Capítulo 2. Cuando los sentimientos se vuelven torturas.
Pasado
"-¿Mamá?
-Dime, cariño.
-¿Hice algo malo?
-No, cariño.
-¿Entonces por qué me llevas de nuevo a "ahí"?
-¿No te gusta?
-No me gusta matar, mami, y ahí tengo que matar todas las mañanas. ¡Los pollitos se quedan sin papá por mi culpa!
-Esa es la ley de la vida, cariño, no podemos hacer nada contra eso...
-Pues no me gusta y no lo haré.
-Antara...
La pequeña de cascadas doradas por cabellos hizo un puchero mirando a través de la ventana.
-¿Por qué tengo que venir tanto aquí?
-Porque es importante que aprendas todo lo que solo ahí te pueden enseñar y, además, en ese lugar no hacen preguntas.
-¿Es malo preguntar?
-Es solo que hay veces que es mejor guardar silencio o ignorar lo que pasa...
Hubo silencio en la camioneta por un rato hasta que la mujer volvió a tomar la palabra:
-El mundo no es tan pequeño como creemos, Antara, algún día todo el planeta será un campo de guerra y puede que solo nosotras podamos ganarla.
-Yo no quiero estar en una guerra, quiero vivir contigo y con Lenny en el bosque por siempre... -había dicho la pequeña mientras abrazaba a su pequeño oso de trapo entre sus brazos frágiles.
-No desees cosas para siempre, cariño, puede que se convierta en un periodo de tiempo muy corto para cuando te des cuenta.
-Hm...
La mujer apretó sus labios y suspiró notando que el campo de entrenamiento ya se divisaba en el horizonte.
Condujo con cuidado entre las pronunciadas curvas de la carretera en más silencio.
-Mamá...
-¿Hm?
-¿Esta vez sí vas a volver?
-Siempre voy a volver, cariño.
-Mamá...
-¿Qué pasa, mi niña?
-Te quiero...
Kzirie sonrió ampliamente y tocó la punta de la nariz de Antara.
-Tambien te quiero..."
Ojalá ese "te quiero" sonara con menos hipocresía con el pasar del tiempo.
Presente.
Mientras Marco degustaba la idea de su título universitario, al otro lado del mundo una chica lloraba sin encontrar consuelo. Su llanto desgarraba el aire y estaba cargado de tanta ira, desesperación e impotencia que cualquiera que hubiera estado en ese ambiente hubiera sentido que los átomos se volvían pedazos de vidrio a punto de matar todo lo que se moviera. Incluso la naturaleza estaba sombría, parecía que el bosque de afuera entendía los pensamientos que pasaban por la cabeza de la chica que acababa de perder a su madre. Necesitaba un abrazo desesperadamente, pero ¿cómo lo obtendría si no había nadie en kilómetros a la redonda?
La joven soltó un grito más alto y se aferró a su cabello con fuerza, como si ella misma fuese una balsa para sí misma, casi como siempre había sucedido.
Los ojos de su madre aún no habían sido cerrados y en ellos se notaba la falta de esa chispa que siempre los caracterizaba.
Curiosamente, ella nunca había visto a esa chispa ser cálida. Parecía pertenecer a un fuego helado, de esos que pueden destrozar al mundo entero con una sola llama. Cuando estaba viva, la difunta tenía una de esas miradas que parecía estar repleta de algo que no lograba rellenar todos los laberintos dentro de sí, como si solo estuviera llena de aire.
La chica nunca había encontrado amor en ese par de ojos oscuros, siempre lo había buscado y cualquier pequeña muestra de calidez hubiera sido suficiente, pero en sus recuerdos siempre terminaba como un pirata buscando un tesoro que ya había sido robado.
Hubo un tiempo en que vio a la mujer como a su madre, pero luego todo fue arruinándose entre ambas hasta que solo la terminó viendo como a una maestra; como esas mujeres regañonas y estrictas que viven como águilas esperando encontrar una presa.
