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Capítulo 16. "¿Quién falta?, ¡¿El perro?!"

La luz de una puerta que se abría a su izquierda iluminó un poco más la habitación y Carlos jaló a los dos chicos hacia atrás de él mientras se ocultaba con ellos en un hueco de la pared rugosa a sus espaldas. Naara pensó en lo gracioso que era aquello: el que más se petrificaba por el miedo actuaba como si quisiera ser su escudo.

En la pared que se visualizaba frente a ellos, dos sombras que parecían humanas se dibujaron y junto a sus voces desaparecieron hacia el otro lado del pasillo fuera de la sala, fundiéndose con la sombra a su alrededor. Naara sacó su cabeza del hueco en la pared y con cuidado se acercó a la puerta para confirmar que no hubiera nadie en el pasillo. A lo lejos del corredor notó como dos personas con cabellos de plumas seguían su camino platicando entre ellos. Volvió a esconderse en la cavidad junto a los chicos y se inclinó a desabrocharse su cuchillo preferido escondido en su botín izquierdo.

–Ya vuelvo –dijo y salió del escondite.

Antes de que Carlos o Marco pudieran rechistar, la chica se fue caminando como si fuera la reina del lugar.

–¿A dónde carajos fue? –preguntó Marco mirando a Carlos como si él supiera más que él.

–No tengo idea...

-¿Y ahora qué hacemos?

-Debemos salir a explorar, tal vez aquí haya algo para destruir el libro...

-Tienes razón.

Carlos miró en su derredor y encontró unas cuantas pistolas colgadas como exhibición en la pared al otro lado de la habitación. Caminó hacia ellas y después le extendió una a Marco.

-Toma, por si encontramos algún Txen en el camino.

-Gracias.

Y salieron en busca de la destrucción del libro.

*****

Naara caminaba por los pasillos sosteniendo con fuerza el cuchillo afilado en su mano, como si fuese la mejor arma en contra de cualquier extraterrestre que se le cruzara en el camino. Sus pasos suaves y decididos la guiaban entre las habitaciones mientras buscaba algo que la ayudara a acabar con los Txen.

Si el libro no podía destruirse, ¿por qué no destruir en su lugar a quienes lo buscaban?

El pasillo se tornó helado de manera rápida y notoria al mismo tiempo que una habitación algunos pasos delante de ella se iluminó dejando ver sombras de Txen acercándose al pasillo por el que ella transitaba. Sostuvo con fuerza el cuchillo y aunque sintió una oleada de nervios anudar su estómago con fuerza, no se amedrentó.

-¡Tse ildrae ku!

Dio vuelta hacia donde escuchó el grito de una voz femenina ronca y encontró a una rara especie de mujer pulpo con cuatro piernas señalándola.

Una garra en su hombro le dio la vuelta y Naara atacó sin pensarlo dos veces.

Una bala dio en su pierna y Naara gritó de dolor. ¿Por qué no podía ser todo más fácil, maldita sea?

Un Txen la miraba con odio mientras se descolgaba el arma para dispararle. Naara aprovechó su pequeña estatura y pasó por debajo de las piernas del alien, tomando su arma y disparándole en su lugar.

La mujer pulpo por su parte le señaló con su arma propia y Naara se dio cuenta que estuvo a punto de dispararle cuando escuchó la voz de Carlos gritar.

-¡El libro!, ¡Atrapa el libro!

¿Y ahora qué pasaba con el maldito libro?

*****

Toda la nave estaba cargada de una densa oscuridad que los asfixiaba. Marco no podía evitar pensar que todo se sentía como un videojuego. Un suicida y peligroso videojuego que le causaba escalofríos, pero un videojuego, a fin de cuentas.

El arma en sus manos se sentía pesada. No tenía idea de cómo dispararla, pero tenerla en sus manos lo hacía sentir a salvo.

Carlos iba al frente, mirando alerta siempre a la siguiente habitación como si en cada puerta fuera a estar la respuesta a lo que buscaban.

De la nada, una habitación a lo lejos se encendió y mostró las sombras de varios Txen en la pared frente a su puerta.

