.
Lo entendí.
Lo entendí con una claridad brutal.
No era solo una cuestión de querer, era una cuestión de sobrevivir. De seguir adelante, de no perder lo único que aún podía controlar, aunque eso significara que se sometiera a algo tan retorcido y cruel como lo que Charly le hacía.
El miedo a que todo empeorara era lo que lo mantenía atrapado en ese ciclo. Y en ese instante, me di cuenta de que Law no solo necesitaba consuelo, necesitaba liberarse. Necesitaba que alguien lo sacara de esa oscuridad, pero no podía hacerlo solo.
Y ahora entendía que no podía solo abrazarlo y decirle que todo estaría bien. No podía ser tan simple.
Lo que pasó a continuación fue tan rápido que casi no pude reaccionar. Charly avanzó con una sonrisa burlona, sus ojos llenos de una maldad que me heló por dentro. Antes de que pudiera detenerlo, lo vi avanzar hacia Law y, con una rapidez que me hizo el estómago retorcerse, lo tomó por la cintura con fuerza, aplastándolo contra su cuerpo.
—¿Sabes que no puedes hacer nada? —le susurró Charly en el oído de Law, su voz llena de veneno—. Siempre me vas a pertenecer, aunque te niegues.
Law intentó resistirse, empujando las manos de Charly, pero estaba claro que no tenía la fuerza suficiente. Charly, con una sonrisa cruel, lo obligó a acercarse aún más y, con un gesto completamente despreciable, lo besó de manera brusca, forzando sus labios a hacer contacto.
Law intentó apartarse, su rostro lleno de desesperación, pero fue en vano. Con una furia fría, Charly no lo dejó ir, presionando aún más el beso, mientras veía a Law temblar, su cuerpo rígido, su mirada llena de horror.
En ese momento, sentí cómo la rabia me consumía. Mi cuerpo reaccionó sin pensar, y antes de que pudiera darme cuenta, grité con toda la furia que había estado acumulando en mi interior.
—¡Suéltalo, maldito hijo de puta! —grité con toda mi fuerza, mis palabras resonando por toda la habitación.
Mi voz, llena de furia y protección, hizo que Charly finalmente apartara sus labios de los de Law, aunque su sonrisa nunca desapareció. Miró hacia mí, su rostro mostrando una mezcla de diversión y desdén.
—¿Qué vas a hacer, Hauser? —dijo con un tono burlón, acercándose peligrosamente a mí. — ¿Vas a pelearme? ¿A intentar salvar a tu juguete?
Vi a Law retroceder, dándose la vuelta rápidamente para alejarse de Charly, el rostro pálido y los ojos llenos de miedo. Su cuerpo temblaba, y aunque intentó esconder su dolor, no podía ocultarlo de mí. Su respiración estaba agitada, sus manos levantándose para tocar su rostro como si quisiera borrar lo que acababa de pasar.
Pero Charly no se detuvo ahí. Me miró con esos ojos vacíos, como si nada tuviera importancia, como si fuera el dueño absoluto de todo.
—Esto no acaba aquí, Hauser. Nunca acabará. —Las palabras salieron de su boca con una amenaza velada, algo que me hizo sentir el veneno recorrer mi sangre.
Pero en ese momento, lo único que vi fue a Law, temblando a unos pasos de mí, sin poder entender por completo lo que había sucedido, sin saber cómo escapar.
No iba a dejar que eso siguiera. No iba a permitir que siguiera siendo el juguete de ese maldito. Me acerqué a Law, sin apartar la vista de Charly, y tomé su mano con firmeza. No importaba lo que pasara después, no lo dejaría ir.
Sentí cómo el peso de mis palabras caía en el aire, como una promesa que ni el tiempo ni el dolor podrían romper. Law estaba allí, frente a mí, llorando, pero había algo diferente en su expresión. No era solo el sufrimiento, la rabia contenida. Había algo más, una chispa de esperanza que se encendía, aunque fuera de manera tenue.
Lo vi allí, con sus ojos cerrados, como si estuviera procesando todo lo que acababa de decirle. Me dolía verlo así, roto, con el peso de un pasado que ni siquiera yo podía imaginar. Pero lo que más me dolía era pensar que había llegado al punto en el que pensaba que estaba solo, que nadie podía luchar por él.
Y, sin embargo, aquí estaba, con la promesa de que yo iba a hacerle.