Recordó todas las veces en las que su mamá la había tratado como la presa y no olvidó ninguna.
En su mente pasaron como una película a toda velocidad todas las veces en las que Kzirie, su madre, se había encargado de destruir su corazón para volverla una guerrera. Desde ese campamento donde la había dejado al cuidado de "dos buenos amigos" para que la entrenaran, hasta dejarla sola en la calle, cada vez la había arruinado un poco más hasta dejar a una joven sin sentimientos, pero ¿todo para qué?, ¿Acaso había alguna razón justificable para toda su vida?
Sacó su rostro del lugar seguro que había formado con sus piernas y sus brazos al lado del cuerpo muerto de su madre y lo miro con atención y ansias. Algo dentro de ella se negaba a aceptar que eso fuera todo, algo esperaba que ella se despertara y siguieran discutiendo y odiándose cómo siempre. Eso no podía ser todo. Simplemente no podía...
De su cabeza no se quitaba la primera vez que Kzirie la había abandonado en ese bosque. Tenía 7 años en ese entonces. Acababa de volver de las primeras lecciones de manejo de armas con los amigos de su madre que la perturbaban, y es que eran tan silenciosos y robóticos en su estricta vida monótona que a ella tan pequeña la aterraban. ¿Por qué su madre no se quedaba con ella?, ¿Qué era más importante que pasar tiempo con su pequeña "princesa del alma", como solía decirle?
Aquella tarde cuando Antara cumplía justo sus 7 primaveras había llegado en la vieja camioneta roja pidiéndole que subiera. Antes de aquella ocasión su madre era más buena, reía y cantaba con sonrisas que iluminaban más que el sol, tal vez debió darse cuenta de que desde ese día sería diferente: por primera vez la chispa de sus ojos era helada.
La pequeña subió a la camioneta, su cabello rubio estaba recogido en una coleta despeinada y sus labios cargaban la más hermosa sonrisa que el mundo hubiera podido ver... aunque por desgracia también sería la última.
Todo el camino su madre estuvo hablando de movimientos con cuchillos y de lo que se debía comer en el bosque y lo que no. Ella ignoraba gran parte de la conversación. Prefería ver como las mariposas volaban y las hojas de los arboles danzaban con el rio.
De pronto la camioneta se detuvo, la pequeña estaba tan distraída mirando por la ventana el paisaje primaveral del bosque por lo que no pudo apreciar la última lágrima que los ojos verdes de su madre derramaron. En esa pequeña gota la mujer se deshacía de todas las dudas que la hacían creer que aquello era inhumano, que abandonar a su propia hija era cruel. Pero recordó que ella no era humana, al igual que su hija, y tenía algo más grande que proteger que una pequeña niña... su pequeña niña.
Ambas bajaron, la pequeña esperaba que su madre hiciera una casa de campaña o alguna fogata porque la noche se aproximaba, pero lo único que hizo fue dejar una maleta con tres cambios de ropa, varias vendas y cuatro cuchillos. Dio una última mirada a esa carita inocente y le dijo cuidando que su voz fuera firme, porque estaba a punto de romperse: "Quédate aquí, olvide algo en la casa... ya vuelvo". Apretó la mandíbula cuando estuvo a punto de quebrarse, pero esta acción causo una extraña sonrisa en su boca que hizo confiar a la pequeña en las verdades a medias de su madre.
Sí, ella debía quedarse ahí; pues debía esperar en ese lugar el día que su madre volviera. Sí, la mujer había olvidado algo en su casa: el cariño que le tenía a su pequeña y que la hacía querer detenerse de abandonarla en ese lugar tan peligroso, pero sabía que algún día el mundo entero sería igual de peligroso que un bosque para una niña de 5 años sola. Y sí, volvería... pero no como la pequeña pensaba. En realidad, volvería tres años después, cuando su preciosa reina fuera una peligrosa guerrera con un corazón sin sentimientos.
