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Capítulo 15. Caos.

Naara iba adelante, liderando al grupo, siguiendo a Sabritas que le sacaba platica y que de vez en cuando la hacía reír, al igual que ella a él.

Se sentía reconfortante pasar tiempo con el pequeño autómata. Él la entendía tan bien. No juzgaba su humor oscuro, ni que se sintiera agotada mentalmente por tener que enfrentar tantas emociones, no juzgaba sus ganas de morir ni que a la vez deseaba aferrarse a la vida a la vez. Si lo admitía, era extraño a la vez. Es decir: Sabritas no era nada más que un cacho de metal con un comportamiento matemático, o una programación, vaya. Lo más cercano que tenía a un amigo en ese momento solo era en realidad una programación.

«Mi vida es tan triste, carajo...>> pensó sin lamentarse en realidad. Casi le sabía a una triste ironía que le causaba risa.

Atrás iban Marco y Carlos.

De alguna manera ellos habían encontrado una forma de entenderse sin que Carlos hablara de más y sin que Marco se sintiera sobresaturado de información. Naara había decidido que estaba bien que su hermano le dijera lo que él quisiese. Total, estaba segura que todos iban a morir al final de cuentas.

"¿Cómo se siente ser un extraterrestre?, ¿No tenían otra forma, o sea: no eran en realidad enanitos verdes con cuerpos cosidos de humanos encima?, ¿Cómo era su mundo?, ¿Sabían algo del área 51?" eran algunas preguntas que el humano le había hecho al otro chico mientras seguían a los dos risueños. Carlos le había dejado claro que, a decir verdad, desconocía bastante de esas preguntas.

Hasta ahora, Marco sabía que la madre de los chicos era la que había encontrado el libro y que, como ella había muerto, ahora ellos tenían que hacerse cargo de él; que habían encontrado "la manera" de mantener a los otros extraterrestres a raya, pero que todo se había ido al caño cuando unas personas se habían llevado el libro por accidente, y que esa fue toda la razón por la que se encontraban así, vagando por la India en busca de metales para "las deslizadoras"; que Carlos y Naara habían vivido alejados y nunca se habían encontrado hasta hace unos días, donde se habían reunido a causa de la búsqueda del libro.

Lo que Carlos no decía, Marco lo asumía con cosas de la vida cotidiana, como el hecho de que Naara y Carlos vivieran alejados toda su vida, él creyó que era por alguna separación de los padres. O el hecho de que el padre nunca apareciera en escena, tal vez era porque era el padre el que se había llevado a Naara y había muerto de alguna forma, o algo así. Imaginación no le faltaba.

Un grito alertó a los tres, parecía ser de un niño. A ese grito se sumaron risas infantiles y más gritos en un idioma que los chicos no entendían.

El bosque, o selva -seguían sin decidir qué era esa espesura de árboles y plantas-, de pronto terminó y Naara pudo ver en la lejanía a un montón de niños jugando con palos y listones cerca de una casa.

-¡Hey!

Naara grito con todos sus pulmones y caminó hacia ellos.

Los pequeños voltearon y dos del grupo salieron corriendo hacia la casa, mientras los demás, que eran al menos unos 7, corrieron hacia ellos.

Todos hablaban al mismo tiempo y se arremolinaban alrededor de las piernas de la chica.

Algo dentro del corazón de Naara se conmovió. Se veían tan inocentes y felices sin saber que probablemente ese era su último día...

De pronto se callaron y uno de ellos dijo algo que Naara no entendió, y la miró con los abiertos de par en par.

-¿Alguien sabe que dijo? -cuestionó volteando a ver a Carlos y Marco.

-Ni idea.

-Sabritas, tú tienes traductor, ¿no? -intervino Carlos cuando lo recordó.

-Sí, Carlos.

-Entonces sírvenos...

-Sí, una disculpa.

Sabritas se deshizo y formó una pulsera en la muñeca de Carlos y, a continuación, él se puso a hablar con los niños en el idioma de ellos. Naara sólo esperaba que él no saliera con alguna de sus tonterías o en verdad lo mataría...

