Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

ᴄᴀᴘíᴛᴜʟᴏ 18: Sᴏʟᴏ ᴜɴ ʀᴇꜱᴘɪʀᴏ🦋



Pasé horas investigando en libros y artículos para encontrar alguna información para seguír continuándo la historia, osea, eh estado leyéndo muchas historias para averiguar las escrituras ETC. ;v

ChatGPT me dió algunas ideas, por ejemplo como podría empezar algo, o como podría hacer una historia que fuera como una narración. Por que como verán, yo no eh  pasado por estas cosas,  por lo que la IA me ah dado algunos consejos.

No mal interpreten, así pude aprender :'v






El dolor me atravesaba como cuchillos, punzante, constante, pero no podía quedarme ahí, expuesto. La sangre que seguía escurriendo de mi nariz manchaba mi cara y mi ropa, y la única idea que rondaba en mi cabeza era escapar, salir de allí, desaparecer del foco de atención. Cada paso que daba era como un martillazo, como si mis piernas estuvieran a punto de ceder, pero tenía que seguir adelante, aunque me doliera el mundo entero.

Con manos temblorosas, que apenas respondían a mis órdenes, saqué mi celular del bolsillo. La pantalla estaba rota, agrietada por los golpes, pero aún funcionaba. Cada movimiento me costaba, como si todo mi cuerpo estuviera protestando. Entre quejidos, logré abrir la aplicación de mensajes y, con la vista borrosa por las lágrimas y la sangre, escribí a Lawrence, lo más rápido que pude.

"¿Dónde estás? Por favor, dime dónde estás."

Mi pulso tembloroso hizo que el mensaje fuera torpe, pero lo envié. No podía quedarme esperando, no podía permitirme más tiempo en ese lugar. Guardé el celular rápidamente, con la esperanza de que él me respondiera pronto. Sin embargo, no tenía tiempo para esperar, así que me ajusté la capucha, cubriendo parcialmente mi rostro. No quería que las fanáticas me vieran así, no quería que supieran qué había pasado.

A pesar de la capucha, la sangre que corría por mi cara no dejaba de ser visible, y aunque intentaba caminar con algo de dignidad, el dolor y la desesperación se reflejaban en cada uno de mis pasos. Las personas que pasaban a mi lado me miraban, algunas con sorpresa, otras con pena, pero nadie se detenía a ayudarme. Unos apartaban la mirada rápidamente, como si no quisieran involucrarse en lo que veían. Pero yo ya no quería nada de ellos. Las miradas ajenas solo me hacían sentir más solo, más pequeño.

Las fanáticas no podían ver bien mi rostro, pero no podían dejar de mirar, con curiosidad, con preguntas no formuladas. Me sentía como si fuera un espectro, una sombra que se deslizaba por la acera. El dolor seguía siendo mi compañero constante, pero lo único que quería era encontrar a Lawrence, encontrar algo de consuelo, aunque fuera en la forma de su presencia. Todo lo demás se desvanecía detrás del rugido del dolor en mi cuerpo, y mi mente se aferraba a la esperanza de que él pudiera darme una salida, una forma de escapar de este infierno.

Arrastrando los pies, el suelo parecía volverse cada vez más lejano, cada vez más pesado. Mi cuerpo ya no respondía como antes, las piernas apenas se movían y el ritmo de mi caminar se volvía cada vez más errático. Pero no podía rendirme. No podía dejar que ese momento de vulnerabilidad me venciera por completo.

El sonido de mis pasos resonaba en mis oídos, ahogado por la aguda sensación de dolor que me golpeaba cada vez que mi pie tocaba el suelo. La sangre seguía escurriéndose por mi rostro, y aunque intentaba cubrirme con la capucha, la imagen era inconfundible: los ojos de los que pasaban se detenían, veían mi estado y luego se apartaban rápidamente, como si no quisiera verse reflejados en mi sufrimiento. Algunos murmuraban entre sí, otros sacaban sus teléfonos, probablemente para capturar el momento, pero nadie se atrevía a acercarse, a ofrecerme ni una sola palabra de ayuda.

Las fanáticas, que en otro contexto hubieran sido mis seguidores, ahora me veían con una mezcla de desconcierto y curiosidad. No podían ver claramente mi rostro por la capucha, pero el rastro de sangre, las huellas de lo que había pasado, no podían pasar desapercibidos. El murmullo de voces detrás de mí me seguía como una sombra, pero mi mente estaba ocupada en algo más importante: sobrevivir, encontrar a Lawrence.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, mi teléfono vibró en mi bolsillo. Apenas pude sacar la mano para revisarlo. Con la vista nublada y el pulso acelerado, vi el mensaje de Law.

"Estoy cerca, ¿dónde estás?"

En ese instante, una ola de alivio recorrió mi cuerpo, pero también una desesperación más profunda. No podía decirle exactamente dónde estaba, pero sabía que tenía que llegar a él, de alguna manera. El dolor en mis piernas, la fatiga que me envolvía, me pesaban más que nunca, pero el simple hecho de saber que Lawrence estaba cerca me dio un respiro.

