Capítulo 11. Recuerdos y amistades.
–No sabes el hambre que tengo.
La chica de cabellos castaños por primera vez hablaba con alguien aparte de ella misma. Y ahora parecía imposible silenciarla.
–¡Por Dios! ¡Mira ese árbol! Es...
–Igual que los otros cien mil árboles que hemos visto atrás –le interrumpió Carlos con la vista en la carretera.
-¡Claro que no! Ese tenía las ramas torcidas como los dedos de una mano artrítica.
-¿Te han dicho que haces comparaciones muy extrañas?
Naara apretó sus labios recordando en silencio a la última persona que se lo había dicho.
En su mente aun recordaba el momento que se habían conocido.
"-¡La odio!
Naara caminaba por la calle de aquella vieja ciudad llena de callejones peligrosos para una niña de su edad.
La luna de octubre se alzaba observando cómo caminaba y hablaba sola la pequeña nena.
Un auto se detuvo a su lado y comenzó a conducir lentamente para no separarse de su lado.
-Ey, niña, ¿a dónde vas?, ¿te llevamos?
-Eh... No sé... –murmuró nerviosa. No tenía a dónde ir pero volver al campo de entrenamiento no le sonaba a un buen plan.
-Sube, te llevamos a un lugar seguro.
Por alguna razón, Naara no confiaba en las palabras de esos hombres que apestaban a alcohol.
-No gracias –tragó saliva nerviosa y sorbió sus mocos mientras limpiaba sus lagrimas de sus mejillas pecosas.
-Anda, no pasa nada, no mordemos.
Miró a los hombres dentro del auto y se arrepintió de haber escapado del campo de entrenamiento en el que la había dejado su madre.
Pero es que ella quería conocer más del mundo...
-Dejenla –dijo la voz de una anciana mujer a su lado y Naara se detuvo.
-Venga, anciana, queremos cuidar de la niña.
-Yo cuidaré de ella."
Jamás había fallado en ello...
–Ay, no seas amargado –contraatacó tensa y se dedicó a mirar en silencio el paisaje al lado de la carretera.
–Yo sólo decía.
-A veces es mejor no decir nada.
Carlos percibió que había tocado un nervio doloroso para Naara y se quedó callado después de un corto y sincero "lo siento".
–Bueno, como decía tengo un hambre insoportable. Llevó dos días sin comer nada y no tienes idea de lo que se me antoja un sándwich de queso, o una pizza, o una hamburguesa ¡Dios, una hamburguesa de pavo! ¿Has probado una hamburguesa de pavo?
Carlos sonrió. Parecía que su hermana dejaba de ser agresiva cuando tenía hambre y se convertía en un loro.
–No, nunca he probado una hamburguesa de pavo. Y, a decir verdad, no se me antoja.
–¡¿Cómo puedes decir eso, sacrílego?!
–¡Es en serio! Prefiero una hamburguesa de vaca, o de cerdo
–Oh. ¡Cerdo! ¿Sabes? Olvida todo lo que he dicho, Llegando a tu casa, quiero comer cerdo.
–Así será –sentenció entretenido y sonrió con ternura.
El silencio volvió a instaurarse entre ambos y aunque a Naara le había gustado toda su vida el existir en silencio puro, en aquel momento no soportaba el quedarse callada.
–Y ¿No tienes más música? –cuestionó curiosa. Había encontrado que escuchar música era como una extraña especie de droga, una adicción relajante de la que no podía soportar vivir sin ella.
–A esta hora debe de haber canciones viejas en la radio, y no sé si te gusten.
–Nada se pierde con probar... Venga, ponla.
Carlos encendió la radio, comenzó a mover el sintonizador hasta que encontró una estación en la que no se escuchara un zumbido o la voz entrecortada. Y cuando encontró una, en ella apenas comenzaba Stand by me de Ben E King.
–Es hermosa –susurro Naara a mitad de la canción.
-Es de mis favoritas –dijo Carlos y comenzó a cantarla en voz baja.
Naara lo miró con atención.
-Suenas hermoso...
Carlos se sonrojó con el cumplido.