Y así fue, cuando volvió esperaba que su pequeña aun tuviera el cabello rubio, que su mirada gritara: "¡Mami, te extrañe!", que sus uñas estuvieran tan perfectas como el día que la dejo... que su bebé siguiera siendo una bebé. Pero cuando la volvió a ver se dio cuenta que solo en algo acertó: su mirada si gritaba "mami, te extrañe", pero esas palabras escritas en sus pupilas tenían más cianuro del que esperaba.
Su cabello rubio y liso ahora estaba enmarañado en extraños rizos y había cambiado a un color castaño ceniza que resaltaba sus ojos verdes y su nariz pecosa. Sus uñas estaban largas y rotas, formando una extraña sierra que había usado en muchas ocasiones. Sus dedos estaban repletos de callos y astillas, productos de todas las fogatas que aprendió a hacer y de los árboles que trepo para huir de depredadores... antes de que descubriera que ella era la verdadera depredadora y les dejara de tener miedo.
Muy dentro de esa armadura había una pequeña criaturita temblorosa, pidiendo a gritos que le quitaran ese traje de hierro que la lastimaba y que la envolvieran en dos brazos calientitos, como los que ella recordaba cuando era pequeña, cuando en las noches soñaba con un coco gigante que le quitaba su osito de peluche y al despertar su madre la abrazaba y le decía que todo iría bien. Pero tiempo después de que fuera abandonada, el monstruo de sus pesadillas se había vuelto ella misma.
Recordó el miedo que tuvo en ese momento cuando vio una camioneta roja entre los árboles y recordó todo, el miedo que tuvo a sentir. Se había esforzado por tener todo bajo control cada día de esos tres años, había aprendido a domar su hambre cuando su estómago se retorcía necesitando alimento, había aprendido a enfrentar sus miedos y que estos no la controlaran para poder enfrentarse a la muerte más de una vez, cuando esta se presentaba en forma de animales o de un clima hostil, se había obligado a dejar sus gustos y preferencias para sustituirlos por la necesidad... y para hacer todo eso tuvo que asesinar cada uno de sus sentimientos. No podía detenerse a sentir cuando los lobos la perseguían y ella debía detenerse a enfrentarlos, no podía detenerse a compadecerse de ella misma cuando no había comida por el clima, no podía detenerse a reír por los nervios cuando algo peligroso con oídos súper desarrollados iba tras de ella. Llegó el momento en que olvido lo que era vivir, lo que significaba esa palabra. Una palabra repleta de sonrisas y lágrimas, de raspones en las rodillas por caer de una bicicleta, de tomar un libro entre sus manos e imaginar las palabras, de baños calientes, de escuchar música relajante, de ver los amaneceres como oportunidades y no como torturas. Llegó el momento en que comenzó a existir solo por respirar.
Y cuando estaba acostumbrada a ello extraños destellos aparecieron entre los troncos y de una máquina que había olvidado bajó una mujer. La mujer que se encargaría de hacer que jamás volviera a sentir y a la que desde ese momento solamente querría por obligación. Su madre.
Ahora esa mujer ni siquiera respiraba y la chica ya no sabía si quería o no sentir. Su cabeza estaba repleta de tantos ruidos y texturas que poco a poco se volvían una sola cosa: furia.
Furia contra esa mujer, que era todo su mundo, aunque jamás lo habría aceptado en voz alta.
Siempre había sentido algo más hueco por ella, algo llamado odio. Un sentimiento que había llenado su mirada de aire, algo que la llenaba y la dejaba vacía a la vez. Y se había acostumbrado a esa sensación, a aferrarse a la nada, a que ese sentimiento la uniera a duras penas a sus otros trozos. Ahora estaba repleta de un universo que le quemaba las lágrimas, era como si dentro de ella hubiera un Big Bang, un extraño remolino que le perturbaba hasta las gotas que seguían resbalando por sus mejillas.
Y lo único que le tenía así eran las últimas dos palabras que su madre le había dicho: "mi pequeña".
Tal vez un "te amo" hubiera sido más melodramático, pero definitivamente no hubieran tenido ese efecto en ella.