—¿No te cansas de pelear por mí? —preguntó con una voz que reflejaba miedo, pero también incredulidad.
Su voz estaba cargada de tantas emociones que sentí un nudo en el estómago. Pero mi respuesta no dudó ni un segundo.
—No me canso, Law. No lo haré —le dije, con la determinación de alguien que ya no podía retroceder.
Lo miré a los ojos, esperando que viera lo que significaban esas palabras. No había espacio para la duda, para el miedo. En ese momento, solo existía la promesa de que lo haría todo para protegerlo. Para darle algo que nunca tuvo: paz, amor, libertad.
—No voy a dejarte caer en este sufrimiento solo —susurré, asegurándome de que escuchara cada palabra—. Eres mi razón para no rendirme.
Su rostro, a pesar del dolor, empezó a suavizarse un poco, como si mis palabras lo estuvieran alcanzando en algún lugar profundo. No era suficiente, lo sabía. Pero era un comienzo.
Lo miré, mi mano aún sosteniendo su rostro, sintiendo el calor de su piel contra la mía. Quería que supiera que no estaba solo, que aunque todo el mundo lo hubiera abandonado, yo no lo haría.
—No te voy a dejar —le aseguré—. Ni ahora ni nunca.
Y aunque sus ojos seguían llenos de lágrimas, algo dentro de mí empezó a relajarse. No iba a ser fácil. No lo sería jamás. Pero estaba dispuesto a luchar, a hacer todo lo que estuviera a mi alcance para sacar a Law de ese infierno. Y no solo a él, sino a mí mismo, porque sin importar lo que viniera, sabía que no podía dejarlo ir. No ahora, no nunca.
Law levantó la cabeza lentamente, mirándome con esos ojos que reflejaban todo el dolor que había guardado por tanto tiempo. Lo entendía, su rechazo, su temor a que alguien más se metiera en su vida solo para ser arrastrado hacia su tormenta. Podía ver que no me creía completamente, que no podía aceptar lo que le estaba ofreciendo, pero no me importaba. No me iba a rendir, no iba a dejar que esas dudas nos separaran.
—No lo entiendes —dijo, su voz temblando, pero también llena de tristeza—. No quiero que te metas en esto. No quiero que sufras por algo que no puedes cambiar.
Me tomé un momento para mirarlo. Había tantas cosas que no podía explicarle, tantos miedos que quería disipar, pero lo único que podía hacer era mostrarle que estaba dispuesto a quedarme. A quedarme a su lado, sin importar lo que viniera, sin importar cuán oscuro fuera el camino.
—Somos una suma de uno —dije, con la voz baja pero firme—. Somos dos, y estaremos juntos hasta que no podamos estarlo. Somos el agua y el aceite, el sol y la luna, la muerte y la vida, la luz y la oscuridad. Y allí es donde aparece el amor y el dolor. Eso somos, somos una suma de todo.
Law me miró, sus ojos vidriosos, pero ahora había algo diferente. Una chispa, una comprensión que brillaba a través de la capa de miedo que lo envolvía. Sabía que no lo estaba diciendo solo por decirlo, que cada palabra provenía de lo más profundo de mí.
—Así que, nunca te dejaré, nunca. Te lo prometo.
Al principio, fue solo un suspiro. Luego, una pequeña sonrisa. No era grande, pero fue suficiente para que el peso en mi pecho se aliviara un poco. Law cerró los ojos por un momento, como si quisiera aferrarse a mis palabras, como si fuera la única cosa real en su mundo por ahora. Cuando los abrió de nuevo, me miró con una expresión tan vulnerable, tan sincera, que me hizo sentir que, por un segundo, la tormenta había pasado.
—Eres un idiota —dijo, su voz baja, pero con una dulzura que nunca había escuchado de él antes—. Pero... también eres la mejor cosa que me ha pasado.
Y en ese instante, todo lo demás dejó de importar. Nos quedamos ahí, frente a frente, con el universo entero entre nosotros, con la promesa de que juntos seríamos capaces de soportar todo lo que viniera. Sin palabras, sin más explicaciones. Solo nosotros.
Law, con una leve sonrisa traviesa en sus labios, levantó una ceja y, con tono juguetón, dijo:
—Ahora tú eres el que usa mi poesía barata, ¿eh?
