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capítulo 1

                         El cumpleaños de Cora

El viernes 22 de febrero era el cumpleaños de Cora. Solo faltaban cinco días para el concurso de tartas, y sabía que debía hacer algo sorprendente si quería ganar. Sin embargo, siendo el primer día de sus vacaciones, decidió tomárselo con calma y descansar... o eso pensaba. El teléfono no dejó de sonar. Justo había salido de la ducha cuando respondió la primera llamada.

—¡Hola, mamá! —saludó.
—¿Cora, cariño? ¿Cómo estás?
—Pues bien, aunque me acabas de pillar saliendo de la ducha.
—Solo quería desearte un feliz cumpleaños…
—Gracias, mamá.
—Sabes que vales mucho, ¿verdad?
—Sí, lo sé. Me lo dices mucho últimamente.
—Te quiero, mil besos.
—Mil besos, mamá. Yo también te quiero.

Cora suspiró al colgar. Echaba de menos no vivir con su familia. Eran muchos, y aunque ya no compartieran techo, seguían siendo muy unidos. A pesar de eso, ella valoraba su independencia. En cuanto consiguió un trabajo, se mudó sola.

A lo largo del día recibió más llamadas. Ryan, su hermano mayor, fue el primero. Con 40 años, castaño, de metro ochenta y una presencia innegablemente atractiva, estaba casado con Olimpia, una morena de ojos verdes impresionante, y tenían dos hijos: Cristal, de 12, y Gael, de 7. Luego llamó a Eros, el segundo, con 30 años y un carácter similar al de Cora. Alto, de metro ochenta y cinco, pelo desaliñado y rasgos llamativos, era con quien más relación tenía. Finalmente, la última llamada familiar fue de Cleo, la pequeña, de 14 años, quien compartía con Cora su pelo cobrizo natural y los ojos verdes.

Después de hablar con su familia, Cora recibió llamadas de sus amigas Sami y Bianca. Cumplir años no era su actividad favorita. Había tantas cosas que pensaba lograr antes de los 28 que aún no había conseguido.

No tenía pareja estable. Con Sam, quien se suponía era su novio, no veía un futuro. ¿Cómo podía olvidar el día de su cumpleaños y tratar de arreglarlo con flores? ¿Flores? ¡Sabiendo que ella las utilizaba para sus tartas, no para dejarlas marchitar en un jarrón!

Intentó distraerse. Cogió su carpeta de bocetos y comenzó a dibujar posibles diseños para sus tartas del concurso. Dibujar la relajaba, pero la tranquilidad no duró mucho.

—Cora, sé que estás en casa. ¿Puedes abrirme? —se escuchó una voz al otro lado de la puerta.
—¿Qué quieres, Sam? Estoy trabajando, márchate.
—Sé que es tarde, pero te lo compensaré.
—Estoy muy cansada.
—Por favor, solo un momento y me iré.

Resignada, Cora abrió la puerta.

—¡Joder, Sam! Te he dicho mil veces que no me regales flores. —Estaba visiblemente molesta.
—Bueno… entonces haz un pastel con ellas. —Sam sonrió, intentando calmarla.
—¿En serio? Estás jugando con fuego, Sam. ¿Qué quieres?
—Quiero pedirte disculpas por no haberme acordado de tu cumpleaños antes, pero de verdad, no he parado en todo el día.
—Ni siquiera para hacer una llamada… Mira, Sam, no pongas excusas. Estoy cansada y necesito descansar.
—Te prometo que voy a cambiar. Dame una última oportunidad, por favor.
—Estoy cansada de lo mismo: nunca vienes a mis cenas familiares, no estás pendiente de nada y siempre es el trabajo. Quizás deberías estar solo, así podrías dedicarle a tu trabajo todo el tiempo del mundo.
—Solo te pido esta oportunidad más. Si no hay cambios, yo mismo me iré.
Cora lo miró fijamente antes de responder.
—Te aseguro que será la última.
Sam se inclinó y le dio un beso suave pero intenso. Luego, se marchó. Cora cerró la puerta y suspiró. No sabía si compensaría haberle dado otra oportunidad, pero no podía negar que aquel beso había despertado algo en ella.

Flashback

Recordó el día que conoció a Sam. Su jefa la había invitado a una cena benéfica. Él estaba en su misma mesa.

—Hola, me llamo Sam. —le dijo, extendiéndole la mano.
—Hola, soy Cora.
—¿Te apetece bailar?
—La verdad, no. —respondió, cortante.
Más tarde, su jefa desapareció sin avisarle. Cora quedó sola, sin saber qué hacer.
—¿Necesitas ayuda? —Sam reapareció.
—No entiendo por qué te interesas tanto.
—Quizás porque me gusta ser amable. Pero ya veo que la gente se encarga de hablar mal de uno…

Cora lo miró, recordando lo que su jefa le había dicho de él: un ligón empedernido. Sin embargo, su actitud no coincidía con esa descripción.

—A veces, la gente que no consigue lo que quiere, se dedica a hablar mal de otros. —dijo Sam con calma.

Esa noche, él la llevó al hotel donde se hospedaba. En el camino, se dio cuenta de que tal vez había juzgado mal.

—¿Te gustaría visitar la ciudad mañana? —se atrevió a preguntar a Cora.
—A las doce, paso por ti.

Desde entonces, habían estado juntos. Pero ahora, un año y medio después, las dudas comenzaban a pesar más que los buenos recuerdos.

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