ᴄᴀᴘíᴛᴜʟᴏ 17: Mᴏʟᴇꜱᴛɪᴀꜱ🦋
El campus estaba lleno, como siempre, pero hoy algo se sentía diferente. Mi respiración se hacía más pesada conforme avanzaba entre los pasillos, no por el esfuerzo de caminar, sino por la sensación de estar bajo el escrutinio constante de un millón de ojos invisibles. Cada paso que daba, cada movimiento, cada gesto, era observado, juzgado, comentado. Y no solo por mis compañeros de clase, sino por ellos. Por las fans.
Las vi de lejos, como siempre, en grupos dispersos, con sus cámaras y teléfonos listos para captar cada instante de mi día. Algunas incluso se daban cuenta de mi presencia antes que los demás, y sus caras se iluminaban al instante al identificarme. Fue un golpe de calor en el pecho, ese nudo que se forma cuando sabes que estás atrapado en una burbuja de la que no puedes escapar.
Para mis compañeros, tal vez todo esto parecía normal, pero para mí, cada encuentro con el mundo exterior se sentía como una invasión a mi privacidad, un recordatorio de que ya no era el mismo de antes. Ya no era Hauser, el estudiante tranquilo de la universidad. Ahora era Haus, el miembro de la banda famosa que todo el mundo reconocía. Menos yo, que no conocía esa banda.
Pensé en eso mientras caminaba rápidamente, mirando a mi alrededor, sintiendo que los ojos seguían mis pasos. No podía evitarlo. La fama venía con su precio, y aunque al principio había sido emocionante, ahora me pesaba. No podía escapar de las expectativas que me rodeaban. La gente no me veía como el chico normal que alguna vez fui. Ya no veía mi vida como algo privado; todo se había vuelto parte de un espectáculo. Y eso era agotador.
Rápidamente me metí en mi sudadera, subí la capucha sobre mi cabeza y me apreté un poco más dentro de ella. Mi cara desapareció entre las sombras de la tela, y por un momento, me sentí un poco menos observado. Al menos, así no tendría que enfrentar las miradas expectantes de las fans que me seguían. No quería ser cruel, pero deseaba que se fueran, que desaparecieran por un momento. Solo quería estar tranquilo, ser invisible, no el centro de atención.
Mientras caminaba más rápido, el sonido de las risas y los murmullos a mi alrededor se desvaneció en mis pensamientos. Ya no podía concentrarme en nada más que en la idea de que este tormento tenía una fecha de vencimiento. Quedan quince días, solo quince días más y este capítulo de mi vida terminaría. El último semestre de la universidad, el último empujón antes de que la presión de las expectativas sociales y la fama se desvaneciera, por fin, fuera de mi vida. Y aunque la idea de graduarme me daba algo de alivio, también me daba miedo. Porque ¿qué pasaba después? ¿Cómo sería mi vida cuando no tuviera que ponerme un buzo con capucha solo para caminar sin que me miraran como si fuera una pieza de museo?
Solo quince días más. En menos de dos semanas, todo esto se convertiría en un recuerdo. Finalmente, podría dejar atrás las miradas constantes, los comentarios a mis espaldas, las fotos furtivas. Solo tenía que soportarlo un poco más. Todo lo que tenía que hacer era esperar.
Al llegar a la entrada del edificio de clases, me paré un momento en la puerta, mirando hacia el pasillo lleno de estudiantes. Sabía que pronto se notarían mis pasos, que me empezarían a reconocer a medida que avanzara, pero por ahora, lo único que sentía era el peso de esos quince días. Algo dentro de mí se aligeró al pensar en eso, pero también me sentí vacío al darme cuenta de que, aunque estuviera a punto de ser libre, siempre habría algo en mi vida que me recordaría que ya no era Haus, el chico común de antes.
Suspiré, me ajusté la capucha una vez más y entré en el edificio, con la sensación de que todo estaba cerca de terminar... y de que, al mismo tiempo, todo seguía siendo igual de complicado.
