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Capítulo 17. Todas las grandes peleas se dan en Paris.

Nave tras nave se desprendía de la pirámide que se formaba en el cielo.

Naara intentó mirar hacia dónde correr o cómo ayudar cuando Marco llegó a su lado y la jaló junto a él para correr detrás de los guerreros que comenzaban a disparar a los Txen enemigos que caían a la Tierra.

–¿Qué esto nunca se acaba? –lo escuchó gritar mientras se agachaban para poder ponerse a salvo detrás de un grupo de sus aliados.

-Tomen, ayúdennos a parar esto –dijo una mujer que parecía cruza de humano y felino entregándoles una pistola a cada uno.

Marco tragó saliva, nervioso. Jamás en su vida se había puesto a pensar que alguna vez estaría en las primeras líneas de una lucha extraterrestre.

Naara se acomodó y comenzó a disparar con maestría a cada Txen. Adoraba que a esas nuevas armas que la mujer les había dado no se les acabaran las balas de luz tan pronto como las que los Txen tenían.

–¡Naara! –gritó Carlos a sus espaldas mientras les hacía ademanes para que se acercaran a su posición.

Kárat seguía disparando a los Txen que se acercaban. Los cuerpos tocados por las balas de su arma brillaban por unos segundos antes de desaparecer.

Naara y Marco lograron, entre las balas disparadas por ambos bandos, llegar al lado de Carlos quien seguía haciendo cálculos en una libreta que lucía más vieja que el mismo libro que seguían tratando de proteger.

–Necesitamos llegar a un cuarto en el sótano del museo, ahí está la llave del libro según me dijo nuestro padre, solo necesitamos abrirlo y dárselo al Txen Ziro para que él detenga esto. No sabemos realmente como disparar las armas de ellos, así que nuestro padre nos acompañará. Seremos solo nosotros, los demás se quedarán defendiendo el museo para darnos más tiempo. ¿Pueden venir con nosotros?

–Sería una estupidez que me quedara aquí después de todo –mencionó Marco agachándose una vez más cuando un rayo de luz pasó sobre su cabeza.

–Vamos –mencionó Carlos a su padre en un grito para hacerse escuchar sobre el ruidajo que se producía por la batalla y se agachó a tomar la mochila con el libro colgándosela y sosteniéndola con firmeza.

El padre de Naara y Carlos los miró de una manera tiernamente orgullosa y se reacomodó listo para correr.

–Cuando les diga, corran a la puerta, los iré cubriendo.

Como si el Universo se acoplara a ellos, unos truenos retumbaron en el cielo mientras las ramificaciones de luz de los rayos se hacían presentes en la lejanía. Parecía que la naturaleza siempre sentía lo mismo que Naara, ya que en su interior se formaba una tormenta de miedo, ira y orgullo.

–¡Ya! –Gritó su padre y los chicos corrieron hacia el museo.

–¡Sabritas, guíanos! –Cumpliendo la orden, Sabritas se separó del hombro de Carlos y se adelantó en su vuelo, guiando al grupo de chicos mientras Kárat se mantenía a sus espaldas disparando a los Txen enemigos que se acercaban a ellos.

Serpentearon con sus corazones gritando dentro de sus pechos, parecía que cada latido era el golpe de un tambor en el pecho de cada uno. Los pasillos quemados igual que las salas de arte los rodeaban en su travesía mientras los Txen detrás de ellos les disparaban con maestría. Estatuas de cadáveres humanos quedaban en pie en medio de las exposiciones, con sus rostros petrificados en gestos de pánico justo como debieron haber sido sus últimas expresiones antes de terminar siendo víctimas de las balas de los Txen cuando horas atrás habían llegado a esa ciudad

El camino parecía interminable. Los restos de muerte y destrucción se hacían más grandes junto a las puertas de salida, donde grupos amorfos de cadáveres se amontonaban intentando huir aun en su muerte de aquel lugar.

Sabritas dio vuelta en una esquina y los chicos con él, sin saber que en esa vuelta se estamparían con un grupo de los cadáveres humanos que, con el golpe de los chicos, se desharía en tierra oscura que se pegaría a ellos, mientras Carlos, Naara, Marco y Kárat caían por las escaleras que conducían al sótano donde estaba la llave.

En cuanto pisaron suelo, se levantaron prontamente y miraron todo a su alrededor.

La sala se veía descuidada. Artefactos prehistóricos se veían por todos lados, aunque ninguno parecía llamar la atención de Kárat.

–¿Cómo es la llave? –preguntó Marco mientras recorría con la mirada todos los escritorios a su alcance, igual que sus compañeros.

–Es una llave igual que las humanas, pero esta tiene un ojo de fuego en su agarre junto con alas como las que tienen los Txen.

–¡La encontré!

Las cuatro cabezas se giraron hacia Sabritas que señalaba una caja fuerte sobre una mesa oxidada.

La pequeña libélula se posó en el candado de la caja y dio unas cuantas vueltas de un lado a otro hasta que la puertecilla se abrió dejando ver una llave cuya gema en su agarre se incendiaba como si fuese un ojo de fuego.

Kárat tomó la llave y la echó en su bolsillo, mirando hacia la puerta como si esperara que alguien entrara por ese lugar.

Naara lo notó y se colocó al lado de su padre, protegiendo detrás de ella a los dos chicos que cayeron en cuenta tarde de lo que la chica y el hombre hacían.

Una granada cayó por las escaleras y explotó en cuanto tocó el último peldaño, lanzando por los aires a los que esperaban la entrada de algo más.

El arma de Kárat se zafó de su agarre y cayó junto a las escaleras, justo cuando un Txen enemigo entraba y miraba con felicidad los cuerpos que yacían en el suelo. Parecía disfrutar de haberlos dejado casi muertos. El extraterrestre se acercó al cuerpo inconsciente del hombre y buscó en sus bolsillos hasta encontrar la llave. Sus alas se movieron con orgullo mientras elevaba la cabeza y dejaba salir un aullido que fue respondido por más aullidos en todo el edificio.

Habían ganado una vez más.

Al menos eso creían cuando un rayo de luz hirió la espalda del Txen y lo convirtió en una estatua de arena negra que se derrumbó cuando Marco lo pateó quitándole la llave de su mano.

Debía admitir que era mil veces mejor matar extraterrestres en la vida real que en sus videojuegos.

Se acercó con rapidez a los cuerpos que seguían sin mostrar señales de vida y sostuvo su herida en el costado izquierdo.

Tal vez el Txen enemigo había tenido mala puntería, pero la granada que había caído cerca de él no le había causado alguna herida en un lugar que fuera grave.

Buscó heridas en sus compañeros y notó que efectivamente ninguno tenía alguna que se viera de mayor gravedad a algunos leves rasguños, resultados del golpe que se dieron después de la explosión de la granada.

–¿Dónde está la llave? –pronunció entre tosidos Naara despertando primero que los demás.

–La tengo yo. Tranquila.

–¡La llave! –tartamudearon a la vez Kárat y Carlos quienes despertaron al mismo tiempo alarmados, mientras rebuscaban en la habitación el pequeño objeto y Marco sacudía en su mano lo buscado.

–Aquí la tengo, pero tenemos que irnos antes de que vengan más de esos animales.

–¿Dónde quedó mi arma?

Kárat se incorporó y se quejó al apoyar su pierna. Volteó a verla y maldijo al darse cuenta que se veía levemente rota. El hueso aun lograba sostenerlo, pero se hallaba en una posición amorfa que apenas si se veía sobre el pantalón del hombre.

Carlos pasó un brazo de su padre sobre sus hombros y lo levantó con cuidado.

–Te puedo llevar si me ayudas con tu otra pierna. Anda, vamos.

–De acuerdo... Gracias.

Retrasándose por la carga del padre de los chicos que cojeaba tratando de no quejarse, subieron las escaleras y salieron por la primera puerta de salida que encontraron.

