ᴄᴀᴘÍᴛᴜʟᴏ 24: Nᴜᴅᴏ ᴇɴ ᴇʟ ᴇꜱᴛóᴍᴀɢᴏ🦋
@onefiction_inthe_am
Creo que dedicarte un capítulo es muuuuy poco a lado de lo que me haz dedeicado💗 No sé que decír. Podría decír que si me hagarra el Lesbian Panic* JSjs y decír que ya no sé que sexualidad soy. Por que literal, me haces dudar. Pero no quisiera aceptar. Y bueno, quizá sí, o no. pero, te amo mucho. Eres una de las amigas que no son 'Falsas' como las que eh obtuvido. Eres única, tan adorable✨ Sonríe, y recuérdales a los demás que eres mía.💙
Al llegar al hotel, la atmósfera seguía cargada de una tensión que no se disipaba. Jaddiel y yo, sin decir una palabra, nos dirigimos hacia el comedor, nuestras risas compartidas flotando en el aire, como si todo lo demás no existiera en ese momento. Había algo reconfortante en su cercanía, algo que me hacía sentir una extraña paz, a pesar de todo lo que estaba pasando. Era como si el mundo pudiera seguir girando mientras nosotros nos sumergíamos en nuestras bromas y sonrisas.
Jaddiel, con su energía inagotable, comenzó a imitar algunos de los gestos exagerados de Nazar, haciendo que yo me doblara de risa. La combinación de su humor y su forma de ver las cosas, tan ligera y despreocupada, me sacaba de la espiral de pensamientos que me había estado torturando todo el día. En ese momento, no pensaba en nada más que en disfrutar de su presencia.
Era imposible no notarlo, aunque intentara disimularlo. Lawrence entró en silencio, buscando algo para beber. Su rostro no mostraba ninguna emoción, pero había algo en su postura que delataba la incomodidad que sentía al vernos tan cercanos. Tal vez no le gustaba ver cómo nos llevábamos, o tal vez solo intentaba ignorarlo. No lo sabía. Lo que sí sabía es que había algo en él, algo que no terminaba de encajar en la imagen que hasta entonces había intentado construir.
Con un vaso de agua en la mano, Lawrence se acercó al rincón de la sala donde estaban los vasos, y comenzó a beber con tranquilidad, mirando hacia el vacío, como si se concentrara en algo más allá de todo lo que sucedía. Pero aún con su rostro sereno, algo en su cuerpo delataba que no podía dejar de observarnos, al menos con el rabillo del ojo.
Fue entonces cuando Jaddiel, con su actitud juguetona, decidió dar un paso más allá, quizás sin pensarlo mucho. Me miró de reojo y, con una sonrisa pícara, susurró:
—Oye, ¿te imaginas lo que pasaría si Lawrence y Nazar fueran pareja? —dijo en tono bajo, pero suficiente para que mi oído lo captara.
Lo dijo de manera tan despreocupada, como si fuera una broma inocente. Pero la forma en que sus palabras resonaron en el aire fue como una chispa en un barril de pólvora. No esperábamos que Lawrence escuchara, pero sus ojos inmediatamente se fijaron en nosotros, y su cara mostró una leve rigidez, como si intentara contener lo que estaba sintiendo.
Antes de que pudiera decir algo, Jaddiel, sin percatarse del impacto de sus palabras, siguió hablando, y fue en ese momento cuando Lawrence, sin previo aviso, tosió violentamente. El agua que acababa de beber parecía haberse ido por el camino equivocado, y la tos lo tomó por sorpresa. Su rostro se tornó rojo, y su mirada se cruzó con la nuestra, como si intentara disimular lo que acababa de suceder.
La risa de Jaddiel se transformó en una sonrisa un tanto más suave, mientras veía a Lawrence recuperarse, pero no pudo evitar hacer un comentario juguetón.
—¿Estás bien, Lawrence? Te he visto toser peor, ¿eh? —dijo Jaddiel, siempre listo para un toque de humor.
Lawrence, aun respirando profundamente, miró a Jaddiel con una mezcla de sorpresa y algo que no pude identificar. Su rostro volvió a mostrar una tensión apenas disimulada. Tras un par de segundos de silencio incómodo, Lawrence finalmente respondió, con una voz más grave de lo habitual:
—Sí, estoy bien. Solo... un poco de agua mal tomada.
Pero la incomodidad era palpable. A pesar de su intento por suavizar la situación, la atmósfera se volvía aún más densa. Jaddiel, con su actitud relajada, parecía no percatarse de la tensión que había causado, mientras yo, al igual que Lawrence, me sentía atrapado en el espacio que se había creado entre nosotros. Un pequeño gesto, una broma inocente, y sin embargo, todo había cambiado.
Era como si la conversación y las dinámicas entre nosotros estuvieran tomando un rumbo inesperado, uno que ninguno de nosotros sabía cómo manejar.
Jaddiel, con una sonrisa suave, se acercó un poco más a mí, como si quisiera romper el hielo con algo más ligero. Su tono cambió de inmediato, suavizándose, volviendo a ese lugar en el que la camaradería entre nosotros siempre se había sentido tan natural.
—Oye, Haus... —comenzó, mientras me miraba con una mirada que no llevaba ni un atisbo de burla, solo sinceridad—. A veces me olvido de lo afortunado que soy de tenerte cerca. Eres como... un refugio de chistes y diversiones, ¿sabes? En medio de todo esto, siempre me haces sentir que las cosas no son tan complicadas.
Su voz, tranquila pero cálida, me hizo detenerme un momento, y sentí como si sus palabras calaran en algún rincón profundo de mi ser. Por un segundo, me olvidé de todo lo demás, incluso de la tensión que nos rodeaba. Simplemente me sentí... visto, de una manera genuina y sin reservas. Mi sonrisa fue inevitable, y sentí cómo una especie de calor agradable se extendía por mi pecho, un sentimiento reconfortante que se asentaba en mí.
Antes de que pudiera responder o reaccionar, el sonido de una tos violenta interrumpió el momento. Miré hacia Lawrence, quien estaba de pie cerca del rincón, sosteniendo su vaso de agua, pero su rostro ahora estaba más pálido y visiblemente incómodo. Parecía que, en su intento por tragar el agua, algo había ido mal. Otra vez.
La tos se hizo más fuerte, y en un intento por recuperar el control, Lawrence se agachó un poco, cubriéndose la boca con la mano. Su rostro se retorció por el esfuerzo, pero el agua no parecía querer bajar de la forma correcta. El sonido de la tos y la lucha por respirar nos hizo a todos detenernos y mirar, y fue en ese instante cuando Lawrence, de forma abrupta, soltó un estertor y, de manera casi involuntaria, escupió el agua directo hacia la bacha del fregadero.