Un "te amo" lo hubiera podido ignorar. Hubiera podido convencerse de que lo había dicho por obligación o tal vez por culpa. Pero su frase... "mi pequeña", le había demostrado que a los ojos de su madre aún era una niña, esa pequeña que necesitaba de abrazos y no de cuchillos. Y por segunda vez, se sintió como cuando era pequeña y veía que corrían los días, que el sol salía por donde mismo y la luna la observaba impasible desde el cielo, y la única súper heroína que conocía no volvía y Superman probablemente había olvidado como volar. Y volvió a pronunciar esa palabra: "mamá...", y volvió a llorar mientras la repetía, intentando aferrarse a algún trueno que esclarecía su mente y la hacía ver todos los monstruos que en ella habitaban. Volvió a estar sola, solo que esta vez para siempre.
Y también estaba toda la avalancha de información que le había dado su madre antes de que dejara de respirar. Le había dicho demasiadas cosas en poco tiempo que no le había dejado razonar, aún así... ella solo quería comprender la primera: No era humana.
Casi podía escucharla aún. Con el esfuerzo suficiente podía regresar el tiempo en su imaginación y ver a esa mujer entrar a la casa totalmente pálida, con su blusa empapada en sangre y una herida de bala en su costado.
Antara había estado sentada en la sala leyendo un manuscrito tan antiguo que incluso había perdido la perfección de la tinta y por ello algunas palabras quedaban a medias.
-Antara. Tenemos que hablar.
Ella elevó el rostro del libro y palideció ante la vista tan gráfica y sangrienta de su madre.
-¡Dios mío!
Se levantó y corrió a su lado para ayudarle a recostarse en el sillón junto a la puerta.
-Antara, escúchame bien.
-Mamá, tu herida... Carajo...
-Antara.
-No sé cómo curarte. Espera, iré por un médico al pueblo.
-¡Antara!
La chica dejó de hablar. Sus ojos verdes y su profunda mirada se agudizaron al ver cómo la sangre no dejaba de emanar entre sus dedos aunque seguía haciendo presión.
-Antara, tenemos que hablar. Ahora. Ya.
An sintió que el mundo la odiaba. Fue en ese momento de debilidad que lo supo: aún amaba a su madre. No podía odiarla porque al fin de cuentas... Era su madre...
-¿Ahora sí quieres hablar? -contestó llena de sentimientos-. Ahora, ¿No cuando realmente te necesité...?
-Antara, esto es importante, por favor...
-¿Qué yo no soy importante?
-An... Lo eres pero... -La mujer se dobló de dolor sacando más sangre por la herida y gimiendo por la pena.
-Dios, mamá... -se acercó con rapidez a ella y presionó en la herida buscando algo con qué parar el sangrado con la mirada.
-Antara, ambas sabemos que de esta yo no voy a salir, pero prométeme algo.
Antara sintió el pecho encogerse como una supernova convirtiéndose en agujero negro.
-Dime... -Susurró lastimeramente.
-Escuchame y no me juzgues... -Antara asintió y la mujer continuó con su discurso- Ellos... Ellos vienen, Antara. Vienen por su libro, pero no pueden tenerlo. Nosotras somos la barrera entre el fin del universo y la vida continúa de todos los que vivimos en él. Nosotros An, no somos humanos -La mujer tomó aire profundamente y siguió hablando con verborrea en vista que se le iba la vida-. Pertenecemos a una luna de un lugar tan lejano en el universo que dudo que los humanos con la tecnología que pueden crear lo vayan a encontrar nunca. Vinimos aquí para proteger al mundo y al universo de los Txen, ellos son unos extraterrestres bestiales cuyo único propósito es destruirnos, destruirlo todo, pero pueden detenerlos. Ve con tu hermano, está en P. Él sabe qué hacer... Él... Maldita sea... Él sabe qué hacer con el libro. Ellos buscan un libro.
Antara se elevo y dejo de presionar la herida de su madre sin darse cuenta.
-¿Hermano?, ¿Libro?, ¿De qué hablas, madre? Cuervos santos, no entiendo nada...
-Ant... -la mujer gimió una última vez-. Está ahora es tu guerra, mi pequeña...
«Mi pequeña»...
Su corazón se aceleró y sintió que podría morir cuando sintió más lágrimas correr por sus mejillas.
¿Cómo se tomaba toda esa información?
-¡Espera! No me dejes, ¡Carajo, mamá, no me dejes otra vez!
Y en un último suspiro, la vida de la mujer se marchó.
Desde ese momento, Antara no había dejado de llorar echa un ovillo al lado del cuerpo de su madre. La sangre ya había llenado toda la alfombra y algunas hormigas ya se habían trepado al cuerpo de la muerta para ver qué podían comenzar a llevarse.
«No puedes seguir así para siempre...»
—Claro que puedo.
«No... Lo sabes, ella te dió un propósito, hay que cumplirlo.»
—Ella no se merece que le obedezca nada. Sabes todo lo que nos rompió para llegar aquí y ¿ahora tengo que seguir mágicamente sus órdenes?
«Es nuestra madre... No podemos decirle que no a la familia... Hablando de, ¿Tenemos un hermano...?»
-No sé, y así se quedará.
-Pero...
-Vamos a morir de cualquier forma, ¿Por qué detener eso?
-¿Y morir sin haber peleado?
-¿Y qué?, ¿Somos algún personaje mitológico que nos haga dignos de morir obligatoriamente en batalla?
-No, pero, somos extraterrestres...
Antara calló la plática entre ella y su conciencia.
-Ja, te gané -murmuro su voz interna a través de los labios de Antara.
-No me ganaste.
"Cuervos santos... Tengo un hermano, no soy humana, de mí depende la vida del mundo... Espera, ¿Hay más mundos...?" Pensaba constantemente mientras el bosque fuera de su cabaña escondida comenzaba a alebrestarse junto a las emociones de Naara.
—Okay... tranquilízate –se ordenó ferozmente intentando enterrar sus sentimientos y dar paso a la razón –primero: No eres humana, acéptalo.
La naturaleza calló un momento, como si el universo intentara ayudarla a procesar la información. Respiró profundamente y se mordió el interior de las mejillas con fuerza para remplazar su dolor emocional con uno físico, cerró los ojos con fuerza y eliminó sus sollozos del ambiente. Intentaba calmarse con todas las técnicas que conocía, pero simplemente su corazón necesitaría más tiempo para dejar de latir desesperado. Apenas aceptó que no pertenecía a ese planeta, prosiguió con la información, ordenando cada tema para procesarlo y pasar al siguiente.
—Segundo, tienes un hermano —Miles de pensamientos cabalgaban como locos por su mente, pero ella les disparaba a los inútiles y dejaba vivos a los que le servían. Sin embargo, ese tema no era tan importante como el tercero: —Tercero... debes proteger un libro. Un libro que puede destruir el universo...
Respiraba por su boca lentamente, produciendo un pequeño silbido al exhalar de vez en cuando, lo que la ayudaba a concentrarse. De pronto se levantó rápidamente, tumbando la silla a su lado y junto con ella una mesita de vidrio que se quebró produciendo un estruendo, aun así, ella no se distrajo. Parecía actuar por inercia buscando con la mirada algo en que dibujar y apuntar sus ideas.
Encontró del otro lado de la habitación un trozo de madera y a su lado un cuchillo que le serviría perfectamente. Caminó sobre los trozos de vidrio y estos hicieron crujir la madera bajo ellos, sus gruesas botas se llevaron en las suelas algunos trozos pequeños incrustados en ellas.
Tomó la plancha y el cuchillo y comenzó a escribir desordenadamente sus pensamientos. Al final terminaron en extraños garabatos que si se lograban descifrar decían en orden algo así:
"Libro gris, buscar casa, pierna rota, teletransportación, lunas, nave negra, gravedad, universo, 3 días, alebrijes diabólicos, libro antiguo, museo, 700 años, coordenadas, mar, peces, vida, morir, hermano, computadoras, sociedad, tarjetas, documentos, mi pequeña."
Dejó de escribir cuando se le acabó el espacio y decidió que eso era suficiente, ahora debía clasificar las ideas por temas.
Se sentó en el suelo y afilo el cuchillo contra una pared en 7 movimientos rápidos y maestros sin dejar de ver la tabla de madera. Después tomo el cuchillo con fuerza y escribió en el suelo los 6 temas en los que se dividían sus ideas: Mamá, Libro, Viaje, Rescate, Sociedad y Hermano.
Bajo Mamá escribió: 700 años, pierna rota—cojeaba, teletransportación, luna—mundo, MI PEQUEÑA. Esto último lo escribió con una lagrima escurridiza resbalando por su mejilla apiñonada.
Bajo Libro escribió: Libro color negro, hojas grises, diseños blancos—rojos, Universo vida—muerte, museo Alighieri—sala Misterios, gravedad, alebrijes diabólicos y coordenadas.
Bajo Viaje escribió: 3 días, Tarjetas y Documentos.
Bajo Hermano solo escribió: computadoras.
Al final eliminó Rescate y Sociedad porque sus ideas correspondían también a Viaje.
Gruñó mientras se restregaba la cara con sus manos y después comenzó a hilar las ideas en voz alta, hablando con ella misma como si fuera dos personas: la que le ayudaría a comprender la información siendo ajena a la situación y la otra sería ella misma.
—Tu madre no era humana –comenzó hablando como si fuera la otra persona—era científica y nació en una luna al otro lado del universo hace 700 años. Cuando su raza encontró un libro enterrado cerca de un pozo se lo llevaron para que lo estudiara y unos días después llegaron unos extraterrestres a exterminar a toda la vida del lugar. Ella, su esposo, que también era científico, y 13 guerreros lograron escapar comprendiendo que debían proteger el libro.
» Tiempo después lograron abrir el libro y entendieron que tenerlo significaba conocer la forma de destruir el universo, que la raza que había intentado exterminarlos eran los Txen, unos alebrijes malvados que quieren eliminar todo lo existente. Entonces juraron proteger el libro cuidando que nadie lo tuviera.
» Todo iba bien hasta que un día una raza los atacó y se robó el libro. Entonces todos los sobrevivientes decidieron ir tras de los ladrones y robar el libro que les habían quitado, porque "ladrón que roba ladrón tiene 100 años de perdón". El problema al llegar es que los descubrieron y al intentar huir los habían matado a todos y solo ella había sobrevivido.
» De alguna manera se teletransportó hasta acá y enterró el libro, creyendo que si no lo tenía con ella los salvaría a ti y a tu hermano. Tiempo después los dos nacieron y gracias a alguna lógica retorcida decidió separarlos, criándolos de distinta forma, a él especializándolo con la tecnología y a ti en la guerra. Razón por la que a corta edad decidió abandonarte en el bosque, para que así aprendieras a sobrevivir sola, sabiendo que algún día el mundo entero sería igual de peligroso que un bosque para una pequeña. Mientras, todo el tiempo que se fue estuvo criando a tu hermano, enseñándole todo lo que sabía sobre ciencia y tecnología y aplicándolo a los pocos recursos que tienen los humanos.
» Volviendo al inicio de la historia, nadie debe tocar el libro y el lugar misterioso al que iba todas las tardes –porque todos los días a las 7 de la tarde, la mujer iba a un lugar secreto con la excusa de "cortar moras" con un cuchillo repleto de luces en el mango y su mirada turbada –era a donde lo había enterrado, verificando de esa manera que nadie lo encontrara. Todo iba bien hasta que hace algunos días descubrió que el libro no estaba en donde debería estar. Lo buscó y terminó encontrándolo en un museo especializado en antigüedades.
» Fue a buscar a tu hermano para que le ayudara a robar el libro y desaparecerlo, pero como él se negó decidió venir contigo y pedirte tu ayuda.
—¡El grandísimo problema es que se te ocurrió comenzar a morir en el camino, ¿Verdad, madre?! –dijo en su faceta de ella misma, como si el cuerpo aun tuviera vida y pudiera responderle—¿No se te ocurrió que necesitaría de ti en este momento? ¡No! ¿verdad? Solo te comportaste como la misma bruja sin sentimientos que fuiste siempre y justo cuando me dejas sola otra vez se te ocurre quitarte el sombrero y ¡Oh, sorpresa! Resulta que la bruja tiene sentimientos –una sonrisa cínica se formó en sus labios delgados –eres una completa... –se quedó unos segundos con sus manos crispadas al no encontrar un adjetivo correcto para la difunta. La desesperación que la asfixiaba escapó por su garganta y la hizo gritar desgarradoramente. Se levantó con rapidez y gracia de un solo salto y comenzó a caminar por la habitación en círculos, cualquiera que la hubiera visto hubiera podido haber jurado que era como una pantera hambrienta y enjaulada. Ella sola tornaba el aire en una sombra venenosa.
Miró por última vez al cuerpo y el ambiente tuvo unos segundos de calma, en los que ella tomaba una resolución y salía al patio a buscar las herramientas para comenzar con sus planes.
Tres horas más tarde la misma chica estaba sentada junto a su armario, sacando ropa de él y lanzándola a la cama sin cuidado. Varias maletas estaban apiladas en una silla junto a la ventana y solo una estaba sobre la cama, con el espacio suficiente para llevar toda la casa en ella y aun quedaría espacio.
Su cabeza, con sus cabellos pegados a su frente sudorosa después de haber enterrado a su madre, estaba repleta de planes que intentaba ordenar por importancia y efectividad. De pronto una luz se encendió dentro de ella y se dio cuenta de algo demasiado importante que había estado olvidando: No tenía nombre. No realmente.
"Antara" era un nombre que le había dicho su madre muy pocas veces y con el que había tenido muchos problemas en la ciudad, dónde su madre la había abandonado más de una vez a su suerte, por ello no quería usarlo.
Se levantó y fue a la repisa con pocos libros que tenía, buscó en las páginas los nombres de las personajes y encontró uno que le sonaba bonito: Naara. Miró por la ventana mientras intentaba asimilar su nombre con su físico. Parecía sí quedarle...
Las hojas de los árboles se movían hacía todos lados, se acercaba una lluvia torrencial y ella debía apurarse si no quería retrasarse, pocas veces había visto que una lluvia durara menos de 2 días enteros y aún si eso pasaba la tierra se aflojaría y no podría llevarse la camioneta.
Cerró el libro un poco más fuerte de lo que quería y lo lanzó a la cama, tomó todos los demás ejemplares y los volvió a lanzar a la esquina del colchón.
***
Habían pasado unas horas desde que la casa se había quedado sola y aun así se sentía como si sus dueños fueran a regresar.
El aire de la cocina tenía olor a mostaza y un poco a pan tostado, las ventanas habían sido cerradas con fuerza después de que cocinaran en ese lugar, por lo que el olor de los sándwiches que se habían preparado ahí no había tenido tiempo de escapar. En la chimenea, algunas llamas seguían bailando elegantemente dando calor a la sala en donde se encontraba. La luz del sol entraba por las ventanas, les daba cierto tono alegre a las habitaciones que aún se sentían como si un remolino hubiera pasado por ahí.
Sin embargo, nadie volvería. Una de las dueñas del lugar estaba muerta y la otra le guardaba odio a ese bosque.
Unas cuantas gotas cayeron del cielo, comenzando así una tormenta que duraría 2 días y medio y sumiría al lugar en una extraña tristeza, como si con esas gotas la casa comprendiera que se quedaría sola y no debía esperar a nadie.
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