Al principio sorprendido por el cambio de tono, no pudo evitar soltar una carcajada. La forma en que Law lo decía, con esa mezcla de humor y sarcasmo, me arrancó una risa genuina, algo que hacía tiempo no experimentaba con tanta libertad.
—¿Poesía barata? —respondí entre risas—. Bueno, ahora es la más valiosa para mí.
Law se encogió de hombros, manteniendo su sonrisa, pero ahora había algo más en su mirada: una calidez que, por primera vez, parecía no estar teñido de tanto dolor. Era como si, por un momento, las sombras se apartaran, aunque fuera por un instante.
Lo miró, aún riendo, y, con una sonrisa más suave, añadió:
—Te prometo que, aunque sea poesía barata, te la voy a seguir recitando siempre.
Law, con los ojos brillando, soltó una risa suave y asintió, sin poder esconder una pequeña sonrisa. Ambos se quedaron ahí, compartiendo esa simple conexión, en silencio, sabiendo que aún quedaba mucho por recorrer, pero al menos no lo harían solos.
Cuando el ascensor se abrió con un suave ding, Law y yo nos encontramos cara a cara con los chicos. Estaban ahí, perfectamente alineados como si nos hubieran estado esperando. Nazar llevaba una remera azul marino y un pantalón negro que le daban un aire casual pero impecable. Allysa, por su parte, lucía un vestido sencillo, sin ser demasiado llamativo, pero que resaltaba su elegancia natural. Jaddiel y Mich, como siempre sincronizados, vestían iguales: remeras blancas impecables y jeans negros que los hacían parecer casi una unidad.
Allysa fue la primera en romper el silencio, con una sonrisa despreocupada, como si no notara lo cargada que estaba la atmósfera a nuestro alrededor.
—Vamos al concierto —dijo con tono animado, sus ojos recorriéndonos como si buscara alguna objeción en nuestras expresiones—. Y luego iremos a otro hotel cercano. El estadio está bastante lejos, y no queremos perder tiempo.
Jaddiel asintió, cruzándose de brazos mientras Mich le daba un ligero empujón en el hombro, como si compartieran alguna broma interna. Nazar, siempre más reservado, solo asintió con la cabeza, pero su mirada se fijó en Law, como si intentara medir su estado.
Law miró a todos, parpadeando lentamente como si apenas procesara lo que estaba pasando. Sentí cómo su mano se tensaba un poco en la mía antes de relajarse. No dijo nada al principio, pero yo pude notar su ligera incomodidad. Era evidente que estaba luchando por actuar como si todo estuviera bien, pero los chicos lo conocían demasiado bien como para ser engañados.
—¿Están listos? —preguntó Jaddiel, alzando una ceja mientras su mirada pasaba de Law a mí.
—Sí, vamos —respondí con un tono neutral, tratando de no dejar que las emociones del momento anterior se filtraran demasiado. No quería preocuparlos más de lo necesario, pero sabía que tenían preguntas.
Law asintió débilmente y se apartó un poco de mí, aunque su hombro seguía rozando el mío. Tenía esa expresión neutral que usaba para ocultarse, pero sabía que los chicos no se lo tragarían por completo.
Salimos del edificio y allí estaba, esperándonos como una tormenta que se rehúsa a disiparse. Charly apareció detrás de nosotros, sus pasos pesados resonando en el aire tenso. Antes de que pudiera reaccionar, lo vi avanzar hacia Law con esa misma autoridad manipuladora que me hervía la sangre. Lo agarró de los brazos, con una fuerza que no tenía nada de casual, y su voz resonó como un latigazo.
—Vas conmigo, en otro auto —ordenó, sin siquiera mirarme, como si yo no existiera en ese momento.
Law, con la mirada baja, no dijo nada, como si algo dentro de él lo obligara a obedecer. Mi cuerpo se movió antes de que pudiera pensar, y tomé a Charly del brazo, apartándolo de Law con más fuerza de la que probablemente era necesaria.
—No va a ningún lado contigo —le solté entre dientes, mi voz cargada de rabia contenida.
Charly me miró con esa sonrisa cínica que hacía que todo mi ser quisiera golpearlo, pero no hice nada. Solo me quedé allí, entre él y Law.
—Te estás metiendo en un lío del que no vas a poder salir jamás, Hauser —espetó, sus ojos fijos en mí como si quisiera grabar esas palabras en mi cabeza.
