Capítulo 12. Destrucción.
Carlos estaba en la planta alta de la casa.
Observaba las computadoras en las que se veían distintas tomas de la casa y la calle de Marco, además de noticieros e imágenes de radares, que tapizaban las paredes.
En el centro de la habitación había una mesa redonda ocupada solamente por una taza con café negro.
El reloj en el techo daba las 11:00 a.m.
Todo estaba tranquilo. El silencio en la habitación relajaba.
Al menos hasta que, justo cuando el minutero del reloj avanzaba un minuto, las alarmas comenzaron a resonar por toda la casa al tiempo que Naara entraba a la habitación como alma que llevaba el diablo.
La sección de computadoras dedicada a noticias de Facebook, comenzó a mostrar imágenes de una esfera negra que bajaba del cielo y avanzaba tan rápido que dejaba las nubes atrás en cuestión de segundos.
El rostro de Naara estaba pálido, su boca se abría y cerraba como la de un pez afuera del agua al mismo tiempo que señalaba hacia la ventana para que Carlos viera por ella.
Él miró hacia donde ella señalaba y descubrió una gigante esfera ovalada que atravesaba el cielo y reducía la velocidad conforme se acercaba al centro de la ciudad.
–Demonios.
Fue lo único que dijo antes de salir disparado hacia el auto, jalando a Naara detrás de él.
Los Txen habían llegado por su libro.
*****
–¡Acelera!
–¿Qué crees que estoy haciendo?
–15 metros adelante da vuelta a la izquierda –la voz robotizada de Sabritas interrumpió el dialogo de los chicos–10, 3, ya –Carlos dio una vuelta cerrada en una esquina de una avenida que se encontraba sola.
–Sabritas, busca las calles solas y traza el camino más rápido.
–Está bien. Listo.
–Agárrate –Carlos aplastó un botón y el carro comenzó a conducirse en piloto automático de manera más rápida.
Dieron vuelta en una calle angosta y continuaron derecho por ella varias cuadras.
–25 cuadras más adelante llegaremos a su destino.
El tono formal de Sabritas ayudaba a tranquilizar un poco el ambiente.
–Faltan 3 cuadras. Recomiendo volver a piloto manual en 10 segundos, 8, 7, 6, 5
Estaban a punto de dar vuelta cuando un montón de personas pasaron corriendo en estampida. Carlos no pudo esperar a que Sabritas terminara su cuenta regresiva y volvió a modo manual, frenando tan repentinamente que, de no ser porque llevaban cinturones, de seguro hubieran atravesado el cristal y todo hubiera terminado ahí.
Decenas y decenas de personas pasaban corriendo frente a ellos como si su vida dependiera de ello, y en efecto así era. El pánico en sus miradas era tanto que daba escalofríos verlo.
Entonces, se detuvieron de pronto. Miraron hacia atrás con aún más pánico en sus ojos.
Naara se quitó el cinturón y se asomó por la ventana, inclinándose hacia adelante por ella para poder ver algo.
A mitad de la calle vio a un chico alto de espaldas. Aun así, pudo reconocerlo, se trataba de Marco.
Él también miraba hacia atrás, los músculos de su cuello estaban tensos. En ese instante ella sintió el mismo cosquilleo del día anterior y sus labios sonrieron levemente.
El chico miraba algo que ella no podía ver porque la casa de la esquina se lo impedía.
En ese momento un intenso chirrido hizo vibrar todo alrededor.
Fue hasta entonces que fue consciente de la realidad y pudo ver que todas las personas comenzaron a correr como animales asustados.
Le recordó a una vez que vio como una familia de conejos corrían despavoridamente de su depredador, todos corrían unos encima de otros sin importarles quienes quedaban atrás. El mismo escenario, solo que con humanos.
Todos se empujaban entre todos sin importarles quienes caían o a quienes aplastaban.
Todo se volvió un caos de gritos y golpes.
Él chico se unió a la masa humana al tiempo que esta se esparcía por todas las calles posibles.
Entonces Naara recordó a su hermano dejando al libro en la mochila del chico y cuando vio a Marco sin ella su corazón se detuvo.
–¡No tiene la mochila! –grito Naara saliendo del carro por la ventana y trepando al techo de este.
Carlos apenas tuvo tiempo de procesar las palabras de su hermana cuando la vio saltar hacia un hueco que se había formado entre la multitud.
–Sabritas, síguela –dijo con la voz cargada de nerviosismo.
*****
Si ver el caos de lejos daba miedo, estar en él era peor.
Si bien su pequeña estatura la ayudaba a moverse mejor, no la ayudaba para saber hacia dónde iba ni para salvarse de los codazos en la cara y otros lados.
