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Capítulo 8. Los colores de la música.

Naara no supo que le pasaba a Marco mientras él iba perdiendo la conciencia. Sabía que ningún tatuaje brillaba así, pero con la nueva noticia de que eran extraterrestres y de que su madre había pasado toda su vida con su hermano mellizo mientras ella iba de campamento en campamento a lo largo de la historia ya no sabía qué cosas eran normales en ellos y qué no.

Observó cómo el más reciente desconocido se tambaleaba lentamente hasta que finalmente cayó al suelo.

Algo en su cabeza le decía que no estaba bien que su mirada se pusiera tan extraña, le recordaba a cuando su madre murió en sus brazos. Esa sensación de que el fuego de la vida en el cuerpo de alguien se alejaba de las ventanas del poseedor para extinguirse para siempre, dejando un envase vacío igual al de las botellas de refresco atoradas entre las rocas del río. Tal vez las personas eramos eso: envases desechables cuyo único valor es nuestra vida.

Entonces una alarma resonó en su cabeza y creyó que el chico estaba muerto.

Se agachó rápidamente al lado de su hermano.

–¿Qué le pasó? –su voz sonaba histérica, por alguna extraña razón no quería perder al chico.

–Nada, solo se desmayó.

–¿Pero por qué?

–Por esto –su hermano le mostro su mano, bajo su piel había círculos y líneas luminosos de un color amarillo.

–¿Qué es eso?

–Se llama H457. Sirve para desmayar a las personas y borrarles la memoria.

–¿Por qué lo desmayaste? –casi gritó, se sentía molesta y eso la molestaba más. Estaba sintiendo demasiado todo y no entendía por qué.

–¿Tú crees que le iba sonar lógico: "hola, mi hermana y yo somos extraterrestres y debemos proteger el libro que tu tenías para salvar al universo"? ¿o qué planeabas decirle?

Naara comprendió que no importaba qué le hubieran dicho, al final todo se resumía a las palabras de su hermano.

–Bueno, ¿pero ¿qué hacemos con él?

–Llevarlo a su casa, obviamente... ¿me ayudas?

*****

Media hora más tarde Marco iba desmayado en los asientos traseros del auto de Carlos, Naara solo veía la carretera oscura por la noche y el paisaje apenas visible a los lados por las ventanas mientras Carlos conducía a D.

Había tanta paz dentro del carro que bien podría haber sido una salida de amigos más.

–¿Cuál era el nombre de nuestra madre?

La voz de Naara interrumpió el silencio y la concentración de Carlos. Él salió de algún tipo de trance, en el que solo veía la carretera quedarse atrás, y miró a Naara a los ojos.

–Kzirie.

–¿Eras muy unido a ella?

–Sí –una sonrisa apareció en los labios del chico–, siempre estábamos juntos. Tal vez no era la mejor madre del mundo, tenía algunos errores y era muy regañona, pero para mí sí que era la mejor madre. ¿y tú?

–La odiaba –el cinismo en las palabras de Naara congeló a Carlos, lo decía con tanta naturalidad... como si odiar a tu madre fuera tan normal.

–¿Por qué?

–No sé si contigo era buena, pero conmigo siempre fue una maldita.

–Lo siento –comprendió que ella no deseaba hablar sobre su madre así que mejor calló.

Continuaron conduciendo en silencio, él estaba feliz por estar junto a su hermana y ella estaba a gusto por no tener que hablar. Por fin podían disfrutar de paz.

*****

Las luces de la primera ciudad aparecieron a lo lejos, la luna había avanzado hasta la mitad del cielo e iluminaba con sus blancos rayos gélidos toda la tierra.

Ninguno de los dos había hablado desde hace 4 horas y eso comenzaba a darle sueño a Carlos.

–¿Dónde vivías? –pregunto casualmente. Tal vez alguien le esperaba en su hogar y él la había mantenido cautiva por varios días sin importarle lo más mínimo.

Qué precioso inicio en la sociedad: No habían pasado ni dos semanas y ya había secuestrado a dos chicos e invadido propiedad privada.

–La verdad no lo sé, mi madre me encerró en un bosque del que solo salí diez veces y ninguna de ellas fue muy agradable. Once con está.

-Vaya... realmente suena horrible.

-Sí...

–¿Te estás quedando en algún lado?

–No...

–¿Quisieras quedarte conmigo?

–Claro.

–¿Qué música te gusta? –dijo él.

–¿Qué es música? –ella en verdad no sabía lo que significaba esa palabra, toda su vida lo único que había hecho era sobrevivir, así que jamás en su existencia había prestado atención a hacer algo tan inútil, él creyó que bromeaba.

–¿Has escuchado a Daniel, me estás matando? Ellos me encantan.

