Esencia
—¿Sabes qué me quedó siempre en la memoria?
—¿Qué?
—Luego de que pasara... recuerdo que me abrazaste. Estabas temblando, Trunks.
...
—El vacío... Era el vacío.
(Doble Vida, capítulo XV, «Obstáculos»)
~~~
Se miró al espejo y sonrió al estar satisfecha con aquella igual a ella que la observaba desde el reflejo. Llevaba una camisa blanca entallada y sin mangas, una falda de jean oscuro que permitía a sus blancas piernas lucirse y unas botas de taco fino de cuero negro. Complementó el atuendo con un collar y aretes planteados, un anillo en el dedo índice izquierdo y una sencilla pulsera en la mano derecha. Su cabello, rubio y largo, lacio, estaba suelto; era una salvaje ola dorada que le daba su toque particular.
—Lista.
Al ver el rubio, recordar a su madre fue imperativo. Marron siempre había admirado la belleza infinita de Dieciocho. De niña siempre solía mirarla con admiración, sin cansarse de hacerlo ni por un minuto. ¡Qué perfecta era esa mujer! Había deseado ser como ella de grande, y aunque según su forma de verlo no era ni la mitad de bonita, podía ver rasgos de su madre en su rostro, en su piel y su cuerpo.
Aquello le daba alegría, aunque internamente no la consolaba del todo.
Y es que ella había crecido viendo el amor entre sus padres, sumergida en aquel cuento de hadas en el que ellos vivían; en el que ella misma vivía. La bola de cristal donde sus padres la mantenían protegida la había convertido en una joven inocente e incluso ingenua, sensible y adorable, que prácticamente no conocía la maldad.
Pura, esa era la palabra.
Tantos viajes, risas, compras y demás con sus padres la habían mantenido alejada de la crueldad de los seres humanos, lo cual en parte parecía positivo, porque la habían protegido de posibles tropiezos; por otro lado, sin embargo, es necesario caerse para volverse a levantar, y Marron se había quedado atrás, sin caída alguna.
Al ir a la primaria de Satán City, luego la secundaria, luego la universidad, empezó a ver la crueldad, la conoció y por supuesto no le gustó. La ciudad era un lugar demasiado distinto al que conocía de toda la vida, la pureza natural de Kame House. El exterior era doloroso. Y allí no estaban sus padres para protegerla. La cachetada dolió demasiado. Fueron muchas las lágrimas por no sentirse parte de la mayoría, de que se burlaran de ella, tanto por su apariencia de niña angelical como de su inocencia innata; Marron no se dio por vencida. De a poco, la joven comenzó a endurecerse, a volverse de hierro. De niña y tampoco de adolescente había comprendido completamente aquellas cosas de sus compañeros, pero al crecer y tener que independizarse y convertirse en adulta el cambio urgía, era irremediablemente necesario. Le llevó años y años de sufrir con la gente que la prejuzgaba por aquella apariencia angelical, que no veía ni vería los buenos sentimientos que podía haber en su interior; todo la terminó volviendo alguien completamente diferente, casi renegada de la apariencia que daba.
No estaba enojada con sus padres, porque los amaba y jamás habían hecho algo con mala intención, sino con una muy buena; de todas formas, ese carácter de su madre que no había heredado era un ideal que la muchacha veía inalcanzable.
«Mamá es tan... ¿cómo definirla? Fuerte, orgullosa, casi de hielo, pero en el fondo tiene el corazón más enorme. Mamá, ¡cómo me gustaría ser como tú!», pensó por milésima vez mientras continuaba mirándose al espejo, en el departamento al que se había mudado hacía un año atrás, como paso final del alejamiento de aquella sobreprotección.
—Los amo, pero debo vivir mis propias aventuras... —Suspiró mirando el cuadro de sus padres, Krilin y Dieciocho, colgado en la pared.
Seguía pareciendo angelical, con aquella piel blanca como la nieve, los ojos celestes, el cabello largo y hermoso, y aquel cuerpo no muy desarrollado pero que sí era hermoso a su manera, sin grandes caderas ni grandes pechos de esos que busca el hombre promedio. Pese a no sentirse perfecta, Marron sabía que lo esencial era lo que tenía en su corazón, su persona en sí, y no aquella imagen que el espejo reflejaba.
Miró el reloj de la pared y éste le dijo que eran las nueve con tres minutos de la noche.
«Ya es tiempo de que lleguen».
Marron seguía siendo dulce, sí, pero al endurecerse había mutado en la que era actualmente: era realista y fresca, hacía bromas con frecuencia, unas que podrían incomodar a cualquiera, y era feliz al lado de la poca gente que sabía entenderla, que sabía ver más allá de su apariencia delicada y tierna, más allá de la muñeca de porcelana; quienes podían entender que por más que en apariencia pareciera una adorable muñeca, no era perfecta ni ingenua ni mucho menos estúpida.
«Ya no permitiré que me pisoteen...».
Y dentro de ese grupo reducido se encontraban Trunks y Goten, los saiyan que tanto adoraba. Los conocía desde que tenía uso de razón, eran como sus primos y siempre la habían cuidado, desde los tiempos en que ella estaba en la primaria y ellos en la secundaria, cuando alguien la molestaba y ellos la defendían con uñas y dientes.
«Quizá, sin desearlo, ellos también me sobreprotegieron».
Se recordó de niña, en algún rincón de esa enorme secundaria a la que asistía en Satán City, y recordó cómo ellos solían aparecer de la nada a su alrededor luego de escaparse de alguna clase. Siempre se quedaban con ella, por lo menos un ratito. Trunks en realidad estudiaba en una prestigiosa escuela de la Capital del Oeste, pero terminó por convencer a su madre para que lo dejara ir a la secundaria con Goten, aunque fueran a años distintos. Y así se había cambiado a donde ella y su amigo asistían. ¡Aquello les dio a los tres mucha felicidad! Quería mucho a sus primos, que nunca se negaban a jugar con ella aunque fuera una niña y más pequeña que ellos, cosa que años después valoraría aún más al ver cómo maltrataban a las pobres Bra y Pan.
Se había llevado de maravilla con ellos toda su vida. Eso le hacía pensar, a veces, que ya desde pequeña aquella esencia que ahora sentía tan fuerte y latente existía, aunque fuera de a ratos, ya que se animaba a jugar con dos niños mayores que ella, a dejar de lado las muñecas y juegos de niña más convencionales. Correr, saltar, caerse y rasparse la hacían sentir plena, así como se sentía ahora, después de endurecerse y afianzarse a sí misma en la que creía su esencia.
Ahora sentía que, pese a tener esa apariencia que la acompañaba por más que no quisiera, era quien deseaba ser. No le importaba que pensaran que era atolondrada, escandalosa o desubicada; así era ella, punto. Ya no daba importancia a los demás, pues había pasado demasiado tiempo pensando en ellos y no en ella. Eso se había terminado. El timbre sonó y sonrió ampliamente.
Trunks y Goten al fin habían llegado.
Bajó a abrirles, y dentro del pequeño ascensor hizo cuentas mentales de hacía cuánto no los veía. ¿Eran dos meses? No estaba segura. Y es que nunca había sido de verlos demasiado, pero esa relación sin presiones ni exigencias le encantaba. Los veía de tanto en tanto, y se divertían demasiado los tres juntos. Como si no hubiera pasado ni medio día de estar separados.
No quería perderlos nunca.
Ni quería que algo cambiara; quería que todo se quedara como estaba entre los tres.
—¡Hola!
Les abrió la gran puerta de vidrio y acero que daba a la calle, la entrada principal del edificio, y detrás de ésta aparecieron Trunks y Goten, guapos como de costumbre, sonriéndole ambos con mucha alegría.
—¡Marron! —Goten la abrazó fuertemente—. ¡Hacía mucho que no nos veíamos! ¡¿Cómo va?!
Ella se soltó del menor de los Son con torpeza y entre risas. Observó su vestimenta de reojo, la cual estaba compuesta de un jean azul oscuro, una camisa blanca de mangas largas con líneas horizontales azules, y por encima una chaqueta negra. Era aquel estilo peculiar que a Goten le quedaba bien, mezcla de casual y elegante.
—¡Hola, diseñador! ¡Te ves bien!
Marron lo golpeó cariñosamente en el brazo, como ella siempre solía hacer con ambos. Él la miró en fingido enfado.
—¡Eso duele!
—¡Mira si va a dolerte! ¡¿No eras saiyan?!
—Es que Goten ya ni entrena, por eso está tan debilucho... —Trunks, al fin, se metió en la conversación.
—¡OIGAN! ¡¿Por qué siempre la cosa es contra mí?!
—¡Porque es divertido ver cómo te enojas! —dijo Marron, y luego abrazó a Trunks, sin darle importancia a la cara de pocos amigos de Goten—. Te extrañe... —susurró entonces, dulce.
Observó a Trunks rápidamente, siempre impecable con un traje negro y sin corbata, sofisticado y galán. Ese era el Trunks que hacía morir a millones de mujeres.
—Yo a ti, linda...
Con Trunks tal vez tenía una relación un poco más adorable, aunque no siempre; con Goten era más el amor-odio lo que reinaba. Con el hijo de Vegeta no era así, de hecho en brazos de él era en uno de los lugares donde más contenida se sentía.
—¡Bueno, ya! ¡¿Vamos a subir?! —Goten jugó a los celos con el abrazo de sus amigos.
—¡Sí! Vamos, ¡compré cerveza! —Luego de cerrar la puerta principal del edificio, Marron se dirigió con ambos al ascensor.
—Ahora recuerdo por qué te quiero... —afirmó, pícaro, Goten.
—¡Interesado!
Y rieron y rieron, como siempre que estaban los tres juntos, hasta llegar al apartamento de la rubia.
~~~
—¡Ah! ¡Dime que tienes una más!
Goten, mareado, aunque él no quería admitirlo, pidió por otra cerveza. Después de traerla y dejarla frente a la mesa ratona que había frente a ellos, Marron encendió un cigarrillo que tomó delicadamente del paquete que se encontraba al lado de su vaso a medio llenar.
—¿Me darías uno? Ya no tengo... Luego te compro, ¿sí? —pidió Trunks amablemente, después de darle un buen sorbo a su vaso.
—¡Claro! —Marron le ofreció uno y él lo tomó. Lo encendió con su mechero.
—¡No consigo tomar mi cerveza sin un cigarro! —bromeó Trunks al largar el humo por la boca.
—Sí, ¡es cierto! —contestó ella. Después, observó luego a Goten—. ¿Tú no fumas?
—¡Nooo! ¡Me da mucho asco esa porquería! ¡¿Apenas estoy aguantando que me fumen al lado y quieres que fume?!
—Borracho —dijeron tanto Marron como Trunks al unísono, al ver cómo Goten apenas podía articular con éxito las palabras que decía.
—Oigan, ¡bastaaa! —A pesar de las quejas de Goten, los otros dos siguieron mirando la película que Marron había puesto cuando llegaron ellos, una antigua y predecible comedia romántica.
—¿Crees que deberíamos ir yendo a Thirteen? —preguntó Trunks, refiriéndose al club nocturno al que irían a bailar aquel sábado en la noche.
—Mmm...—Marron miró la hora. Eran pasadas las once de la noche—. Sí, ¡podríamos ir!
—¡Ok! Ya era hora, ¡sí! —Goten, como pudo, se puso de pie—. ¡Voy al baño y vamos! —Y se fue, tambaleante.
—Goten no cambia más —dijo la rubia por debajo.
—Aún no supera lo de Pares. —Trunks adoptó un semblante serio.
—Lo imaginé... ¡Aunque ya pasaron tres meses! Espero no le dure mucho más, no sería bueno para él...
—No lo sería, pero si él no se da cuenta, poco hay por hacer.
Permanecieron en inexplicable silencio por unos segundos. Ella pensó en romper el hielo, sin pensar que él le ganaría de mano:
—¿Y qué pasó con el tal Kirk?'—indagó él con algo de timidez.
—Pues... —Kirk, su ex novio, aquel que la había engañado hacía un tiempo—. Ya pasó. Fue un poco difícil, pero tampoco habíamos estado mucho juntos. No vale la pena seguir pensando en un hombre con el que estuve sólo dos meses.
Sabía que no era tan simple como decía, claro que no. Sin embargo, ya no quería parecer frágil. ¡Ya no más! Estaba cansada de la imagen que todos, sin que ella lo deseara, recibían de su persona. Kirk se había cansado de prejuzgarla por su apariencia: eso había originado la separación.
—Entiendo —contestó su amigo—. Además, mejor que haya sucedido antes y no después.
—Es verdad, Trunks.
Luego, volvió Goten. La conversación se interrumpió.
—Ánimo, ¿sí? —le susurró el heredero de la fortuna de los Brief antes de retirarse del apartamento.
—Gracias... —Ella le sonrió con dulzura, y finalmente abandonaron el lugar.
~~~
Pasaron tranquilamente y sin hacer fila —las ventajas de salir con el joven presidente de la compañía más importante y prestigiosa del mundo— a Thirteen. El lugar era inmenso, Marron se sorprendió al verlo, ya que nunca había ido a pesar de no quedar muy lejos de su casa.
—¡¿Por qué nunca vine?! —preguntó al aire, incrédula, luego de que entraran y se quedaran a un lado de la barra, cerca de la pista de baile.
El ambiente era justo el que le gustaba: gente bailando, tomando, y risas, y besos, y música electrónica que al cabo de un rato le paraba los pelos a cualquiera, menos a ella. ¡Era ideal!
—¡Debes salir más con nosotros, niña! —Goten salió de la nada y la abrazó—. ¡Cuántas chicas lindas! ¡Como tú! ¡...Ahora eres mía! —Y la abrazó más fuerte.
—Goten, ¡me lastimas!
Su salvador pronto apareció. Trunks tironeó a Goten de la camisa y lo sacó de encima de la rubia.
—Vete, niño. ¡Mira aquella morena! —Y lo empujó hacia una morena que miraba bastante interesada a Goten—. Mejor que deje de llorar por Pares y empiece a buscar a otra, ¿no? —le dijo a Marron luego. Le guiñó el ojo con una sonrisa.
—¡Es cierto! —respondió ella.
—Y tú también deberías distraerte —agregó Trunks, serio.
—Trunks, yo... —Se sonrojó al saber a qué se refería.
«No quiero que se preocupe por mí...».
—¡No eres de piedra y eso lo sé bien! ¡No trates de ocultar tu tristeza, no te avergüences de ella! Y empieza a superar lo de ese idiota de Kirk...
—Tienes razón, ¡pero es que...!
—Nada. —La abrazó—. Tomemos algo. ¿Quieres una cerveza?
—Bueno... —Y Marron comenzó a reírse. Una idea acababa de llegar a su mente—. ¡Pero si prometes bailar conmigo después!
—Eh... Marron, no seas mala, ¡bailo pésimo!
—¡Eso no lo sabré hasta verte! Nunca te vi bailar... —Lo cual era cierto. Siempre era de bailar con Goten. Trunks siempre había sido el serio del grupo en sus salidas.
—Bueno, bueno... —aceptó el saiyan a la vez que se sonrojaba—. ¡Pero vamos a tomar la cerveza!
Lo tomó del brazo y fueron hacia la barra.
«Hoy está de buen humor... No siempre es así», pensó la joven después de observar a su amigo por unos instantes. Trunks siempre se preocupaba mucho por ella y por Goten, aunque eso no quitaba que Marron sintiera como si la sobreprotegiera con su actitud..., así como todos lo hacían. Deseaba demostrarle que no era tonta. En apariencia sería tierna, pero no se consideraba una tonta. Ya no era más esa tonta que se dejaba engañar. «¡Ya no dejaré que me engañen!».
—Toma, aquí tienes. —Trunks le pasó una botella de cerveza de su marca favorita.
—¡Gracias!
Brindaron.
—Recuerda nuestra promesa... —dijo Marron después.
—Jamás las olvido. —Él le siguió el juego al hablarle en voz baja y en un tono por demás incitador.
Marron lo observó. A veces le parecía una locura que todas las mujeres quisieran a Trunks. Ella lo veía tan sencillo, tan tranquilo. Claro que sí era guapo, muy guapo..., pero verlo como hombre era algo que le costaba mucho. Conocerlo desde niño cuando solía ser travieso y endemoniado no ayudaba a verlo como un «príncipe azul». Luego de minutos de conversación trivial, la primera botella de ambos se acabó más rápido de lo normal.
—¡Ya! —exclamó Marron al terminar—. ¡Ahora, a bailar! —Tironeó del brazo de su amigo pero fue imposible moverlo de donde estaba parado.
—¡No, una no es suficiente! ¡Necesito otra! —Trunks se dirigió a la barra de nuevo—. ¿Quieres?
—Eh... ¡Sólo una más!
Unos minutos, y cada uno tenía una nueva botella.
—¿Y Goten? —preguntó Marron.
—La está pasando bien, déjalo... —Trunks señaló hacia un lado de la pista. Marron pudo ver a Goten en un beso furioso y apasionado con la morena de antes.
—Vaya... Siempre imaginé que Goten besa muy bien.
—¡¿Eh?! —Trunks se sorprendió ante aquella acotación.
—¡Sí! ¡Se lo ve muy apasionado!
—Yo soy mejor que él.
—¡Pues eso no lo sé! No sé cómo seas cuando sales con Goten, ¡pero cuando salen conmigo nunca coqueteas con chicas! ¡Es raro! —Marron frenó un instante. El alcohol empezaba a afectarla—. Nunca te vi besando a nadie...
—Es que... —Trunks se puso algo nervioso. Se despeinó con una mano, inquieto, como si estuviera buscando una respuesta.
—¿Qué? ¡¿Qué es?!
Marron lo golpeó sin fuerza. Más tomaba, más se mareaba. Entre lo que estaba tomando dentro del club y lo que había tomado en su casa, se le empezaba a ir todo de las manos.
—Es que... ¡No sé! —continuó Trunks—. ¡No me gusta hacer esas cosas frente a ti!
Lo dicho estuvo, así, dicho. Marron, al escucharlo, se paralizó.
—Trunks... ¿Y por qué no?
Intentó entender, pero no pudo.
—Siento que te ofendo...
La sola frase fue la capaz de ofenderla hasta límites inimaginables.
—¡No es así! ¡Qué más puedo querer yo que Goten y tú sea ustedes mismos conmigo!
El alcohol pronunció más aún la tristeza y cólera que le generaron las palabras. Derramó, sin poder evitarlo, algunas lágrimas. Trunks, al notarlo, se sintió terrible.
—Marron, es que...
Ella no le permitió continuar:
—¡ENTIENDE QUE NO SOY UN ÁNGEL!
Algunas personas voltearon ante el grito, aquel que la música no logró tapar de ninguna forma.
—Marron...
—¡NO LO SOY!
—¡Lo sé, lo sé! ¡Sé que no lo eres! Es sólo que me cuesta acostumbrarme. Aunque pasen los años, de alguna forma sigo viéndote como la niña adorable que solías ser...
¿Y si esa era su verdadera esencia? ¿Y si la fachada era la nueva Marron que era independiente y de hierro?
¿Acaso la fachada no era más que eso, que una careta de mentiras?
¿Quién era ella, realmente?
—Ya no quiero que me vean así... Ya no quiero que me prejuzguen. —Trunks la abrazó mientras ella balbuceaba entre lágrimas—. No quiero que me subestimen, ¡¿entiendes?! —Lo abrazó también—. ¡Kirk me prejuzgó, todos me prejuzgan! ¡Me toman el pelo! ¡NO QUIERO!
Silencio. El silencio predominó. Se escuchó nada más que la música, y la gente susurrando cosas en torno a los dos, y las risas de quienes se divertían en el establecimiento. Y los sollozos de una Marron confundida que ya nada comprendía. ¿Era un ángel? ¿Era una mera fachada?
¿Quién soy? Esa fue la pregunta que más resonó en su mente. Una, otra, otra vez.
—¡Ven, vamos! Ven conmigo...
Trunks terminó su botella, le quitó de la mano la de ella, las dejó las dos sobre una mesa cercana y se encaminó junto a Marron al baño de mujeres.
—Entra, límpiate las lágrimas y bailamos, ¿sí? —Le sonrió con dulzura—. Quiero que la pases bien... ¡No quiero que llores por mis estupideces!
—Trunks...
Lo miró apenada, como una niña. Y de pronto, una dulce caricia en el rostro: Trunks pasó la mano por su mejilla lenta, tiernamente.
¿Cuántas veces la había acariciado?
¿Sería el alcohol? ¿O era algo que había en él? Por alguna razón no específica, Marron sintió escalofríos ante aquella mirada, ante la ternura de aquella caricia. Se sonrojó sin comprender del todo y se metió en el baño con rapidez. Suspiró su nombre en su mente mientras se miraba al espejo en el baño de mujeres. El mareo era muy fuerte, tanto que, si llegaba a tomar un sorbo más de alcohol, terminaría inconsciente, o eso sentía. Luego de unos momentos, salió.
Salió y él no estaba ahí.
—¿Dónde...? —preguntó al aire con cierta angustia incomprensible latente. Alguien la abrazó por detrás.
—¿Lista para bailar?
—¿Trunks? —Volteó y sí, era él—. ¡¿Dónde estabas?! —Sin darse cuenta, su voz denotó tremenda preocupación.
—¡Solo fui al baño! ¡¿Vamos a la pista?!
Más relajada, Marron rió al notar que Trunks tampoco estaba en sus cabales.
—¡Bueno!
Y se tomaron de la mano como dos niños para sumergirse en la marea de gente. Y se vieron solos en medio de las personas, en el centro de la discoteca. Y comenzaron a moverse al ritmo de la música electrónica. Enorme fue la sorpresa de Marron al ver bailar a Trunks.
«¡¿Y este es el Trunks que baila pésimo?!».
Le pareció muy llamativa la forma de moverse del saiyan. Lento, sensual, atrayente el cuerpo híbrido al ritmo de la música. Sin poder evitarlo, ella cayó en una hipnosis. No pudo, de ahí en más, dejar de atisbarlo.
—¡Baila! ¡¿No íbamos a bailar?! —exclamó él justo en el momento en el que Marron se dio cuenta de que se había quedado quietita mirándolo. Al ver que ella no reaccionaba, la atrajo hacia él, y Marron sintió el cuerpo caliente, sintió cómo se movía, y el mareo empezó a hacerse demasiado notorio.
«Creo que bebí demasiado... ¡Pero por alguna razón no soporto sentirlo tan cerca!».
Trató de separarse pero él no la dejó.
—¡Trunks, estoy mareada!
—¡Yo también! —Trunks se aferró más a ella y juntos dieron sendas vueltas en medio de la pista.
—¡Basta!
—¡Nooo!
Reían como locos. Reían como jamás se habían escuchado reír. Cuando al fin se detuvieron, Trunks volvió a mirarla como cuando la acompañó a la puerta del baño, sólo que esta vez la acarició con las dos manos.
—Perdóname —susurró al acariciarla—. Odio que me prejuzguen, y yo sólo te he prejuzgado...
—Trunks...
El mero tacto la estaba volviendo loca. ¡Sentía que se desmayaba! ¿Por qué?
—Sí —prosiguió él enigmáticamente—. A lo mejor debo empezar a verte como la mujer que eres. ¿Cuándo dejaste de ser la adorable niña?
Seguían dando vueltas en la pista, y el saiyan no la soltaba de ninguna forma. Era irreal.
«Basta, por favor», suplicó ella, sin embargo.
—Cuando me di cuenta de que no había vivido tanto como hubiera querido —respondió entre lágrimas la rubia.
—¿Eh? —Ante sus palabras, Trunks parpadeó, sin comprender.
Marron no entendió bien por qué había dicho algo semejante. No hablaba mucho de aquellas cosas con nadie, era como su propio misterio, su asunto íntimamente personal.
Y él siguió mirándola.
—Basta... —Marron no toleraba más el mareo. Se tomó la cabeza con las manos—. Necesito aire, por favor...
—¡Sí!
Trunks la tomó del brazo y la llevó fuera del lugar inmediatamente. Estaba preocupado, según notó Marron al verlo por última vez antes de caminar en dirección a la salida. Una vez afuera, caminaron varios metros para alejarse del tumulto de gente. Ella caminó casi arrastrada por Trunks, mientras respiraba profundamente. Marron se maldijo al entender cuánto y cuán exageradamente había bebido.
—¿Y qué hacemos con Goten? —susurró casi sin pensar.
—Es adulto, no te preocupes... Se las arreglará solo —la tranquilizó el saiyan—. Además, interrumpirlo ahora sería de malos amigos, ¿no crees? —Él le guiñó el ojo y ella rió, a pesar de todo—. Caminamos a tu casa, ¿quieres? Así te despabilas y así me despabilo yo también, de paso...
—Bueno... —Marron respiró hondo y empezó la caminata.
Según recordaba, Thirteen quedaba a unas quince o veinte manzanas de su departamento. No era mucho, pero era un camino que no hacía con frecuencia, no teniendo un hermoso auto que su madre le había regalado hacía algunos meses.
—No sé qué me pasó... —dijo, de un segundo al otro, ella—. Tomé más de la cuenta, no suelo hacer eso... —Se sintió mal de hablar en un tono tan tímido; realmente se sentía avergonzada. No había manera de disimular.
—Pues... Goten siempre toma cuando está triste o angustiado, por más que para todos parezca que está perfectamente bien —explicó Trunks—. Tal vez a ti te pasa algo parecido...
En el clavo.
—Puede ser...
—Marron, estoy mareado pero no borracho —le dijo él luego—. Puedo hablar seriamente si lo necesitas. —La igualó para caminar junto a ella, no delante—. ¿Por qué, linda?
Seguía tironeándola de la mano; ella no tenía energías. Tampoco estaba borracha, aunque sí mareada. Tristeza y alcohol no era el cóctel más adecuado para el momento.
—¿A qué te refieres? —preguntó ella, confundida. Miró al suelo, sin animarse al contacto visual.
—¿Por qué te empeñas tanto en esconder lo que sientes?
Marron palideció ante la pregunta de Trunks.
—Es que... —No supo qué responder. ¿Acaso había respuesta?
—¿Sabes? —Trunks pareció transmitir nostalgia, mas Marron no fue capaz de descifrar del todo el tinte oculto de su semblante—. Siempre he pensado que uno no debe guardarse las cosas... ¡Es contraproducente!
—Trunks... —Marron, ahora, notó tristeza. ¡Sí! ¡Era tristeza!
—Tener un padre que se guarda todo me lo enseñó muy bien...
Marron no pudo disimular la sorpresa. La charla acababa de dar un giro inesperado.
—Pe-Pero Vegeta cambió mucho con los años, ¿no?
—Sí. Pero más con mi madre y Bra; conmigo no del todo. Siempre me ha dado rabia eso. Se guarda las cosas con respecto a mí. Sí me ha dicho cosas positivas, pero no las suficientes. Quisiera un poco más. Desearía que deje de guardarse sus sentimientos hacia mí, ¡y sé que los tiene! Me haría bien que me los recordara un poco más seguido... ¿Crees que es mucho pedir?
Trunks nunca le había hablado de algo tan íntimo. Marron se sintió feliz de que él se expresara con ella.
—No, no es mucho pedir. —La rubia aclaró su garganta. Abrió su corazón—. Pero entiende... No todos somos iguales: la esencia de Vegeta es la del hombre duro y reservado, orgulloso y fuerte, que por más que no lo diga, siente lo que hace, siente el haber salvado a sus seres queridos de los enemigos que quisieron meterse con ellos. Tal vez esa es su forma de demostrar, de sacar para afuera. Es la forma que le sale, y tienes que valorarlo como es...
—Lo sé. —Aunque apenado, Trunks sonrió—. Perdón por saltar con esto, tienes razón en todo...
Marron sonrió más.
—A lo mejor tú también tomas cuando estás triste.
—Es posible. —Rieron juntos sin dejar de caminar—, aunque no creo que sea exactamente por eso.
Y una enorme consternación se reflejó en el rostro de su amigo, consternación que casi logró paralizarla.
«Y yo que pensé que hoy estaba de buen humor...».
Las apariencias engañan.
—Trunks, ¿tú...?
Risas. Él pareció no escucharla.
—¡Pero ya no estés mal! Ese Kirk era un imbécil si te lastimó justamente a ti con lo excelente que eres. ¡Él se lo perdió! ¡Es él quien debería llorar por ti, no tú por él!
«Me cambió el tema...».
Sobrepasada por diversos motivos, impresionada por el tono íntimo de la charla, empujada por el alcohol y la emoción que el todo le generaba, Marron sintió la necesidad de hacer una pregunta. Tragó saliva: necesitaba que alguien se lo dijera; Trunks era adecuado. Y la pregunta brotó, sin más, de Marron:
—¿Tú cuál crees que sea mi esencia?
Trunks se detuvo en seco en medio de la calle.
—¿Tu esencia?
—Sí, mi esencia...
Porque le urgía, a la rubia, dejar de juzgarse a sí misma y medirse ante el mundo. Sí, debía escuchar una opinión externa; necesitaba una cuota de realidad. Detenidos a mitad de camino, bajo la luna y entre los transeúntes nocturnos, se contemplaron seriamente. Trunks asomó una nueva sonrisa.
—Esa pregunta es demasiado difícil —le contestó él con franqueza—. Ni siquiera sé cuál es la mía.
—¿Tu esencia? —Marron pensó un instante—. Yo creo que eres una persona muy centrada.
Risas de él aplastaron toda la seriedad de la situación.
—Es verdad eso de que las apariencias engañan...
Sin demorarse, Trunks continuó caminando rumbo al departamento de Marron. Ella, paralizada, no fue capaz de seguirlo.
«¿Qué me quiso decir?».
—¡Trunks, espera! —Lo alcanzó. Él, como si nada hubiera sucedido, volvió a tomarla de la mano.
Caminaron envueltos en el más sepulcral de los silencios. Ninguno parecía tener nada para decir; los dos parecían tener demasiados pensamientos atragantados en medio de la mente, imposibilitados de tomar la forma de las palabras. Ninguno podía expresarse, no más. Y uno pudo, él:
—¿Y entonces, por qué?
Marron tembló, tensa.
—¿Por qué guardo lo que siento?
—Sí.
—Porque... —Suspiró. Sólo di lo que sientes, se suplicó en su fuero interno—. No me gusta mostrarme débil.
—¿Eh? —Trunks la atisbó sorprendido—. ¿Y eso por qué?
—¿Qué no es obvio? —musitó la rubia. Empezó a sentirse incómoda. Desde hacía días que se sentía insegura, más aún después de lo de Kirk. La explosión, al parecer, se acercaba—. Todos piensan que soy una niña mimada, que soy adorable e ingenua, que no soy capaz de mostrar maldad.
—Sí, eso es lo que yo pienso.
Las palabras de Trunks no hicieron más que irritarla.
—¡¿Ves?! —Sin dar importancia a las personas que deambulaban por la calle, Marron se detuvo, de nuevo—. ¡Yo no quiero eso! ¡No quiero dar lástima! ¡No quiero que piensen que soy lo que muestra mi imagen!
—¡Pero Marron! —Trunks, intentando calmarla, puso una mano en su hombro—. ¡No das lástima!
—¡Sí que la doy! —bramó, histérica, ella— ¡No quiero que piensen que soy ingenua! ¡No lo soy!
—¡Sé que no lo eres!
—¡Pero dijiste que sí lo pensabas! Acabas de decirlo, ¡te contradices!
Furiosa, ella se desasió de él.
«Ya no aguanto dar esa imagen... No lo soporto».
—Marron, por favor... Nadie dijo que seamos lo que aparentamos —sentenció Trunks—. Yo sé qué aunque lo pareces a simple vista, no lo eres.
Llorando, ella lo observó. Los ojos se contactaron una vez más.
—¿De verdad?
Trunks la abrazó fuertemente.
—De verdad...
Se apretaron, detenidos en medio de la acera.
—Es que... estoy harta de que todos me traten como si fuera una niña tonta, como si fuera menos que ellos...
—Siempre va a haber gente así, pero ten en cuenta que gente que prejuzga así, sin más, no vale la pena. Sólo debe importarte que la gente que realmente vale la pena pueda ver tu esencia. No debes hacer caso de los que quieren pisarte.
Una nueva caricia de él para con ella la hizo sonrojar. Marron, conmovida, sollozó.
—Mamá y papá me mimaron demasiado...
Nunca había hablado con nadie de ese tema, pero aquellos brazos le daban un calor tan hermoso, tan dulce, que no podía hacer más que abrir la boca y expulsar cada pensamiento que hacía años la atormentaba. Sacar todo ante Trunks era, ahora lo sabía, muy sencillo. Él daba la calidez indicada para que la sinceridad floreciera.
—Sabes que no fue con mala intención —dijo él, haciendo referencia a Dieciocho y Krilin.
—Sí, lo sé. Pero eso hizo que me cueste empezar a volar sola. Apenas ahora me doy cuenta de cuánto terminó perjudicándome... —Y Marron lo abrazó más fuerte.
—¡Pero no pienses en lo negativo como si fuera lo único! Piensa en lo positivo también. Siempre pensé que Krilin y Dieciocho son excelentes padres; seguramente, que tú también lo piensas. —La soltó y la miró a los ojos, estrechando sus hombros con delicadeza—. Ningún padre es perfecto, el mío no lo es, y por más que me cueste verlo a veces, mi padre sí me dio cosas positivas también. ¡Si lo pienso bien, es cierto! ¿No es curioso cómo uno da consejos que no puede aplicar para su propia vida?
Ella rió sin poder evitarlo; él también.
—Es cierto.
—No estés mal, tonta. Tú sigue tu camino. Cuando alguien sepa ver que en esencia no eres ninguna niña mimada e ingenua por más que a simple vista parezcas un ángel, sabrás a ciencia cierta quién vale la pena y quién no.
—Sí... —Marron limpió sus lágrimas.
Se sonrieron.
—¿Tú qué crees que parezco a simple vista? —inquirió Trunks.
—Un niño rico —respondió Marron sin dudarlo.
Y es que siempre usaba ropa cara, andaba en autos último modelo e iba a lugares de gente adinerada. Sabía que él era una persona muy humilde, pero que era un niño rico, lo era. Él, al escucharla, asintió, divertido.
—Es un caso parecido, ¿ves? Yo no soy de esos niños ricos que son caprichosos y estúpidos. —Finalmente, caminaron—. No me considero como tal.
—No, no lo eres en absoluto...
—A pesar de ello, siempre tuve que vivir con el karma de ser el «niño rico heredero de Capsule Corp.». Es algo muy difícil por momentos, ya que lo que mucha gente no entiende es que el dinero realmente no lo da todo. Por más armada que suene la frase, no tienes idea lo cierta que es. —Al hacer silencio, Trunks denotó clara consternación.
—¿Hay algo que te falte en la vida? —preguntó ella mecánicamente, casi por inercia.
Él volvió a detenerse. Inmóvil, dijo:
—Claro que sí...
—¿Y qué es?
Y él no respondió. Marron desesperó, avergonzada.
—Oh, lo siento, yo no quise...
—No te preocupes.
Trunks sonrió nuevamente y demostró más que nunca lo fingido de su gesto. Marron sólo pudo observarlo, estudiarlo, sentir una extraña empatía al ver su amargura. Estaba viendo algo que jamás había visto en Trunks, algo que tal vez pocos realmente habían notado alguna vez.
«Es muy sensible...».
De verdad que siempre había visto a Trunks como alguien centrado, como una persona mediadora, tranquila, pensante, casi calculadora en algún punto.
Casi fría en algún punto.
Pero en aquel momento lo vio claro como el agua: era sensible, muy sensible.
—Esa es tu esencia —pudo decir ella entonces, convencida de cada sílaba.
—¿Eh?
Trunks no disimuló la curiosidad, y Marron no dijo nada, simplemente lo abrazó, ya sin poder tolerar seguir separada de él, porque el calor que Trunks desprendía era más hermoso que lo que ella creía recordar. Necesitaba ese calor, el de la empatía, el de los dos sintiendo lo mismo aun cuando no sufrían por lo mismo. ¿O sí lo hacían? De pronto, él la soltó, y se observaron en medio de la calle, cada mirada tan seria, sentida, como la otra. Los ojos de Trunks, para Marron, ya no eran los mismos; éstos tenían un tinte extra. Podía ver lo frágil, lo sentimental.
Podía ver más allá de aquellos ojos.
Podía ver al verdadero Trunks.
La encandiló la idea de que aquel hombre pudiera ver tan claramente a través de ella, y que fuera mutua la empatía. Aquel sentimiento de soledad, de sentir que no podía llegarle a nadie y de que nadie quería llegar a ella la tenía demasiado abrumada como para soportarlo. Y, de repente, la persona que menos hubiera pensado le demostraba que todo era tan sencillo, tan simple. Le demostraba que no estaba sola. Mientras, la gente pasaba junto a ellos, algunos miraban, algunos incluso susurraban estupideces. Ese tipo, el de la Capsule Corp., tiene tanto dinero. ¿Qué hace con una chica tan corriente? ¿Qué le vio? ¿Qué le pasa?
Trunks acarició su rostro, y en sus ojos ella pudo leer lo mismo que sentía, sus sentimientos reflejados en el azul.
Esa alegría de sentirse acompañado.
De no sentir soledad.
«¿Sentirás la misma calidez que yo?».
Puso una de sus manos en la cintura de él, dejándose llevar por cierto magnetismo que empezaba a apoderarse de su ser. Rieron apenados, emocionados, atraídos invariablemente.
«Creo que por primera vez...».
Se acercaron uno a otro, como dos polos opuestos, atrayéndose.
«Entiendo qué ven las chicas en ti...».
Y no supo cómo, pero sucedió: sintió los labios de su hermano, primo, amigo en los suyos.
Se aferró fuertemente a su cintura, a la vez que él la rodeaba con sus brazos. Respiraron contra el rostro del otro, las bocas entreabiertas y suspendidas sobre la otra. La calidez los cubrió con delicadeza. Los labios succionaron suavemente, devoraron poco a poco a los otros labios; magia pura de boca a boca. Luego de unos instantes, se separaron. Siguieron caminando como si nada hubiera sucedido. ¿Por qué? Trunks no dijo ni hizo nada, no dio lugar a nada más que al caminar, un pie delante, y el otro, y el otro. Marron ya no se atrevió a mirarlo a los ojos, ¡no podía! Menos con el ardor molesto en las mejillas, claro signo de que estaba sonrojada. Trunks parecía haber levantado un muro entre los dos.
En un abrir y cerrar de ojos, llegaron al departamento.
—¿Ya? —dijo en un suspiro la rubia.
— Ya —dijo él.
Y el contacto visual se repitió.
Marron subió los dos escalones y se detuvo ante la puerta.
—Bueno...
—Bueno...
Trunks tenía las manos en los bolsillos de su traje negro. La mirada azul lucía confundida. Marron juró que los ojos reflejaban su propio sentir, aún. ¿El beso había sido sólo eso? ¿Un beso? ¿Cómo podía hacer para que no quedara en eso?
¿Realmente quería que fuera más que eso?
—Nos vemos... —susurró ella, sin embargo.
Se dio vuelta para abrir la puerta y, al segundo, escuchó los pasos de él alejarse, pasos que la hicieron tiritar, presa de los nervios. ¿Qué sucedería al llegar a su apartamento? Se tiraría en su cama a llorar, claro. A ser débil, a dejarse vencer por el temor.
¿Y si era valiente por un instante?
¿Y si daba la imagen que ella quería que todos tuvieran de su persona?
«¡No! No es cuestión de dar la imagen de; es cuestión de ser una con la imagen...».
Entonces, ¿qué tal si empezaba a sacar la fortaleza de su interior?
¿Y si la sacaba, sin fingir?
«No quiero que Trunks se vaya».
Apretó las llaves que sujetaba con una de sus manos.
«Quiero ser fuerte...».
Quería que la empatía fluyera. Con él, junto a él. En los brazos de él.
Quería estar con él.
Se dio vuelta para correr tras Trunks, pero, para su sorpresa, el saiyan estaba justo atrás de ella, detenido como una estatua ante la puerta. Al mirarse, los dos se sonrojaron. Trunks miró a un lado. El sentir, el calor, la empatía; volvieron a verse en el otro con la misma sencillez previa al beso.
—Yo no... —Trunks intentó decir algo para justificar su actitud; ella no lo dejó.
Marron, apasionada, se lanzó a sus brazos y lo besó sentidamente, lágrimas en sus ojos y temblor en cada rincón de su ser, el cuerpo y el alma tan temblorosos como el corazón. Trunks hizo cada temblor suyo: se entregó al beso con la misma entrega que ella. El calor fluyó naturalmente.
—No quería que te fueras... —susurró Marron entre besos.
—Ni yo quería irme... —Trunks acarició su rostro, como ya había hecho contadas veces durante la noche, adicto al blanco inmaculado de esa perfecta piel—. Es sólo que no sabía qué decir. No eres cualquiera; eres Marron.
Ella entendió exactamente a qué se refería. Bien sabía que Trunks, aunque no lo hiciera frente a ella, sí tenía relaciones fortuitas con distintas mujeres. Nunca le habían conocido pareja oficial, y seguramente no estaría pensando en hacer que ella lo fuera. ¿Entendía, Marron, que lo que se estaban planteando no iba más allá del deseo?
¿Qué sentía ella por él?
«Somos amigos...».
Pero no podía negar qué le ocurría en ese preciso momento: lo deseaba. Quería que esos ojos la miraran sólo un momento más, un minuto, una hora, un día, una eternidad. Quería ser mirada por él; nada más deseaba por esa noche. Se dijo, al entenderlo, que ya no era una niña ni Trunks un niño. Nadie tenía por qué saberlo, nadie tenía por qué inmiscuirse. Podían darse, si lo deseaban, la noche que sus cuerpos y sus miradas ya hacía tantos minutos estaban implorando. Para acompañarse en la tristeza que sentían, empatía contra empatía. Decidida, dijo:
—Sólo esta noche...
La mirada de Trunks, la luz que ésta deprendía, titiló. Asintió, y tomados de la mano entraron al edificio. Los nervios mutaron en el sudor que empapó sus manos de dedos entrelazados: mirarse fue más imposible que nunca. En el ascensor, simplemente se sujetaron. Nada más. Al llegar al piso, entraron, y Marron cerró con llave. Giró, pegando su espalda a la puerta: Trunks la miraba fijamente. Abrumada, sonrojada, no pudo evitar decirse que jamás hubiera imaginado tan excluyente situación.
Trunks, cálido todo su ser, sonrió.
El tiempo dejó de correr, la escena se tornó una suerte de fantasía. En penumbras, él parecía embellecerse. Más, porque bello era, ¿cómo nunca lo había notado Marron? Verlo como hombre le resultó, ante él, encerrada por la mirada de él, una epifanía. El deseo se multiplicó. En los dos.
Respiraron entrecortadamente al mismo tiempo. Ya no debían decir más: todo cuanto experimentaban, el deseo a flor de piel, era mutuo. Trunks se lanzó sobre ella, apoyó su torso en Marron y la encerró entre sus brazos, las manos apoyadas sobre los marcos de la puerta. La sonrisa, así como el deseo, se amplió.
—Nunca había notado lo hermosa que eres... —murmuró seductoramente, a milímetros de sus labios. Marron cayó en el hechizo con abrumadora, imperdonable, facilidad.
Y ella pensando lo mismo que él. Sí: todo era mutuo. Incluso el fuego que quemó sus venas, que reemplazó la sangre y la carne por el instinto de apasionarse juntos.
Un beso, y la locura dio inicio. La tensión acumulada se desvaneció, dio paso al desenfreno materializado en las manos, en las caricias que éstas dibujaban, en las respiraciones que pasaron de rápidas a sofocadas, ahogadas. Trunks la estampó más contra la puerta, la aplastó por completo, la manipuló con el viaje ascendente y descendente de sus labios, del mentón al escote, del escote al mentón, y a los oídos, y a la frente, y a los hombros, y a la superficie de la ropa que Marron traía puesta, que estorbaba como nunca. Un suave pasear de sus dientes por el cuello de Marron y ella, roja, gimió. Desesperada, libró a Trunks de su camisa, luego de haberse encargado de su saco, y él la apretó contra su cuerpo justo después de imitarla. Adiós blusa, adiós todo menos la ropa interior de la rubia. Piel contra piel, percibieron cómo quemaba cada cuerpo, cómo suplicaba. Furia en sus labios cuando volvieron a unirse, de sus manos que acariciaban para quemarse más y más con el calor, y él caminó hacia atrás, y ella se pegó a él. Llegar al cuarto era menester.
Se miraron por última vez antes de viajar a través de la penumbra rumbo a la habitación. Antes de sellar sus párpados, Marron se sintió virgen e inútil ante aquellos penetrantes ojos azules, ante esas manos que parecían maestras en la materia. Su cuerpo se sentía, asimismo, diminuto ante tanta fuerza. La desnudez de su cuerpo fue total justo cuando llegaron al cuarto, a la cama. Trunks arrebató la parte superior e inferior de la ropa interior y se deshizo de ambas en expertos movimientos. Cayó sobre ella, se arrodilló sobre su cuerpo mientras se libraba de su pantalón y su bóxer.
Desnudos, la penumbra el único velo que los cubría, se observaron nuevamente. Un instante de duda fue seguido por uno, y mil, de convicción. Cuando Trunks la atrapó con su beso, ella, más nerviosa que nunca, evocó viejas y gastadas y prohibidas fantasías. ¿A quién quería engañar? ¿A sí misma? No podía mentirse tanto: alguna que otra vez había fantaseado estar con Trunks o Goten en aquella situación, ¡incluso los tres, perpetua la confianza en tan eterna amistad, lo habían charlado en broma! Pero la realidad era distinta; era demasiado sensual, tan sensual que incluso era sombría.
Entre besos, palpable y explícita la desnudez de los dos, Marron sintió un cambio en él, un algo que lo diferenció de aquel amante que había sido desde la llegada al apartamento. Trunks pareció fuera de sí, era como si una fuerza situada más allá de él acabara de domarlo de un segundo al otro. Marron sintió que perdió todo contacto mental o emocional con él: sólo los conectó el calor que cada uno emanaba y se entremezclaba entre los dos. Y luego de hirientes caricias que él plasmó sobre sus costados, en su cintura, en sus senos y su intimidad, que sólo la hicieron desesperarse más por concretar lo que evidentemente seguía, sus cuerpos se unieron de un simple y agónico movimiento.
Una respiración profunda, un intento fallido en pos de respirar; él la llenó y ella lo sintió por completo, hasta el final de su ser.
Trunks se hundió en la unión de su cuello y hombro derechos; un segundo después, se movió. La velocidad y la fuerza protagonizaron desde el vamos: entró y salió con potencia de su cuerpo. Marron, aferrada con todas sus fuerzas a la espalda de su amante, gritó. Las lágrimas cayeron ante cada despiadada invasión. Asiéndose más de la espalda, resbalando de los omóplatos a la cintura dura del hombre, clavó sus uñas, presa del dolor que él le estaba provocando. Trunks no reaccionó, no sintió las uñas ni nada, nada más el sudor que perló su piel bronceada. El rostro de Trunks permaneció en el mismo lugar todo el tiempo, no hubo desde la unión contacto visual alguno. Marron no tuvo manera de ver más que el techo al estar aprisionada contra el colchón. Y mientras contemplaba, en penumbras la totalidad de la habitación, escuchaba los gemidos sufridos, agónicos de su amigo. Así, la rapidez y la fuerza dolían sobremanera. Marron no reprimió el alarido, la súplica que necesitó proferir para frenar al hombre que se mecía contra y dentro de ella con tan enfermizo salvajismo.
—¡DETENTE...!
Trunks frenó en seco.
Sin dejar de mirar fijamente el techo, sintió cómo él luchó con su respiración. Sus músculos, hasta su grito tensos, se relajaron poco a poco, y de la boca del hombre se desprendió un suspiro. Cuando se relajó por completo, Trunks adornó la piel de Marron con adorables besos. Se movió, de nuevo, sabiendo a Marron tan relajada como él, ahora, lo estaba. Entró con ternura y suavidad.
Marron comenzó a disfrutar.
El placer no tardó en superarla, provocado magistralmente por una versión más seductora de Trunks; la del principio. Era una oleada muchísimo más fuerte de lo que creía recordar junto a otros amantes. La pasión que Trunks expresaba tenía un tinte más que nítido de desesperación. Y en algún momento sus miradas se cruzaron, y justamente vio eso en sus ojos, una desesperación tan abrumadora como su belleza y su encanto y su carisma lo eran. Abrazados, se chocaron envueltos en la imperiosa necesidad de gozar junto al otro y a partir del otro. Al escucharlo gemir contra su oído, Marron sintió como si Trunks intentara, con los movimientos cada vez más desencajados de su cadera, conseguir un algo de aquel cuerpo frágil y blanco que era el de ella, pero ella no supo descifrar exactamente qué.
¿Qué era ese vacío que, en el instante en que se miraron, tan claro había captado en el mar azul?
La violencia de sus choques, del acto perfectamente consumado, aceleró hasta el infinito sus corazones, y Marron gritó con fuerza al sentir cómo sus últimas energías la abandonaban tras el clímax. Cayó, adormecida, sobre el colchón. Apenas unos segundos después, él se desplomó, exhausto, sobre ella. Unos eternos segundos permanecieron así, asidos del otro, más agitados que nunca. Marron apenas conseguía pensar en tan intensa escena, envuelta en tan hipnótico calor, aún en la cúspide de su placer.
—¿Estás bien? —inquirió un atento Trunks después de rodar a un lado para así librarla de su peso.
Marron giró su cabeza sobre la almohada donde descansaba. Vio auténtica preocupación en las pupilas de su amigo de toda la vida.
—Sí... —susurró ella en respuesta.
Deseó abrazarlo; no pudo hacerlo. Algún motivo implícito aunque latente se lo impidió. La vergüenza la invadió, por lo cual decidió meterse bajo las sábanas. Las abrió, e invitó a Trunks a seguirla. Se arropó, prendió la lámpara de la mesa de luz y volteó una vez más hacia él. La luz dorada de la lámpara embelleció hasta lo imposible a Trunks. Y él, pese a todo, seguía siendo Trunks, su amigo. No era un amante, tampoco una conquista de una noche.
¿O sí?
¿Y él, en qué pensaría?
El sexo ocasional no solía darle tanta vergüenza, ya que, aunque Marron no era realmente asidua a éste, sabía que con un desconocido había ciertos tabú que no molestaban.
Pero este era Trunks.
El saiyan salió de la suerte de letargo que lo había desconectado de Marron al principio del acto. Peinó el cabello rubio con ternura: el tinte de desesperación apareció de nuevo en su mirada, como si hubiera sido encendido de nuevo, en un simple segundo. Sin darle tiempo a Marron de reaccionar, de indagar, de lo que fuere, él se acurrucó sobre el estómago de Marron, quien al recibirlo sintió que Trunks era un niño desamparado. Ya no era el que ella conocía de siempre; ya no era el amante que acababa de conocer; era otro, era una persona confundida, preocupada.
Triste.
«¿Será que no le gusté?», se persiguió ella mientras acariciaba el cabello lila con sus dedos. Él nunca se separó de su vientre.
Y de pronto, Marron notó algo peculiar, algo que jamás había sentido en un hombre: Trunks temblaba notoriamente. Parecía muerto de frío.
«El clima aquí está bastante templado...».
Trunks tembló con más notoriedad, el sudor frío perlando su piel aún. Marron vislumbró el techo, aterrada. ¿Qué debía hacer? ¿Qué estaba sucediendo?
—Trunks... —susurró.
No hubo respuesta.
Recordó la mirada desesperada, la charla, la noche entera, y su corazón dio un vuelco.
«¿Es eso lo qué te falta?».
Deseó que él escuchara sus pensamientos.
«¿Es amor lo que nunca pudiste conseguir?».
A lo mejor sólo quería un poco de cariño. Por eso la abrazaba tan vehementemente, tan tembloroso y frágil, él, que de frío no tenía, al fin y al cabo, un ápice.
A lo mejor buscaba, al desenfrenarse hasta tal punto en su interior, llenar aquel vacío de sus ojos.
«Tal vez por eso tomó de más hoy. Porque estaba triste. Porque ansía amor».
Quiso reír; no lo hizo.
«¿Cómo puedes estar falto de amor?».
¡Realmente no lo entendía! Trunks era una persona admirable, no solo guapo sino por sobre todo inteligente, de sentimientos nobles.
«¿Por qué no hay amor en tu vida?».
Los temblores menguaron gradualmente, y después, al observarlo, Marron notó cómo dormía. Cerró sus ojos, extenuada, sin saber bien qué pensar. El sueño asomó.
«Si alguien pudiera ver tu esencia, esa del hombre sensible y dulce que tan claramente eres...».
Estrechó la cabeza de él contra ella, como si fuera un oso de peluche de esos miles que tenía cuando niña.
«Sin dudas no estarías solo...».
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«¿Cómo será verlo después de...?», se preguntó la joven en el asiento trasero de la aero-nave que su padre conducía rumbo a Capsule Corp., donde se realizaría una reunión de los Guerreros Z, así como acostumbraban históricamente.
Ya había pasado mucho tiempo desde aquella noche con Trunks, alrededor de dos meses; no habían vuelto a hablar desde entonces. Recordó amanecer a la mañana siguiente y encontrarlo a medio vestir, luchando con los botones de su camisa. Terminó de ponerse la ropa, la saludó como si nada hubiera sucedido y se marchó sin más, sin decir ni una palabra.
Marron apoyó la frente contra el vidrio de la ventana de la aero-nave. Se perdió en el paisaje.
«¿Estará arrepentido? Nunca me atreví a llamarlo luego de eso...».
¿Por qué no lo había hecho? Se dijo, suspirando, que temía que el sexo hubiera arruinado su amistad. Perderlo como amigo sí que la destrozaría.
Finalmente llegaron, y luego de que Krilin estacionara en el enorme patio de la mansión de los Brief fueron a saludar. Detrás de sus padres, Marron caminó por el enorme hall abstraída. Al llegar a la sala alcanzó la cúspide nerviosa: todos estaban allí. Saludó a Yamcha, Puar, Woolong, el Maestro Roshi, a los Son. Sólo le quedaron los Brief. Dio un beso a Bulma, un abrazo a Bra, un «hola» a Vegeta y dejó para el final lo más difícil.
—Ho-Hola Trunks...
Lo miró tímidamente, y a pesar de que se veía sumamente atractivo con el pantalón oscuro y camiseta azul que llevaba, no se sintió atraída. No sexualmente.
«Yo quiero que las cosas sean como siempre».
Le sonrió. Él, en apariencia relajado, devolvió la sonrisa.
«No quiero ser tímida, sonrojarme; quiero que sea mi primo, mi hermano, mi amigo. El de siempre».
Las sonrisas menguaron, el brillo llegó a las dos miradas. Se abalanzaron hacia el otro y se fundieron en un cálido abrazo.
—Dejemos a un lado lo que pasó —susurró suavemente a su oído Trunks—. No quiero que las cosas entre nosotros cambien a estas alturas.
—Trunks...
Se relajaron, sin soltarse. Al sentirse tranquilos, corazón normalizado contra corazón normalizado, todo fue luz. Rieron nuevamente. Sólo había sido una noche de calor, una noche en la cual los dos, tristes, habían necesitado unirse en pos de un momento de tranquilidad. Nada más que eso, ni un misterio más.
¿Negar lo que pasó?, pensó Marron. No era esa su intención, y sabía bien que la de Trunks tampoco. La tentación de la carne es algo que todas las personas sufren, después de todo. No iba a enamorarse de él ni él de ella. Ella no creía en los cuentos de hadas y creía conocer lo suficiente a Trunks como para saber que él tampoco lo hacía. El cariño que se tenían estaba tan definido desde hacía años que aquella noche no había provocado confusión en ninguno de los dos. Entendían el significado de la noche que habían vivido juntos. Nada podía hacerlos dudar.
Nada.
Y, ciertamente, eso era un alivio.
—Tu esencia es... —lo escuchó murmurar dulcemente en su oreja. Marron se aferró más a él—. Tu fortaleza, Marron.
Y la miró a los ojos.
Y ella a él.
—¿Eh?
Sonrojada, se llenó de dudas. Trunks la peinó con los dedos. Siempre le hacía aquello para relajarla. Siempre.
—Eres fuerte, Marron —aseguró él, convencido—. Le das fuerza a quienes te quieren. Me diste fuerza a mí aquel día, créeme.
—¿A ti,...?
—A mí...
—Trunks...
Él la silenció con una pequeña caricia de su dedo pulgar contra la comisura de sus labios.
—Le das fuerza a tus padres, a Goten, a todos los que te queremos. No cambies.
Nada más necesitó decirle Trunks. Marron quiso llorar pero no logró más que hundir su rostro en el pecho de él.
«Gracias, Trunks... Gracias».
—¡Eh! ¡Dame a Marron! ¡Yo también quiero abrazarla! —escuchó decir a Goten.
Trunks la soltó y le sonrió. Marron, detrás de él, notó un inesperado espectador.
Espectadora.
«¿Pan?».
Mientras Trunks se alejaba de ella vio cómo Pan observaba todo, con clara tristeza en su mirada.
«¿Estás celosa?».
Que él le gustaba era algo obvio, y entendió los sentimientos de la joven Son.
«No te preocupes, no voy a ser tu rival, Pan...», le dijo, deseando que ella, de alguna manera, pudiera escucharla. «Ojalá, cuando seas más grande, Trunks se dé cuenta de tus sentimientos...».
Ojalá, se dijo, él pudiera entender que alguien sí era capaz de amarlo.
Abrazó a Goten y no pudo evitar sonreír.
«Esta es mi esencia: no me gustan los conflictos y amo a mis seres queridos, a mis amigos. Jamás dejaría que algo arruinara mi amistad con Goten y Trunks...».
Siempre se mantendría fiel a ellos. Y a ella misma, por sobre todo. Y siempre que alguno de los dos necesitara de ella, de su fortaleza, ella les daría todo su apoyo. Como siempre había sido. Como nunca, más que nunca. Sería una con su imagen, una con su idea de ella misma: sería ella. Punto.
Muerta de risa, soltó a Goten y lo golpeó.
—¡No me interrumpas cuando abrazo a Trunks!
Rieron, y ella se alejó. Se acercó a Bra y Pan, quienes murmuraban a algunos metros del hermano de una y el tío de otra.
—¿Son lindos, verdad...? —les dijo, pícara, confianzuda. Algo de Krilin había en su actitud provocadora.
—¡¿EH?! —exclamaron las muchachitas, con clara vergüenza por haber sido descubiertas.
—¡No se rindan...! —Y Marron las dejó perplejas.
Fue al patio, encendió un cigarrillo y, después de una profunda calada, miró al cielo, al primaveral cielo que decoraba tan bello día.
«Ser tierna en apariencia no tiene que ser una contra».
Mientras ella supiera quién era, lo demás no importaría.
«Mientras la gente a la que amo sepa quién soy, todo estará bien».
Mientras tuviera eso en claro, su esencia se mantendría intacta.
Una nueva calada. Sonrió.
«La esencia de una chica angelical en apariencia pero que ni es un ángel ni es tonta. La de una persona que convierte su sufrimiento en fortaleza».
Esa era ella.▲
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