Y entonces, como si las palabras de Charly fueran un hechizo, Law obedeció. Se soltó de mi lado y, con pasos lentos, entró en el auto que Charly había señalado. Mi pecho se apretó, una mezcla de frustración y desesperación, mientras lo veía bajar la cabeza y dejarse llevar.
—¡¿Qué haces, Law?! —gritó Jaddiel, pero su voz se perdió en el ruido que se arremolinaba en mi mente.
Y luego, Nazar habló. Su tono, aunque bajo, estaba cargado de una fuerza que no le había escuchado antes.
—Yo voy a subir, Charly. Pero deja a Law con Haus.
Todo se detuvo por un momento. Miré a Nazar, sorprendido, y luego a Jaddiel, cuya expresión oscilaba entre incredulidad y enojo. Nazar, sin embargo, no esperó respuesta. Abrió la puerta del auto y subió, como si fuera lo más natural del mundo, como si estuviera sacrificando una pieza de sí mismo por el bien de los demás.
Law, al escuchar esto, salió del auto, su mirada aún fija en el suelo mientras caminaba hacia mí. Mi corazón estaba dividido entre el alivio de verlo regresar y el miedo desgarrador de lo que Nazar acababa de hacer.
Cuando Nazar se acomodó en el auto, giró la cabeza hacia mí y me sonrió. Una sonrisa pequeña, casi imperceptible, pero que llevaba una carga de significado que no podía procesar. Mi corazón se rompió en mil pedazos en ese momento.
Sabía lo que estaba haciendo. Sabía que estaba tomando ese riesgo para que Law estuviera a salvo conmigo. Pero eso no hacía que el dolor fuera más llevadero. Me quedé allí, con Law a mi lado, y vi cómo el auto se alejaba, llevándose a Nazar con él, mientras una parte de mí se quedaba destrozada en el asfalto.
Cuando el auto se perdió en la distancia, me quedé paralizado, con una sensación de vacío creciendo en mi pecho. Giré la cabeza hacia Jaddiel, buscando algo, cualquier cosa, pero lo único que encontré en sus ojos fue decepción mezclada con enojo. Me acerqué, con la voz quebrada y los ojos llenos de lágrimas que no podían salir.
—Lo siento... —dije, aunque sabía que esas palabras no eran suficientes.
Jaddiel levantó una mano, deteniéndome antes de que pudiera decir algo más.
—Cállate, Hauser. No, no intentes ser el héroe de la historia. —respondió, su tono frío como nunca antes lo había oído. Sin mirarme, se giró hacia Mich y Allyn, indicándoles con un movimiento de cabeza que lo siguieran.
Los tres se dirigieron a otro auto estacionado más adelante. Jaddiel subió sin mirarme una vez más, y Mich, que generalmente era el más neutral, tampoco dijo nada. Allyn, con una mirada fugaz de tristeza, fue la última en subir antes de que cerraran la puerta y el vehículo arrancara, dejándome ahí, con el peso de lo que acababa de suceder.
Me giré hacia Law, quien estaba de pie junto a mí, con la mirada fija en el suelo. No había palabras entre nosotros, solo un silencio que gritaba más que cualquier discusión. Caminamos hacia el auto que nos esperaba, y al entrar, sentí una ola de ira mezclada con impotencia.
Golpeé la puerta con fuerza, haciendo que el ruido resonara en el interior. El chofer, un hombre mayor con expresión calmada, giró la cabeza hacia mí con una mirada de advertencia, como si estuviera midiendo mi estado.
Law, a mi lado, ni siquiera reaccionó. Seguía en su burbuja, con la mirada perdida y sus manos apretadas sobre sus rodillas. Lo miré de reojo, intentando encontrar algo, una chispa, una señal de que todavía estaba conmigo, pero lo único que vi fue un dolor profundo que parecía consumirlo.
No dije nada. No podía. Mis manos temblaban sobre mis piernas mientras trataba de calmar la tormenta que rugía dentro de mí. El auto arrancó, y el sonido del motor llenó el aire, pero el silencio entre Law y yo seguía siendo lo único que podía escuchar.
El auto avanzaba en silencio, y la tensión entre nosotros se sentía como una niebla densa. Mis manos seguían temblando ligeramente, pero me obligué a mantenerlas quietas sobre mis piernas. Miraba por la ventana, viendo cómo las luces de la ciudad pasaban rápidamente, aunque en mi mente todo iba en cámara lenta.