–¡No se te ocurrió caer en un lugar menos tumultuoso! –sintió las patitas de Sabritas posarse en su hombro mientras le decía aquello en tono de regaño.
–¡Ayúdame a salir de aquí! –grito Naara lo más fuerte que pudo para hacerse escuchar sobre los gritos de la gente al mismo tiempo que era golpeada en uno de sus pechos por enésima vez.
Sabritas se elevó en el aire y al notar que la gente huía hacia la izquierda y que el lado derecho se vaciaba le dijo a Naara que fuera hacia allá.
De pronto logró salir del tumulto y pudo respirar, pero el gusto le duró poco hasta que supo la razón por la que todas las personas huían.
Monstruos gigantescos avanzaban por la calle corriendo en cuatro patas, para luego erguirse en dos y entrar a las casas buscando algo.
«Así que estos eran los extraterrestres de los que hablaba mi mamá» pensó intentando moverse pues se hallaba petrificada.
Por fin pudo reaccionar, y lo primero que llamó su atención fue una mochila roja tirada en el jardín de la casa que pertenecía a Marco.
Corrió hacia ella al mismo tiempo que un par de monstruos corrían hacia la misma casa.
Sin dejar de correr, se agachó y tomó la mochila. Levantó su mirada rápidamente para darse cuenta de que un monstruo le apuntaba con un arma extraña y otro corría hacia ella en actitud de ataque.
Sin saber qué hacía, entró a la casa corriendo para escapar.
Una explosión hizo vibrar las paredes y el suelo bajo sus pies.
Continuó corriendo, rogando al cielo que la casa tuviera una puerta trasera.
De pronto llegó a la cocina del edificio. Miró a todos lados intentando encontrar una salida, pero solo encontró una ventana por la que pudo ver a otro monstruo apuntándole con otra arma.
Se agachó al mismo tiempo que una luz blanca casi cegadora iluminó el pasillo por el que había pasado, al mirar hacia él pudo ver a un monstruo que se hacía espacio haciendo estallar las paredes.
Sabritas entró a la habitación rápidamente. Una luz naranja proveniente de él iluminó toda la habitación.
–Detrás de ti hay un cajón con cuchillos.
Se dio la vuelta, abrió el cajón que Sabritas le indicó y sacó un cuchillo macizo.
Justo en ese momento el monstruo del pasillo entró a la cocina al mismo tiempo que una camioneta atropellaba al monstruo de afuera.
Naara salió de su escondite en el mismo momento en que Carlos salió de la camioneta.
Él tomó el arma y disparó a la ventana para hacerle una salida a su hermana.
La chica saltaba en toda la habitación enfrentándose al monstruo, justo como un perro chihuahueño se enfrentaría a un perro doberman.
Por suerte el arma del monstruo se había quedado inservible al acabar todas sus balas en dispararle al pasillo, pero aun así no se veía más indefenso. Ni mucho menos.
El Txen se defendía ágilmente con un par de zarpazos nada más, siendo que Naara brincaba y acuchillaba sin logro alguno.
Una explosión sacudió toda la casa y un sonido de fuego creciendo rápidamente le hizo saber que incendiaban la casa entera.
El monstruo sonrió de manera cínica. Naara tragó saliva.
Miró detrás del monstruo y se dio cuenta de que su hermano le apuntaba con una de las armas que utilizaban ellos.
El corazón de Carlos iba a mil por hora. Sentía un cansancio extremo en cada uno de los músculos de su cuerpo.
«Tú puedes» Se decía una y otra vez; pero no podía, el miedo lo petrificaba.
–¡Dispara! –escuchó el grito de alguien, pero no pudo identificar quién.
Su frente se llenaba de sudor a cada segundo.
Cerró los ojos y tiro del gatillo.
Del arma salió una mancha de luz.
Él podía ver en cámara lenta como el temblor de sus manos había hecho que el tiro se desviara y que fuera directo a Naara.
También pudo ver como ella brincaba sobre el monstruo y, tomándolo del cuello, lo jalaba hacia un lado, poniéndolo justo en el camino de la bala.
Sin embargo, esta solo rozó un costado del monstruo, haciéndolo sangrar, al mismo tiempo que la bestia caía sobre Naara.
La chica quedó atrapada debajo del cuerpo del monstruo, que se retorcía de dolor, al mismo tiempo que ella se estiraba intentando tomar el cuchillo que había caído a los pies de la bestia.
El peso del animal sobre ella era asfixiante. Intentaba estirarse lo más que podía, pero una de sus piernas había quedado atrapada entre el animal y algo más que ella no podía ver, pero que la tenía aprisionada.
Volteó hacia atrás y vio el pelaje negro del monstruo repleto de sangre. Tiró de su pierna varias veces intentando zafarse hasta que escucho que algo se rompía y de un tirón su pierna quedó libre.