Seguí caminando, más lento, como si cada paso me costara el doble, pero con la esperanza de que pronto estaría a salvo, de que al fin encontraría un poco de paz entre tanto caos.


Miré a mi alrededor, sin poder orientarme bien, buscando alguna señal que pudiera darle a Lawrence. ¿Dónde estaba? ¿Cómo podría decirle dónde me encontraba?

Arrastrando los pies, traté de seguir caminando, aunque cada vez más mi cuerpo me pedía que me detuviera. La calle parecía interminable, las luces de la ciudad parpadeando como si estuvieran lejos, como si nunca pudieran alcanzarme. Pasaban coches, algunas personas caminaban a prisa, pero nada de eso me alcanzaba. Era solo yo, mi dolor, y la necesidad desesperada de que Lawrence llegara rápido.

Al final, la sensación de estar siendo observado se volvió insoportable. Las fanáticas, ahora más cerca, me miraban con insistencia, intentando captar algún detalle, probablemente con la esperanza de descubrir quién era en realidad. Pero mi rostro, cubierto de sangre y parcialmente oculto por la capucha, solo generaba más preguntas que respuestas. A pesar de que no podían reconocerme bien, sabían que algo no estaba bien. Y, aunque se mantenían a una distancia prudente, el susurro de sus voces detrás de mí seguía, como un recordatorio constante de lo visible que me había vuelto.

Mi cuerpo comenzó a moverse por inercia. Ya no pensaba con claridad, solo sentía el impulso de avanzar, de seguir, de llegar. Fue entonces cuando, al doblar una esquina, algo en mi pecho se calmó. Frente a mí, a lo lejos, vi la figura de Lawrence. Él estaba allí, parado junto a un parque, con una expresión de preocupación que solo se desvaneció cuando me vio.

Se acercó rápidamente, sus ojos recorriéndome de arriba a abajo, buscando las señales de lo que había pasado. Ni bien estuvo cerca, me alcanzó por los hombros, su toque firme pero suave.

¿Qué demonios te pasó, Haus? —Su voz era baja, llena de ira contenida, pero también de preocupación.

No podía responder. Las palabras me costaban. El dolor en mi rostro, en mi cuerpo, me había dejado mudo. Pero me apoyé en él, dejándome guiar por su presencia, por el simple hecho de que ya no estaba solo.

Lawrence miró hacia atrás, buscando a los que pudieran haberme visto. No dijo nada, pero pude ver cómo apretaba los puños. No importaba. Lo único que me importaba en ese momento era que él estaba aquí. Me ayudaría a salir de todo esto.

—Vamos a casa. —Dijo, y con su brazo alrededor de mis hombros, me empezó a guiar fuera de la calle. Yo no podía dejar de caminar, pero al menos ya no estaba solo.

Lawrence me sostuvo con firmeza, pero su cuerpo temblaba de pura rabia. Su rostro estaba tenso, los ojos fulgurantes, y pude sentir su respiración agitada contra mi cabeza. Aunque no decía nada, la manera en que apretaba sus dedos en mis hombros y cómo su cuerpo vibraba de furia lo decía todo. Estaba tan enojado que parecía que iba a estallar en cualquier momento.

—¿Qué demonios pensaste, Hau? —dijo, y su voz salió como un rugido, aunque contenía una preocupación palpable. Era como si intentara hacerme reaccionar, como si necesitara que lo mirara y explicara lo que había sucedido. Pero yo... no podía. El dolor me mantenía en un estado de confusión, la sangre que aún caía de mi rostro nublaba mi visión, y las palabras simplemente no salían. No podía explicar lo que había pasado, ni siquiera si quisiera.

Mi cuerpo se sentía extraño, como si fuera incapaz de sostenerse por sí mismo. Mis piernas parecían de papel, y cada vez que intentaba moverme, sentía que el suelo se deslizaba bajo mis pies. Me incliné un poco, la cabeza baja, mis ojos rojos y vidriosos, luchando por mantenerme consciente. Mi respiración era irregular, apenas podía tomar aire sin que el dolor de mi rostro me hiciera gemir en silencio.

De repente, sin previo aviso, mi cuerpo dio un giro hacia un lado, incapaz de sostenerse. Mi equilibrio falló por completo y casi caí de bruces al suelo, pero Lawrence reaccionó al instante, sujetándome con más fuerza.

—¡Ey! No te me caigas, Hauser. —Su voz, llena de angustia, me atravesó, pero no pude responder. Solo incliné aún más la cabeza, mis ojos apenas abiertos, y me dejé caer un poco más sobre su pecho. Sentí cómo su camiseta se empapaba con la sangre que aún no dejaba de brotar, y a medida que me apoyaba en él, pude notar cómo mi peso lo hacía tambalear ligeramente, pero no me soltó.

No podía levantar la cabeza, no podía hablar. Estaba demasiado débil. Mi rostro manchaba su camiseta, el rojo de mi sangre empapaba el tejido blanco. Pero no me importaba. Solo me aferraba a él, sin fuerzas para sostenerme. Solo quería cerrar los ojos y que todo terminara, que el dolor se desvaneciera, aunque fuera por un momento.