Cuando empujé la puerta del edificio, el ruido que había estado tratando de evitar me alcanzó de golpe. Las voces se desvanecieron por un momento, y mi mente se concentró en el murmullo que venía de todos lados. De inmediato, las miradas se clavaron en mí. No era una sorpresa; lo había anticipado. Cada paso que daba dentro del edificio parecía ser acompañado de más y más ojos que me observaban, algunos sorprendidos, otros con una mirada de reconocimiento. Lo que no podía evitar, sin importar lo que hiciera, era que ellos siempre estaban ahí, esas fans que ya no se conformaban con ver al ''Hauser, el gay de la clase'' desde lejos, sino que querían un pedazo de su mundo para ellas.
De repente, unas risas comenzaron a elevarse, y no pasaron ni cinco segundos hasta que algunas de ellas, sin pensarlo dos veces, saltaron hacia mí con sus teléfonos, pidiendo fotos, llamándome por mi nombre. Sin apodos, sin burla sin nada. Era como si una corriente eléctrica hubiera atravesado el aire, y de pronto, me encontré rodeado de chicas que me miraban con una mezcla de asombro y emoción. Ya ni siquiera les sorprendía la idea de que estuviera entre ellos, en su universidad, pero aún así, se emocionaban como si fuera la primera vez que me veían.
Y tuve que soportar más o menos 8 meses.
—¡Haus, por favor, una foto! —dijo una, mientras otras se apretujaban alrededor de mí, extendiendo sus teléfonos en mi dirección. La presión aumentaba.
Mi corazón comenzó a latir con más fuerza. Antes, podía disfrutar de este tipo de atención, pero ahora solo me sentía atrapado. Esta ya no era la emoción de los primeros días, cuando la fama tenía algo de magia. Ahora solo se sentía como una invasión. La gente ya no me veía como un chico normal, sino como una especie de objeto para su entretenimiento.
—Chicos, por favor, denme espacio —dije en voz baja, intentando mantener la calma mientras esquivaba una de las cámaras que se acercaba demasiado. No quería sonar grosero, pero tampoco podía seguir viviendo bajo esa constante presión. Estaba harto de las fotos, los gritos, las preguntas sin sentido.
Mi respiración se aceleró un poco, y traté de moverme con rapidez, pero el murmullo de las chicas seguía creciendo, como si estuviera siendo arrastrado por la corriente de un río que no podía detener. A veces me preguntaba cuánto tiempo más podría soportarlo.
Poco a poco, me fui acostumbrando. Al principio fue una tortura, pero con el tiempo, mi cuerpo se adaptó a la incomodidad. Ya no sentía la necesidad de darles explicaciones, ni de hacerme el simpático. Solo sonreía lo suficiente como para no parecer grosero y luego seguía caminando, mientras todo el mundo lo interpretaba como una invitación a acercarse más.
Eso fue lo que hice en ese momento: me moví hacia un costado, tratando de salir del círculo de fans que ya se había formado. Mis pasos se hicieron más firmes, más decididos, como si estuviera aprendiendo a rechazar lo que alguna vez había sido un sueño. Mientras caminaba, mi mente se fue a otro lugar, pensando en la clase que me esperaba. Por fin, al dar la vuelta a una esquina, pude ver algo familiar: un grupo de chicos se acercaba hacia mí, y aunque en un principio no quise ponerles atención, algo en mi interior me hizo detenerme.
James, con su habitual grupo de amigos, avanzaba en mi dirección. Me detuve en seco. Sabía lo que vendría. James siempre tenía algo que decir, alguna broma, alguna pregunta sobre la banda o sobre algo que no quería tratar. O simmplemente golpeárme. Lo que menos necesitaba era más gente pidiéndome explicaciones.
Me volví ligeramente hacia ellos, aunque el cansancio ya me pesaba en la mirada.
—No me molesten, James —dije con tono firme, tratando de evitarlo a toda costa. Mi paciencia estaba al límite y no iba a gastar más energía con conversaciones que ya conocía de memoria.
El grupo se detuvo un momento, sorprendidos por mi tono, pero James, como siempre, no pudo evitar sonreír.
—Solo queríamos saber cómo va todo con la banda, Haus —dijo, alzando las manos como si no fuera nada.
Vi que las otras personas en su grupo se reían entre sí, pero yo no tenía ganas de bromas ni de pequeñas conversaciones. Ya no era solo un estudiante más en el campus; ya no podía disfrutar de mi tiempo en la universidad. Todo había cambiado, y no sabía si eso me pesaba más o menos cada día.
—Tengo clases —respondí, sin darles más explicaciones, y, sin esperar que dijeran nada más, me giré y comencé a caminar hacia mi salón.
Lo que más deseaba ahora era simplemente llegar al aula, sentarme y dejar que el tiempo pasara. No pensaba en nada más que en esos quince días. En cómo, por fin, todo esto terminaría. En cómo podría dejar la universidad atrás y seguir con mi vida, sin el peso de las expectativas, de las fans y de esa mirada constante que nunca se apagaba.
Solo quince días. Ese pensamiento me empujó a seguir caminando, a caminar más rápido, como si, al hacerlo, pudiera acercarme más a la libertad que sentía tan lejana.
Cuando entré al salón, la atmósfera cambió de inmediato. Era como si el aire se espesara y todos los ojos, que hasta entonces se habían mantenido en sus propios mundos, se centraran en mí al mismo tiempo. El murmullo que había estado acompañando a los estudiantes se desvaneció al instante, y por un segundo, todo el salón quedó en silencio absoluto. El típico silencio que siempre se produce cuando alguien importante entra en la sala, o al menos, eso es lo que siempre sentí.
Me encogí de hombros, como si ya me hubiera acostumbrado, y traté de caminar hacia mi asiento sin hacer mucho ruido. Pero antes de que pudiera tomar mi lugar, la profesora, la siempre estricta y puntual señora Hopkins, (La de matemáticas) me miró desde su escritorio, frunciendo el ceño.
—Hauser, ¿te parece que llegas tarde? —dijo, con su voz autoritaria que parecía estar dirigida más a mi conciencia que a cualquier otra cosa.
No podía evitar sonreír, a pesar de la incomodidad de la situación. El reloj en la pared indicaba que llegaba unos minutos tarde, y no era la primera vez. Tampoco era la primera vez que ella me lo hacía saber de una manera bastante directa.
—Lo siento, las fans —respondí, con tono irónico y sonriendo de medio lado, como si lo dijera en broma. El salón estalló en un murmullo de risitas nerviosas, como si todos hubieran estado esperando una excusa de mi parte, y cuando la recibieron, no pudieron evitar reírse. Incluso la profesora levantó una ceja, pero no dijo nada más, dándome una mirada con mezcla de desaprobación y resignación.
Era mi forma de lidiar con las expectativas, con las miradas constantes. Hacer una broma de eso, tratar de que no pareciera tan importante, aunque lo fuera.
Me dirigí a mi asiento, pero en el camino algo me llamó la atención. Un lugar vacío. El asiento de Eileen. Lo noté inmediatamente. Era extraño. Normalmente, ella ya estaba allí, sentada cerca de la ventana, con su libro abierto y una expresión que siempre variaba entre concentración y distraída curiosidad. No era que me importara tanto su presencia, o al menos eso trataba de decirme a mí mismo, pero era raro que no estuviera. Eileen, la chica que siempre me había dado una especie de tranquilidad en medio del caos.
Mi mirada recorrió el salón, pero no la vi en ninguna parte. Tampoco sus libros, ni su mochila. Era como si se hubiera esfumado de un momento a otro, y aunque traté de concentrarme en mi propia silla, un leve sentimiento de inquietud me invadió. ¿Dónde estaría?
Sacudí la cabeza, intentando disipar la sensación extraña, y me senté, dejando que mis pensamientos se desviaran hacia algo más productivo. Abrí el libro, buscando rápidamente la página en la que habíamos quedado el día anterior. El texto, con sus líneas de letras impuestas por la profesora, estaba esperando que me sumergiera en la lección. Pero mi mente no dejaba de regresar a Eileen.
¿Dónde estaba?
Era raro. Eileen no solía faltar. Y no, no me estaba preocupando, por supuesto que no. No tenía por qué. Tal vez solo estaba enferma o había tenido algo que hacer. Solo... algo me parecía extraño en todo eso.
Abrí la página de mi libro, tratando de concentrarme, pero algo en mi pecho se tensó ligeramente. Intenté ignorarlo, no darle demasiada importancia. La última cosa que necesitaba ahora era pensar en alguien más que no fuera yo. Quince días más, me recordé. Solo quince días para liberarme de este ambiente, de esta presión. Pero esa pequeña duda sobre Eileen seguía rondando en mi cabeza.
Suspiré, me apoyé sobre la mesa y comencé a leer en silencio, esperando que el día pasara rápido y que el curso, como siempre, siguiera su curso. Pero en el fondo, algo me decía que hoy sería un día extraño.
El día pasó lentamente, como esos días interminables que te hacen sentir atrapado en un bucle. Después del primer recreo, todo parecía moverse con la misma lentitud. Sin las risas y el comentario ocasional de Eileen, el ambiente en el aula se sentía más vacío, más distante. La ausencia de su presencia me dejó una extraña sensación de incomodidad, como si faltara algo que no podía identificar, algo que siempre había estado ahí, pero que ahora me costaba recordar con claridad.
Durante el segundo recreo, me encontré deambulando por los pasillos sin rumbo. Había intentado hablar con algunos compañeros, pero las conversaciones se desvanecían rápidamente en banalidades. La gente solo quería hablar de la banda o de cualquier cosa que me relacionara con mi fama, y yo ya estaba cansado de escuchar lo mismo. No era que estuviera molesto, simplemente me aburría profundamente.
Estaba acostumbrado a las preguntas interminables, los comentarios de admiración, los "¡me encanta tu música!" o los comentarios que trataban de hacerme sentir como una especie de ídolo. Pero hoy, con Eileen fuera de escena, no tenía nada que hacer, nada que me conectara realmente con el momento. Era como si todo estuviera en pausa. Mi mente comenzó a divagar, buscando algo en qué concentrarse, algo que me sacara de este bucle de pensamientos pesados.
De repente, algo me cruzó por la cabeza, algo que me hizo sonreír sin querer. ¿Qué estarán haciendo los chicos de la banda?
Recordé cómo Lawrence se tomaba un tiempo entre los ensayos para hacer alguna broma tonta o cómo siempre encontraba una excusa para distraerme con su forma tan relajada de ser. Lo que daría por estar allí en este momento, riendo con él en vez de estar aquí.
Pensé en Michael, con su energía incansable, probablemente ocupándose de algún proyecto o simplemente haciendo algún desastre como siempre. Y Allyn, con sus bromas que siempre me sacaban una sonrisa incluso en los días más grises. Esa sensación de estar rodeado de amigos me hacía sentir... menos solo, menos atrapado.
Sonreí al pensar en Lawrence, su forma de hablar en serio y luego romper cualquier tensión con una simple mirada o una sonrisa. Cuánto lo extraño.
De hecho, me dio ganas de llamarlo. Justo ahora, en este segundo, mientras caminaba por los pasillos aburrido. Pero en cuanto tomé el teléfono y lo miré, algo me detuvo.
—¡Haus! ¡Haus! ¡Es él! ¡Es de la banda!¡EL NUEVO!
Una voz femenina me sacó de mis pensamientos. No tuve que girarme para saber lo que sucedía: un par de chicas, que ya me habían identificado, se acercaban corriendo, con teléfonos en mano, los ojos brillando con emoción. No podía escapar de ellas, ni siquiera ahora, ni siquiera en este instante en el que sentía que necesitaba un poco de paz.
Una de ellas me detuvo en seco, sonriendo y prácticamente saltando de la emoción.
—¡Haus, por favor, una foto! —dijo la otra, levantando su teléfono hacia mí.
Y aunque había un destello de irritación recorriéndome, me vi obligado a sonreír. Esa sonrisa forzada que ya había aprendido a poner en situaciones como esta. Porque aunque quería contestar a Lawrence, o al menos tomar un respiro de lo que era mi vida diaria, ahora me encontraba atrapado nuevamente.
—Lo siento, chicas —dije, manteniendo la sonrisa—. No puedo ahora, pero seguro nos vemos pronto.
Mi tono fue lo suficientemente amable para no sonar grosero, pero suficiente para darles la señal de que necesitaba un respiro. Las chicas vacilaron por un segundo, antes de finalmente hacer una sonrisa de complicidad y alejarse, aunque no sin antes tomar algunas fotos rápidas.