Fue un momento completamente incómodo, y el silencio que siguió al escupitajo llenó el espacio. Lawrence, con los ojos muy abiertos y respirando de manera irregular, levantó la cabeza, mirando hacia nosotros con una expresión que combinaba frustración y vergüenza.
—¡Dios, qué desastre! —dijo, su voz entrecortada mientras tomaba aire con dificultad, como si intentara reponerse de lo que había ocurrido—. Perdón, chicos... No sé qué me pasó.
Jaddiel, sin perder su carácter relajado, soltó una risa baja, pero esta vez fue una risa ligera, casi protectora, como si entendiera lo que pasaba pero no quisiera hacerlo sentir más incómodo.
—Tranquilo, Lawrence —dijo con una sonrisa amplia—. Es solo agua, pero te has puesto rojo como un tomate. ¿Seguro que no tienes alergia al agua o algo así? ¿O simplemente olvidaste como tomar agua?
Esa respuesta me molestó, pero no dije nada.
A pesar de la tensión, las palabras de Jaddiel lograron aliviar el ambiente, al menos por un momento. Pero incluso con su broma, era imposible ignorar lo que estaba pasando entre los tres. La atmósfera, aunque ligeramente más relajada, seguía cargada de una energía extraña, como si las dinámicas entre nosotros estuvieran cambiando de forma inesperada.
Lawrence, respirando más tranquilo pero aún un poco avergonzado, miró a Jaddiel con una mezcla de irritación y gratitud, como si quisiera responder de alguna manera, pero no estuviera seguro de qué decir. Finalmente, tras un suspiro, hizo un intento por relajarse.
—Gracias... —dijo con voz baja, antes de tomar un trago largo de su agua, como si eso pudiera aliviar no solo la tos, sino también la incomodidad que se había instalado entre nosotros.
Jaddiel, siempre tan espontáneo, no dejó que el momento se alargara en incomodidad.
—Nada, todos tenemos esos momentos. Lo importante es que no te ahogaste... por ahora. —dijo con una sonrisa burlona, que aunque ligera, logró suavizar el ambiente.
Yo, aún sintiendo el eco de las palabras de Jaddiel en mi pecho, observé a Lawrence. Por un segundo, su mirada se cruzó con la mía, y vi algo que no había notado antes: una leve tristeza o quizá algo que se parecía a la frustración, como si quisiera ocultar lo que sentía. Pero la imagen de él, tratando de recuperarse de la tos, hizo que por un instante olvidara lo que había estado ocurriendo entre nosotros. Tal vez había algo más en su mente, algo que no estaba dispuesto a mostrar.
Pero por ahora, al menos, estábamos juntos en esa situación. Todos, con nuestras tensiones y complicaciones, pero compartiendo el mismo espacio, respirando el mismo aire.
El silencio se extendió un poco más, aunque no de manera incómoda. Solo estábamos ahí, con nuestras risas, nuestras palabras y la sensación de que, tal vez, todo lo que sucedía entre nosotros no podía seguir siendo ignorado por mucho más tiempo.
La atmósfera seguía algo densa, y por un momento, todo parecía volverse más tranquilo, aunque no era un silencio cómodo, sino el tipo de calma que precede una tormenta. Jaddiel y yo seguíamos compartiendo miradas y sonrisas, pero era imposible ignorar que Lawrence estaba visiblemente incómodo. Su rostro, aún rojo por la tos, trataba de relajarse, pero era evidente que lo que había sucedido no había sido fácil de manejar.
Fue entonces cuando las puertas del comedor se abrieron de nuevo. Nazar y los otros chicos entraron, riendo de algo que parecía ser una conversación despreocupada. Pero tan pronto como Nazar vio a Lawrence, su mirada cambió instantáneamente, y su rostro mostró una expresión de preocupación. La forma en que observó a Lawrence, con sus mejillas ligeramente sonrojadas por la risa, se desvaneció, reemplazada por una atención casi inmediata hacia él.
—¿Lawrence? —preguntó Nazar, acercándose rápidamente a él. Su tono era suave, casi tierno, como si su único deseo fuera asegurarse de que estaba bien. Cuando llegó a su lado, no dudó en colocar su mano en su cintura, un gesto que parecía natural, pero que no pasó desapercibido para ninguno de nosotros. Nazar, siempre tan empático, inclinó la cabeza hacia Lawrence, con una expresión de preocupación genuina.
—¿Qué te pasó? —preguntó con dulzura, mientras observaba su rostro rojo y su respiración aún un poco agitada. La cercanía entre ellos, el gesto de Nazar tocando su cintura, hizo que algo en mí se revolviera. No sabía exactamente qué era, pero no me gustaba.
La mirada que intercambiamos Jaddiel y yo fue fugaz, pero suficiente para que ambos sintiéramos lo mismo. Algo en la escena no me estaba gustando. Quizás era el cuidado que Nazar le estaba dando a Lawrence, esa cercanía que se veía tan... natural. Algo dentro de mí se apretó, y no pude evitar sentir un pequeño nudo en el estómago.
Antes de que Lawrence pudiera responder, yo me adelanté. No estaba seguro de por qué lo hice, pero en ese momento, la sensación de celos creció dentro de mí, y la necesidad de hacer algo al respecto fue más fuerte que el deseo de quedarme callado.
—No te preocupes, Nazar —dije, tratando de sonar más calmado de lo que realmente me sentía. Mi voz salió un poco más dura de lo que pretendía—. Está bien. Solo se ahogó un poco con el agua, nada grave.
Nazar me miró por un momento, sorprendido por mi intervención, pero no se apartó de Lawrence, aunque ahora su mirada pasó de mí a él, dudando por un segundo. Parecía que mi respuesta lo había confundido, pero la preocupación en sus ojos no disminuyó. Aun así, su mano permaneció sobre la cintura de Lawrence, como si no estuviera dispuesto a apartarse hasta asegurarse de que estaba bien.
—¿Seguro? —preguntó Nazar, su tono lleno de esa calidez que siempre mostraba hacia todos.
Por un segundo, todo parecía quedarse quieto en el aire, como si las palabras flotaran sin un lugar donde ir. Nazar, aunque preocupado, no dejó de mirar a Lawrence, sus ojos llenos de esa suavidad que, para mí, solo empeoraba la situación. La tensión entre nosotros se acumulaba cada vez más, como si cada gesto, cada palabra, estuviera revelando más de lo que ninguno de nosotros quería enfrentar.