Lawrence, sin decir una palabra más, me sostuvo aún más fuerte, sus manos apretadas alrededor de mis hombros y la espalda. Podía escuchar cómo su respiración se aceleraba, y aunque su enojo no había desaparecido, estaba claro que estaba haciendo lo posible por mantener la calma, por no perder la compostura.

—Vamos, Selts. No me dejes aquí. —Murmuró con voz más suave, aunque el cansancio y la frustración se percibían en su tono.

Y en ese instante, me sentí tan quebrado, tan perdido. Como si me estuviera deslizando hacia un lugar donde nada importara. Pero la presión de sus manos sobre mí me recordó que, aunque yo estuviera a punto de caer, él no me dejaría.


La sensación de dolor era tan aguda que ya no podía evitarlo. Cada latido de mi corazón parecía disparar otra ola de sufrimiento por todo mi cuerpo. No podía respirar con normalidad, no podía pensar, no podía hacer nada más que sentir cómo mi cuerpo se desmoronaba poco a poco. Estaba tan agotado, tan roto, que cuando mis lágrimas empezaron a caer, no pude detenerlas. Las dejé fluir libremente, resbalando por mis mejillas, empapando la camiseta de Lawrence.

En ese momento, sentí cómo todo el peso del dolor se desbordaba de mi pecho, cómo todo lo que había estado intentando controlar explotó en un sollozo profundo. Mis lágrimas, mezcladas con la sangre en mi rostro, caían con desesperación, mientras mis manos temblorosas se aferraban a la camiseta de Lawrence como si fuera lo único que me quedaba.

Entonces, sin previo aviso, un grito involuntario escapó de mi garganta. Un sonido tan desgarrador, tan puro, que sentí como si el mundo entero me estuviera aplastando. No era solo físico; era todo lo que había acumulado, toda la humillación, todo el dolor, todo lo que había vivido antes de llegar hasta allí. Y ese grito, ese llanto, era la manifestación de todo. Sentí como si me estuvieran torturando, como si no pudiera soportarlo más, como si mi cuerpo fuera a quebrarse en pedazos.

—Haus... —Lawrence murmuró mi nombre con desesperación, su voz rota por el miedo y la frustración. Y entonces, cuando vio lo mal que estaba, cuando escuchó ese grito tan lleno de dolor, su faceta de calma se quebró. Fue como si un muro invisible se desplomara dentro de él.

Me abrazó con más fuerza, y pude sentir su cuerpo tenso, sacudido por lo que acababa de ver.

—No... no puedo ver esto, Hause... —su voz tembló, y en un instante, sus manos se aferraron aún más a mi hombro, como si no quisiera que me cayera, como si de alguna manera pudiera sostenerme con su fuerza.

Sentí su aliento agitado, su cuerpo tenso, y aunque sus palabras eran difíciles de entender por lo entrecortado de su respiración, pude captar la desesperación en su tono.

—No, no... —susurró, como si hablara consigo mismo. Pero su abrazo me apretó más, con la urgencia de alguien que no sabe cómo ayudar, pero que no quiere perderte. —No me dejes, Haus. No ahora.

Mi llanto se intensificó, como si todo mi cuerpo estuviera al borde de colapsar. Mis rodillas cedieron de nuevo, pero esta vez no me dejó caer. Su agarre en mi hombro era firme, fuerte, lo suficiente para evitar que me desplomara completamente. Estaba tan cansado, tan roto, pero algo en su abrazo, en su fuerza, me mantenía a flote.

Y entonces, sin poder controlarlo, gritó, con una mezcla de ira y desesperación:

—¡Maldita sea! ¿Por qué no te lo dijiste antes?! —su voz era dura, quebrada, pero no podía evitarlo, no podía contener más la frustración y el miedo de ver a la persona que más le importaba desmoronándose frente a él. —No te voy a dejar caer, Ha. Te lo prometo.

Fue como si esas palabras fueran el ancla que me mantenía allí, con él. Mis lágrimas empapaban su hombro, y su camiseta se ensuciaba con mi dolor, pero en ese momento, lo único que importaba era que estaba ahí. Que no iba a dejarme ir.

No podía responderle. Estaba completamente destrozado, y lo único que podía hacer era seguir llorando en su hombro, buscando consuelo en el único lugar que me quedaba. La promesa de que no me soltaría fue lo único que logré escuchar, y aunque mi cuerpo temblaba, aunque mi mente se nublaba, su fuerza me daba algo que no tenía: la esperanza de que, tal vez, no tenía que soportar este dolor solo.


El dolor en mis tobillos era insoportable. No podía mantenerme en pie, ni un segundo más. Las piernas me fallaban, y mis tobillos, torcidos por la caída, latían como si estuvieran ardiendo. La presión de mi propio peso sobre ellos era demasiado, como si cada hueso estuviera a punto de romperse. No podía más. El mundo comenzaba a desvanecerse a medida que mis piernas se doblaban, incapaces de sostenerme, y todo el dolor se concentraba en esos puntos. La agonía me hizo perder todo control.