–No sé de qué me estás hablando –su cara confundida era pura, en verdad no tenía idea de a qué se refería.

–¿Nuestra madre jamás te mostró la música? –dijo él confundido, si había algo que su madre en verdad amará eso era la música.

–No.

–Entonces tienes que escucharla –encendió la radio y le bajo un poco al volumen.

-Si es algo que a ella le gustaba yo no quiero saber nada de ello.

-¿Puedes confiar en mí?

Naara apretó sus labios nerviosa y miró por primera vez con atención a su hermano. Si bajaba los escudos y las armas, podía admitir que sí se parecían, al menos en los rasgos generales: ojos verdes, piel apiñonada, sonrisa aperlada...

-Está bien...

Por primera vez en años, Naara bajo las defensas y se permitió vivir. Por lo menos esa noche no tenía por qué ser débil hasta el siguiente día.

Las notas de Violonchelo comenzaron a flotar en el auto. Para Naara era como si gotas de color amarillo imaginarias salieran de la radio y tibiaran el ambiente, era como probar un pay de queso recién salido del horno. Cerro los ojos, como si ver la carretera fuera un obstáculo para escuchar la música.

–Es la suite 1 de Bach –fue lo único que agregó Carlos por los siguientes 18 minutos, al notar como el ambiente se relajaba junto a su hermana.

Él continuó diciendo los nombres de las siguientes piezas que sonaron en la radio; La Campanella de Paganini, The hand of fate de Paul Halley, Adagio in G minor de Albinoni, entre otras; mientras Naara veía las gotas imaginarias cambiar de color y sabor.

De pronto se detuvieron frente a una casa, Naara la reconoció al instante: era la casa de Marco, y se dio cuenta de algo: ya estaba amaneciendo.

Eso le generó dos dudas: una, ¿en qué momento se habían ido 6 horas como si solo hubieran sido 3 minutos?, dos, ¿no debería haber despertado Marco ya?

–Toma –no sabía en qué momento había salido del auto, solo lo supo cuando escuchó un tintineo y después algo le golpeó en la cabeza.

–¿Qué hago con eso? –dijo ella señalando las llaves de la casa entre el pasto.

–Una sopa, por favor.

–Está bien, ¿la quieres con zanahoria?

–Y calabacitas, si no es mucha molestia.

–Claro, deja voy a la tienda por que se nos acabaron. Ya vuelvo.

–De una vez trae tortillas para los tacos.

–¿De qué vas a querer los tacos?

–De carne.

–No hay carne.

–Entonces, ve al corral y mata a la gallina.

–¿Alguna otra cosa?

–Una Coca–Cola, si no es mucha molestia – en ese momento Carlos soltó una carcajada, nunca había hablado así tanto tiempo con alguien–. Abre la puerta, por favor.

–Está bien.

Se agachó para tomar las llaves y fue hasta la casa, la abrió y entró en ella.

Olía a hogar, pero no se veía como uno. Todo estaba demasiado ordenado: junto a la puerta había un perchero rustico donde solo había dos gorras colgadas y un bolso de mano también, la televisión estaba en un mueble con varios libros alrededor ordenados por colores y tamaños, y en una esquina de la habitación había una mesa de madera negra con un florero blanco con flores rojas. Las paredes estaban pintadas de un color menta liso y no había ni una sola mancha en ellas. El techo era de un color perla y solo había un foco en medio, que se veía tan pulcro que ni siquiera parecía que en aquella casa existiera el polvo o las moscas. El suelo estaba tapizado de un vitropiso de madera que tampoco parecía dar señales de la existencia del polvo.

Todo era tan perfecto que parecía una casa sacada de alguna fotografía de un catálogo. Eso la desesperó.

Carlos entró con Marco en brazos y lo dejó en el sillón de color marrón oscuro, casi negro.

–Vámonos.

–¿Y él qué?

–Lo vamos a dejar aquí con el libro.

–¡¿Qué?!

–Lo vamos a dejar aquí con el...

–No, no, no, eso ya lo escuché. Pero, ¿por qué?

–Escucha, mi madre me dijo que yo no podía tener el libro pero que debía protegerlo. Así que lo robé y cuando la camioneta se quedó sin gasolina tuve que bajar de ella y abandonar el libro. Le busqué un buen lugar y lo terminé dejando aquí. La casa está repleta de cámaras, así que si alguien viene a buscarlo nosotros podemos venir y salvar el libro. Ahora, vámonos porque ya pronto despierta.

Naara quería seguir discutiendo, pero Carlos la tomó de una mano y la jaló hacia el carro.

Justo en el momento en que ellos se iban, Marco despertó, y su cabeza era un rompecabezas.

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