Lawrence, con una respiración finalmente más tranquila, levantó la mirada hacia Nazar, pero en sus ojos había algo que no pude identificar. Quizá era agradecimiento, tal vez incomodidad, o simplemente la necesidad de no mostrar lo que realmente sentía. Después de un momento, su voz sonó, apenas un susurro, como si quisiera deshacerse de la situación lo antes posible.
—Estoy bien, Nazar... no pasa nada —dijo, intentando restarle importancia al episodio, aunque la incomodidad seguía en su rostro.
Sin embargo, lo que sucedió a continuación fue lo que realmente me sorprendió. Nazar, sin pensarlo mucho, dejó caer su mano de la cintura de Lawrence, pero no porque se alejara por completo. No. Nazar, sin soltarse completamente, inclinó un poco su rostro hacia él, como si quisiera estar más cerca, más presente, sin importar nada de lo que pudiera estar pasando en ese momento.
Esa cercanía me golpeó como un puño. Algo en su actitud me hizo sentir incómodo, pero no podía apartar la mirada. No entendía por qué esa simple acción, ese gesto tan natural entre ellos, me estaba afectando tanto. Pero ahí estaba, mirándolos, sintiendo una sensación de... no sé cómo describirlo. Celos, frustración, impotencia... no podía ordenar mis pensamientos.
Jaddiel, por su parte, parecía más relajado de lo que yo me sentía, como si no estuviera prestando atención a lo que sucedía. Se quedó mirando a Lawrence y Nazar por un momento antes de desviar la vista hacia mí, con una expresión divertida que parecía decir: "¿Ves lo que está pasando?"
Pero yo, en lugar de contestarle, me sentí atrapado en mi propia cabeza, sumido en pensamientos y emociones que no podía manejar. No podía negar lo que veía, ni lo que sentía. Y aún peor, no sabía si quería admitir lo que estaba pasando dentro de mí.
La atmósfera seguía densa, como si un peso invisible se hubiera instalado entre nosotros. Mientras Nazar seguía mostrando su preocupación por Lawrence, la incomodidad se volvía más palpable para mí. Algo en su cercanía, en la forma en que la mano de Nazar descansaba sobre la cintura de Lawrence, me hizo sentir algo que no quería enfrentar: celos. La tensión en mi pecho se hacía cada vez más fuerte, y no pude evitar mirar a Jaddiel, quien también parecía algo desconcertado, aunque su actitud relajada lo disimulaba mejor.
Nazar seguía ahí, tan cercano a Lawrence, con su rostro suavizado por una preocupación que a mí me resultaba casi excesiva. Aunque Lawrence le decía que estaba bien, Nazar no parecía querer alejarse, como si no pudiera estar tranquilo hasta estar completamente seguro de que nada malo había ocurrido. Cada vez que Nazar le hablaba, mi estómago se apretaba más, y la necesidad de intervenir de nuevo se hacía más fuerte.
Fue entonces cuando, sin pensarlo, me acerqué a Jaddiel. Mi mano encontró su brazo, y lo abracé con algo de fuerza, como si buscara aferrarme a algo que me ayudara a no perder el control. Jaddiel no dijo nada de inmediato, pero pude sentir su mirada sobre mí, una mirada que estaba llena de entendimiento. Al principio, no estaba seguro de lo que estaba buscando al abrazarlo. Tal vez solo necesitaba distraerme, quizás necesitaba que él me diera una respuesta, alguna que me permitiera comprender lo que sentía.
Jaddiel, por su parte, no parecía molesto ni incómodo. Al contrario, me devolvió el abrazo con una mano en mi espalda, como si quisiera tranquilizarme. A pesar de que la situación seguía siendo tensa, su cercanía me daba una sensación de consuelo que, aunque fugaz, me ayudaba a calmarme. Pero algo seguía doliendo. Lo que sucedía entre Lawrence y Nazar parecía tener más peso del que había imaginado.
Jaddiel, al notar que mis pensamientos seguían centrados en ellos, susurró en mi oído, casi como si estuviera tratando de sacarme de mi propio torbellino.
—Haus, ¿qué estás sintiendo? —preguntó con suavidad, sabiendo perfectamente que no podía mentirle.
La respuesta me quemaba en la garganta, pero no quería admitirla. No quería enfrentar lo que sentía por Lawrence, ni lo que significaba ver a Nazar tan cerca de él. Pero la respuesta llegó antes de que pudiera detenerla.
—Celos —respondí, casi en un susurro, como si fuera una confesión.
Jaddiel no dijo nada al principio. Solo apretó ligeramente su abrazo, y sentí su respiración cerca de mi cuello. La forma en que lo hizo, suave pero firme, me hizo sentir que de alguna forma entendía lo que pasaba por mi mente.
—No te preocupes por eso ahora —dijo finalmente, con esa calma que siempre me transmitía. —Nada de lo que ves entre ellos debería preocuparte.
No sabía si sus palabras eran un consuelo o un recordatorio de que, al final, la situación era más complicada de lo que yo quería aceptar. A pesar de que sus palabras trataban de calmarme, algo dentro de mí seguía resistiéndose a dejarlas ir. Quizás tenía razón, o tal vez no. Pero no pude seguir callando lo que sentía.
La escena entre Nazar y Lawrence seguía desarrollándose frente a nosotros. La cercanía, la forma en que Nazar, después de haber dejado caer su mano de la cintura de Lawrence, se inclinaba aún más hacia él, me hacía cuestionar si realmente podría soportar ver eso. Y, por supuesto, no podía evitar notar la ligera incomodidad en el rostro de Lawrence, como si no supiera cómo manejar la situación. Aunque agradecido por el gesto de Nazar, había algo en sus ojos que no podía identificar.
Todo en mí gritaba que no debía involucrarme, que debía dejar que las cosas siguieran su curso. Pero al abrazar a Jaddiel, al sentir su cuerpo cerca, me di cuenta de que estaba atrapado entre dos emociones encontradas: la necesidad de mantenerme alejado de esta tensión, y la urgencia de proteger lo que sentía. Y no sabía cuál de ellas era más fuerte.
La atmósfera se volvía cada vez más espesa, y la sensación de celos no se desvanecía. Pero al menos, por un breve momento, en los brazos de Jaddiel, pude sentir que no estaba solo con esos pensamientos. Aunque no lo admitiera completamente, saber que él estaba ahí, tan cercano, me ayudaba a sobrellevar la situación, aunque solo fuera por un instante.