Los aullidos de los Txen se extendían cada vez más por la ciudad. Entre las calles, el viento de tormenta elevaba las hojas otoñales y le daba un aspecto de escenario de película de terror a los barrios por los que pasaban los chicos y el hombre, deteniéndose en cada esquina a observar si algún Txen enemigo pasaba por ahí o si los aullidos no se escuchaban peligrosamente cerca.

Parecían ir en círculos cuando a lo lejos miraron a sus guerreros continuando con la defensa del museo.

–¡Hey!

Ziro volteó a verlos y con un grupo de 5 guerreros más se acercaron a ellos. La mujer gigante se echó sobre el hombro a Kárat y todos corrieron a la zona más protegida por sus aliados.

–¿Dónde está la llave?

Marco buscó en su bolsillo y sacó la llave dándosela con nerviosismo al sentirla.

Ziro abrió el libro y lo miró con preocupación.

–No puede ser...

­–¿Qué pasa? –preguntó Naara viendo el libro y temiéndose lo peor.

–No entiendo este idioma, no es el de mi especie –Dio una vuelta al libro como queriendo confirmar algo que no creía que fuera posible. ¿Se habían equivocado de libro?

-Maldita sea –susurró Marco mientras se frotaba la cara sintiendo ya la muerte tocar a su puerta. Iba a morir. En verdad ese era su último día de vida en la Tierra.

«Papá, espero me estés esperando donde quiera que estés.»

–¡¿Cómo que no es el de su especie?! –casi chilló Carlos a punto de entrar en pánico. No podía dejar de ver cómo la horda de Txen enemigos crecía y se volvía más grande en comparación a los ¿100?, ¿150? guerreros que luchaban de su parte.

Los tres chicos se asomaron a ver el libro como si con ello fuesen a cambiar ese desafortunado suceso y Naara frunció el ceño al notar decenas de palabras comprensibles para ella. Eran exactamente iguales a las palabras usadas por los libros que su madre y ella habían escrito como juego juntas, creando un idioma que Naara creyó era nuevo, pero que en ese momento se percató de que no era así. Su madre la había preparado para ese momento y no pudo evitar sentir la contradicción de odiarla y amarla por ello.

–Yo le entiendo, dime qué tengo que leer, o qué debo hacer –Naara arrebató el libro de las manos de Ziro y dio una hojeada rápida al manuscrito.

Se sorprendió mientras más palabras encontraba y entendía. Hablaba sobre la creación de todo lo existente y sobre cómo volverse en el controlador de todo lo que en el universo existía.

–Se supone que debes leerlo y con ello todo lo existente te pertenecerá y podrás gobernar sobre ello. Por ello alguien que fuera Txen debía leerlo, pero... No es nuestro idioma, no lo entiendo, no...

«¿Todo pertenecerme? No puedo con eso...» La conciencia de Naara por fin hablaba como ella. Se sentía como una niña aun, no como una especie de Diosa capaz de controlarlo todo.

–Carlos... Dime qué tú puedes leer esto...

Carlos se asomó al manuscrito y su cara se convirtió en una mueca arrugada cuando intentó leer lo que en él había.

–No, te juro que no le entiendo nada.

Naara suspiró temblorosa.

No quería ser la última esperanza del mundo y la humanidad, pero parecía que esa era la única verdad en ese momento.

La certeza de que era ella la que debía salvar ese mundo, acabar con esa guerra, que debía ser ella y en ese momento; le nubló la razón.

Carraspeó y se esforzó por que sus nervios no la dominaran y volvieran doble su vista. Poco a poco fue leyendo el manuscrito y poco a poco el mundo demostró que caía en su poder.

Primero fue la tormenta, que de manera antinatural se tornó agresiva dentro de su calma. Los truenos resonaban entre los callejones como si respondieran al llamado de lo que ella iba pronunciando.

Luego, fue la lluvia. Las gotas comenzaron a elevarse en vez de caer y volvieron a las nubes que comenzaron a disipar el cielo cuando en el ambiente no quedó una sola gota.

Después, fue la tierra. Como si el suelo fuera un gato en los pies de su amo, suaves temblores surgieron bajo ellos e hicieron chillar las alarmas de los autos.

Y al final, fue todo lo que pudiera tener vida.

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