—¡Ahhh! —Mi grito salió de lo más profundo de mi ser, tan desgarrador, tan lleno de sufrimiento, que incluso mis propios oídos se estremecieron al escucharlo. Fue como si me estuvieran arrancando las entrañas, como si todo mi cuerpo se desintegrara de un solo golpe.

Lawrence, que había estado sosteniéndome, reaccionó al instante. Su rostro se transformó, y pude ver cómo el dolor de verme gritar lo atravesaba a él también. Su expresión se quebró por completo, y sus ojos se llenaron de una furia impotente, de una desesperación que no podía ocultar.

—Haus... —dijo en un susurro, su voz rota, casi inaudible. Vi cómo sus puños se cerraban con fuerza, como si quisiera hacer algo, como si quisiera evitar que me siguiera hundiendo en ese dolor. Pero lo único que pudo hacer fue acercarse a mí, abrazarme con una rapidez que me sorprendió.

Sus brazos me rodearon con tanta fuerza que, por un momento, sentí que mi dolor desaparecía por completo, como si, al menos por un segundo, estuviera a salvo. Su cuerpo me envuelve, y sentí su aliento contra mi oído, su voz rota cuando susurró:

—No puedo soportar escucharte gritar así, Haus... —Su tono era bajo, quebrado, pero tan lleno de dolor como el mío. —No puedo ver cómo te duele tanto y no poder hacer nada.

Me aferré a él, incapaz de responder. El peso de todo lo que había pasado me había dejado sin fuerzas. Mis piernas, mis tobillos... todo mi ser era un mar de dolor. Intenté hablar, pero solo salió un suspiro débil, una exhalación entrecortada. Mis ojos, hinchados por el llanto, apenas podían enfocarse en él.

Pero no me dejó ir. No podía caer, no me iba a dejar caer. Estaba allí, rodeándome con su cuerpo, casi abrazándome con la misma desesperación con la que yo me aferraba a él. Y fue entonces cuando lo sentí: el latido frenético de su corazón contra mi pecho.

Lo que no sabía en ese momento era que las fanáticas, que habían estado observando desde la distancia, no se habían quedado simplemente quietas. Habían sacado sus teléfonos y, con sus cámaras enfocando, comenzaron a grabar la escena. La imagen de Lawrence abrazando con tanta desesperación a Haus, el caos evidente, la rabia en sus rostros, todo eso se estaba grabando. La cámara enfocaba cómo Haus estaba completamente roto, apoyándose en él mientras el dolor no lo dejaba respirar, y cómo Lawrence lo protegía como si su vida dependiera de ello.

Las chicas murmuraban entre sí, algunas con los ojos muy abiertos por la sorpresa, otras incapaces de dejar de grabar. El sonido de las cámaras y las risas nerviosas se filtraban entre susurros, pero nadie se atrevía a acercarse. Estaban tan absortas en lo que veían que nadie se detenía a ayudar, solo observaban, esperando el siguiente movimiento.

Lawrence levantó ligeramente la cabeza, como si tratara de entender lo que pasaba a su alrededor, pero luego volvió a enfocarse en mí, como si el mundo entero se hubiera desvanecido y no quedara nada más que yo en su brazos.

—Haus, por favor... aguanta. —Su voz temblaba mientras me sostenía más fuerte, su pecho empapado con las lágrimas que aún no cesaban de caer de mis ojos.

Pude escuchar las voces de las fanáticas, pero estaba demasiado perdido en el dolor y en la sensación de seguridad que su abrazo me proporcionaba. No me importaba que me grabaran, no me importaba nada más que el hecho de que él estaba ahí, de que no me estaba dejando ir. Sin embargo, la impotencia en sus ojos, la angustia palpable que sentía al verme así, era todo lo que podía captar. Sabía que me estaba rompiendo por dentro, pero él no iba a soltarme.

Solo podía aferrarme a él, y con un susurro entrecortado, respondí, casi inaudible:

—Solo... resíste ¿Si? Ya llegamos...

Y en ese instante, sentí cómo Lawrence apretaba con más fuerza.

El peso del dolor, la vergüenza y la impotencia me derrumbó por completo. Estaba tan roto, tan hundido en mi propio sufrimiento que ya no pude mantenerme de pie. Las lágrimas seguían cayendo, pero no solo por el dolor físico. El sentimiento de ser tan débil, tan cobarde, me atormentaba aún más. Me sentía inútil, incapaz de resistir, de enfrentar ni siquiera el simple hecho de que ya no podía soportarlo. Y cuando, por fin, mis piernas cedieron, caí al suelo, dejando que todo mi cuerpo se desplomara.

Me senté en el frío pavimento, sin fuerzas para levantarme, sin energía para hacer nada más que seguir llorando. Mis manos cubrieron mi rostro, como si eso pudiera evitar que el mundo viera lo patético que era, lo débil que me sentía. Los sollozos se volvieron aún más desgarradores, más profundos, y no pude detenerlos. Lloraba por todo: por el dolor, por mi cobardía, por el miedo a ser visto como alguien débil. No podía dejar de pensar en lo que acababa de pasar, lo que estaba sintiendo, y cómo, de alguna manera, me sentía más pequeño que nunca.