La tarde avanzó, y la atmósfera, aunque todavía cargada de tensiones que parecían flotarnos por encima, comenzó a suavizarse gracias a los chistes y bromas de los chicos. Nazar, como siempre, trató de aligerar el ambiente con su risa contagiosa, mientras que Michael no se quedaba atrás, lanzando comentarios sarcásticos que provocaban risas a todo el comedor. La energía en la habitación era algo diferente ahora; la ligereza de las bromas era un contraste directo con la pesadez de hace unos momentos.
Estaba intentando no pensar en lo que había pasado, en los sentimientos encontrados que había despertado la cercanía de Nazar y Lawrence. Los chistes sobre las situaciones más tontas, las bromas sobre la última vez que alguien olvidó las letras de una canción o la vez que alguien casi se cae del escenario, me ayudaron a concentrarme en otras cosas. Pero incluso con todo eso, no pude evitar seguir observando a Lawrence, que, a pesar de su rostro relajado, aún tenía esa pequeña mueca de incomodidad que no desaparecía por completo.
Fue entonces cuando Lawrence, tras unos momentos de tranquilidad, se volvió hacia mí con una sonrisa juguetona en su rostro.
—Ey, Haus —dijo, interrumpiendo la conversación en la que estaba involucrado con Michael. Me miró de una forma que no pude identificar, casi como si quisiera decirme algo serio, pero con ese toque de misterio en su tono. Algo en su actitud me hizo ponerme alerta, como si algo estuviera por suceder.
—¿Qué pasa? —respondí, tratando de parecer más calmado de lo que realmente me sentía. Mi nerviosismo era evidente, pero no quería que los demás lo notaran.
— Iremos a Irlanda —dijo, casualmente, como si estuviera hablando de algo totalmente normal. Pero esas palabras me golpearon como un balde de agua fría. Mi mente tardó en procesarlo, y no pude evitar sentir un leve nudo en el estómago. No había salido del país en años, y menos aún tan lejos, tan fuera de la zona segura que representaba mi entorno. Irlanda... la idea de estar tan lejos me descolocaba por completo.
—¿A Irlanda? —pregunté, tratando de sonar despreocupado, pero con un tono algo tembloroso. No podía evitarlo; la sola idea de viajar me hacía sentir un poco fuera de lugar, como si fuera algo que no debía hacer, algo que mi vida no había planeado.
Lawrence me miró de nuevo, con esa sonrisa que, aunque parecía amigable, tenía algo más detrás.
—No te emociones demasiado —dijo, levantando una mano como si intentara calmarme, aunque su tono era divertido—. Vamos a hacer los conciertos que ya estaban programados. Nada de eso es para disfrutar de las vistas turísticas, ¿está bien?
La mención de los conciertos me hizo sentir un poco más aliviado. Al menos tenía algo en qué concentrarme, algo en lo que mi cabeza podía involucrarse, como siempre lo hacía con la música. Pero el simple hecho de que estaría fuera del país, en un lugar distinto, me provocaba algo de ansiedad.
—¿Ya? —pregunté, incapaz de ocultar el asombro en mi voz. Mi mente no podía dejar de dar vueltas a la idea de estar a punto de irme de viaje tan repentinamente.
—Sí —respondió Michael, interrumpiendo la conversación con una sonrisa burlona. —Hoy mismo. Dentro de unos ratos nos iremos.
Un breve silencio siguió sus palabras, y pude sentir cómo mi cuerpo se tensaba por completo. La idea de irme tan pronto, de salir del país sin haberlo planeado, me provocaba una mezcla de emoción y miedo que no sabía cómo manejar.
—¡¿YA?! —exclamé, la sorpresa claramente escrita en mi rostro. El simple hecho de que estuviera tan cerca de tomar esa decisión, sin haberlo anticipado, me estaba dejando sin palabras.
Los chicos comenzaron a reír, pero yo no podía evitar sentirme abrumado por la rapidez de todo esto. Estaba a punto de salir de mi zona de confort, y aunque había algo emocionante en la idea de viajar y tocar en otros lugares, también me asustaba un poco la incertidumbre de lo que eso implicaba.
—Tranquilo, Haus —dijo Jaddiel, con una risa baja—. Lo lograrás. Es solo otro concierto, ¿no?
No pude evitar sonreírle a él, aunque la ansiedad seguía apoderándose de mí. Aun así, con la broma y las palabras de aliento, me sentí un poco mejor. Sin embargo, no pude evitar pensar en todo lo que me esperaba en Irlanda, y todo lo que tendría que dejar atrás, incluso por unos días.
La tarde continuó entre risas y bromas, pero mi mente no podía dejar de girar alrededor de la idea del viaje.
La tarde pasó entre risas, bromas y la constante sensación de que algo grande estaba por suceder. Aunque mi mente no dejaba de divagar hacia el viaje, intentaba mantenerme al margen de las conversaciones, esperando que el caos de las horas previas al viaje pudiera despejar mis pensamientos. Los chicos parecían estar acostumbrados a la rapidez de los cambios de planes, pero para mí, todo eso resultaba un tanto abrumador.
Lawrence, por su parte, ya había dejado de lado su incomodidad, como si la preocupación inicial se hubiera desvanecido con la charla y las bromas. Ahora estaba más relajado, bromeando con Nazar, quien no dejaba de hacer chistes y seguirle el ritmo con su típica sonrisa amplia. La forma en que se llevaban, tan naturales entre ellos, parecía una corriente tranquila en medio del torbellino de mis pensamientos.
Jaddiel seguía sentado cerca de mí, su mano descansando sobre el respaldo de mi silla. A veces lanzaba miradas rápidas hacia mí, como si estuviera pendiente de cómo me sentía, y cuando nuestras miradas se encontraban, podía ver algo en sus ojos que me decía que lo notaba. No necesitaba que me dijera nada; ya lo sabía, él también había percibido la incomodidad que había en mí.
—¿Estás bien? —preguntó Jaddiel de repente, acercándose un poco más, bajando la voz para que los demás no lo escucharan.
Me encogí de hombros, tratando de no darle demasiada importancia a lo que sentía, pero mi respuesta salió más cargada de lo que esperaba.
—Solo... estoy procesando todo esto. Es raro, ya sabes... salir del país sin pensarlo, todo tan rápido. Y... bueno, ¿Irlanda? No es que me asuste, pero... no sé. No he salido de aquí en años.
Jaddiel asintió, sin interrumpirme, como si estuviera comprendiendo mis dudas. Su mano me dio un suave apretón en el brazo, y por un segundo, me sentí un poco más tranquilo. A veces, solo necesitaba alguien que entendiera lo que estaba pasando por mi cabeza.