-Gracias... creo que lo saqué de mi madre, ella también cantaba hermoso...
Y así transcurrió lo restante del viaje, entre más canciones de Elvis Presley, Ritchie Valens, Frank Sinatra, Louis Armstrong, Paul Anka y más.
*****
Cuarenta y cinco minutos más tarde, Naara y Carlos se estacionaban frente a una cabaña acogedora y con aspecto viejo en las afueras de D.
–¿Está es tu casa?
–Algo así –ambos bajaron del auto –aunque en realidad sería algo más como mi oficina o algo parecido.
Se detuvieron en la puerta, en lo que Carlos encontraba la llave de la casa.
–Dime que tienes una cocina, por favor.
–Sí, aunque lamento decirte que no tengo cerdo ni pavo.
Naara soltó una carcajada.
–No importa –en ese momento Carlos abrió la puerta–con que tengas un poco de pan y ¡Oh, por Dios!
Ella pensaba encontrarse con una cabaña modesta, algo así como una pequeña sala y una cocina rustica o algo de acuerdo al aspecto viejo y pequeño que tenía el edificio por fuera, pero jamás pensó que se encontraría con una mansión futurista.
Prácticamente todo lo que veía estaba hecho de hologramas, incluso los peces koi que volaban cerca del techo.
Para entrar a la casa se debía bajar por una escalera hecha de luces azules que contaba solamente con cinco escalones, al finalizar esta se llegaba a un suelo negro pulido. A simple vista todo estaba pintado totalmente de negro. La sala contaba con un par de sillones holográficos de colores guindas y una mesa sencilla de un tono oscuro indefinido, debajo de ellos el suelo era claro y producía una tenue luz blanquecina. En un rincón había una pecera de la que salían y entraban los peces holográficos que flotaban por el ambiente y le daban un tono de color a la oscura habitación. En otro rincón había una fuente grande con plantitas luminiscentes que iluminaban la pared negra con tonos verdes, azules y morados.
En una esquina de la habitación había una escalera en caracol que brillaba con un color violáceo y que atravesaba el techo y el suelo. Si uno iba hacia arriba por ella se llegaba a una habitación repleta de computadoras que fungía como la oficina de Carlos, y si se iba hacia abajo, se llegaba a un pasillo que conducía hacia las demás habitaciones de la casa, entre las que se encontraban la cocina, una biblioteca y una sala de juegos.
–¿Tienes hambre?
–Ah ¿qué?
Aunque Carlos ya había entrado a la casa ella aún seguía en la puerta.
Intentaba digerir que mientras ella había vivido en una cabaña de lo más rústica, su hermano había vivido en la gloria.
Y no es que se quejará, por lo menos su antigua casa tenía una chimenea, si su madre lo hubiese querido la hubiera dejado sin ella cuando le dio una remodelación a todo el hogar. Pero, después de que su madre decidiera remodelar la casa al dejar de ir tan seguido a ella, la cabaña de Naara apenas si había tenido un cuarto para ella, donde apenas cabía su cama y un mini–armario, una cocina, con sólo un pequeño refrigerador y una estufa, y una sala que solo era una división de la cocina y que solo contaba con un pequeño pedazo de pared en la que estaba una chimenea, que por cierto le quitaba bastante espacio a su habitación. No contaba ni con un baño ni con un fregadero para lavar los trastes, por lo que si requería cualquiera de estos dos tenía que salir al exterior a buscar el río que pasaba a algunos metros de su casa sin importar si estaba nevado, y el agua estaba congelada, o si había sequía, y el río apenas si era un hilillo de agua.
Una ráfaga de odio intenso hacia su madre le sacudió los recuerdos, y se alegró de que la mujer estuviera muerta.
–¿Estás bien?, ¿Te pasa algo? –pregunto Carlos con notable preocupación, al ver los destellos de ira que pasaban por los ojos de su hermana y al pensar que podía hacerse sangrar sus manos si seguía apretando los puños de esa manera.
–Sí, estoy bien –dijo Naara saliendo del bucle de sus recuerdos y guardando sus emociones en la caja titulada "Cosas sin importancia" mientras tensaba aun mas la mandibula haciendo sobresalir los musculos de su cuello. Lucía como un toro molesto a punto de cornear cualquier cosa que se moviera.