Cuando por fin las vi irse, tomé un suspiro profundo. Me sentía como si estuviera atrapado entre dos mundos: uno que deseaba escapar y otro que no podía abandonar. A veces, no sabía cuál de los dos me pesaba más.
En ese preciso momento, mi teléfono vibró. Era un mensaje de Lawrence. Mi rostro se iluminó un poco al leerlo.
— ¿Cómo va todo, tonto? Espero que no te estén torturando con las fans. Si te hace falta algo de alivio, ya sabes que estamos aquí.—
Sonreí al leer sus palabras. Me sentí un poco mejor, como si de alguna forma él estuviera ahí para darme el apoyo que, de alguna manera, aún necesitaba. Tal vez no todo está tan mal.
En vez de simplemente responder con un emoji, decidí contestar de inmediato. Necesitaba hablar con alguien, alguien que realmente me entendiera.
—Sí, las fans otra vez... pero en serio, los chicos me están haciendo falta. Me siento un poco fuera de lugar aquí.—
Apreté el botón de enviar y me quedé mirando la pantalla por un momento. Estaba deseando escuchar una respuesta, pero mientras esperaba, me di cuenta de algo. Solo quince días más. Esa pequeña frase, ese recordatorio en mi mente, era lo único que me mantenía en pie.
Suspiré y me dirigí de nuevo hacia el aula, con la esperanza de que los próximos días pasaran más rápido. Mientras tanto, las fans seguirían apareciendo, el peso de la fama seguiría acechando, y yo... solo tendría que esperar a que todo eso desapareciera. Solo un poco más.
Finalmente, la campana sonó y las clases terminaron. Los murmullos habituales de los compañeros de clase comenzaron a llenar el salón mientras todos se alistaban para irse. La profesora, que había permanecido sentada al frente con su rostro impasible, hizo una señal con la mano para llamar mi atención antes de que pudiera ponerme de pie.
—Haus, un momento —dijo con voz grave, su mirada fija en mí.
Me quedé inmóvil, sorprendido. Era raro que la profesora me pidiera hablar, y más aún en ese tono tan serio. Me giré hacia ella, tratando de mantener mi expresión neutral, aunque no podía evitar preguntarme qué quería esta vez.
—Lo que quiero decir —comenzó, sin rodeos—, es que no hace falta que vengas durante estos últimos quince días de clases, si es un problema para ti. Si tienes dificultades para concentrarte por todo lo que está pasando con la banda, no tienes por qué seguir viniendo. Ya has aprobado el curso. No hace falta que sigas haciendo el esfuerzo si eso te está afectando de alguna forma.
La manera en que lo dijo me hizo quedar en silencio, no tanto por lo que decía, sino por la forma directa en la que lo planteaba. Había algo en sus palabras que me hizo sentir como si me estuviera dando una salida, una opción de liberarme de todo el estrés que ya estaba comenzando a ser demasiado evidente para todos. Como si, de alguna manera, me estuviera diciendo que no tenía que seguir atrapado en esta rutina universitaria que ya no me hacía sentido.
Su mirada, aunque seria, tenía una pizca de comprensión que no me esperaba. Ella había estado observando lo suficiente como para darse cuenta de lo que estaba pasando, de cómo la fama me estaba afectando. Después de todo, ya había escuchado rumores y visto cómo me trataban los demás, cómo las clases y las distracciones del campus parecían ser solo un añadido a mi vida.
Mi primera reacción fue quedarme allí, parado frente a su escritorio, sin saber qué decir. Un par de segundos pasaron en silencio entre nosotros, y el peso de sus palabras comenzó a hacer mella en mi cabeza.
¿Dejar de venir durante estos últimos días? El pensamiento me golpeó de manera inesperada. En verdad, lo deseaba. ¿Por qué quedarme atrapado en un lugar que ya no sentía como mío? ¿Por qué no aprovechar esos días para desconectarme y enfocarme en lo que realmente quería hacer? Sabía que ya había hecho lo suficiente para aprobar el semestre y que, en realidad, no necesitaba seguir asistiendo. Pero había algo en su propuesta que parecía un permiso tácito para escapar, para finalmente soltar un poco las riendas y tomar un respiro de la presión.
Entonces, algo dentro de mí cedió.
Una risa, apenas audible, comenzó a subir desde lo más profundo de mi pecho. Una risa que se transformó en una sonrisa amplia, de esas que no podía controlar. Y en el siguiente momento, sin pensarlo demasiado, salté de felicidad.
—¿¡En serio!? —exclamé, sin poder contenerme. Fue como si todo el peso que había estado cargando durante meses se deshiciera en ese solo instante. El estrés, la incomodidad, el sentimiento de estar atrapado entre dos mundos... Todo eso se desvaneció en un segundo.
La profesora me observó, ligeramente sorprendida por mi reacción, pero no dijo nada. Solo asintió, como si ya supiera que este era el resultado.
—Sí, Haus. Si prefieres no venir, ya sabes que es una opción. Haz lo que te haga sentir mejor —respondió ella, con un tono más suave esta vez.
Sin pensarlo más, tomé mis cosas, y mientras me dirigía hacia la puerta, no pude evitar dejar escapar una última sonrisa. Podía sentir cómo mi cuerpo se aliviaba, como si me hubieran quitado un peso de encima. Ya no tenía que seguir viniendo, ya no tenía que estar atrapado aquí, soportando miradas, preguntas y esa constante presión de estar en dos mundos diferentes.
Salí del aula con una sonrisa que no podía borrar de mi rostro, como si el resto del campus ya no tuviera poder sobre mí. La sensación de libertad era palpable. Finalmente, solo quince días. O, mejor aún, cero días.
De repente, la idea de tomarme un descanso de todo lo que estaba pasando me parecía el mejor regalo que podía darme a mí mismo. Ya no tenía que seguir encajando en un lugar que ya no se sentía como mío. Ya había dado suficiente.
Salí del edificio con una sensación de ligereza, como si por fin pudiera respirar sin esa carga constante sobre mis hombros. Era hora de dejar todo eso atrás.
Y lo más increíble era que, por primera vez en mucho tiempo, sentí que todo lo que había estado esperando, todo lo que había temido, ya no importaba. Lo único que importaba era lo que me esperaba después. Lo que realmente quería hacer.
La banda, mis amigos, Lawrence... todo eso estaba por encima de cualquier otra cosa ahora. Sonreí al pensar en ellos, sabiendo que en cuanto pudiera, iría directo hacia ellos, a ese lugar donde realmente me sentía en casa.
Al salir del edificio, la brisa fresca de la tarde me golpeó la cara, y por un momento pensé que podría sentirme completamente libre. Pero al mirar hacia el frente, una oleada de estudiantes me detuvo en seco. Un grupo grande se había reunido en la entrada, y aunque la mayoría no estaba tan cerca de mí, podía ver cómo se formaban círculos pequeños de chicos y chicas que cuchicheaban entre ellos, todos mirando en mi dirección. Parecía que la noticia de que yo había salido de clase se había extendido como un rumor y, como siempre, los ojos de todos se volvían hacia mí.
No podía evitar sentir una presión en el pecho al ver cómo se acercaban lentamente. El inconfundible murmullo de las fans se hizo más fuerte, y una sensación de incomodidad me recorrió al instante. No otra vez, me dije a mí mismo. No ahora.
Instintivamente, me tiré la capucha del buzo sobre la cabeza con rapidez, tapándome la cara lo mejor que pude. Bajé la mirada y traté de caminar lo más rápido posible, esperando que nadie me reconociera, o al menos que no pudiera hacer nada para impedir que me perdiera entre la multitud.
Sin embargo, no tardé mucho en darme cuenta de que escapar de esa situación no era tan fácil como pensaba.
A mitad de camino, mientras me escabullía entre los estudiantes, sentí una mano en el hombro que me detuvo de golpe. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, y al girar la cabeza, me encontré con la mirada arrogante de James. Estaba rodeado por su grupo habitual: un par de chicos que se hacían llamar sus "amigos" pero que, en realidad, solo disfrutaban burlándose de mí.
—¡Vaya, vaya, si no es Hauser! —dijo James, con esa sonrisa arrogante que siempre me irritaba. Estaba claro que se había divertido con el hecho de haberme encontrado, como si todo esto fuera parte de su plan.
No pude evitar una ligera risa nerviosa, y sin dejar de caminar, traté de deshacerme de su contacto.
—¿Qué pasa, James? —respondí con tono irónico, intentando que mi voz sonara relajada, pero sin mucha convicción.
James se adelantó un paso, y con una sonrisa burlona en su rostro, se cruzó de brazos.
—¿Qué pasa? Nada, nada... solo estaba pensando, ya que eres tan cercano a todos esos chicos de la banda, ¿por qué no me das sus números? —dijo, estirando el cuello hacia un lado como si fuera una broma pesada. — Vamos, Haus, sé que los tienes. Yo sé que todos quieren ser tus amigos, ¿por qué no compartir un poco?
La forma en que lo dijo me dio ganas de rodar los ojos, pero me contuve. James no hacía más que intentar aprovecharse de la fama y usarla a su favor, como siempre.
—¿De verdad? ¿Esperas que te pase los números de los chicos? —dije en tono sarcástico, sin intentar ocultar mi sonrisa. No estaba molesto, solo me parecía ridículo.
La gente a nuestro alrededor empezó a mirar, y algunos comenzaron a reír, como si esperaran que cayera en la trampa de darle alguna respuesta seria.
—No voy a dartes los números, James. —Negué con la cabeza mientras caminaba, pero él y su grupito no parecían dispuestos a dejarme ir tan fácil.
Uno de los chicos que lo acompañaba, un tipo con una actitud también un tanto arrogante, se acercó a mí y me dio un empujón ligero en el hombro.
—Vamos, Hauser, no seas tan reservado. Seguro que no les molesta, ¿no? —dijo el chico con una sonrisa burlona, mientras el resto de su grupo comenzaba a reír entre dientes.
Miré a James y a su grupito, y aunque sentía ganas de responderles con algo más mordaz, decidí no seguirles el juego. No merecían que les diera una respuesta seria.
Me detuve un momento, volví a taparme la cara con la capucha y sonreí de forma irónica.
—Lo siento, chicos. Ya estoy harto de este tipo de bromas. —Dije mientras, casi en un susurro, me alejaba de ellos. — Si lo que quieres es atención, ya sabes dónde encontrarla. Pero no soy yo quien les va a dar lo que buscan.
Con una última mirada, di media vuelta y empecé a caminar más rápido, alejándome de ellos antes de que pudieran decir algo más. Mi paso se hizo más firme, y la presión en el pecho desapareció un poco, aunque no del todo. Sabía que mientras más intentara evadirlo, más probable era que la situación me alcanzara, pero por lo menos, esta vez, había logrado escaparme de su pequeña provocación.
Mientras trataba de apartarme rápidamente de la multitud, con la capucha sobre mi cabeza y la mirada baja, sentí que algo me tocaba de nuevo. Un empujón brusco en mi espalda me hizo tropezar un poco, y cuando me giré para ver qué había pasado, allí estaba James de nuevo. Esta vez no estaba solo; su grupo lo seguía, como siempre, expectantes, observando todo con esa actitud arrogante que tanto me irritaba.
—¿A dónde vas tan rápido, Haus? —dijo James, como si fuera un juego para él, mientras avanzaba un par de pasos hacia mí. Antes de que pudiera darme cuenta de lo que estaba sucediendo, me dio un puñetazo directo en la naríz, con tanta fuerza que me hizo tambalear hacia un lado. El sonido resonó en el aire, y por un momento, todo a mi alrededor se quedó en silencio. La humillación y el dolor se mezclaron instantáneamente.
¡Maldito hijo de puta!
El calor de la ira me subió rápidamente a la cabeza. ¡Mi nariz! sentí cómo la sangre comenzaba a bajar, la sensación metálica de la sangre llena de rabia. Sin pensarlo, me llevé la mano a la cara, frotándome la naríz que ardía por el golpe. Y limpiando la sangre. Fue como si todo se hubiera desbordado en ese momento.
—¿Qué demonios te pasa? —grité, mirando a James con los ojos llenos de furia. No podía creer que alguien tuviera tan poca vergüenza.
James no hizo más que sonreír, disfrutando de mi reacción, como si todo fuera una broma para él.
—Vamos, Haus, solo quiero sus malditos números —dijo con voz burlona, mientras se acercaba un paso más. Vi cómo su grupo comenzaba a reírse, como si lo que acababa de hacer fuera lo más gracioso del mundo. Pero lo que dijo después fue aún peor.
—Y más de Lawrence. Él es tan guapo, ¿no? Me volvería gay por él si tuviera su número. —dijo James, mirando hacia mí con una sonrisa que parecía buscar mi desesperación.
Esas palabras me hicieron explotar. En ese momento, no podía pensar en nada más que en cómo hacer que se callara, cómo dejarle claro que no era su maldito payaso. Sin pensarlo más, agarré mi mochila y, con toda la fuerza que tenía, la lancé directamente hacia él, apuntando al pecho. El golpe fue tan fuerte que hizo que James retrocediera un par de pasos, sorprendidos tanto él como su grupito.
La mochila lo impactó con tanta fuerza que su expresión cambió de inmediato, y la arrogancia en su rostro desapareció por un segundo. Me sentí algo satisfecho de verlo tambalear, pero eso solo pareció empeorar las cosas. James se levantó rápidamente, su rostro ahora completamente enojado, y me miró como si me estuviera retando.
¡Te vas a arrepentir! pensé, preparándome para lo que sabía que venía.
Sin previo aviso, James me empujó con fuerza. El golpe en mi pecho me hizo dar un paso atrás, pero mi furia no me permitió caer ni titubear. Levanté la mirada, con los puños apretados, dispuesto a seguir adelante si él quería más.
La gente a nuestro alrededor ya había sacado los teléfonos. El sonido de las cámaras grabando era inconfundible. Algunos de los estudiantes grababan todo lo que sucedía, como si fuera un show para ellos. Algunos chicos comenzaron a alentarme con gritos que sonaban como una mezcla entre burla y apoyo, pero el ruido solo hacía que mi ansiedad aumentara. No quería estar en ese lugar, no quería que todo el mundo nos estuviera mirando.
—¡Deja de jugar, James! —grité, mientras me alejaba ligeramente de él, mirando el círculo de chicos que nos rodeaban, los teléfonos levantados como si fuéramos un espectáculo. La adrenalina recorría mi cuerpo, pero algo en el fondo me decía que ya no quería estar en ese momento.
—No te metas conmigo, Haus. —James estaba furioso, y pude ver que lo que había comenzado como una broma ahora se había convertido en algo más personal para él. Dio un paso hacia mí, apretando los puños, y su rostro estaba lleno de rabia. —Tú solo eres un maldito "niño de banda" que no sabe nada de lo que es estar en este puto lugar.
No podía dejar que me humillara más. Pero, antes de que pudiera pensar en hacer algo más, la profesora apareció de repente por la esquina. Con su presencia, la tensión creció aún más, y el grupo de estudiantes que nos rodeaba empezó a dispersarse, algunos disimulando rápidamente sus teléfonos.
Pero James y yo no nos apartamos de la escena. Los dos estábamos completamente enganchados en la confrontación. La sangre seguía goteando de mi nariz y mi respiración estaba acelerada, pero no iba a dejar que se saliera con la suya. Sin embargo, cuando vi a la profesora acercándose y a los teléfonos apuntando en nuestra dirección, algo me dijo que ya era suficiente.
—¿¡Qué demonios creen que están haciendo!? —gritó la profesora, mirando a ambos con furia. Estaba claro que estaba muy disgustada con la escena.
Con la mirada fija en James y su grupito, me aparté, aunque no sin antes lanzarle una última mirada desafiante. No podía seguir jugando sus juegos.
Pero, sin previo aviso, James se lanzó hacía amí, cuando la profesora se distrajo. Y se subió amí, golpeándome el rostro, agarrándo mi buzo y azotándome hacía el piso.
No quería más humillación, pero, no aguanté más el dolor, que, sin sabérlo, lloré.
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Hi!
Feliz navidad chicos/as :33
Y Feliz cumpleaños Louis!!!! Te amamos, y me encantaría decírte todo lo que quisiera decírte.💔😊
Voten :'v
Bye Readers!!
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