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Capítulo 2: Entrevista

 Debido a que nuestros horarios eran bastante parecidos, yo solía llevar a Joe y a Dove a sus casas. Dove vivía a unas casas de la mía y Joe seguía siendo mi vecino de al lado.

Cuando salimos de nuestras respectivas clases y nos encontramos en la puerta, Dove habló:

—¿Podemos pasar a un lugar? Tengo que comprar una cosa.

—No iré a un bar, ni a un club nudista —advertí.

—Tranquila, es a una iglesia.

—¿Qué?

—Es broma —aclaró—. Lo único que haría en la iglesia sería tomarme la sangre de Cristo... ¿será de buena calidad?

—Nunca he ido a la iglesia... no sé qué vino compran.

Los tres caminamos al estacionamiento, nos subimos al auto y yo lo encendí.

—¿A dónde entonces? —pregunté antes de ponerme en marcha.

—A la librería. Necesito un libro de historia de la música.

Joe se quejó. Él odiaba ir a la librería conmigo, ya que no me iba hasta revisar todos los libros posibles. Aunque mis sueños de ser escritora habían muerto el día que había perdido mi cuaderno, mi gusto por la literatura seguía intacto y gracias a mi habilidad con los idiomas, leía libros en cualquier idioma que entendiera bien.

—A la librería será.

La librería más grande la ciudad no estaba muy lejos. Estaba ubicada estratégicamente en un lugar donde había universidades y colegios cerca.

Estacioné a un lado de la acera, frente a la librería y nos bajamos para entrar.

Joe fue directo a los libros de terror, mientras Dove fue a la sección de música. Yo me quedé viendo los libros más populares del momento, los que se encontraban en unas mesas con repisas en el centro del lugar.

Me gustaba leer las sinopsis y ojear los que tenían un libro de muestra.

En pocos minutos, encontré uno que llamó mi atención: "Contando las Estrellas". Tal vez yo estaba loca, pero ese era el título que le había puesto a la historia que había escrito en mi cuaderno cuando adolescente.

Tomé el libro de muestra y leí la sinopsis en la tapa de atrás:

"Jake es un chico diagnosticado con rasgos psicópatas.

Cuando lo diagnostican a los siete años, sus padres lo internan en un hospital psiquiátrico sin decirle el porqué.

Jake pasa su vida encerrado en el hospital sin más entretención que mirar por la ventana en la noche y contar las estrellas.

Él no tenía la capacidad de amar o de sentir remordimiento, jamás tendría una vida normal; pero eso no es lo que piensa Mía, una de las enfermeras que a veces lo acompaña a contar estrellas".

No podía creerlo, estaba leyendo la sinopsis del libro que yo había escrito hace seis años. Abrí el libro y comencé a leer una parte. Era casi exactamente igual a como lo había escrito yo, solo que con unos arreglos. Obviamente, para publicarlo habían tenido que hacerle una corrección.

Sentí ganas de prenderle fuego a esa cosa. Revisé la portada y descubrí que un idiota llamado Milo Griffin había publicado mi historia. La había robado y estaba ganando dinero a costa de ella.

Dejé el libro en donde estaba y tomé mi celular para escribir el nombre del falso autor, mientras sentía mis mejillas calentarse por la rabia que crecía en mi interior.

Cuando salimos de la librería, después de que Dove consiguiera su ejemplar del libro que buscaba, yo solo pensaba en llegar a casa y descubrir quién era ese estúpido ladrón de historias.

«Le robó la historia a una chica de dieciséis... eso es caer bajo».

—¿Estas bien, Jess? —me preguntó Joe, desde el asiento trasero.

—Sí, ¿por qué no lo estaría?

Obviamente, no soné como alguien que estaba bien, pero no podía fingir felicidad en un momento como ese, estaba ardiendo en furia.

Cuando dejé a mis amigos en sus casas, estacioné el auto como se me dio la gana en la entrada del garaje y entré a la casa.

—Jess —me dijo mi mamá Anne—. Estacionaste mal el auto.

Ella estaba en la sala leyendo un libro, por lo que pudo ver por la ventana cuando llegué.

—No hay tiempo para eso.

Colgué las llaves y subí corriendo a mi cuarto para encerrarme y comenzar mi profunda investigación.

Me senté frente a mi laptop en el escritorio y abrí Google para buscar al tal Milo Griffin.

"Milo Griffin. Empresario y escritor".

—¿Escritor? ¡Apenas debió agregarle mil palabras a mi historia y lo demás lo hizo una editorial!

Me metí a las imágenes y mi mandíbula inferior casi cae hasta el suelo de la sorpresa. Milo Griffin era el hombre de traje negro que había atendido esa mañana en el restaurante.

—¡Bastardo! ¡Debí meterte el jugo de piña en los pantalones!

Seguí mi búsqueda y encontré una interesante noticia: "Milo Griffin anuncia que se divorciara de su actual pareja, Elizabeth Ramírez".

Comencé a leer las noticias recientes y había descubierto algunas cosas bastante interesantes. Al parecer, Milo había estado hablando con su suegro (futuro exsuegro) esa mañana en el restaurante. Había descubierto porqué ninguno parecía feliz, un divorcio no era un tema agradable generalmente.

—Sé merece eso y más —me dije.

No podía quedarme de brazos cruzados y ya. Ese idiota me había dado una buena propina, pero eso no era la mitad de las ganancias que había hecho con mi libro.

Contando las Estrellas era su libro más popular. Era la única novela juvenil que tenía, todos los demás eran libros de economía, ciencia ficción y otras cosas que iban dirigidas a un claro público adulto. ¿Cómo nadie se había dado cuenta de que ese libro no era nada su estilo? ¿Era la única que pensaba que era sospechoso?