De repente, Law rompió el silencio con una voz suave, pero cargada de una extraña mezcla de timidez y esfuerzo.
—¿Sabes? Podrías haber golpeado la puerta con más fuerza... tal vez así me habrías ahorrado el boleto al concierto.
Su intento de broma quedó flotando en el aire, tan liviano y tan frágil que casi me dolió escucharlo. No me giré hacia él, ni respondí. Solo apoyé una mano sobre mi boca, como si intentara contener cualquier palabra o sonido que pudiera salir.
Miré la ventana, enfocándome en nada en particular, dejando que mi reflejo distorsionado se mezclara con las luces del exterior. No quería que viera mi cara, porque sabía que estaba rota, tanto como él.
El silencio volvió a instalarse entre nosotros, pero esta vez parecía diferente. No pesado, sino cargado de palabras no dichas y emociones que ninguno de los dos sabía cómo manejar. Y, aunque no lo dije, agradecí su intento de sacarme de esa tormenta, incluso si no podía responderle.
Law no se detuvo. Después de esa primera broma, siguió hablando, intentando, esforzándose por llenar el silencio con palabras que, aunque ligeras, llevaban un peso enorme.
—¿Sabías que cuando me caí de pequeño me dijeron que era un milagro que sobreviviera? —empezó con tono casual—. Claro, luego descubrí que era porque caí en un montón de ropa sucia. Qué épica manera de vivir, ¿no?
No dije nada. Mi mirada seguía fija en la ventana, como si las luces de la ciudad pudieran darme alguna respuesta que no encontraba dentro de mí.
—¿Y qué me dices de los pingüinos? —continuó, ahora con un aire más animado—. Dicen que caminan como si tuvieran todo bajo control, pero, amigo, están un resbalón de la catástrofe. Un poco como yo, ¿no crees?
Mi mano seguía en mi boca, conteniendo palabras, conteniendo emociones, conteniendo todo lo que estaba a punto de desbordarse.
—Oh, espera, ¿escuchaste del perro que entró a un bar? —prosiguió, con un brillo en la voz que no reflejaba lo que estaba sintiendo realmente—. Se sentó en el taburete y pidió una cerveza. El bartender le dijo: '¡Vaya, un perro que habla!', y el perro respondió: 'Sí, pero nadie cree mis cuentos'.
Nada. Ni una palabra de mi parte.
Sentí cómo el esfuerzo de Law aumentaba con cada broma. Su voz, que intentaba sonar despreocupada, tenía un matiz de desesperación. Como si necesitara una reacción mía, cualquier cosa que demostrara que todavía estaba ahí con él.
—Bien, esta es la última, lo prometo —dijo, con una risa nerviosa que no le llegaba a los ojos—. ¿Qué hace una abeja en el gimnasio? ¡Zum-ba!
Quise reír. Quise responder. Pero no pude. Solo cerré los ojos por un momento, deseando que el nudo en mi pecho se deshiciera, pero no lo hizo.
El silencio volvió a caer entre nosotros, esta vez más cargado, más denso. Law suspiró suavemente, y aunque no lo miré, podía sentir la tristeza que se había apoderado de él. Me odié un poco por no poder darle lo que necesitaba en ese momento, pero no sabía cómo.
El auto seguía avanzando, pero dentro parecía que el tiempo se había detenido. Law dejó escapar un suspiro pesado y se apoyó contra el respaldo del asiento, mirando al techo del vehículo.
—Está bien, Hauser —dijo finalmente, su voz más tranquila, resignada. No lo miré, pero podía sentir su mirada en mí—. Sé que no tengo el mejor material para stand-up, pero al menos lo intenté.
Todavía no respondí. No podía. Las palabras se atoraban en mi garganta como si hubieran formado un tapón imposible de romper.
—¿Sabes qué es lo gracioso? —continuó, y esta vez había un matiz de tristeza en su tono—. Yo solo quería hacerte reír. Aunque sea un poco.
Eso me golpeó. Cerré los ojos y apreté la mandíbula, mi mano todavía cubriendo mi boca. No quería que me viera así, roto y enfadado, una mezcla de emociones que ni yo mismo sabía cómo manejar.
—Lo siento —murmuré finalmente, sin mirarlo. Mi voz era apenas un susurro, pero sabía que me había escuchado.
—¿Por qué te disculpas? —preguntó suavemente.