Fuera lo que fuera que Carlos les había dicho a los niños, ellos lo comprendieron a la perfección sin asustarse y asintieron con cara de felicidad, corriendo a dentro de su casa después.

-¿Qué les dijiste?

-Que necesitábamos un lugar donde haya mucho metal, ellos dijeron que en el basurero hay mucho y nos van a llevar.

-Vaya, creí que sería más difícil -dijo ella mientras en su cabeza comenzaba a formar un mapa de lo que harían a continuación:

1. ir por el metal.

2. dejar que Carlos arreglara las deslizadoras.

3. irse de ahí.

4. Encontrar una forma de destruir el libro y hacerlo.

5. ¿5? ¿qué pasaría en el 5?, destruirían el libro, pero... ¿y después? Tal vez hacer una vida junto a Carlos. Intentar conocerse como los hermanos que eran y recuperar el tiempo que los habían mantenido alejados.

«¿Y qué pasaría con el desconocido...>>

-¿Naara?

Volvió a la realidad.

Los niños se arremolinaban alrededor de Carlos, quien la había llamado, y de Marco que la miraba extrañado.

-¿Qué?

-Llevo hablándote como 6 veces, ¿Estás bien?

-Sí, claro. ¡Perdón!, pensaba en algo, ¿Ya nos vamos?

-Sí.

-Vale.

*****

Esa caminata era eterna o algo parecido, estaba segura de ello.

¿Qué era una caminata al Monte Olimpo o por qué sentía que ya llevaban horas buscando el maldito basurero?

-Y... ¿falta mucho? -preguntó mirando la espalda de Carlos y Marco mientras ellos seguían a los niños que iban golpeándose y jugando entre ellos mientras dirigían a los chicos hacia el destino.

-No sé.

-¿A dónde dijiste que vamos?

-A una ferretería...

-¿Qué no íbamos a un basurero?

-Es mejor ir a una ferretería.

-Si eso dices... ¿Y está hasta el otro lado del mundo? ¿O qué?

Carlos volteó a verla, inhaló y exhaló, y simplemente siguió con su camino.

-No, es pregunta seria, ya va a caer la noche y seguimos caminando.

-¿Estás cansada?

-A decir verdad, sí...

Un niño se adelantó, dijo algo, y después todos se fueron corriendo.

-Listo, llegamos.

-¡Al fin! -Naara miró dentro del local y descubrió demasiada gente moviéndose como un banco de peces en un río, la ansiedad de estar entre multitudes tan grandes se hizo presente en su estómago, sobre todo por los recuerdos que le traían, así que cuando Carlos y Marco hicieron ademán de querer entrar junto a ella, ella dio un paso atrás y se excusó diciendo: -Vayan ustedes, yo aquí los espero.

-¿Segura?

-Sí.

-Está bien, ya volvemos.

-Claro, aquí estaré.

Ambos entraron al local y desaparecieron entre la multitud que seguía moviéndose de aquí para allá.

Caminó hacia una piedra cercana enterrada en el suelo y se quedó a descansar sentada en ella mientras sus ojos se perdían en la multitud.

¿Realmente valía la pena salvar el mundo? Sabía de mano propia lo cruel que este podía ser y en vista de que jamás había visto nada dulce en él, se preguntaba con total seriedad si era buena idea el arriesgar su vida en aquella cruzada.

-Si que sabes encerrarte en tus pensamientos...

Escuchó una voz masculina y fría que la hizo volver a la realidad: Sabritas había vuelto a su lado y caminaba sobre su hombro buscando un lugar donde acomodarse después de hacerle tal declaración.

-Es solo que... No sé de buenas razones para evitar el fin del mundo.

-Vaya... Eso es nuevo.

-No, no tanto -Naara mordió su labio nerviosa y suspiro tratando de relajar sus hombros-. ¿Ya te dije que en algún momento de mi vida viví en la calle?

-No... Lo lamento, debió haber sido difícil.