A lo lejos, las fanáticas seguían grabando, pero no me importaba. Ya nada importaba. Estaba completamente hundido en mi propio mundo de desesperación, y no sabía cómo salir de allí. Solo quería que el dolor se detuviera, que todo se apagara, pero no podía.

De repente, sentí la presencia de Lawrence de nuevo, cerca de mí, su sombra que se proyectaba sobre mí antes de que su cuerpo llegara. Su respiración agitada se escuchaba cerca, y sin decir palabra alguna, se agachó a mi lado. Sentí su brazo rodeándome, abrazándome de nuevo, con la misma desesperación, con la misma urgencia como si tuviera que sujetarme para evitar que me desmoronara por completo. Y fue entonces cuando vi en sus ojos el sufrimiento, el dolor de verme así, de verme tan roto. Él estaba tan mal como yo, pero estaba allí, insistiendo en no dejarme.

Lawrence no dijo nada al principio. Solo me sostuvo con firmeza, sin que sus manos se separaran de mí. Luego, con un gesto suave pero decidido, tomó la manga de su camiseta y la pasó por mis cejas, limpiando la sangre que se había acumulado allí. El rojo de la sangre, mezclado con el sudor de mi rostro, se iba llevando consigo mi dignidad, mis ganas de luchar. Pero lo que más me dolía no era solo la sangre en mi piel, sino la rabia que sentía al verme tan débil, tan completamente a merced del dolor. Me sentí como un idiota, un cobarde, por estar allí, llorando como un niño.

—No eres un idiota, Haus... —susurró Lawrence, casi como si pudiera leer mis pensamientos, aunque no lo dijera con palabras. Su voz sonaba rota, tan llena de dolor por mí que casi me hizo sentir peor. Se inclinó hacia mí, apoyando su frente en mi hombro, sintiendo el peso de mi sufrimiento en su propio cuerpo.

No podía mirarlo, no podía sostenerle la mirada. Pero, de alguna forma, su cercanía, su abrazo, me mantenían aún ahí, a pesar de todo. El dolor seguía recorriéndome, pero su apoyo era el único puente que me quedaba para seguir luchando.

—Vamos, Haus. —Dijo finalmente, con una determinación que me cortó el aliento. —Vamos al hospital. Tienes que estar bien, tienes que ir.

Con un movimiento firme, me levantó con más facilidad de lo que esperaba, como si no pudiera dejar que me hundiera más. Sus manos me rodearon con fuerza, ayudándome a ponerme de pie, aunque mis piernas temblaban y mi cuerpo estaba débil. Me sentía como si fuera incapaz de sostenerme por mí mismo, pero él estaba allí, no me dejaría ir.

—No vas a quedarte aquí, ¿me escuchas? —su voz, aunque suave, estaba llena de una fuerza que me hizo sentir una pequeña chispa de esperanza en medio de mi desesperación. —Vamos al hospital. Ahora.

Me apoyé en él, con la cabeza caída hacia su hombro, mis manos incapaces de sostenerme. Mis lágrimas no cesaban, pero ahora sentía una extraña mezcla de dolor y alivio. Al menos no estaba solo. Al menos él seguía ahí.

Las fanáticas seguían observando desde la distancia, algunas sorprendidas, otras sacando más fotos y grabando más, pero yo ya no prestaba atención. Lo único que importaba era que Lawrence me estaba llevando hacia el hospital, que no me iba a dejar solo.

A pesar de todo el dolor, su abrazo me dio la única certeza que tenía en ese momento: no importaba lo que pasara, él no iba a dejarme caer.


Intenté levantarme con un esfuerzo tan abrupto que un grito se escapó de mis labios, la punzada de dolor atravesándome el cuerpo como si fuera una corriente eléctrica. Mi mano, temblorosa, intenté alejarme de Lawrence, pero el dolor me ganó, y me desplomó nuevamente sobre él, sollozando con más fuerza.

—No... —dije entre sollozos, forzando mi voz, como si al decirlo pudiera hacer que todo se detuviera. —Vamos a casa... estoy bien... solo tengo... dolor, nada más.

Lawrence me miró fijamente, los ojos llenos de una mezcla de frustración y preocupación. Su respiración se hizo más pesada, como si el peso de la situación lo estuviera aplastando. No dijo nada al principio, solo le sostuvo con más firmeza, su mirada fija en la mía, que ahora evitaba enfrentarse a él.

—¿Estás bien? —dijo finalmente, casi con enojo, la voz rota pero firme, como si no pudiera entender cómo podía pensar así. —Te estás desangrando, Haus, ¿y quieres ir a casa? Estás delicado, te estás destruyendo por dentro y lo único que se te ocurre es ir a casa. ¡Eso no es bien!

Dejé de llorar por un instante, sorprendido por la fuerza de su respuesta. Un nudo se formó en mi garganta, la rabia y la vergüenza intensificándose por dentro. Miré a Lawrence, esa figura tan fuerte que siempre parecía tener todo bajo control, pero al verlo así, su enojo y su dolor se mezclaban en un torbellino confuso.