Me giré hacia él por un momento, mi mirada cansada encontrando la suya. Vi en sus ojos algo que no podía ignorar: la misma mezcla de culpa, dolor y necesidad de consuelo que yo sentía.
—Porque no sé cómo hacer esto bien, Law —admití, mi voz rasposa, cargada de emoción—. Quiero protegerte, quiero estar para ti, pero a veces siento que estoy fallando en todo.
Law me miró con una mezcla de sorpresa y ternura. Se inclinó ligeramente hacia mí, sus dedos rozando mi brazo, un gesto pequeño pero lleno de intención.
—No estás fallando, Hauser —dijo con una sonrisa suave, aunque sus ojos todavía estaban tristes—. Estás aquí, y eso es más de lo que jamás pensé que tendría.
Las palabras me golpearon con fuerza, y por un momento no pude hacer más que mirarlo, atrapado entre mi propio dolor y el suyo. Al final, solo asentí, incapaz de decir algo más. Pero en mi interior, juré que haría todo lo posible por no fallarle otra vez.
Sentí cómo Law se inclinaba hacia mí, apoyando su cabeza en mi hombro con un gesto que parecía querer buscar refugio. Su cercanía me quemaba, no porque me incomodara, sino porque cada vez que lo sentía tan cerca, se hacía más evidente lo mucho que había soportado y lo poco que yo podía hacer para aliviarlo.
Saqué el aire que había estado reteniendo en mi pecho, un suspiro largo y pesado que salió junto con palabras que no pude contener.
—Es un maldito desgraciado, Law —solté, con la voz cargada de enojo, el tipo de rabia que se acumula en el estómago y no te deja pensar con claridad—. Ese imbécil de Charly no tiene derecho a hacerte esto. No tiene derecho a tocarte, a mirarte, ¡ni siquiera a respirar cerca de ti!
Law no dijo nada, pero sentí su respiración hacerse más pausada contra mi hombro.
—Es cruel —continué, mi voz cada vez más áspera—. Es un miserable que se alimenta de tu dolor y la de los chicos. Y lo peor es que tiene la maldita cobardía de esconderse detrás de amenazas, de hacerte sentir como si no tuvieras opción. ¡Me enferma, Law! Me enferma que haya hecho esto, que te haya dejado así.
Apreté mis puños, deseando tener a Charly frente a mí en ese instante para gritarle, para devolverle cada pedazo de sufrimiento que le había causado a Law.
—Pero ¿sabes qué? —agregué, mi tono bajando un poco, aunque todavía cargado de ira—. No voy a dejar que siga haciéndolo. No voy a dejar que te toque otra vez, ni que te haga sentir así nunca más.
Law, aún apoyado en mi hombro, levantó la cabeza solo un poco, lo suficiente para mirarme con esos ojos que siempre parecían guardar demasiado.
—Hauser —dijo suavemente, su voz apenas un susurro, pero con un peso que me golpeó directo en el pecho—. Gracias.
No respondí de inmediato, pero giré mi cabeza ligeramente para apoyarla contra la suya.
—No me agradezcas por odiarlo —dije, con una leve sonrisa amarga en los labios—. Me parece lo mínimo después de todo lo que te hizo.
El auto siguió avanzando, y aunque el silencio volvió a instalarse entre nosotros, había algo diferente en el aire. Algo que, aunque pequeño, parecía el primer paso hacia algo mejor.
La rabia seguía ardiendo en mi interior, como un fuego que no podía apagar. Miré mis propias manos, los nudillos tensos, la piel blanca de tanto apretar los puños. Sin pensarlo, empecé a frotarlos con la otra mano, arrancándome pequeñas capas de piel con cada movimiento. El ardor que sentía en los dedos apenas era una distracción de lo que me consumía por dentro.
—Es un maldito enfermo... —murmuré entre dientes, la voz llena de veneno—. No puedo entender cómo alguien puede ser así, cómo alguien puede destrozar a una persona tan... tan hermosa como tú, Law.
Mis palabras salieron atropelladas, llenas de furia, mientras mi piel se enrojecía más y más. Cada raspón era un grito silencioso que no podía sacar de otra forma.
—¡Quiero romperle la cara, quiero hacerle sentir cada maldito golpe que te dio, cada palabra que te hirió! —seguí, mi respiración cada vez más entrecortada. Sentí cómo las lágrimas querían salir, pero las reprimí con fuerza. No podía llorar, no ahora. Parecería un llorón.
Law me miró, sus ojos moviéndose entre mis manos y mi rostro, pero no dijo nada al principio. Sabía que estaba tratando de encontrar las palabras correctas, pero el silencio solo hizo que mi rabia se intensificara.
Y luego, como un golpe más fuerte que cualquier cosa que pudiera soportar, vino otro pensamiento.
—Nazar... —dije en voz baja, el miedo comenzando a mezclarse con mi furia—. ¿Qué diablos va a pasar con él? ¿Qué va a hacer Charly?
Me detuve un momento, mi mente inundada con imágenes de Nazar en el auto con ese monstruo. La sonrisa que me había dirigido antes... ¿Era una despedida? ¿Era un intento de darme algo de paz mientras él se sacrificaba?
—No debería haberlo dejado entrar, no debí permitir que lo hiciera... —susurré, mi voz quebrándose mientras apretaba aún más mis manos, sintiendo cómo la piel ya comenzaba a arder por el daño que yo mismo me hacía.
Law, finalmente, extendió una mano y la colocó sobre la mía, deteniendo mis movimientos.
—Hauser... —dijo suavemente, su tono lleno de preocupación—. Por favor, para.
Levanté la mirada hacia él, y por un momento, toda la rabia se transformó en puro dolor. Sentí cómo mi cuerpo se aflojaba, como si todas las emociones me estuvieran consumiendo al mismo tiempo.
—No puedo perderlo también, Law... —admití, la voz rota mientras sentía que todo dentro de mí colapsaba—. No puedo dejar que Charly lo destruya como trató de destruirte a ti.
La rabia seguía corriendo en mis venas, y mi mente no paraba. No había forma de detenerlo. Mis manos se movían por sí solas, arrancando la piel de los nudillos como si eso pudiera aliviar todo el dolor que sentía dentro. Pero, en el fondo, sabía que solo me hacía más daño. A pesar de eso, no podía parar.
—No, no... no voy a dejar que esto se quede así... —murmuré, mi voz quebrándose por la furia que se acumulaba dentro de mí.
De repente, sentí un tirón en mis manos, una fuerza que me detuvo. Levanté la vista y vi a Law, con esa mirada preocupada pero decidida, tomándome las manos con suavidad, evitando que me lastimara más.
—Para, Hauser, por favor —dijo, su voz suave pero firme—. No te lastimes más.
No dije nada, solo me quedé quieto, observando sus ojos, intentando calmarme. Y luego, como si la tensión se disipara un poco, Law soltó una pequeña risa.
—Te ves como un perro con el pelo todo revuelto, ¿sabías? —dijo, levantando una mano para tocar mis cabellos ondulados.
Sentí el roce de sus dedos, y por un momento, algo dentro de mí se desinfló. Fue un cambio tan repentino, pero tan necesario.
Antes de que pudiera reaccionar, Law empezó a separar mis cabellos en tres partes. Mi cabeza se movió hacia atrás, confuso.
—¿Qué haces? —pregunté, la incredulidad marcando mi voz.
Law, con una sonrisa traviesa en su rostro, me miró y continuó moviendo mis cabellos, ahora trenzándolos con una destreza inesperada.
—Te estoy haciendo trenzas, ¿obvio? —dijo, tan casualmente como si fuera lo más normal del mundo.
Me quedé en silencio por un momento, mirando cómo las manos de Law trabajaban en mi cabello, pero al final, no pude evitar soltar un grito exagerado.
—¡¿Qué?! ¡No! ¡No me hagas esto! —chillé, casi como un niño, la vergüenza invadiéndome al instante.
Law, sin perder la calma, me miró con una sonrisa aún más grande y levantó una mano en un gesto juguetón.
—Callate, quedaras como una princesa, y me lo vas a agradecer después —respondió, burlándose un poco.
El tono en su voz era tan ligero, tan lleno de diversión, que no pude evitar reírme por lo bajo, a pesar de la tensión que todavía estaba en el aire. Y, aunque mi orgullo trataba de resistirse, el simple hecho de sentir que había algo más ligero en el ambiente hizo que mi corazón latiera más despacio.
A pesar de la tensión, la situación se había vuelto un poco más ligera. La risa de Law, incluso con las bromas pesadas, estaba logrando que mi mente se despejara, aunque todavía estaba luchando con un cúmulo de emociones. Pero ver a Law concentrado, trenzando mi cabello, me hizo sentir como si estuviéramos en otro lugar, como si la locura a nuestro alrededor no importara tanto.