Marco se preparó para la guerra por si esta llegaba antes de lo que él quería y se aseguró de tener bien asegurada la mochila con el libro. Carlos, por su parte, comenzó a dar pasos mas lentos. El miedo ya comenzaba a hacer estragos con su mente pero su poco raciocinio sobreviviente se aferraba a ayudarlo a encontrar formas de huir si era necesario.

Los pasos de ambos chicos se volvieron mas precavidos, sus latidos fueron tambores marcando los momentos antes de la acción, sus respiraciones se volvieron mas suaves, como si el mas mínimo ruido de parte de ellos los fuera a delatar. Marco se adelantó a Carlos y se garantizó de que el arma en sus manos estuviera bien colocada. No parecía ser muy diferente a las armas de la tierra: tenía un gatillo, doble cañón, empuñadura sencilla y un cargador tibio que ronroneaba como si produjera las balas suficientes para disparar.

–Ten.

Le dio la mochila a Carlos y se adelantó aun mas cuando los Txen salieron del cuarto en el que estaban y caminaron hacia el fondo del pasadizo ignorando que había dos extraños en su nave.

De la nada, la nave completa se enfrió y la mochila en el hombro de Carlos cayó al suelo, se agachó para tomarla pero como si fuese llamada por un imán, comenzó a deslizarse por el suelo.

Marco apenas la veía pasar a su lado cuando el libro se escapó de la mochila y comenzó a levitar siendo atraído por algo desconocido.

–¡Se escapa el libro!

Marco extendió la mano para tomarlo pero el escrito se movió más rápido, Carlos le siguió cuando el chico salió corriendo detrás del libro.

–¡Eh, ustedes!

Los gritos de varios extraterrestres corriendo detrás de ellos los hizo correr con tal velocidad que parecía que sus pies ni siquiera tocaban el piso.

Marco se detuvo de correr y dio vuelta para dispararles a cada uno y, al notar que los había herido, continuó su recorrido detrás de Carlos que ya comenzaba a llorar de pánico.

Iban en el quinto pasillo corriendo como si su alma se fuese en ello mientras perseguían al escrito cuando una alarma estruendosa sonó por toda la nave.

«Maldita sea, vamos a morir» pensó Carlos mientras veía cómo Sabritas se desprendía de su muñeca y se acercaba más y más al libro que parecía perder velocidad mientras se acercaba al último cuarto del nuevo pasillo por el que corrían.

Una explosión retumbó en el siguiente pasillo que pasarían si no se hubieran detenido a tiempo y una mujer con cuernos retorcidos y 4 piernas voló por los aires hasta que golpeó la pared detrás de ella. El arma que parecía tener atorada en la mano se soltó cuando la mujer cayó al suelo y con dificultad se incorporó de nuevo.

Marco tomó el arma y como si supiera cómo usarla la acomodó en sus brazos.

–Es al revés –dijo una voz masculina detrás de ellos y cuando Carlos volteó volvió a petrificarse.

Otro de los Txen estaba detrás de ellos, con un grupo de seres humanoides que les apuntaban con armas que se veían mil veces más sofisticadas que la de Marco.

–¡Suéltame! ¡Te juro que te voy a matar si no me sueltas en este momento!

Naara se acercaba gritando siendo custodiada por dos mujeres que lucían demasiado gigantes para ser humanas. La aventaron junto con los chicos y después volvieron al lado de la mujer de 4 piernas.

–Vaya que sabe dar problemas... –mencionó la mujer sonriendo como si le diera gracia.

Naara la miró de manera asesina y después volteó a ver a sus acompañantes.

Carlos fue el primero en darse cuenta del error de aquella distracción.

–¿Dónde quedó el libro?

–¡¿Lo perdieron?!

–¡Se deslizó solo!

–¿Este libro? –Naara, Carlos y Marco voltearon hacia el Txen que lucía ser el líder de todos en ese lugar y Naara gruñó viendo el libro que la había traído hasta ese lugar en las manos del monstruo.

–¿Qué te parece si me das ese maldito libro y nos dejar ir por la paz?

El Txen movió sus alas como si le divirtiera y asombrara la forma de ser de la pequeña que él consideraba humana.

–Déjame lo pienso un momento... nah. Ahora, ustedes nos dirán qué están haciendo en nuestra nave y lo harán por la paz antes de que los matemos.

–Oh, como si eso hiciera que contestarte fuera algo que me alegrara por la recompensa a cambio... ¿Qué te parece la respuesta "No tenemos ni idea y a ti ni siquiera te importa, ¿estúpido monstr..."?

–Bien, bien. Relajemos el ambiente.

Un hombre que lucía mucho más humano en comparación a las otras criaturas de aquel pasillo salió del grupo detrás del Txen sosteniendo una libreta en sus brazos.

Carlos buscó en él alguna señal de que era algún extraterrestre –un cuerno, una cola, más de 5 dedos en las manos, algo–, pero mientras más lo observaba en su estómago más se formaba un nudo que apretaba sus nervios cada vez peor.

El hombre no despegaba la vista de su libreta, parecía tener los misterios de la humanidad y del universo en sus manos, pero Carlos rogaba que dejara de leer lo que había en ella y volteara a verlo para comprobar lo que pensaba.

–Entonces, me presento. Mi nombre es Kárat y soy el líder de esta nave. ¿Ustedes son...?

«Carajo...» pensó Carlos viendo la cicatriz en la mejilla derecha del hombre.

Naara también lo pensó. No por saber que esa cicatriz les pertenecía solo a sus padres, sino porque se dio cuenta que ese hombre era la viva imagen de ella, pero en masculino.

El hombre lo pensó igual, y al ver la cara de Carlos rogó al infinito que no fuera cierto.

«Todos murieron... Todos murieron, estoy seguro... ¿O tal vez ella sobrevivió?» se repitió en su mente como una plegaria a las estrellas.

–¿Soy el único que siente que se pierde de mucho en este lugar? –cuestionó Marco al aire. Los segundos pasaban y los tres seguían sosteniéndose las miradas en silencio.

–¿Papá? –preguntó Carlos sin saber realmente qué decir.

El hombre los miró mientras sus ojos se inundaban en lágrimas.

–¿"Papá"? –dijo Naara mirando hacia su hermano.

¿Qué no podía encontrarse con sus familiares de forma bonita?

«Estamos en el fin del mundo, no creo que vayas a poder conocer a tus familiares de manera civilizada» le respondió su conciencia al pensamiento que rondaba por su cabeza como un ejército de abejas furiosas. En serio, ¿por qué no todo era más sencillo?

«Pero, es que... ¿Quién falta? ¡¿El perro?!"»

Kárat estaba en el trance de sus recuerdos. No podía dejar de ver en su memoria aquella última vez en la que había visto a su esposa. Habían pasado miles de años en el Universo donde no había dejado de reprocharse a sí mismo el haberla dejado por salvar un estúpido libro. Y ahora, no podía dejar de ver en Naara todos los rasgos que su adorada Kzirie poseía declamándola como la Reina de su planeta.

Sus palabras se atoraron en su garganta, no tenía forma de expresar todo lo que quería decir, los sentimientos se le removían sin saber qué hacer.

¿Los abrazaba?, ¿Se quedaba dónde estaba?, ¿Qué carajos podía hacer?

–Soy Carlos... Ella es Naara... y él es Marco... –Los presentó el chico–. Y si la lógica no me falla, tú eres nuestro papá...

Carlos quería llorar de la emoción. No había dejado de pensar jamás en cada cosa que su madre le contaba acerca de la especie de la que venían. Sobre todo, siempre había amado las historias donde su padre era el protagonista.

"Papá"... pronunciar esa palabra ante su progenitor le erizaba los vellos. En verdad al fin conocía a su papá...

–¿Él es su papá?

Marco estaba peor que confundido que al inicio. ¿Qué demonios pasaba con esa familia rara?, ¿Acaso las sorpresas no se acabarían nunca?

–No –sentenció Naara de manera tajante.

–Sí... –La contradijo Carlos mirándola como si quisiera regañarla con tan solo la mirada.

Naara miró furiosa a Carlos. Ella no tenía padre. La mujer que la había dañado tanto en su vida no había sido nunca una madre para ella y no iba a aceptar que aquel desconocido era su padre como si realmente hubiera deseado alguna vez tener un padre.

Bien por él si él quería aceptar la idea de que un desconocido que era inusualmente igual a ellos era su padre. Por ella que todos se fueran al diablo.

Lo único que ella quería era descansar... ya estaba harta en más de un solo sentido.

Por fin el hombre carraspeó y salió de su entumecimiento mientras volvía a dar una leída rápida a su libreta y después la guardaba bajo su axila.

–Discúlpenme, no tiendo a quedarme en blanco normalmente... Es solo que... realmente creo que... soy su padre, aunque nunca nos habíamos visto antes...

–Pero...

–Es una larga historia, pequeño... ¿humano?

–Yo sí soy humano, señor, y le juro que no sé qué hago aquí y mucho menos sé qué pasa.

I feel u, bro –dijo el Txen que seguía jugando con el libro en sus manos.

–Ah, gracias... Creo... –Marco no podía dejar de pensar en la siguiente cuestión: ¿Qué rayos estaba haciendo hablando con uno de esos alienígenas que quería destruir su mundo y el universo?

–Es una larga historia –repitió el hombre mientras intentaba esconder la emoción que le daba ver a sus hijos en ese momento. En verdad eran reales, en verdad estaban ahí. Ella realmente había sobrevivido–; eh... ¿Carlos... podrías decirme qué pasa y por qué están aquí?

–¿Realmente eres nuestro padre? –preguntó Carlos esperanzado. Todo se lo confirmaba, pero una pequeña parte de él no quería aceptar que ahí, frente a él, estaba el héroe de todas las historias que su madre le había contado desde niño –. Es decir... Tu... Tu esposa, se llamaba Kzirie, proveniente de Lura, ¿No es así?

Kárat volvió a quedarse en blanco. Sus ojos se llenaron de lágrimas cuando Carlos confirmó sus pensamientos con aquellas afirmaciones.

–Ella es mi gran amor... ¿Dónde está?, ¿Qué pasó con ella?

–Emm... –Carlos no sabía cómo decírselo. ¿"Ya no está con nosotros" era una buena opción?

–Está muerta. No te preocupes, al menos tuve la oportunidad de enterrarla.

Naara no parecía poder ser más amable. Toda ella estaba hecha un caos destructivo por dentro. Por Dios, ¿Universo, por qué no me das un momento para procesar todo? ¡¿Por qué?!

–Nuestra madre nos encargó proteger el libro en la Tierra para que los... Txen... no lo tuvieran jamás –agregó de una manera más seca aún.

–Sigo sin creer que mi especie sigue traumada con ello... –Respondió el Txen que había frente a ellos, de una forma que sonó a que se sentía decepcionado de pertenecer a su misma especie.

Naara elevó la cabeza a modo orgulloso.

–Tu especie está destruyendo nuestro planeta.

El Txen resopló entretenido.

–¿No es lo mismo que los humanos están haciendo? –Dejó caer su pecho hacia adelante como si fuera un humano inclinándose para decir un secreto demasiado importante–. Mira, pequeña, lo que nosotros queremos hacer es destruir todas aquellas especies que han perdido su derecho de continuar reinando sus planetas. Traemos paz al Universo salvando los mundos que están siendo destruidos por sus especies dominantes. Tómalo como quieras, pero si no lo hacemos el Universo entero se habría acabado desde hace mucho tiempo por todos aquellos que solo saben destruir sus hogares que nosotros mismos les hemos regalado.

–¿Qué ustedes nos han regalado? –Marco cuestionó mirando al Txen confundido.

–Sorpresa, pequeño humano terrestre, nosotros llevamos a los primeros humanos a vivir en tu planeta. Somos nosotros quienes plantamos a su raza en la Tierra. Si deseas verlo así, prácticamente somos sus creadores.

–Demasiada información por un día –murmuró Marco cansado y dando unos cuantos pasos atrás de manera lenta, como si el destino lo hubiera golpeado en el pecho y lo hubiera derrotado.

El Txen sonrió entretenido y miró el libro en sus manos.

–No todos somos asesinos como se cree de mi especie. Algunos solo queremos ayudar a las especies descarriadas a volver al papel que deben desempeñar. Solo que los pacíficos somos pocos y en nuestra especie nos ven como traidores, así que, al final terminamos uniéndonos a esta flota de "reformadores" –Sus labios animales se tornaron en una sonrisa ladina que dejó ver una dentadura de sólo colmillos. Parecía despreocupado de todo el caos que estaba sucediendo en el mundo.

–Nos queda poco tiempo como para que les des una lección de historia intrauniversal, Ziro –La mujer de las cuatro piernas caminó hacia el Txen y le quitó el libro de las manos–. Debemos abrir esto antes de que tu especie nos encuentre y tengamos que armar una nueva guerra como la última vez.

–Oh, vamos, ¿Me dirás que no te divertiste matando a todos esos Txen anticuados?

–Esto es serio, Ziro, dame la llave para abrir esto.

El Txen –que parecía responder al nombre de Ziro – hizo una seña hacia los demás humanoides que lo acompañaban y esperó un segundo.

–¿Qué pasa?, ¿Dónde dejaron la llave?

Naara sintió un mal sabor en su boca como si presintiera lo que ocurriría.

–No la tenemos...

–No me... ¡¿Cómo que no la tienen?! –preguntó alarmado Ziro y dio una vuelta para ver a sus acompañantes.

–¡La estamos buscando!

Los chicos se vieron ajenos en el pasillo cuando todos los que en él estaban presentes comenzaron a moverse rápidamente de lado a lado sacando pantallas táctiles en las paredes. Los comandos eran tecleados rápidamente a la vez que gráficos iban y venían en las pantallas.

Kárat se acercó a ellos y los jaló a un lado para darles espacio a los hombres y mujeres que se apresuraban cada vez más entrando y saliendo de los pasillos a su alrededor.

–No puedo creer que al fin los encuentro....

–¿Dónde estuviste todo este tiempo? –preguntó Carlos nostálgico. Por fin su familia estaba completa.

Naara se preguntó lo mismo de manera molesta. Tal vez nada de lo que había pasado hubiera sucedido si él no los hubiera abandonado.

–Salvando el universo de los Txen enemigos... Este no es el único mundo que han querido destruir, después de todo.

–Parece que salvar el mundo es más importante para ustedes que su propia familia –murmuró Naara sintiéndose traicionada.

–No es eso, querida, es que...

–La encontramos –interrumpió la mujer de las cuatro piernas–. Está en Francia, específicamente en Paris.

–¿Qué carajos hace allá?

–Ahí está el museo Alighieri... –murmuró Carlos mientras intentaba hilar las conversaciones que le llegaban.

–Tenemos que encontrarla ya. Todos muévanse. ¡Ya!

Kárat se acercó nuevamente a sus hijos y al humano y los miro nerviosamente.

–El libro que tenemos no sirve de nada si no tenemos la llave para abrirlo. Lo encontraron...

–En París, sí. Los escuché –dijo Carlos mirando a todos moverse–. Creo que sé dónde está específicamente y sé cómo llegar a ese lugar en este momento, solo necesito saber en qué coordenada estamos y podré llevarnos allá en menos de un segundo.

Kárat llamó a Ziro y a una de las mujeres gigantes que habían traído a Naara cargando.

–Traigan consigo a sus mejores guerreros, iremos a la Tierra por esa llave para volver acá después. Carlos nos llevará.

Ziro y la mujer se alejaron mientras Kárat se llevaba a los chicos a una capsula de la nave.

–Las coordenadas están en el mando de aquel lado, Carlos –El hombre señaló una esquina que se iluminaba constantemente con distintos colores y se alejó con su hijo mientras Naara y Marco se acercaban a una ventana por la que se veía el planeta Tierra en su esplendor. Estaban de un lado que parecía ser de día, aunque a lo lejos se lograban divisar las luces de las ciudades por la cercana noche.

–Lamento haberte traído hasta aquí... –dijo Naara mientras suspiraba viendo el mundo que había sido su hogar durante toda su vida.

–Supongo que ya no importa –murmuró Marco de manera distraída. Miró a Naara y sonrió de lado restándole importancia a todo –. Vamos, que si al menos logramos sobrevivir podré contarles una historia genial a los sobrevivientes, ¿No?

Naara sonrió de una manera tierna y volvió a mirar a la Tierra.

–Lo que dijo ese... El Txen. Tiene sentido, ¿sabes? Si ellos no paran con lo que los humanos están haciendo a su planeta, ellos lo acabarán tarde o temprano.

–Sí...

Entre ambos se instaló un silencio que pareció incómodo.

–La verdad –dijo Naara–, visto desde ese punto de vista hasta dan ganas de ayudarles a su conquista, ¿No?

–Sí...

Naara mordió su labio pensando de una manera tan rápida en todo, y como era tanto ese "todo" al final no pensó en nada.

–¿Has pensado en qué pasará después de esto? Es decir, es posible que muramos en esto, o es posible que sobrevivamos y entonces... ¿qué? No sé, es estúpido, pero... No sé qué voy a hacer en ninguna de las dos opciones...

Marco sonrió enternecido y con sus nervios floreciendo en sus manos tomó la mano de Naara y le dio un ligero apretón.

–Creo que, la verdad, es más importante enfocarnos en sobrevivir y luego podremos pensar en qué haremos después.

Naara elevó su mirada hacia la de Marco y para él, pudo jurar que vio a la primavera latir en cada línea que parecía imposible y que dibujaban el iris de la chica.

–Sí, tienes razón...

Ambos sonrieron y miraron hacia atrás cuando un pequeño ejército entró a la capsula.

–Estamos listos –mencionó Ziro acompañando a la mujer gigante y a la de cuatro piernas.

–Por favor todos sosténganse con fuerza, esto va a ser algo brusco.

Naara buscó con la mirada algo de qué sostenerse y Marco le dio su lugar junto a la ventana.

–Agárrate del asiento, se ve firme.

–¿Y tú?

–Yo iré con Carlos, no te preocupes.

Pero es que sí se preocupaba.

–Vale... Con cuidado.

Marco se alejó y Naara miró nerviosa a todos en la habitación. Detestaba sentirse abandonada en ese grupo de más de dos desconocidos.

Sabritas revoloteó en la habitación hasta posarse en una rodilla de la chica. Naara estiró la mano y acaricio las alas robóticas de la pequeña libélula.

–¿Te sientes bien? –preguntó Sabritas con su acostumbrada lentitud.

–Sí, solo sobrepienso todo.

–Estaremos bien. Deja de preocuparte.

–Sí... Lo sé...

Los focos de luces amarillas y rojas en el techo parpadearon en secuencia rápida cambiando sus colores por blancos y azules hasta que todo el lugar solo fueron vistazos de luces y sombras. Y, en un segundo sin pensarlo, un escalofrío recorrió la columna de todos los que se encontraban en aquella capsula y aparecieron en una calle que lucía abandonada y en la que un silencio inquietante reinaba por completo.

Ziro y el grupo de guerreros que lo acompañaba fueron los primeros en incorporarse.

En la cabeza de Naara un chillido persistió por unos segundos y prontamente desapareció mientras observaba todo a su alrededor. Le pareció gracioso darse cuenta que se encontraba frente al museo donde había comenzado todo su viaje.

Miró a Ziro dar una señal con las garras de su mano hacia sus guerreros y un grupo de chicas cuya única forma de saber que no eran humanas era por sus cuernos en sus cabezas corrieron en posición de ataque hacia dentro del museo.

Se levantó con algo de dificultad y observó a Carlos junto a su padre planeando algo en una mesa en medio del desastre de carros que había en ese lugar.

La duda de qué había pasado ahí fue fugaz cuando alcanzó a ver dentro de los autos destrozados a su alrededor todos los cadáveres pulverizados que habían quedado como aquellos en D. cuando había ido por el libro en un inicio.

Un ligero olor a carne quemada se esparcía por el ambiente y entonces cayó en cuenta que el chillido no había estado solo en su cabeza cuando las nubes se oscurecieron por la nave de los Txen que prontamente se engrandecía en el cielo.

–Carajo...

Que empezara la guerra...

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