—Lo entiendo —dijo, con tono suave—. A veces, los cambios tan repentes pueden descolocarte. Pero tienes a todos nosotros aquí, Haus. Y lo que hagas, lo vas a hacer bien. Lo verás.
Aunque no estaba completamente convencido, el simple hecho de que Jaddiel dijera eso me hizo sentir más respaldado. A veces, todo lo que necesitaba era esa sensación de no estar solo en mis dudas, y por un momento, pude respirar un poco más tranquilo.
De repente, Nazar se acercó a mí, notando que mis pensamientos seguían algo dispersos. Su tono, siempre suave y considerado, me sacó de mi trance.
—Haus, ¿te parece bien todo esto? ¿No te sientes... extraño? —preguntó, con una sonrisa juguetona que parecía esconder algo más profundo. Quizás estaba tratando de averiguar si la idea de viajar me tenía tan nervioso como a mí me parecía.
—Es solo... un poco raro —respondí, sin querer profundizar demasiado, pero también sin poder negar lo que sentía. El viaje, el hecho de que fuera a suceder tan pronto, realmente me tenía inquieto. Pero no sabía cómo explicarlo sin sonar como alguien que no quería ir.
Lawrence, que hasta ese momento había estado conversando animadamente con los demás, se acercó de nuevo, interrumpiendo el pequeño momento que compartía con Jaddiel y Nazar.
—Oye, Haus —dijo, con su típica sonrisa tranquila—. No te pongas tan nervioso, en serio. Va a ser divertido. Solo unos conciertos, nada de lo que no hayamos hecho antes. Y, de paso, podrás ver algo más allá de las fronteras de este lugar. Eso te vendrá bien.
Aunque sus palabras eran un intento de aliviar mis miedos, algo en su tono me hizo sentir aún más tenso. Quizá era la forma en que él hablaba con tanta naturalidad sobre el viaje, como si fuera una rutina más. Por otro lado, yo no había hecho algo así en años. La idea de estar tan lejos, sin tener control total sobre el entorno, me estaba presionando más de lo que me gustaría admitir.
—¿Ya? —pregunté, casi sin darme cuenta, cuando el reloj comenzó a señalar que no faltaba mucho para partir. Los chicos se movían con una energía diferente, como si ya hubieran aceptado el cambio con facilidad.
—Sí, sí. ¿Qué, pensabas que era una broma? —rió Michael, acercándose con una actitud relajada, como si irse a otro país fuera lo más normal del mundo.
Su risa, por un momento, me hizo sentir como si fuera el único que no entendía completamente la situación. Todos estaban tan tranquilos, tan preparados, mientras yo seguía dudando, cuestionando cada paso.
Finalmente, Nazar dio un paso hacia mí, su tono más suave, pero sincero.
—Haus, relájate. Verás que cuando lleguemos allí, todo tendrá sentido. Y si necesitas algo, no dudes en decírmelo, ¿vale?
No pude evitar sonreír, a pesar de todo. Nazar tenía una forma de ser que lograba calmarme, aunque no lo quisiera admitir.
—Gracias, Nazar —dije, finalmente dejando que mis hombros se relajaran un poco. Aunque el miedo seguía ahí, como una sombra, algo en mí se sintió más dispuesto a seguir el flujo de la situación.
Con la cuenta regresiva comenzando, todos comenzaron a moverse, recogiendo sus cosas para prepararse. Había algo en el aire que hacía todo más real: el viaje a Irlanda no era una fantasía, era una realidad que, aunque aterradora, también tenía algo de emocionante. El futuro inmediato era incierto, pero sabía que no estaba solo en esto.
—Vamos, Haus, que nos vamos —me dijo Jaddiel con una sonrisa cómplice mientras me empujaba ligeramente.
Respiré hondo, tomé mis cosas, y me preparé para dar el siguiente paso, sin saber exactamente lo que me esperaba. Pero, de alguna manera, empecé a sentir que estaba listo para enfrentar lo que viniera.
El sol comenzaba a ponerse en el horizonte cuando salimos del hotel, con el bullicio de la ciudad a nuestro alrededor. Habíamos dejado atrás el calor del comedor y el torbellino de emociones que me había estado ahogando todo el día. Ahora, la realidad de lo que estaba por venir se sentía aún más cercana. Las maletas, organizadas por los guardias de seguridad, ya estaban cargadas en el auto, y el sonido del motor arrancando nos acompañaba mientras nos acercábamos a la salida.
Los chicos caminaban con paso firme, acostumbrados a este tipo de momentos. Nazar, Michael y Lawrence estaban charlando entre ellos, ajenos a la multitud que se agolpaba frente al hotel. Jaddiel caminaba a mi lado, su presencia tranquila ayudándome a calmar los nervios. Sabía que el caos de las fanáticas estaba por llegar, y de alguna manera, prefería estar cerca de él en ese instante.
De repente, al salir por la puerta del hotel, las primeras voces se alzaron, seguidas de los gritos inconfundibles de las fanáticas que se habían reunido fuera. La emoción en el aire era palpable, como una ola de energía que chocaba contra nosotros. A medida que avanzábamos entre la multitud, el sonido de los gritos crecía, y pude ver las caras de las chicas, llenas de emoción y admiración. Las cámaras de los paparazzi no paraban de hacer clic, y las luces de los teléfonos móviles iluminaban la escena.
Fue en ese momento cuando, entre los gritos de las fans, se alzó una voz familiar.
—¡Las queremos mucho, chicos! —gritó Allyn, desde algún punto más cercano a la valla que separaba a las fans del grupo. Su voz, cálida y llena de energía, rompió el murmullo general, y todos en el grupo nos detuvimos por un segundo, girándonos hacia ella.
Las chicas, que antes solo parecían estar coreando nuestro nombre, ahora se calmaban un poco al escucharla, sabiendo que algo importante estaba por decirse. Allyn, con su estilo único, se subió un poco en una de las vallas, con el micrófono en la mano, y sus palabras retumbaban entre la multitud.
—¡Gracias por todo el apoyo! —continuó, su voz resonando por todo el lugar. Las fans respondieron con un rugido de júbilo, como si sus corazones latieran al mismo ritmo de esas palabras. Allyn hizo una pausa para que el eco de los aplausos se disipara un poco, y cuando todo estuvo en calma, continuó, con una sonrisa en su rostro.
—¡Pero es hora de irnos! —gritó, y las fans lanzaron un último grito de despedida. Ella levantó una mano, señalando hacia el auto que nos esperaba. —¡No se olviden las canciones nuevas que sacaremos! ¡Se acerca otro álbum!
En ese momento, el caos se desató de nuevo. Las fans volvieron a gritar, saltar y cantar, como si el anuncio de Allyn hubiera sido la chispa que avivaba el fuego de su emoción. Algunas chicas, incluso con lágrimas en los ojos, no podían creer que estábamos a punto de irnos. A pesar de la tristeza de la despedida, la promesa de nuevas canciones, de un próximo álbum, parecía ser el consuelo que todas necesitaban para mantener viva la esperanza.
Yo miraba a mi alrededor, sin poder evitar sonreír por el entusiasmo que se había desbordado en ese instante. Pero también, una sensación extraña me invadía, como si ese tipo de interacción, el hecho de ser tan accesibles para ellos, fuera algo que siempre me costaría entender. Aun así, no podía negar lo afortunados que éramos de tener tanto apoyo.
Jaddiel, notando mi mirada distante, me dio un pequeño empujón en el hombro, como si me sacara de mi trance.
—No te preocupes, Haus —dijo con una sonrisa—. Estás bien. Vamos a disfrutar de esto. Después de todo, ¡nos esperan más conciertos!
Intenté relajarme, aunque los nervios seguían en el aire. Las fans no dejaban de gritar, y el sonido de los flashes no cesaba. A medida que avanzábamos hacia el auto, con la seguridad del equipo cerrando el paso detrás de nosotros, sentí cómo la adrenalina comenzaba a fluir. Estábamos a punto de embarcarnos en una nueva aventura, una que me sacaría de mi zona de confort, pero que también traía consigo nuevas oportunidades, nuevos retos.
Al entrar al auto, las puertas se cerraron de golpe, y el bullicio exterior se desvaneció poco a poco, dejando solo el sonido del motor y la respiración de todos nosotros dentro. Sin embargo, algo seguía latiendo fuerte dentro de mí. Aunque el viaje fuera una oportunidad increíble, sentía que mi mente seguiría agitada por un tiempo más.
Pero, al menos por ahora, todo lo que podía hacer era dejarme llevar por lo que vendría. El futuro estaba ahí, esperándonos en el horizonte, y, aunque no sabía qué me depararía, algo me decía que, con el apoyo de los chicos, podría enfrentarlo.
Ocho horas en el auto, rodeado de maletas, el murmullo bajo de conversaciones entre los chicos y el ruido constante del motor del vehículo. Al principio intenté mantenerme ocupado, mirando por la ventana o haciendo pequeñas bromas con Jaddiel y Nazar, pero a medida que las horas pasaban, la incomodidad empezó a crecer. El viaje comenzaba a sentirse como una eterna espera, como si el mundo exterior hubiera quedado atrás y solo existiera el presente de aquel interminable camino.
Finalmente llegamos al aeropuerto, y la vista de las terminales llenas de gente con equipaje, carros de maletas y filas de pasajeros no ayudó a calmar mis nervios. Había algo en ese caos organizado que siempre me había puesto de los nervios: la gente corriendo de un lado a otro, el sonido de los anuncios por los altavoces y, sobre todo, la idea de que todo eso estaba a punto de llevarnos a un avión, un espacio que, por alguna razón, siempre me había incomodado.
Cuando vi el avión privado esperando en la pista, mi estómago dio un vuelco. Había algo en ese gigante de metal, con sus alas extendidas y su aspecto impersonal, que me causaba una extraña sensación de claustrofobia. No era un avión comercial, donde la gente se agolpa y se apura, pero el simple hecho de tener que estar dentro de algo tan grande, con tan pocas personas a bordo, solo intensificaba la idea de estar atrapado en un espacio cerrado por tantas horas.
Salí del auto, tratando de respirar profundamente para calmarme, pero la sensación de incomodidad seguía creciendo. Me acerqué a Michael, quien estaba caminando delante de mí, con una sonrisa tranquila y segura como siempre. Necesitaba distraerme de alguna manera, así que me decidí a hablar.
—¿Habrá fans? —le pregunté, con tono algo inquieto, mientras miraba a mi alrededor, esperando no ver ninguna multitud acercándose. El solo pensar en las hordas de personas siguiendo nuestro vuelo, con la expectativa de vernos desde el aire, solo aumentaba mi ansiedad.
Michael me miró con una ceja levantada, un tanto confundido por mi pregunta, y antes de que pudiera responder, escuché a Jaddiel, que había estado caminando detrás de nosotros, soltando una carcajada.
—No, no, Haus. ¿Qué pensaste? —dijo, burlándose un poco de mi expresión, pero con una sonrisa juguetona—. Esto es un avión privado. Estaremos nosotros, los pilotos, Kyla y Allysa. No hay fans, ni multitudes. Relájate.
La respuesta de Jaddiel me hizo detenerme por un segundo y, por primera vez en horas, soltar un suspiro de alivio. La idea de estar rodeado solo por las personas con las que estaba viajando me tranquilizó un poco. No sería como esos vuelos comerciales donde las miradas de las personas se sienten como una invasión a tu espacio personal. Ahora entendía que el avión privado nos daría un poco de esa privacidad que tanto necesitaba.
—¿Un avión privado? —repetí, aunque ya había entendido lo que quería decir Jaddiel—. Bueno, eso lo cambia todo.
Jaddiel siguió riendo mientras nos dirigíamos al avión, su actitud despreocupada y relajada parecía contagiarme, aunque aún no estaba completamente tranquilo. Michael, como siempre, parecía estar disfrutando del momento, caminando a paso firme hacia el avión sin preocuparse demasiado por lo que pasaba a su alrededor.
Kyla y Allysa ya estaban dentro del avión, preparándose para el viaje. Ambas parecían emocionadas, como si este fuera otro día más de aventura. Su energía me hizo pensar que tal vez yo estaba exagerando un poco. Después de todo, ya había pasado por cosas mucho más difíciles que esto, ¿verdad?
Mientras nos acercábamos al avión, noté cómo el equipo de seguridad rodeaba la zona, asegurándose de que todo estuviera bajo control. La pista parecía vacía, salvo por unos pocos aviones estacionados a lo lejos. El lugar, aunque inmenso, tenía algo de tranquilo, una calma extraña que solo los aeropuertos privados pueden ofrecer.
Ya dentro del avión, todo se sintió más acogedor de lo que había imaginado. Los asientos eran cómodos y el ambiente, lejos del bullicio de los aeropuertos comerciales, era mucho más relajado. Jaddiel, Nazar y Michael comenzaron a acomodarse en sus asientos, bromeando sobre los conciertos y el futuro álbum que estábamos a punto de lanzar. Incluso Kyla, sentada cerca de una ventana, tenía una expresión de emoción contenida, como si estuviera esperando que el avión despegara solo para sentir la libertad de volar.
Yo, por mi parte, me dejé caer en uno de los asientos, intentando calmar mis pensamientos. No sabía si mi nerviosismo desaparecería completamente, pero al menos ahora sentía que estaba rodeado de las personas correctas para enfrentar lo que venía. Si había algo que había aprendido de estos chicos en todo este tiempo, era que no estaba solo en este viaje, y eso me daba una pequeña dosis de consuelo.
—Bueno, Haus —dijo Michael, sonriendo mientras se ajustaba el cinturón de seguridad—, ya casi estamos listos para despegar. Relájate y disfruta del vuelo. Nos esperan grandes cosas.
Y, aunque mi mente seguía algo inquieta, al escuchar sus palabras, no pude evitar sonreír. Tal vez todo esto no sería tan malo después de todo.
Cuando entré al avión, lo primero que me golpeó fue el lujo que me rodeaba. Todo dentro de la cabina era impecable, desde los asientos de cuero suave hasta las pantallas táctiles en las paredes. Era como estar en una sala de estar de lujo, pero en el aire. Las luces suaves de color azul y blanco daban al espacio una atmósfera tranquila, casi futurista. Las ventanas eran grandes, pero no lo suficientemente grandes como para quitarme esa sensación de claustrofobia que siempre me había dado estar encerrado en un avión. No podía evitar pensar en lo afortunados que éramos, pero al mismo tiempo, algo dentro de mí se revolvía.
Miré alrededor, tratando de disfrutar del ambiente, pero mi mente comenzó a divagar. De repente, la imagen de Eileen se coló en mis pensamientos, como un susurro que no podía ignorar. Recordé su voz, su risa... y me sentí atrapado en ese pensamiento por un segundo. Tenía tantas ganas de escucharla, de saber cómo estaba. No sé por qué, pero el simple hecho de estar en ese avión, rodeado de todos los chicos, me hizo sentir un poco más solo de lo habitual. Era extraño.
No me di cuenta de que ya había sacado mi teléfono hasta que vi el nombre de Eileen en la pantalla. Mi dedo se posó sobre su número, y en ese momento, mi impulso de llamarla fue más fuerte que cualquier cosa. Necesitaba escuchar su voz. Sin embargo, antes de que pudiera presionar el botón de llamada, escuché una voz familiar.
—Manténlo apagado, Haus —dijo Allyn, acercándose con esa calma que siempre tenía en momentos como este. No era una orden, más bien una advertencia cariñosa.
Miré hacia atrás, un poco sorprendido de que me hubiera pillado en ese momento.
—Sí, solo es una llamada rápida —respondí, intentando sonar tranquilo, aunque mi voz salió más nerviosa de lo que pretendía.
Allyn no pareció molesta, solo asintió con una sonrisa cómplice. Era como si todo fuera una broma para ella. Me hizo un gesto como diciendo "relájate" y se alejó para sentarse con Michael.
Suspiré, mirando mi teléfono apagado en mi mano. De alguna manera, me sentí aliviado y frustrado a la vez. Sabía que Allyn tenía razón, pero eso no hacía que el deseo de hablar con Eileen desapareciera. Volví a guardar el teléfono en mi bolsillo y me dirigí a mi asiento, tratando de no pensar más en ello.
Mientras me acomodaba, el avión comenzó a moverse por la pista. Miré por la ventana, observando cómo el aeropuerto se alejaba lentamente. El sonido del motor y la vibración de la aeronave me rodearon, y una calma extraña comenzó a envolverme. Tal vez no fuera el mejor momento para hacer una llamada, tal vez fuera solo el agotamiento del viaje o la tensión de todo lo que habíamos dejado atrás, pero sentí como si todo se hubiera ralentizado un poco. El avión, la distancia con el mundo exterior... todo estaba a punto de cambiar.
A pesar de todo, algo dentro de mí seguía inquieto. No pude evitar pensar en lo que vendría. El próximo concierto, el nuevo álbum, las fans que aún nos seguían con una pasión incontrolable. Pero, en este momento, solo quería estar tranquilo. Solo quería disfrutar de esta calma, aunque fuera solo por unos minutos.
Miré a los chicos, a Michael, a Jaddiel, que estaban conversando animadamente, como si nada de lo que había pasado en el día realmente importara. Tal vez debería haberme relajado también, pero aún no podía. No podía quitarme de la cabeza la imagen de Eileen, su sonrisa, y cómo me hacía sentir.
El avión empezó a ganar velocidad y a elevarse lentamente del suelo. La sensación de estar despegando, de dejar atrás todo lo conocido, siempre me ponía nervioso. Pero al mismo tiempo, sentí que algo se liberaba dentro de mí. Quizás era el simple hecho de estar lejos de todo el ruido, de las multitudes, de las expectativas. Aquí arriba, en este avión, no había nada que me distrajera.
Y aunque sabía que mi mente seguiría viajando en mil direcciones, por ahora, solo había una cosa en la que podía pensar: este era otro capítulo. Uno que me llevaría a lugares nuevos, a nuevas experiencias, y tal vez, a nuevos descubrimientos sobre mí mismo.
Suspiré de nuevo, pero esta vez con algo de calma. La llamada a Eileen tendría que esperar. Ahora había algo más que hacer, algo más que enfrentar.
El avión comenzó a elevarse y sentí esa extraña sensación en el estómago, como cuando te subes a una montaña rusa y de repente el suelo se desvanece bajo tus pies. Todo estaba en silencio, solo el sonido constante de los motores llenando el espacio. Pensé que sería un buen momento para descansar un poco, pero mi mente no podía dejar de dar vueltas a todo lo que había sucedido. Y, por supuesto, no podía dejar de pensar en Eileen.
No sé cómo, pero de repente saqué el celular del bolsillo. Tal vez era la ansiedad de estar por despegar, o la necesidad de escuchar su voz. No tenía mucho sentido, pero marqué su número de todas formas. La llamada no tardó en conectar, y cuando escuché su voz, me quedé un poco sorprendido.
—¡Haus! —su grito me hizo apartar el teléfono un poco de mi oído. Casi me quedo sordo. —¡¿Por qué no me llamaste antes?! ¡¿Por qué no me contestaste?!
Apreté el teléfono contra mi oído, riendo nerviosamente, mientras trataba de reaccionar.
—¡Eileen! ¡Me estás dejando sordo! Estoy en un avión, ¡y voy a Irlanda! —expliqué, un poco desbordado por la intensidad de su respuesta.
Lo último que esperaba era escuchar un grito ahogado desde el otro lado.
—¡¿Por qué no me llevaste contigo?! ¡Mi amigo es famoso! —exclamó, claramente sorprendida y un poco molesta, pero con un tono que no podía evitar hacerme sonreír.
Me eché hacia atrás en mi asiento, aunque sentía que el aire me estaba faltando. El avión había comenzado a despegar y, por un segundo, todo se sintió un poco más real. Sentí ese nudo en el estómago, el nerviosismo típico de estar a punto de embarcarse en algo grande.
—Ey, Eilee, tengo un miedo a los vuelos. Es la segunda vez que voy y casi me muero la primera vez... —dije entre risas nerviosas, pero con la garganta algo apretada, como si de verdad me estuviera quedando sin aire.
Desde el otro lado de la línea, su tono se suavizó al instante.
—Tranquilo, Haus. Respira, todo está bien. No vas a caer del avión —dijo, con esa calma que me tranquilizaba en el fondo.— O eso creiría yo.
— ¡Eileen!
Suspiré, cerrando los ojos por un momento, mientras el avión subía más y más. Sentí un poco de alivio al escucharla. Eileen siempre tenía esa manera de calmarme, como si pudiera leerme sin tener que decir una palabra más de la cuenta.
—Voy a hacer unos conciertos programados... —empecé a decir, mientras miraba por la ventana, viendo cómo el mundo comenzaba a alejarse. —Y luego... no sé si volvemos o no.
Su risa, suave y burlona, me hizo sonreír. Sabía que venía el sermón.
—Muchacho estúpido, ¡estás en una banda, ya te estás ganando plata y te volviste famoso! —dijo con ese tono juguetón. —¿Acaso pensaste que volverías a Reino Unido después de unos conciertos? No, tienes un mini tour en Irlanda. ¡Eso significa que casi irás a todos los lugares de allí! Y luego, volarás a otro lugar. Quién sabe, tal vez a Japón o a Rusia.
Reí, no pude evitarlo. Esa era Eileen, siempre con su perspectiva tan clara, tan directa, pero con ese toque de humor que me hacía sentir como un tonto.
—Es cierto, qué idiota soy —dije, mientras me recostaba un poco en mi asiento, tratando de calmarme, pero con una sonrisa tonta en la cara.
Eileen siempre sabía cómo poner las cosas en perspectiva, incluso cuando yo me estaba complicando la vida con pensamientos innecesarios.
—Yo ya sabía —dijo, y en su voz podía sentir esa seguridad que tanto me tranquilizaba. Pero luego, de repente, su tono se suavizó y dijo—: Pero te quiero, ¿sabes?
Eso me hizo sentir como si todo estuviera bien, como si, por alguna razón, el caos que sentía en mi cabeza fuera solo un pequeño obstáculo que podría superar. No sé cómo, pero siempre lo hacía, y siempre era más fácil cuando pensaba en Eileen.
—Te quiero también, Eileen —respondí con sinceridad, dejando que el avión, el ruido y el mundo a mi alrededor se desvanecieran por un momento. En ese instante, solo existían esas palabras y la sensación de que todo, al menos por ahora, estaba bien.
El avión comenzaba a estabilizarse en el aire, y mientras veía las nubes afuera, no podía dejar de pensar en cómo las cosas se estaban moviendo tan rápido. Estaba rodeado de chicos geniales, viviendo una vida que nunca imaginé, pero algo en mi cabeza seguía dándole vueltas. Decidí seguir hablando con Eileen, por esa extraña necesidad de sentirme conectado con alguien que conociera mi historia, alguien que entendiera mis dudas. Así que tomé el teléfono de nuevo y decidí hacerle una pregunta más.
—¿Cómo van las clases? —pregunté, tratando de cambiar el rumbo de la conversación y no pensar demasiado en lo que sentía en mi pecho. —¿Tus padres te aceptaron por... ya sabes, por ser tú?
Al otro lado, el silencio fue casi inmediato. Luego, la voz de Eileen respondió, más baja de lo habitual, con un tono que me hizo tensarme.
—No me aceptaron —dijo, y pude escuchar la tristeza en su voz. —Me gritaron. Así que... simplemente me echaron de la casa. Estoy con Emma, la amo tanto... es tan cariñosa.
Mi corazón se apretó al escuchar sus palabras. Eileen había pasado por mucho, y ahora parecía estar lidiando con cosas que nadie debería enfrentar. Sentí un nudo en la garganta, pero, al mismo tiempo, una especie de impulso para ayudarla, hacer algo, aunque fuera en la distancia.
—Ay, Eilee... —murmuré, con un suspiro preocupado. —Te daría un abrazo, de verdad...
Una idea pasó por mi cabeza, y sin pensarlo mucho, dije lo siguiente:
—¿Sabes qué? Toma las llaves de repuesto que están escondidas en la planta del vecino. Agarra mi departamento.
Hubo un breve silencio, y entonces, Eileen respondió, claramente sorprendida.
—¿Estás loco?! No puedo hacer eso, Haus...-
La preocupación en su voz era evidente, pero no me importó. Sabía que lo que le estaba ofreciendo era una forma de ayuda que, aunque sonara loca, podía ser útil para ella en ese momento.
—No, haz lo que te dije —insistí, con firmeza, tratando de sonar más convencido de lo que realmente estaba. —Ya no viviré allí, estoy con los chicos, y estamos muy unidos. Los seis vamos a hoteles y convivimos juntos. No te preocupes. ¿Sí?
El silencio del otro lado se alargó por unos segundos, pero finalmente, Eileen respondió, su voz más calmada.
—Gracias, Haus. De verdad, gracias.
Sentí un poco de alivio, sabiendo que había hecho algo, aunque fuera pequeño, para ayudarla a sentirse segura. Pero, justo en ese momento, una voz interrumpió la conversación.
—Señor, apague su celular, por favor —dijo la azafata, con una sonrisa educada, pero firme.
Asentí, mirando la pantalla del teléfono por un segundo. Sabía que tenía que cortar la llamada, aunque no quería hacerlo.
—Tengo que irme, Eileen —dije rápidamente, con una leve sonrisa. —Te cuidas, ¿sí?
Antes de que pudiera decir más, colgué. El sonido de la llamada terminada resonó en mis oídos y, por un momento, me sentí un poco vacío. Pero al mismo tiempo, sabía que había hecho lo correcto. Eileen estaba bien, al menos por ahora. Y mientras el avión continuaba su camino hacia Irlanda, yo sentía que todo, aunque incierto, seguía avanzando.
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