—Lo siento... —susurré, mi voz apenas audible, casi quebrada. Me incliné hacia Lawrence, buscando su hombro con la cabeza y dejando caer todo el peso de mi cuerpo sobre él. —Perdón... pero quiero ir a casa contigo. No quiero ir al hospital. No quiero que me dejen allí... quiero estar contigo.

Lawrence suspiró, cerrando los ojos un momento, dejando que la tensión en mi cuerpo se relajara aunque fuera por un segundo. Cuando volví a mirarlo, ya no había enojo, solo una preocupación profunda que parecía estar siempre presente.

—Está bien, Haus... —dijo con suavidad, acariciando mi cabello de manera protectora. —Pero solo si me prometes que irás al hospital después. No te voy a dejar ir a casa sin que alguien te vea, ¿me entiendes? No te puedo dejar así.

Asintí, con un murmullo débil en mi garganta, mientras el dolor seguía palpitando en mi cuerpo, pero su corazón se aliviaba un poco al sentir el calor de Lawrence cerca de mí. No importaba el lugar ni la situación, mientras estuviera con él, ya no me sentía tan perdido.

—Lo prometo... —murmuré, la voz quebrada, pero sincera.

Lawrence me miró un momento, evaluando si podía confiar en mis palabras, pero luego, con un suspiro profundo, me hizo una seña con la cabeza.

—Vamos entonces. Pero tengo mis ojos puestos en ti, ¿eh? Vamos a casa, pero me aseguro de que todo estará bien. Te prometo que no te voy a dejar solo. Vamos despacio, y lo haremos a mi manera.

Y, con eso, Lawrence me sostuvo con la misma firmeza, guiándomé paso a paso, cada uno más lento que el anterior, pero con la certeza de que juntos, siempre juntos, seríamos capaces de sobreponernos a cualquier cosa.



Habíamos caminado durante lo que pareció una eternidad, cada paso un esfuerzo, cada respiro un recordatorio de que el dolor no me dejaría en paz. Estaba apoyado en Lawrence, mi cabeza contra su hombro, tratando de mantenerme en pie, aunque mis piernas temblaban como si no pudieran sostenerme más. A veces sentía que íbamos demasiado rápido, otras veces, demasiado lento, pero no decía nada. Solo me dejaba llevar por su determinación, por esa forma en que él siempre parecía saber lo que necesitaba, incluso cuando ni yo mismo lo sabía.

De repente, sin darme cuenta, una risa floja escapó de mis labios. Estaba agotado, ya no sentía el dolor tan agudo, solo un vacío que me hacía reír sin razón.

—¿Qué pasa? —preguntó Lawrence, algo confundido. La expresión en su rostro era una mezcla de preocupación y curiosidad.

—Es solo... —dije, intentando controlar la risa, pero sin mucho éxito—. Es solo que no puedo dejar de pensar en cómo me puse, en lo tonto que fui. Literal, lloré cuando sentí el sangrado, como una niño cuando le quitas un dulce.

Lawrence frunció el ceño, claramente sin entender lo que decía. Me miró con seriedad, pero sus ojos no se apartaban de mí. No estaba bromeando.

—No estás bromeando, ¿verdad? —dijo, casi en un susurro, como si intentara asegurarse de que estaba entendiendo bien.— No me hace reír eso Haus. enserio.

Negué con la cabeza, aunque la risa seguía flotando en mi pecho, como una burbuja que no quería estallar.

—No... en serio, Lawrence. Fue como si el mundo se acabara en ese momento, y lo único que pude hacer fue llorar. El dolor, el miedo... todo se juntó, y bueno... no lo pude controlar.

Lawrence me miró un poco más, como si estuviera evaluando mis palabras, pero no dijo nada más. Su mano me apretó ligeramente, como si intentara reconfortarme en silencio.

Seguimos caminando, y el mundo parecía ir cayendo lentamente en su lugar, aunque la tensión seguía flotando entre nosotros. Pero, de repente, cuando doblamos en una esquina del hotel, todo se desmoronó de nuevo.

Un mar de fans apareció de la nada, como una marea imparable. El bullicio, las cámaras, los teléfonos apuntando hacia nosotros, todo sucedió en un parpadeo. Las voces comenzaron a elevarse, a gritar mi nombre, a pedir fotos. Vi sus rostros, sus expresiones, y sentí cómo me paralizaba la ansiedad. Mis piernas temblaron, y todo mi cuerpo reaccionó de golpe, como si la tensión que había estado guardando se liberara de repente.

Lawrence, con una calma que solo él podía mostrar en medio de este caos, susurró cerca de mi oído:

—Tenemos que dar la vuelta.

No sé por qué, pero en ese momento, sentí que el nudo en mi garganta crecía aún más. Mi cuerpo estaba agotado, mis emociones a flor de piel, y ahora, enfrentarme a esta marea de personas... simplemente no podía.

—¡No puede ser! —protesté, sintiendo que las palabras se me escapaban antes de que pudiera pensar en ellas. —¡Deja de joder, ¿en serio?! Ya no puedo más, Lawrence, necesito un respiro.

— Yo te dije que vayámos al Hospital. Pero tu no quisiste, así que, no te quejes ¿Sí? 