Law terminó de hacer una trenza, aunque era floja, casi infantil, pero eso no le impidió sonreír con esa expresión que hacía que mi corazón latiera más rápido.
—Te ves hermoso —dijo, haciendo un puchero exagerado y mirándome como si fuera una obra maestra.
No pude evitar sonreír, aunque me sentía un poco avergonzado por la tontería. Pero en ese momento, decidí que ya no importaba, y respondí en voz baja:
—Ahora es mi turno. —Mi tono sonaba más serio de lo que realmente era, pero algo dentro de mí necesitaba que él lo sintiera.
Agarré los cabellos de Law con firmeza, y la reacción de él fue inmediata:
—¡Noo! Tú no sabes hacer trenzas, ¡no te atrevas! —rió, su voz llena de diversión, pero con ese toque de miedo que siempre sale cuando sabes que algo está a punto de suceder.
—Sí sé —dije con una seguridad que ni yo mismo creía—. Ahora date la vuelta.
Law me miró con una expresión de incomodidad, pero finalmente, con una resignación extraña, obedeció. Se giró lentamente, lo que me hizo sonreír al ver su cara de evidente reticencia.
Aunque me sentía un poco culpable por obligarlo, algo dentro de mí quería seguir el juego, porque ver cómo se resistía solo hacía que me divirtiera aún más.
—No digas nada —le dije, mientras comenzaba a trenzar sus cabellos, que no eran tan largos como los míos, pero eso no impedía que fuera un proceso algo complicado.
Law, a pesar de sus protestas, se quedó quieto. Puedo jurar que sentí cómo se tensaba cada vez que mi mano pasaba por su cabello, como si estuviera sufriendo por hacerme caso, pero lo hizo. Y eso, por alguna razón, me hizo sentir más cerca de él.
Finalmente terminé la "trenza", si es que eso se podía llamar así. Cuando Law se tocó el cabello, su expresión cambió inmediatamente.
—No me hiciste una trenza... esto es... horrible. —Su voz estaba llena de quejas, pero no podía evitar ver la pequeña sonrisa que se le escapaba.
—¡Ehh! No faltes al respeto a mi obra de arte —respondí con tono dramático, mirando la "creación" con un aire de falsa ofensa.
Law no pudo evitar reírse y, en un instante, creí que el chofer también se había permitido sonreír, aunque no estaba del todo seguro. La situación era tan absurda que la idea de estar todos en este auto, riendo de algo tan tonto, me hizo sentir un poco más ligero.
Law, aún sonriendo, se apoyó de nuevo en mi hombro, como si todo lo que había pasado en las últimas horas no existiera. Como si solo existiera ese momento, con su calor cerca de mí y la risa que se sentía fácil, casi natural.
Sin pensarlo, me dejé llevar y apoyé mi cabeza sobre la suya, nuestros cuerpos encajando de una manera que parecía no tener lógica, pero que en ese instante era lo único que tenía sentido.
Nos tomamos de las manos, ambos aferrándonos, como si, por más que todo lo que había pasado nos hubiese sacudido, había algo ahí que nos mantenía juntos.
—No te desarmes la trenza, te queda como un príncipe —dijo Law, con voz suave, aunque llena de un tono juguetón.
Reí y lo miré, sabiendo que esa era otra de sus bromas, pero aún así me sentí raro con la idea de estar "como un príncipe".
—Jamás —respondí con firmeza, aunque en el fondo, me sentía más tranquilo de lo que me gustaría admitir.
Law no tardó en retomar su tono irreverente, y en un susurro comenzó a recitar otra de sus poesías ridículas, con la típica ironía que siempre lo acompañaba.
—Es tan hermoso que brillas, Hauser, como el sol brillante que me hace sentir... tan bien —dijo, poniendo cara de sabio, como si realmente estuviera diciendo algo profundo.
No pude evitar reírme al escuchar eso.
—¿Ya empezaste con tus poesías baratas? —dije, bromeando, mientras me encogía de hombros.
Law soltó una risa traviesa, y por un momento, sentí que la burbuja de tensión en la que habíamos estado todos los días desaparecía. Solo quedábamos nosotros, el ruido del auto y la risa compartida.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro