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capítulo 3

Cora recordó el día en que horneó su primera tarta. Fue un desastre cómico: una hoja de flor cayó dentro de la mezcla sin que se diera cuenta. Nadie entendía aquel sabor peculiar, hasta que encontraron la hoja incrustada en un pedazo. Esa experiencia, aunque accidental, despertó en ella una idea: ¿por qué no mezclar aromas y esencias de flores en sus postres? Ese fue el inicio de su pasión.

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Decidida a experimentar, tomó un par de bolsas y salió sola en busca de flores "vírgenes". Condujo durante un buen rato por los alrededores de Almería, un lugar donde encontrar espacios sin la huella humana parecía una tarea imposible. En una explanada remota, se detuvo. Aunque no halló exactamente lo que buscaba, las flores del lugar la impresionaron. Seleccionó las más limpias, las guardó cuidadosamente y regresó a casa con su primer "botín". Ese fue su primer experimento con flores.

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Al día siguiente, acudió a casa de sus padres para la tradicional comida familiar de los sábados.

—Cora, cariño, pasa. ¡Estos niños no paraban de preguntar por su tita! Pensaban que no vendrías —le dijo su madre mientras los pequeños salían corriendo a abrazarla.

—¡Pero bueno, cómo crecéis! Pronto me dejaréis enana a mí —bromeó Cora.

Su hermano mayor, Ryan, se percató de algo en su expresión.

—¿Vienes sola? —preguntó, pero no insistió al notar que ella evitaba responder.

Durante la comida, la familia disfrutó de los clásicos canelones caseros que su madre había aprendido de su abuela italiana, acompañados de ensaladas y pizzas hechas a mano con ayuda de los nietos. La cocina siempre había sido una pasión heredada.

—¿Cómo va el trabajo, Cora? —preguntó Ryan mientras servían el café y un pastel casero.

—Bien, aunque tengo mucho en mente: una tarta de prueba para una boda el próximo mes y un concurso al que me inscribí. Estoy nerviosa, hay tantas ideas en mi cabeza que no sé por dónde empezar.

—Conociéndote, seguro que lo harás perfecto —dijo Ryan, animándola.

—Gracias, hermanito —respondió, abrazándolo afectuosamente. Pero Ryan, observador como siempre, insistió:

—Ahora en serio, ¿qué pasa contigo? Pareces apagada.

—Prefiero no hablar mucho del tema, pero... lo mío con Sam no funciona. Siento que está con otra persona y, si te soy sincera, ya ni me importa. No somos los mismos de antes.

Ryan la miró con empatía.

—Mira, hermana, para no ser feliz, mejor cada uno por su lado. Mereces recuperar esa luz que siempre tenías.

Cora agradeció el apoyo, y el resto de la tarde transcurrió tranquila.

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El lunes, Cora llegó a la tienda de Cristen con la tarta de prueba. Cristen, dueña de una exclusiva tienda de vestidos de novia, la esperaba impaciente en el sótano.

—¡Por fin! Estaba deseando ver lo que has preparado —dijo Cristen con entusiasmo.

Cora, que había despertado al amanecer para ultimar cada detalle, destapó con cuidado la caja especial de repostería. La tarta era espectacular: predominaba el blanco, pero del pie surgía una raíz que subía por un lateral hasta florecer en un delicado ramo de violetas. Era única, una obra de arte comestible.

Cristen observó en silencio, hasta que finalmente exclamó:

—¡Cora, esto es maravilloso! Sabía que no me equivocaría contigo. Has creado algo único y especial, justo lo que buscaba.

Cristen le pagó un adelanto y concertaron los últimos detalles para el día de la boda. Cora salió satisfecha y, por primera vez, pensó que quizás estaba lista para alcanzar nuevos horizontes.

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Días después, en casa de sus padres, Cora conversaba con su hermano. Él mencionó la visita de Dylan, un viejo amigo de la familia que había alquilado la casa de enfrente. La noticia la tomó por sorpresa, pero lo que más le impactó fue la conversación que tuvieron sobre su futuro.

—Hermana, no te tomes la vida tan en serio. Si necesitas cambiar de aires, hazlo. Eres joven, tienes talento. No dejes que nada ni nadie te detenga.

Su madre, que había escuchado desde la cocina, se sumó:

—Tu hermano tiene razón, Cora. Aprovecha este momento para perseguir tus sueños. Sal de aquí, ve a un lugar donde valoren lo que haces. Tienes un don, y no puedes quedarte esperando a que las cosas cambien por sí solas.

Las palabras de su madre y su hermano calaron profundo. Cora sabía que su lugar no estaba en esa pequeña ciudad, sino allá afuera, donde su talento pudiera brillar. Era momento de tomar una decisión.

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