–Debe ser que tienes hambre, mamá reaccionaba igual que tú cuando tenía hambre
–No me compares con ella –el enojo en su voz la dejó sorprendida, casi siempre se guardaba sus emociones tan bien que incluso daba la impresión de que no tenía sensación alguna. Pero el chico con el que había sido secuestrada la tarde anterior la había dejado con las sensaciones a flor de piel.
Ah, ese chico... aún recordaba sus ojos dorados con su pupila dilatada, y una extraña sonrisa con hoyuelos.
«Maldito sea...» pensó al tiempo que de nuevo se sentía como de cristal y sentía que su estómago dolía de una extraña manera, mientras inhalaba y exhalaba lentamente para tranquilizarse.
–Así que... la comida –dijo creyendo que el hormigueo en su estómago era a causa del hambre.
Carlos sonrió.
–En la planta baja –señaló la escalera –sigues el pasillo y cuando veas una libélula roja le dices a dónde quieres ir y ya ella te lleva.
–Okay.
*****
La planta baja era más grande de lo que esperaba.
La escalera terminaba en un pasillo de paredes altas, de techo lejano y de suelo pulido, todos pintados de negro azabache, y estaba iluminado por una luz azul que parecía provenir de las paredes, aunque estas no tenían ningún foco y el único resplandor que se veía provenía del techo, donde pequeños puntos luminiscentes de color azul neón flotaban sin rumbo especifico.
Entonces sintió una curiosidad intensa que hizo que se detuviera un momento a pensar el tema de la luz. Los puntos neón eran muy pocos como para iluminar todo alrededor, y ella no producía ninguna sombra en el suelo, por lo que la luz no podía proceder de arriba. Además, las paredes tenían de abajo a arriba un tenue y uniforme tono azul índigo, que indicaban lógicamente que la luz debía proceder ellas, aunque estas no tuvieran ningún foco ni ningún resplandor.
El enigma le recordó al cuarto en el que habían sido encerrados ella y el chico después de haber sido secuestrados. Sin ningún foco, pero con una fuerte iluminación.
–Quién sabe qué tecnología del demonio tendrá este sujeto –susurro mientras recorría el techo y las paredes con la mirada. Después se encogió de hombros al darse por vencida –en fin, ahora sólo hay que buscar la cocina.
Avanzó unos pasos más por el pasillo hasta encontrarse con una puerta abierta, miró hacia adentro de la habitación y se encontró con un cuarto tapizado de estantes desde el suelo hasta el techo.
Cada estante estaba repleto de pequeñas placas blancas luminiscentes que contrastaban con la luz rosa que obviamente provenía del techo. En el centro de la habitación había un sillón, un sillón real y no un sillón de luces, oscuro y escasamente iluminado.
Entró en la habitación y comenzó a leer los titulillos grises que adornaban cada placa. Gracias a los nombres pudo reconocer que el lugar se trataba de una biblioteca, una extremadamente gigante biblioteca.
Después de salir de la habitación y continuar por el pasillo –y de mirar cada habitación que se encontraba–sintió que algo se posaba en su hombro.
Miro por el rabillo del ojo una cosa roja que echó a volar con el movimiento de su cabeza y dio una vuelta entera intentando enfocarla.
De pronto una libélula robótica, del tamaño de la mano de la chica, se detuvo en el aire frente a la cara de ella.
Ladeo su pequeña cabeza guinda como si se tratara de un cachorro y dijo con una extraña voz masculina que resonó por la habitación:
–Tú eres Naara –dividía cada palabra de la frase de manera pausada, por lo que sonó como: Tu. eres. Naara.
–Sí.
–Un gusto conocerte.
–Un gusto también.
–Me han dicho que tienes hambre.
–Supongo que los rumores vuelan.
–No más rápido que yo.
–¿Tienes sentido del humor?
–Mi software me permite reconocer el humor humano e imitarlo. Además, mi última actualización me entregó millones de imágenes que ayudan a completarme.
–Genial.
–La cocina está por aquí –el pequeño robot comenzó a volar delante de ella al tiempo que ella lo seguía.
–¿Tienes nombre?
–Carlos me dice Sabritas.
-¿"Sabritas" como las papitas?
-Así es.
–¿No crees que es un raro nombre?
–Tal vez, pero también creo que me queda, ¿No lo crees tú? La cocina está un poco más adelante.
–Supongo... Y gracias.
-No hay de qué, estoy para servirte.
Unos segundos después Sabritas entró en una habitación clara.
Naara se sintió agradecida de entrar en un cuarto que no estuviera pintado de negro en su totalidad. Lo único que permanecía siendo de ese color era el suelo, solo que ahora tenía una pequeña variación al tener líneas grises onduladas que le daban un aspecto marmolado. Las paredes estaban pintadas de un color menta claro y los muebles eran de un tono beige perla. Sólo había una alacena de madera que variaba el tono perla a un tono café con leche.
Además, tenía un ligero olor a canela dulce que transportó a Naara a su niñez, cuando su madre acostumbraba hacerle una bebida caliente de leche con canela para que se durmiera.
–Aquí hay carne –dijo Sabritas posándose en la parte de arriba de la puerta del refrigerador–y acá –caminó hacia abajo–hay verduras. Puedes hacer lo que quieras.
–¡Sabritas! –se escuchó el grito de Carlos distorsionado por la lejanía.
–Lo siento, Carlos me habla.
Y en cuanto dijo eso, Sabritas desapareció volando con rapidez hacia el piso superior.
Naara se quedó unos momentos más procesándolo todo. Carlos parecía haber tenido una vida tan afortunada en comparación a la suya que se sintió celosa. Ardía de envidia. Ardía al pensar que él había tenido unos brazos a los cuales correr, al pensar que había tenido una vida llena de música, una vida donde podía detenerse a leer un libro sin prisas o miedos a ser descubierto o castigado "porque los libros no te salvaban la vida cuando estabas en el campo de batalla". Una vida normal...
Abrió el refrigerador y tomó una charola de carne que decía "Agujas" con furia. Tomó un sartén y comenzó a cocinarla mientras volvía a llenarse de esa tormenta interna que la furia le causaba.
Se estaba agotando física y mentalmente de sentir tanto y tan seguido...
*****
Intentaba recordar si antes había probado una carne así de deliciosa.
Tenía el ligero recuerdo de que un ave le había sabido parecido, pero no igual.
Observó el reloj en la pared con curiosidad. Cada hora estaba representada con fórmulas matemáticas que le marearon con solo verlas, aun así, pudo notar que eran las 8:20 a.m. En ese momento entro Sabritas cargando como un mini helicóptero una pulsera azul oscuro.
–Dice Carlos que uses esto.
–¿Qué es?
–Una pulsera para que estén comunicados.
Sabritas bajo un poco el vuelo y deposito en la mesa la pulsera.
–¿Y cómo sirve?
–Se supone que en cuanto te la pongas aparecerá un instructivo.
–Como que a Carlos le gusta mucho este color, ¿no crees?
–Probablemente.
Naara se colocó la pulsera sobre la muñeca. Esta fundió sus extremos y se adaptó a su brazo. En cuanto terminó de adaptarse salió del dije con forma de timón una luz naranja que escaneo sus ojos y a continuación una voz relató el instructivo.
Ella siguió cada uno de los pasos que la voz femenina le decía.
–Hola –se escuchó la voz de Carlos saludándola cuando el instructivo terminó.
–¿Qué hay?
–Parece que el libro está a salvo, no hay movimiento extraño alrededor de la casa ni en las cámaras de la ciudad. Si quieres descansar dile a Sabritas que te lleve al cuarto de mi madre.
Naara se sintió incomoda con ello. No quería nada que ver con su progenitora en verdad, pero tampoco quería ser una carga con su hermano. Después de todo ya hacía suficiente dándole un lugar donde descansar.
-Carlos... ¿Crees que los Txen realmente existan?
Pudo notar en el silencio al otro lado del comunicador que Carlos sopesaba la idea.
-El libro existe... Y en cuanto lo toqué brilló e hizo un sonido curioso como si llamara a algo... No soy creyente de los cuentos de hadas, pero no pierdo nada con creer en la posibilidad.
–Vale, muchas gracias.
-¿Por?
-Por proteger el libro y darme un lugar donde quedarme. No te daré muchos problemas en lo que encuentro dónde más quedarme.
-Oh, ¡no!, quédate aquí, realmente no tengo problemas. Podríamos intentar ser una familia si lo deseas...
"Una familia"... La idea le sonaba tan rara y lejana... Pero quería intentarlo. Quería ser querida y entendida por lo menos una vez...
-Está bien...
-Gracias, Naara. Muchas gracias en serio.
-No hay de qué...
–Debes de tener mucho sueño –dijo Sabritas observándola con sus ojos grises de cristal.
–Y bastante...
–Ven –Sabritas se elevó en el aire y tomo uno de los dedos de Naara para indicarle que la siguiera.
-¡Es una gran noticia saber que te quedarás con nosotros! Carlos tiende a ser puros refunfuños cuando está solo.
-Tiene el carácter fuerte, ¿ah?
-No lo diría así, pero es muy temperamental e impulsivo.
Entre ambos se formó un comodo silencio mientras seguían avanzando.
-¿Y tú?
-¿Yo qué?
-¿Cómo eres?
-En realidad soy muy enojona... Todo me molesta, pero no me gusta hacerlo saber, nunca he creído que dejar ver lo que sientes sirva de algo. Incluso sentir; los sentimientos no sirven para nada jamás, ¿sabes? Así que prefiero quedarme callada y actuar bajo la lógica siempre. Creo que soy más razonable que temperamental...
-Me agradas...
-Gracias.
Naara rio por lo bajo: estaba con su hermano, le agradaba a un robot y era libre de vivir bajo las ordenes de su madre... Qué loco sonaba eso en comparación a lo que creía que sería su vida para siempre apenas unas semanas atrás.
Sabritas justo hablaba de lo divertido que sería jugar a las escondidas con ella cuando se detuvo junto a una puerta.
–Aquí es.
La chica sintió un nudo en su estómago. La habitación frente a ella antes había sido de su madre.
Sintió rabia. Simplemente no quería estar en un lugar en el que su madre también había estado.
Pero tenía tanto sueño...
–Gracias Sabritas –le dijo a la pequeña libélula–ya te puedes ir.
–Si necesitas algo dime –dijo el robot antes de emprender el vuelo y alejarse de la habitación.
Ella se quedó un largo rato viendo la puerta.
«¡Entra de una maldita vez, tengo sueño! le gritó su mente.
–¿Te das cuenta de que en este lugar durmió mi madre? –contestó ella misma en voz alta.
«¿Y? Ambas sabemos que te mueres de sueño, así que abre la maldita puerta y duérmete.»
–¡Estás loca! No voy a dormir en el mismo sitio en el que durmió mi madre.
«¡Es solo una habitación, entra y duerme!»
–¡Ya te dije que no!
–En realidad no me has dicho nada –Naara casi pegó un brinco cuando escucho a Sabritas decir eso mientras volaba en medio del pasillo.
–Lo siento, hablaba sola.
–Lo sé, te escuché gritando y pensé que algo malo te pasaba.
–Perdón, es sólo que no puedo dormir aquí.
–¿Quieres que le diga a Carlos? Tal vez pueda darte su habitación en lugar de esta.
–No, en realidad preferiría salir a pasear un rato.
–Oh, sería genial salir a pasear contigo, ¿Me invitas?
–Claro.
«¡¿Estás loca?! ¡Yo quiero dormir!»
–Tú cállate.
–¿Eh?
–Nada. Lo siento, hablaba sola de nuevo.
Subieron las escaleras y salieron al exterior para caminar sin rumbo. El aire de la mañana relamió sus mejillas cuando puso un pie fuera de la casa y comenzó a seguir a Sabritas en toda la extensión de bosque que se extendía detrás de la casa/oficina de Carlos.
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