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capitulo 20

Mientras desayunaban, en la cocina de Cora aún estaban los bocetos que Dylan había fotografiado un día. De repente, el teléfono de Cora sonó.

—¿No lo coges? —preguntó Dylan.

—¿Debería? Es que no conozco el número... ¿Diga?

—Buenos días, ¿Cora Serna?

—Sí, soy yo.

—¡Por fin! Qué alegría más grande. ¿Cómo está?

—Muy bien, ¿quién es usted?

—Sería, si quiere, una nueva clienta.

—¿Cómo una nueva clienta?

—Usted hace esas impresionantes tartas, ¿no?

—Ah, sí.

—Menos mal, me había dado un susto. Es que tengo que hablar con usted antes de que me rechace. ¿Sería posible?

—Vale. ¿Le parece bien esta tarde, en alguna cafetería?

—Perfecto. ¿Nos vemos a las cuatro en el centro comercial? Por cierto, soy Valentina.

—Perfecto, hasta luego.

—¿Todo bien? —preguntó Dylan cuando Cora colgó.

—Me acaba de llamar una chica por lo de las tartas. Quiere hablar conmigo.

—¡Qué bien! Has tenido mucho éxito estos meses. La gente, hablando de tus tartas y enseñándolas, no puede evitar querer probarlas.

—¿No te importaría acompañarme?

—Sin problema.

—Estoy nerviosa, porque no recuerdo haber hecho todas esas tartas, aunque las tengo documentadas paso a paso en el móvil.

—No estés nerviosa, todo te saldrá perfecto, como siempre.

Dylan invitó a Cora a comer en el centro comercial, y juntos hicieron tiempo mientras esperaban a la chica. Estuvieron riendo mucho, recordando momentos de veinte años atrás. Luego, Cora volvió a la realidad al recordar algo; las imágenes le venían a la mente fugazmente, pero no duraban mucho. Una de esas imágenes le dejó una sensación extraña, aunque prefirió no comentarlo.

En ese momento, una mujer alta, de unos treinta años, con unas piernas de vértigo y una melena negra, se acercó a ellos.

—¿Cora?

—Sí, soy yo.

—Encantada, soy Valentina. No, por favor, no se levanten. —La mujer se sentó junto a Cora.

—Bueno, cuéntame —dijo Cora.

—Me caso en tres semanas y no encuentro ningún sitio donde me hagan la tarta de mis sueños. El otro día, en la prueba de mi vestido de novia, Cristen me habló de ti. Me enseñó la tarta que le hiciste y me pareció increíble. ¿Sería posible que me hicieras la mía? Sé que voy justa de tiempo, pero realmente te necesito.

—Vale, te haré tu tarta.

—¡Oh, qué alegría! —exclamó Valentina, dándole un abrazo.

—¿Tienes alguna idea de cómo la quieres?

—Sí, claro. —Sacó el móvil y mostró tres capturas, todas bastante parecidas.

—Apunta mi número y envíamelas a mi móvil.

—¿Crees que podrás hacer algo así?

—No lo dudes —dijo Dylan, haciendo que ambas mujeres se giraran hacia él.

—Es una tarta muy perfeccionada. Me recuerda al mármol. Explícame un poco por qué la quieres así.

—Por sus colores, su textura y su origen.

—Pero sabes que el mármol es una roca metamórfica, ¿no? Se forma a partir de roca caliza sometida a altas temperaturas y presiones, lo que le da su cristalización única.

—Algo había leído.

—Entonces, lo que te gusta es el resultado: esa superficie lisa y pulida. ¿Así quieres tu tarta?

—Exacto.

—Bueno, pues en dos semanas te llamaré para que veas una prueba. Ahora necesito algunos datos.

Cora anotó la información en su agenda, que no había abierto desde que volvió a casa. Al hacerlo, vio fotos de las tartas que había creado y que no recordaba.

—¿Cora, estás bien?

—Sí, disculpa. A lo que iba: no voy a personalizarla mucho, pero intentaré que se parezca lo máximo posible. Necesito saber la hora, el día y el lugar del evento.

—La boda es el 7 de julio, a las doce del mediodía, en la iglesia de la Magdalena. Por cierto, estáis invitados.

—No, no te preocupes —respondieron Cora y Dylan al unísono.

—¿Me he perdido algo? —preguntó Valentina, curiosa.

—No, cosas nuestras. Última pregunta: ¿dónde celebras la boda?

—Bueno… ahí está el problema. Antes de que digas que no, tengo reservado un sitio con una cocina completa donde podrás trabajar. Además, el hotel está a tu disposición, incluidas las noches que necesites.

—Pero necesito muchas cosas para preparar todo.

—Lo que necesites, dímelo, y me encargo.

—¿Hornos, fogones, fregadero?

—Sí, el hotel tiene todo eso. Incluso puedo comprarte utensilios si hacen falta.

—¿Dónde está exactamente esta iglesia?

—Me caso en Córdoba. Es un poco complicado porque estoy de un sitio a otro. Conozco a Cristen desde hace años y, por eso, fui a su tienda, donde me habló de ti. El lunes recojo el vestido y ya me voy. Lo decía por si puedes tener una prueba de la tarta antes de que me vaya.

—Es algo precipitado, pero podría tener una prueba para el domingo.

—¿En serio?

—¿El sabor lo dejo a tu elección?

—Sí, Cristen me dijo que ese es tu toque especial.

—Perfecto, entonces quedamos para el domingo. Te aviso.

Valentina se despidió y se marchó. Cora se quedó hablando un rato con Dylan. Más tarde, cuando él la acompañó a casa, ella le pidió ayuda para hacer la tarta, como ya lo había hecho en otras ocasiones. Dylan aceptó sin dudar: quería pasar todo el tiempo posible con ella.

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