-Sí... uno... uno ve y vive muchas cosas muy crudas cuando vive en un mundo que no sabe cuidar lo bueno en él, y así es este mundo, y me pone a pensar en si realmente valdría la pena salvarlo.

Sabritas guardó silencio un segundo, como si pensara en ello realmente.

-Pero... ¿Las buenas personas en este mundo merecen morir por las malas?

-Todos morimos alguna vez, ¿por qué no acelerar el proceso?

-Te noté cuando miraste a esos niños.

-¿Y?

-A veces, cuando tenemos el poder de hacer que las cosas cambien, también tenemos el deber de hacerlo.

-No te entiendo...

-Si hubieras tenido una infancia feliz, ¿te hubiera gustado que te la arrebataran?

Naara calló porque entendía el punto, mas no quería aceptarlo.

-Tal vez hay más que malas personas en este mundo, y por ellos vale la pena luchar, Naara. Hay magia escondida y el buscarla diariamente es lo que mueve los engranes de este mundo.

-No lo sé...

-No lo sepas, solo piénsalo y lo entenderás.

*****

15 minutos

¡15 malditos minutos y el reloj en la cabeza de Naara seguía haciendo tic-toc-tic-toc!. ¿No deberían haber vuelto ya?

El cielo se veía demasiado limpio y las ansias en el estómago de la chica la estaban haciendo comerse sus cortas uñas afiladas. Lo único que rondaba sus pensamientos era cuánto tardarían en llegar los... ¿Txen? (¿Así se llamaban los monstruos mutados?) en llegar a donde estaban ellos.

Su lógica le decía que ya debían estar ahí, y es que si atravesar todo un universo -como lo había relatado la loca de su madre-les había llevado 4 días, ¿cuánto les costaría atravesar unos cuantos miles de kilómetros?

¿O es que se preparaban para algo peor?

-Realmente creo que le gusta mucho encerrarse en sí misma -escuchó la voz de Marco y Naara salió de su bucle.

-Por lo poco que he tratado con ella... como no tienes idea.

-¿Eh?

-Nada.

-¡Dime!

-Ustedes dos están hechos el uno para el otro -susurró Carlos como si fuese cupido con un tono pícaro y mirando a Naara bailando sus cejas divertido, a lo que Naara respondió con el ceño fruncido mientras Marco se sonrojaba ligeramente y retiraba la mirada de los ojos imposibles de la chica.

-Lo que sea... ¿consiguieron los metales?

-Así es, hermanita.

-Ni te atrevas a llamarme así de nuevo... o hazlo si te quieres quedar sin manos -Naara le sonrió cínica y se levantó sacudiéndose el polvo del trasero-entonces... tenemos que volver, ¿no?

-Exacto.

-¿Hacia dónde?

-Hacia allá, no está muy...

-No me... -exclamó Marco mirando el horizonte y Naara no tuvo que mirar para saberlo, los extraterrestres los habían encontrado y el maldito sonido vibratorio estaba llenando de nuevo cada rincón a su alrededor.

Carlos volvió a quedarse estático, mientras su piel pálida palidecía aún más. Sabritas voló alrededor de su creador intentando alertarlo y sacarlo de su sueño, pero él sólo veía la sombra negra que se materializaba cada vez más cerca. ¿No podía descansar de la emoción de pánico por unos segundos más, por favor?

Marco era otro caso perdido, se veía como si fuera a colapsar en cualquier momento con sus piernas de gelatina que temblaban incluso más que los vidrios de alrededor que ya se veían a punto de estallar. Veía la muerte tocando a su puerta y él quería vivir más. ¿Por qué debía pasarle eso justo a semanas de cumplir el mayor propósito de su vida?

¿Y Naara? Bueno, ella miraba todo el caos alrededor buscando cómo escapar, pero parecía imposible entre el desastre de gente que iba gritando de acá para allá.

