Capítulo 3. Hace una semana.
Gruñó y golpeó el volante frente a él. ¿Por qué todo tenía que ser tan complicado en su vida?
No quería sonar dramático, pero parecía que la vida lo detestaba y todo era en contra de él.
–"Te di la vida y así me la pagas"... claro: "la vida", como si hubiera sido una buena vida... –murmuró lleno de rabia y mordió su labio en un acto reflejo de frustración.
Sus ojos se separaron momentáneamente del asfalto de la carretera y se dirigieron hacia el cielo nocturno que abovedaba el planeta Tierra. Se sentía como una especie de traición el saber hasta ahora que él no pertenecía a ese lugar. Las estrellas se duplicaron ante su vista cuando su mirada se llenó de lágrimas y pestañeó para dispersarlas.
Su mundo se había venido abajo cuando la única persona que había conocido frente a frente en toda su vida lo había traicionado revelándole que lo había tenido envuelto en una maraña de mentiras en toda su vida. Él ya lo sabía, pero que se lo dijeran directamente había destrozado su corazón.
Desde su tierna infancia había crecido alejado del mundo, con pequeños robots de juguete como sus únicos amigos y su madre que iba y venía debido a viajes importantes al bosque que se esparcía detrás de su casa.
Siempre había admirado a su mamá, la consideraba una mujer de ciencia y sabiduría eterna que para él era como una santa a la cual adorar.
Pero los santos también mentían, o al menos esta santa lo hacía.
"–Carlos, cariño, tengo que contarte algo.
–Dime, 'má.
–Es... sobre tu padre... y, sobre nosotros, a decir verdad. Sobre el universo entero si lo piensas mejor.
–Um... No entiendo... ¿Es otro de tus acertijos, madre?
–Lamento decir que no...
Carlos frunció el ceño y dejó de hacer la cena.
–Me asusta que le des vuelta al asunto, tú no eres así mamaíta.
–Es solo que... No quiero que me odies después de esto. Necesitaré tu ayuda, cariño.
–No es como que hayas matado al presidente –dijo él bromeando, pero su madre no cedió a la broma–. Okay, ya me asusté. No mataste al presidente, ¿verdad?
–¿Qué harías si te dijera que no somos de aquí?
–Eso ya lo sé, madre. Venimos de una isla con un nivel del mar tan alto que por ello tenemos que quedarnos aquí a menos que sea de vida o muerte salir de casa.
–Sí... sobre eso... No me refería a eso...
–¿Entonces...?
–No somos humanos, Carlos. Y...
–Espera, ¿y qué somos?, ¿perros? –mencionó él con cierta burla.
–Carlos, esto es serio...
–Lo siento, má,
–Cariño... Necesito que me ayudes con algo... Es... Sé que vas a molestarte cuando escuches esto, pero tienes una hermana y ella...
Las manos del chico quedaron a mitad del camino de tomar la pimienta para agregarla a la carne de res y su madre calló al notarlo.
–¿Tengo una qué...?
Para la mujer no pasó desapercibido que en el ambiente se había elevado un nivel de tensión en el aire que lo tornaba peligroso, lo suficiente como para sentirlo sin moverse demasiado.
–Una hermana, Carlos. No la conoces porque...
–¿Mi padre se la llevo? –quiso saber él intentando negarse a lo que ya comenzaba a sospechar–. ¿Cómo el papá de Zuzu se llevó a su hija y dejó sola a Ángeles?
–No exactamente así...
Carlos volteó a mirarla y desde entonces explotó la bomba"
En su mente recordó la última mirada que ella le había dedicado antes de que él se largara de la casa donde lo había tenido encerrado toda su vida con un solo propósito: ir a por la verdad.
Ya no quería vivir detrás de la pantalla. Quería ver aglomeraciones en las que se sintiera abrumado, pero feliz. Quería sentirse libre. Quería decidir por sí mismo lo que fuera.
Ya. Bastaba de los miedos. ¡Bienvenidos los tropiezos, los rechazos, los corazones rotos por las razones correctas, las nuevas amistades!, ¡Bienvenida la vida!
"–Carlos, no lo entenderías.
–¿Entender qué?, ¿Que nos has hecho miserables a los dos?
La mujer ya le había contado a su primogénito sobre su hermana y cómo se había encargado de hacerla una guerrera a ella para que pudiera acabar con los Txen cuando en su momento llegaran al planeta y él no podía procesarlo.
–Hice lo necesario por la supervivencia del universo, y solo te pido que hagas lo mismo.
–¿Hacer lo mismo?, ¿Quieres que arruine la vida de quienes amo por una guerra que no es mía?
–¿"De quienes amas"? No sabía que eran tantos, después de todo los robots no tienen sentimientos.
Carlos apretó sus labios.
–No me digas que sigues acosando a esa chica humana
–No la acoso, la protejo.
–No servirá de nada todo lo que has hecho por ella si ellos llegan al planeta y encuentran el texto que te he dicho.
–Estás loca.
–Carlos... Cariño...
–¡No me digas así!
–Escuchame, solo debemos reunir a la familia que nos queda, juntos podremos detener esto...
La puerta se cerró detrás de él cuando la azotó al cerrarla y encendió su auto para conducir sin destino, a dónde sea que el universo lo quisiera llevar"
Cuando salió del bucle de sus pensamientos ya había manejado demasiado lejos de su primer hogar seguro y se dio cuenta del primer contra de escapar así como así: No tenía dónde ir a quedarse. No pensaba volver a esa casa, no pensaba volver al pasado jamás.
Suspiró y se estacionó a uno de los laterales de la autopista sacando una computadora pequeña, echó el asiento hacia atrás y la colocó en su regazo tecleando algunas teclas.
La ciudad mas cercana, como por ironía del destino, era T.
Volvió a gruñir y elevó su cabeza hacia la capota de su vehículo.
Si el destino quería que enfrentara esa verdad antes que hiciera cualquier otra cosa, eso haría.
*****
Su corazón bombeaba adrenalina como un órgano desquiciado mientras Carlos corría hacia su auto dejando la vida en cada paso que daba.
–¡Carajo!, ¡Deja de brillar, libro idiota!
Como si el libro hubiese entendido algo de lo que Carlos había dicho, comenzó a brillar aun más.
–¡No, así no!
Siguió corriendo y se detuvo de golpe cuando vio a los policías al lado de la salida.
El libro entre sus manos aumentó su brillo y Carlos solo supo una cosa: si salía de esa, sería un demente con suerte.
Mucha suerte.
Se hincó en el suelo y desenredó una de sus tobilleras para presionar un botón después en ella, haciendo que esta se transformara en una libélula roja robótica
–Sabritas. Ey, dime que sigues ahí...
Con lentitud las alas de la libélula se movieron y una voz masculina surgió del pequeño robot.
–¿Carlos?
–¡Sabritas!, Hey, amigo, necesito que me ayudes a hackear este edificio.
–A la orden pa'l desorden.
Sonrió con ternura y salió corriendo con el libro por los pasillos al tiempo que dos agentes policiales lo veían y comenzaban a seguirle entre órdenes a gritos mientras que Carlos y Sabritas los ignoraban procurando llegar pronto a alguna salida.
–He accedido al sistema del edificio, Carlos. ¿Qué deseas que haga?
–Borra mis huellas y cualquier cosa que tenga que ver con el hallazgo de este libro. Nadie más que yo puede saber que existe...
–En proceso...
–Por aquí.
Carlos dio una vuelta rápida en un pasillo y las alas de Sabritas lo siguieron con agilidad.
De un salto llegaron a una camioneta del gran Museo Alighieri y escaparon.
Sí, en definitiva era un demente con suerte.
*****
–Eres un tonto, Carlos. Un idiota. Ahora estás lejos de casa, tienes una camioneta robada, no tienes familia, no tienes...
No se atrevió a terminar la frase. Estaba destruido y perdido y solo pedía algo que le permitiera aclarar sus ideas.
De repente, la luz de falta de combustible comenzó a destellar en el tablero. Hasta eso le hacía falta en ese momento.
Estacionó cerca de un barrio de ricos, lo supo por las mansiones que se le presentaban como unas golosinas a niños pequeños: tentaciones llenas de computadoras y cámaras que hackear para guardar el maldito libro que seguía brillando como luciérnaga.
–Sabritas, ven acá conmigo, por favor –mencionó mientras bajaba de la camioneta con el libro en una mochila vieja y se echaba ésta a la espalda. El robot le siguió volando cerca de su hombro-. Escanea las casas y dime cuál tiene mejor seguridad para dejar este paquete. No quiero tener nada que ver con él.
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