Anoté en mi libreta la dirección de la empresa en la que trabajaba junto a la familia de su esposa... la cual ya no sería más su esposa.

«Milo Griffin, Jessica López te hará una visita».

[...]

Al llegar a la universidad al día siguiente, les dije a Joe y Dove que tenía cosas que hacer y que no podría llevarlos a casa en esa ocasión, algo que no les molesto para nada. Luego de salir de mi última clase, fui directamente hacia el edificio de la empresa de la familia Ramírez.

Al principio estaba decidida a crear un escándalo en la empresa digno de telenovela, pero luego pensé que necesitaba pruebas. No podía ganar algo contra Milo si no tenía pruebas de que esa historia era mía y que él la había robado. Él era un hombre con prestigio y dinero, y yo una jovencita con un montón de multas de tránsito que trabajaba de mesera.

Me metí en el asiento trasero de mi auto para cambiarme la ropa. Jamás podría entrar si iba vestida con unos jeans y un suéter rosado de lana, por lo que había llevado un traje que tenía para ocasiones especiales en mi armario.

Salí de mi auto vestida con una blusa blanca y unos pantalones y blazer de color rosado pastel.

Amarré mi cabello en un tomate para verme menos desordenada y me dirigí a la entrada con una gran cartera café clara que había tomado prestada de una de mis madres. Me infiltré entre la gente que entraba y salía del lugar, y pasé sin ningún problema.

La agencia era de modelaje y moda. Tenían una revista de moda y, por supuesto, modelos, y además trabajaban con líneas de ropa confeccionadas por muy buenos diseñadores. Había visto algunas pasarelas en las que habían participado sus modelos y, siendo sincera, me habían gustado varios atuendos.

Yo había investigado todo lo que pude para lograr entrar, ya que, si me preguntaban que hacía ahí, debía decir una buena mentira.

Milo era tercer mayor accionista en la empresa, controlaba gran parte del personal y trabajaba con los contratos de las modelos para revistas, comerciales y demás; por lo que imaginaba que su oficina estaba en los pisos más altos del edificio.

Me acerqué a una mujer que parecía trabajar ahí, por la tarjeta de identificación que tenía colgada en su blusa.

—Hola, ¿dónde está la oficina del señor Milo Griffin?

—Piso seis —respondió, concentrada en la tablet que tenía en sus manos.

—Gracias.

Me acerqué al ascensor y entré con un grupo de personas. Noté que a mi lado estaba Elizabeth Ramírez, la futura exesposa de mi nuevo enemigo mortal.

Intenté no mirarla demasiado, pero para mi mala suerte, iba al mismo piso que yo.

Elizabeth y yo bajamos al mismo tiempo, solo que ella comenzó a caminar a paso rápido y seguro. Vi que llegó frente a una puerta y comenzó a tocar, hasta que Milo le abrió la puerta, no muy feliz, y la hizo pasar.

«No ahora...».

Había elegido un pésimo momento para ir a ese lugar.

Caminé por entre los escritorios de los trabajadores hasta que alguien que salió del baño me miró de pies a cabeza.

—Hola, ¿buscas algo?

—Bueno... —me quede mirando a la muchacha—. Necesito hablar con Milo Griffin.

La mujer se pegó a las paredes de vidrio de la oficina de Milo e intentó mirar a través de las persianas.

—No creo que sea un buen momento ahora. ¿Tienes cita? —yo asentí—. ¿A qué hora?

Miré disimuladamente el reloj que había en la pared de enfrente.

—A las cuatro.

—Bien, ¿nombre?

Vi que la chica se acercó a un escritorio justo afuera de la oficina de Milo.

«Ay, no».

De todas las personas que había, me tenía que topar con la secretaria.

—Ah...

Antes de que pudiera responder, Elizabeth salió de la oficina gritando insultos y haciendo un gran escándalo, llamando la atención de todos.

—Dame un momento —la chica salió de detrás del escritorio y fue hacia la oficina de Milo.

Yo aproveché el momento y me asomé por encima del escritorio para ver la pantalla del computador. Leí que una mujer tenía una cita a las cuatro con Milo.

«Pero que conveniente... Ahora seré Meredith Kunis».

Cuando la secretaria volvió yo ya estaba en mi posición anterior y me miró con una sonrisa nerviosa.

—¿Cómo dijiste que te llamabas?

—Meredith Kunis.

—Perfecto... el señor me dijo que pasaras antes. Vamos.

Quedaban quince minutos para las cuatro, por lo que agradecía haber llegado antes que la verdadera Meredith Kunis.

Cuando entré, Milo estaba sentado frente a su escritorio leyendo unos papeles, mientras se sobaba su mejilla enrojecida.

—Toma asiento —hice lo que me dijo y me hecho un vistazo—. ¿Por qué quieres trabajar como chófer?

Había descubierto la razón de la cita.

—Me gusta manejar —fingí una sonrisa.

—¿Y qué pasará con tu trabajo en La Dulce Ruta? —su sonrisa cínica me provocó un mayor enojo del que ya tenía—. Jamás olvidaría a una mesera con ese color de cabello y que casi bota cinco tazas al suelo en el momento que estuve ahí.

—Lo dices porque no eres mesero, si lo fueras...

—Tendría un mejor equilibrio —terminó por mí.

Si que era una persona desagradable.

—¿Qué acaso no tenías nada mejor que hacer que fijarte en lo que hacía yo?

—Digamos que tienes un talento para llamar la atención —se apoyó en el respaldo de su silla y cruzó sus brazos—. ¿No te llamabas Jess?

En ese momento me sentía preparada para que llamaran a seguridad y me echaran a patadas.

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