Lawrence me miró, con esa mirada tan suave pero decidida que siempre me daba, y aunque me quejé, asentí. No tenía energía para discutir, ni siquiera para quejarme más. Sabía que tenía razón. La última cosa que necesitaba en ese momento era más gente mirándome, más cámaras. Mi corazón latía con fuerza, y mi cuerpo solo quería escapar, esconderse.

De repente, todo pasó muy rápido. Lawrence me sostuvo con más firmeza y nos dirigimos hacia otro lado, dando la vuelta y adentrándonos en una calle más vacía. Pude escuchar las voces de los fans desvaneciéndose a medida que nos alejábamos. Aunque el alivio llegó con esa distancia, mi cuerpo seguía tenso, y el miedo seguía palpitando en mi pecho.

Miré a Lawrence, mi mente luchando por procesar todo lo que había pasado, y me sentí una vez más estúpido por cómo había reaccionado ante todo. Pero, mientras caminábamos por esa nueva ruta, con las luces del hotel parpadeando a lo lejos, algo en mí, algo pequeño, me dijo que tal vez todo estaría bien. Porque estaba con él.

Y mientras me guiaba con su fuerza, sin decir una palabra más, supe que no importaba cuánto me caía, él siempre estaría ahí, ayudándome a levantarme.


Perdimos a las fans casi tan rápido como las habíamos encontrado. Afortunadamente, Lawrence tenía ese modo de moverse entre la multitud, rápido y sin causar demasiada atención. A pesar del mareo en mi cabeza y el dolor pulsando en mi cuerpo, traté de seguir su paso, aferrándome a él como si fuera lo único que me quedaba en ese momento. A medida que nos alejábamos de la avalancha de gente, un pequeño suspiro de alivio se escapó de mis labios, aunque mi cuerpo aún temblaba, como si estuviera tratando de lidiar con todo lo que acababa de pasar.

Al entrar al hotel, la calma que había deseado no duró mucho. En cuanto atravesamos las puertas del vestíbulo, me di cuenta de que algo estaba mal. Los chicos estaban allí, esperando en el área común, y sus miradas no mentían. Había preocupación en sus ojos. Habían visto lo que había pasado, y aunque no lo dijeran, sabían que no estaba bien.

No tuve tiempo de reaccionar cuando Michael apareció, dando un paso hacia mí con una cara que no me gustó nada. La rabia en sus ojos estaba tan clara como el cristal.

—¿Qué te pasó? —dijo, apuntándome con el dedo, su voz cargada de reproche. No entendía muy bien lo que estaba pasando, pero la forma en que me miraba me hizo sentir aún más pequeño, más roto. No estaba enfadado por mí, sino por todo lo que había pasado, o al menos eso pensé, y me clavó los ojos como si estuviera buscando algo que no podía encontrar.

Antes de que pudiera decir algo, Lawrence me alejó de él y me apretó un poco más contra su cuerpo, protegiéndome. La mirada de Lawrence, que antes había sido llena de preocupación, se tornó repentinamente feroz, como si una furia interna estuviera a punto de estallar.

—¡Que no lo toques! —su voz fue un rugido bajo, y lo dijo con una dureza que me hizo sentir el peso de cada palabra. —Está dolido, ¿entiendes? No lo toques.

Michael no respondió inmediatamente. Se quedó parado allí, como si no le importara lo que Lawrence acababa de decir, pero la tensión en sus hombros decía lo contrario. Luego, como si ignorara por completo las advertencias de Lawrence, se acercó más.

—¿Qué pasó, Haus? —preguntó, pero no con la compasión que esperaba. Más bien, su tono sonaba como si me estuviera cuestionando de una manera dura, acusadora. —¿Estás bien o qué?

Mi cabeza giraba, mis pensamientos aún entrelazados con el dolor. Ni siquiera sabía qué responder, solo quería que me dejara en paz, pero Lawrence no iba a permitirlo.

—¡Te dije que está herido! —gritó, con la voz llena de furia. —¿No lo entiendes o qué? ¡¿Quieres que te lo dibuje?! Está dolido, Michael. Déjalo en paz, necesito curarlo.

Al principio, Michael lo miró como si no le creyera, como si pensara que todo era un gran exageración. Pero luego, al ver la expresión de Lawrence, tan llena de enojo y determinación, algo cambió. Finalmente, Michael se detuvo, pero su mirada seguía fija en mí, como si estuviera esperando una respuesta.

Miró a Lawrence, luego me miró a mí, y finalmente, con un suspiro de resignación, dijo:

—Está bien, pero tienes que ir al hospital, Haus. Esto no es normal. Necesitas ver a un médico, ¿me oyes?

Fue como si la habitación se hubiera quedado en silencio por un segundo. El dolor en mi cuerpo me hacía pensar que Michael tenía razón, pero algo en mi interior se rebelaba contra la idea. No quería ir al hospital. No en ese momento. Lo que menos quería era estar rodeado de médicos, de más gente mirando mi cuerpo herido, como si estuviera roto por dentro. Lo único que necesitaba era estar tranquilo, sentir que podía recuperarme a mi propio ritmo.