Salió debajo del monstruo y después de darse cuenta que este estaba muerto, corrió desesperada hacia la salida que había hecho su hermano.
Carlos estaba petrificado en su lugar, temblando de pies a cabeza, sin responder a los: "¿Qué estás haciendo? Muévete. No seas idiota." de su hermana.
De pronto un jalón en su brazo lo hizo volver a la realidad.
–¡Que te muevas, estúpido! –grito Naara corriendo hacia el auto.
Mientras él corría le parecía que sus pies eran de acero.
Por fin subieron al auto.
–¿Dónde están las llaves? –la voz del chico, repleta de gallos, reflejaba todo el nerviosismo que turbaba su mente.
–¡Ahí!, ¡Dios Santo, ahí, ya están puestas! –Naara encendió el auto, pero Carlos no respondía –¡Por Dios! ¡Quítate! Yo conduzco.
Como pudo hizo a Carlos a un lado y arrancó el auto.
Se alejaron de la casa justo cuando el fuego llegaba a la cocina y la nave de los Txen en el cielo terminaba de cambiar de forma, de una esfera ovalada a una pirámide repleta de espinas.
*****
Marco corría desesperado.
Detrás de él podía escuchar los gritos de las personas que morían por las armas o por las manos de los Txen.
No quería ser un desgraciado, pero no dejaba de pensar que gracias a las personas que se quedaban atrás el camino se despejaba y era más fácil huir.
Entonces escuchó el claxon de un auto repetidas veces y varios gruñidos de los monstruos detrás de él.
–¡Marco! –escuchó su nombre pero no dejó de correr.
Naara iba disparándoles a los monstruos con el arma que Carlos les había robado.
Mientras tanto, él había salido de su entumecimiento y había comenzado a conducir.
Sabritas decía las calles solitarias por las que podían escapar más fácil, pero, entre el sonido chirriante que la nave de los Txen producía y el pánico que producía ver a esos monstruos, ninguno de los dos le hacían caso.
Las calles eran un desastre.
Las armas de los Txen estaban cargadas con extrañas balas luminiscentes que carbonizaban todo lo que tocaban, por lo que los cuerpos de las victimas quedaban atrás como negras estatuas quemadas que adornaban las calles como si Halloween se hubiera adelantado.
Las demás personas que quedaban corrían y se empujaban entre sí sin importarles nada más que no fuera sobrevivir.
Todos los sonidos se fundían en uno solo, el constante chirrido de la nave en el cielo, los gritos de las personas, el sonido del claxon, los ladridos de los perros, todo se fundía en un ruido estresante que hacía que el aire pareciera estar hecho de dagas.
–¡Marco! –volvió a gritar Naara cuando vio que un Txen iba hacia él.
Apuntó el arma hacia el monstruo y disparó, pero de esta no salió nada. El arma se había quedado vacía.
En ese momento sintió una desesperación sobrehumana cuando se dio cuenta que él iba a morir. Le quitó el volante a Carlos y aceleró hacia donde estaba Marco.
Todo sucedió en segundos, ella atropelló al Txen y abrió la puerta donde estaba Marco. De alguna forma lo tomó del brazo y lo jaló dentro del auto, cerrando la puerta detrás de él y acelerando todo lo que podía.
–Vuelta a la izquierda –dijo Sabritas como si alguien lo escuchara.
–Acelera –dijo Marco gritando, pues el sonido chirriante de la nave había aumentado.
–¿Qué crees que hago? –dijo Naara mientras aplastaba el claxon con fuerza, como si con eso pudiera sonar más fuerte.
–Vuelta a la izquierda –volvió a decir Sabritas y volvió a ser ignorado.
En ese momento, el sonido que la nave extraterrestre producía aumentó en demasía.
La cabeza de todos comenzó a doler y el corazón de los tres aumentó el número de palpitaciones en cuestión de segundos.
Marco comenzó a sentir que sus músculos ardían y se volvían liquido ardiente que le quemaba toda la cara, era como si la vibración del sonido derritiera sus músculos y sus huesos y los convirtiera en lava que se aplastaba dentro de él.
Comenzó a batallar para respirar.
De pronto perdía la conciencia y de pronto volvía a ella, sólo para sentir como su interior se convertía en el mismo infierno.
–¡Maldita sea, muévanse! –escucho el susurro de la voz grave de una chica desde lo que le parecía una lejanía, siendo que esta estaba a su lado gritando a todo pulmón.
–Sabritas, enciende las deslizadoras –escucho a un chico y vio una pequeña mancha roja que pasaba frente a él.
Al siguiente instante, una luz de color menta ocupó toda su vista y sintió una brisa fresca y agradable pasear por sus músculos y su cerebro.
Después, ya no supo nada.
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