Y entonces, en un rayito de luz que le iluminó el rostro, y tal vez su mente confundida, su mente supo más que nunca que iban a morir, pero que ella lo quería hacer luchando. Al diablo si los demás se petrificaban y se quedaban ahí a morir, ella lucharía hasta el final.

Miró la mochila de Marco en su espalda, que ella supiera aún tenía el libro dentro. Miró los callejones alrededor, todos llenos de gente gritando. Y por último miró hacia la nave que ya estaba prácticamente sobre ellos.

Suspiró y entonces todo se volvió el verdadero caos.

En un instante miró a Carlos y se despidió de él en su mente, le dio una cachetada por haberla secuestrado y darle tantos dolores de cabeza, tomó el brazo de Marco y lo estiró quitándole la mochila y en un vistazo también se despidió de él. Y corrió. Corrió como jamás había corrido. Corrió como si el alma se le fuera en eso.

Carlos salió del ensueño con el golpe de su hermana en su mejilla y la miró cuando ya había avanzado bastante entre la multitud. Sólo sus rizos ceniza eran distinguibles entre los cabellos negros y los adornos de los habitantes de ahí. Miró a Marco siendo pisoteado en el suelo y se cuestionó ¿cómo había llegado ahí? mientras en un movimiento lo ayudaba a levantarse.

-Tu hermana -dijo el chico sofocado por los pisotones que la multitud le había dado-, se llevó el libro...

-Demonios... -exclamó Carlos intentando volver a ubicar a su hermana, pero ésta ya se había perdido-, Okey, Sabritas, búscala y veme diciendo cómo llegar a ella. Marco, sígueme.

El robot rojo se elevó en los cielos y comenzó a volar entre las calles buscando a la chica.

*****

¿Por qué era tan difícil huir en ese lugar? Las personas corrían a su lado mientras Naara se esforzaba por no tropezar moviendo sus piernas, exigiéndoles que se movieran más a prisa, que le hicieran volar lejos, al otro lado del universo donde pudiera acabar con todo de una vez por todas.

Sabritas voló entre los callejones escaneándolos hasta que logró encontrarla, llegó a sus oídos y trató de llamarla, pero su voz robotizada se perdía entre los miles de gritos de las personas a su alrededor. Se adelantó a Naara y miró sobre su cabeza tratando de advertirle que los Txen se encontraban adelante cuando entonces un rayo de luz pasó al lado de ella y después otro le golpeó en la espalda haciéndola tropezar y enviándole un dolor tan supremo que era difícil de comparar con cualquier otra cosa.

Sus músculos ardían, sus huesos eran lava intentando huir por las uniones entre sus músculos, sus ojos y su lengua parecían querer estallar y miles de cristales se sentían en su garganta.

El libro se perdió entre la gente al tiempo que Naara caía y era pateada y pisada en cada centímetro de su cuerpo. Su mirada se desenfocó y solo pudo ver una mancha roja dar vueltas en el cielo.

Y entonces sintió un peso sofocante sobre ella y al lograr enfocar la vista vio el rostro de uno de esos extraterrestres sonriéndole, tan cerca de su cara que pudo escuchar su respiración confundida con los propios jadeos y lloriqueos de dolor de la chica. Sí, definitivamente iba a morir... y lo peor era que no iba a poder pelear como quería.

Las alas del monstruo se movían como si estuviera festejando, como si se estuviera preparando para su cena favorita.

Un hilillo de baba del alienígena llegó a su mejilla y se deslizó por ella hasta llegar a su cabello, donde Naara dejó de sentirlo.

Y entonces, lo único a lo que atinó ella fue a mirar a los ojos tan humanos y enloquecidos del monstruo con todo el odio y rencor que tenía. Si las miradas mataran, Naara pudo haber hecho estallar en miles de pedacitos sangrientos a la criatura sobre ella con la mirada tan gélida y penetrante que le lanzó en esos segundos.

El Txen sacó su lengua bípeda, lamiendo cada uno de sus dientes y sus labios, abrió las fauces e hizo un corte con una de sus uñas en el hombro de su pequeña presa, lamiendo la sangre que salía de la herida. Naara frunció el ceño de dolor y se removió bajo la pata del monstruo. La iban a matar y aun disfrutaban con ello.

Y entonces las ganas de pelear volvieron a ella y con una fuerza que ni siquiera supo de dónde obtuvo tomó las dos puntas de la lengua del monstruo y la partió a la mitad tirando cada punta a un lado distinto.

El extraterrestre se alejó en un movimiento reflejo tomando sus nuevas dos lenguas gritando de una forma que le heló los huesos ardientes a la chica.

Ella no esperó nada, se levantó y en ese mismo segundo se dio cuenta que otro monstruo tomaba el libro entre sus manos, mirándolo como si con solo tocarlo se fuera a abrir.

Vio una pistola de las que usaban los alienígenas a sus pies -probablemente pertenecía al que le había partido la lengua-y la tomó disparándole primero al de la lengua partida, que seguía viendo la sangre correr desde su boca, y después dirigiendo el disparo hacia el del libro, que en un acto reflejo soltó el libro y brincó fuera del tiro del primer rayo, pero no del segundo que la chica disparó.

Y fue hasta entonces que escuchó a Marco gritar "¡Allá está!" en la lejanía.

Naara miró hacia donde había escuchado la voz y logró ver a Carlos y Marco siendo perseguidos por una horda de extraterrestres que graciosamente parecían batallar para alcanzarlos. Los chicos corrían hacia donde estaba ella gritando que corriera, pero ella supo que no podrían huir toda la existencia de ellos, así que se colocó con una rodilla en el suelo y con el pie de la otra pierna bien cimbrado delante. Lista para disparar.

Marco fue el primero en distinguir las intenciones de la chica y tomó el brazo de Carlos quitando a ambos del camino a la vez que Naara disparaba a los monstruos como si esa fuera su especialidad, como si hubiera nacido solo para asesinar extraterrestres monstruosos.

Txen tras Txen fue cayendo, volviéndose estatuas negras polvorosas y desmoronándose con el paso sobre ellos de sus compañeros.

En unos segundos los chicos llegaron al lado de ella, cargando tantas cosas que se le caían de los brazos.

-Junta esas piezas con aquellas y luego las mojas con el ácido de la botella -dijo Carlos tan apurado que poco se le entendió. Aun así, Marco siguió sus instrucciones al pie de la letra-, Naara, danos tres minutos en lo que armo esto.

-De acuerdo.

Los chicos comenzaron a armar un circulo de adornos, que parecían ser de oro, rodeándolo de cables que Naara no entendió de dónde los habían sacado. Ella trataba de disparar a las edificaciones cerca de los monstruos para que cayeran sobre ellos y así usar menos rayos, no sabía cuántos podía producir el arma, pero mientras menos usara mejor les iría.

-Listo, tomen mi brazo.

Cuando Naara volteó, en la mano de Carlos había una esfera pequeña hecha del metal del que habían estado hechos los adornos, llena de cables y un botón que sinceramente no entendía de dónde había salido o cómo lo habrían fabricado.

-¿Qué es eso? -dijo volviendo a disparar a un tejaban para que cayera frente a un grupo de Txen que venía hacia ellos más cerca que los demás.

-Unas nuevas minideslizadoras -dijo él entusiasmado-, verás cuando aprietas aquí -señaló el botón con una sonrisa en su boca-la electricidad generada de los cables afecta todo a su alrededor y entonces los cuerpos físicos se transpor...

-Sí, sí... ya a la fregada -exclamó Marco y lo interrumpió presionando el botón, y, de nuevo, los tres chicos vieron una luz menta por el segundo en el que se largaban de ahí. Y entonces, en un segundo supieron que había dos cosas, una buena y una mala.

La buena: se habían salvado de los Txen.

La mala:

-Díganme que no estamos en la nave de los monstruos -susurró Marco mirando en la semioscuridad la habitación a su alrededor y en sus paredes todas las cabezas de otras criaturas monstruosas que, en definitiva, debían ser más extraterrestres.

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