Lawrence me miró como si estuviera esperando mi respuesta, pero antes de que pudiera decir nada, Michael se adelantó nuevamente, su tono acusador tomando control.

—No puedes decidir por él, Lawrence. ¿Te crees el jefe aquí o qué? —dijo, interrumpiéndolo sin ningún tipo de respeto. Su mirada se fijó en Lawrence con desafío.

— De echo, si lo soy. Soy quién dirije a la banda.

— Sí, pero tú no manejas nuestras vidas. Y menos la de él. 

Pero Lawrence no se dejó intimidar, su expresión era dura, casi como si estuviera a punto de explotar. Sin embargo, antes de que pudiera decir algo más, fui yo quien habló. Mi voz salió débil, pero decidida, a pesar del miedo que sentía en el fondo.

—No quiero ir al hospital... —murmuré, con dificultad. Mis palabras sonaron mucho más débiles de lo que me habría gustado. —Son solo golpes... fatales, pero estoy bien. De verdad.

Lawrence me miró con una sonrisa burlona que me hizo sentir un poco avergonzado, pero también extraño, como si estuviera controlando la situación. La manera en que me miró era como si supiera que, aunque yo decía que estaba bien, no lo estaba. Y en su mirada había una especie de desafío silencioso, como si me estuviera tomando el pelo un poco.

—Sí, claro... —respondió, pero con esa sonrisa que no era de burla pura, sino de un tipo de tranquilidad que solo él tenía. —Como si tus golpes fueran a desaparecer mágicamente, Haus. Pero está bien, si tú lo dices. Yo solo voy a seguir tu plan, ¿eh?

A pesar de sus palabras, algo en su tono me hizo sentir un poco mejor. Sabía que no me iba a dejar solo, que, aunque intentara resistirme, él siempre tendría algo de control en la situación. Y por un momento, me sentí más seguro, como si, aunque el mundo a mi alrededor estuviera en caos, todo se iba a resolver de alguna manera.

—Vamos entonces, pero con cuidado, ¿sí? —dijo, mirando a Michael, luego a mí. Su tono había cambiado, volviéndose mucho más suave, casi cariñoso. —Tienes que descansar, Haus. Solo vamos a tomarlo despacio.

Michael, finalmente, se quedó callado, observando el pequeño tira y afloja entre Lawrence y yo. No dijo nada más, pero la preocupación seguía en sus ojos. No pude evitar sentirme culpable, como si estuviera causando más drama del necesario. Pero, mientras caminábamos juntos, con Lawrence a mi lado, algo dentro de mí me decía que, aunque no todo estuviera perfecto, al menos no estaba solo.

El pasillo estaba silencioso, solo el sonido de nuestros pasos resonaba mientras caminábamos hacia la habitación. Lawrence iba delante de mí, su figura alta y segura, siempre con esa expresión que sabía cómo mantener, incluso en los momentos más difíciles. A pesar de que el dolor me consumía, traté de seguirle el ritmo, pero mi cuerpo no respondía como quería.

Cuando llegamos a la puerta de la habitación, Lawrence la abrió sin dudar. Apenas entramos, la sensación de estar a solas me golpeó con fuerza. Sin decir nada, me acerqué a él, casi de manera instintiva, y lo besé. Fue un beso desesperado, sin pensar, una necesidad de sentir algo que me distrajera de la presión del dolor que se apoderaba de cada rincón de mi ser.

Lawrence no reaccionó de inmediato, pero pude sentir cómo su cuerpo se tensaba. Apenas me aparté de él, su rostro ya estaba serio, sus ojos brillando con esa mezcla de preocupación y frustración que me conocía tan bien.

—No, Haus —dijo, su voz tranquila, pero firme—. Necesito que te cures primero.

Mi estómago se revolvió. Sabía que tenía razón, pero en ese momento, no quería escucharla. No quería que el dolor fuera lo primero. Era más fácil aferrarme a la desesperación, a la necesidad de escapar de todo lo que me estaba atravesando.

Bufé con cansancio, como si esa simple acción pudiera quitarme todo el peso que sentía encima. Sin decir palabra, me dejé caer sobre la cama, sintiendo el colchón ceder bajo mi cuerpo. Miré al techo, sin ganas de moverme, mientras esperaba que alguien hiciera algo por mí. Estaba agotado, mental y físicamente. Todo lo que necesitaba era un respiro.

Lawrence no se movió inmediatamente. Lo sentí ahí, de pie junto a la cama, observándome en silencio. Sabía que lo que estaba pidiendo era difícil de aceptar, incluso para mí. Pero sabía que no me dejaría solo en esto. Aunque mi mente quería luchar contra la situación, algo en su presencia me decía que, al menos por esa noche, podría permitirme bajar la guardia.

Finalmente, con paciencia, se acercó a mí. Su mirada no era dura, pero sí decidida. No podía evitar sentirme culpable por no haber aceptado su ayuda antes, pero estaba demasiado cansado para discutir. Sólo cerré los ojos, esperando que todo pasara más rápido.



-------

Espero que hayan pasado bien la navidad :3




                                       Bye readers! VOTEN!!

©Copyright

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro