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IV

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Habían pasado unos días que desde su llegada a aquella mansión. El joven Ciel no había vuelto a tener contacto con el pasillo, y aún así, si llegara a pasar no lo diría.

En parte, tal vez el que no vea aquel lugar tan misterioso se debía a qué casi no salía de su cuarto. Una fiebre alta lo había atacado otra vez, y su cuerpo no estaba lo suficientemente fuerte como para tan siquiera mantenerse de pie por mucho tiempo. Incluso comenzaron unos mareos, la noche anterior por poco y vomitaba.

Y así, una vez más, su cama y sus libros se habían transformado en su única compañía . Su hermano estaba demasiado ocupado estudiando, tomando clases de esgrima, y preparandose para ser el conde perfecto.

Comenzaba a sentirse como un pequeño fantasma... O como el árbol de Navidad, al que tienes guardado en el ático hasta que llega diciembre y lo sacas y decoras solo por un tiempo... Solo que a él lo sacaban cada vez que se sentía bien o para presentarlo con alguna persona la cual terminaría olvidando incluso el nombre a las pocas horas.

Decidió darle una oportunidad a aquel libro que había aparecido debajo de su cama... La mayor parte de este estaba escrito en Latín, salvo algunos capítulos que estaban en alemán, la letra era prolija pero un tanto apurada, y el manuscrito entero contaba con múltiples dibujos he indicaciones para seguir cada ritual a la perfección. Casi no entendía todo lo que decía, pero los dibujos y lo antiguo de aquel grimonio llamaban fuertemente su atención. Por lo que comprendía, tenía una guía de cada tipo de demonio que existía, rituales para invocalos y como hacer tratos con ellos, hechizos de amor, fortuna, inmortalidad... Entre otro millón de cosas.
Se sentía bastante intrigado por aquellas hojas que estaban arrancadas y desaparecidas, o por aquellas tantas que estaban tachadas por la tinta negra ¿Tan malo será lo que había debajo?

-¿Quien creería que todo esto es cierto?- Se pregunto para si mismo con gracia, dibujando una sonrisa en su rostro.

Claro que él no creía en nada de eso... Era el hijo de un conde, pronto se volvería un niño grande, no podía perder su tiempo en aquellas tonterías. Más la idea que la magia podía ser real, que nos rodeaba y convivía con nosotros, lo emocionaba al punto de sentirse más vivo que nunca... Aun si no lo admitía.

Una de las sirvientas se hizo presente al cuarto, indicando que debía bajar para el té de las cinco.

Los horarios de comida eran de los pocos en lo que socializaba con el resto de la familia. Desayunos, almuerzos, la hora del té, cenas... En aquellos momentos solía estar acompañado a el resto en el comedor principal. A menos que la fiebre sea demasiada, en ese tipo de casos, lo dejaban comer en su cuarto. Más en ese momento estaba mejor que por la mañana, por lo que si deseaba bajar.

Lo ayudaron a vestirse... Un pantalón de vestir marrón que llegaba pocos centímetros arriba de las rodillas, unas medias largas de color negro, una camisa blanca de mangas largas, las cuales eran en una campana y tenían vuelos con algunos detalles de tiras bordadas de encaje en los puños y el cuello, sobre este un chaleco de vestir color marrón que combinaba con el pantalón y de dorados botones, unos zapatos negros y para terminar, un listón celeste en su cuello atado como un moño.
Él no lo sabía, pero alguien presente en aquella habitación creía que se veía más hermoso que nunca.

Al llegar a la sala, él y su hermano se acomodaron uno frente al otro en la mesa... Desde aquella vez que Astre no lo había defendido del enojo de su padre, las cosas entre ellos estaban un poco tensas... No obstante, los dos eran niños de modales, por lo que no comenzarían un berrinche o un escándalo, no era necesario.

El comedor principal era una sala hermosa.
Sus paredes de un beige claro, con decoraciones arquitectónicas existas. Un enorme candelabro de cristal en el centro del techo, justo sobre la enorme mesa de madera oscura... La cual estaba rodeada de bellísimas sillas de terciopelo claras, unas dieciséis en los costados y dos más en cada unos de las puntas. El piso de madera clara brillaba ante lo limpio que están siempre, algunas paredes estaban decoradas con cuadros, candelabros o alguna estatua... A excepción de la pared que estaba justo frente de la mesa, la cual estaba compuesta por una enorme venta, que daba vista a todo el jardín del frente. Quien se llevaba la mejor parte de la vista era el señor Phantomhive, quien se sentaba siempre en la punta.

En cuanto la mesa, está tenía a todo lo largo algunos candelabros con las velas apagadas, normalmente las prendían solo para la cena... Las partes del juego de té ya estaban acomodadas en sus respectivos lugares, eran las vajillas de porcelana blanca con flores azules que al niño tanto le gustaban. Un plato pequeño debajo de la taza de cada uno, una tetera ya llena del té de ceylon, una azucarera, una lechera, dos platos de aperitivos de tres pisos, el primero de ellos con pequeños sándwiches de queso y tomate, el segundo con panes y scones, mientras el tercero contenía diferentes tipos de petit four dulces, tales como pequeñas tartas de crema pastelera con frutas o bocados de chocolate. Junto a la taza, también tenían un plato extra con una porción de tarta invertida de manzana cada uno de los integrantes de la mesa, esta venía acompañada de una bocha de helado de vainilla, y tenía un pequeño tenedor al lado.

La familia compartió aquel momento con muy poca comunicación entre ellos. Los que más hablaban eran el matrimonio, ya que los niños estaban demasiado callados... Lo que ya no sorprendía a los adultos, más aún les preocupaba.

-Ciel... ¿Aun sientes náuseas?- Pregunto la hermosa mujer rubia, al notar como su hijo más pequeño solo mezclaba el té que le habían servido.

-No...- Respondió aquel niño, sin darle mucha importancia, sin siquiera levantar su mirada de la taza.

Su poco apetito era inusual... Especialmente porque amaba los dulces. Pero en ese momento no fue capaz de terminarse su porción de tarta, ni siquiera comió algo más de lo que había en la mesa.

-¿Seguro que no deseas algo más? Vienes comiendo muy poco estos dias- Reconoció su padre, quien recién se percataba de aquel detalle.

El menor negó con la cabeza, manteniendo la mirada baja.

-Algo de fruta, por lo menos... ¿Eso te haría sentir mejor?- Insistió el hombre, más la respuesta está vez fue positiva, al ver cómo la cabeza del niño se movía lentamente arriba y abajo. -Tanaka, trae algo de fruta para Ciel.- Pidió al mayordomo, quien tras una reverencia, se alejo camino a la cocina para cumplir el pedido de su amo.

A los pocos segundos, a el menor le sirvieron un plato con unos gajos de manzana, otros de ananá, unos arándanos, algunas uvas rosadas y frutillas ya cortadas en cubos.

Al mayor le pareció notar que tenía mejor tolerancia a las frutas, por lo que tal vez deberían implementarlas más en sus comidas para el infante.

Una vez todos terminaron sus alimentos, cada uno debía volver a sus asuntos. El señor Phantomhive tenía papeles que terminar, la señora Phantomhive quería escribir una carta a su hermana para invitarla a pasar unos días con ellos, el señorito Astre tomaría clases de equitación, eso dejaba a Ciel demasiado ocupado con él y su soledad.

Volvió a su habitación, deseando tener a alguien para jugar ajedrez.

-Tal vez podría invitar a Tanaka...- Se dijo a si mismo, entrando a su cuarto, más una sorpresa en su cama lo tomo desprevenido.

Confundido, tomo lo que se encontraba sobre su almohada... Se trataba de una hermosa rosa blanca, no tenía ninguna espina, ni algun pétalo feo, o una hoja marchita, no era un pimpollo pero tampoco estaba del todo abierta... Era la flor más perfectas que pudo haber apreciado.
Sonrió al analizarla, la llevo a su nariz para apreciar de su esencia, luego la dejo sobre la mesa de luz, sin poder quitar su vista de lo bella que era. Aquel detalle tan simple ánimo su tarde, quizás alguno de los sirvientes la dejo despues de la limpieza... Aunque era raro, nunca antes hacian detalles de ese tipo para él.

"Tenía Que Ser Perfecta... Igual Que Tú"

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