Una doble atadura en sus zapatillas deportivas es suficiente para salir seguro y de que esta vez no entrara ninguna molesta piedrita.

Yoon Gi en esta ocasión lleva un reloj digital, de esos baratos que hay por internet. Siempre mira la hora y en esta ocasión sale más temprano. Son las siete y cuarenta.

Calienta sus músculos y se toma el tiempo necesario, calculando que pasará por allí justamente a las ocho.

Esa noche hace un poco más de calor, pero no le molesta. Mueve sus pies enérgico y se lanza al primer paso a la vez que coloca los pequeños auriculares en sus orejas. Su trote acelera a medida que recorre su camino de siempre. Observa que no hay mucha gente y eso le gusta.

Pasan cinco minutos desde que comienza a aumentar la velocidad y como la noche anterior se fija en una figura en el mismo punto; vuelve a hacer uso de la discreción, y al pasar mira de reojo.

Cabellos castaño claro, anteojos de marco redondo. Otra vez ese chico.

—¿Qué mierda está haciendo?—piensa curioso, distrayendo su atención y chocando con una mujer que también corre en el mismo carril.

—Disculpa...

Ella lo mira apenada, acomoda su pelo tras la oreja y Yoon Gi le sonríe. Es una mujer muy bonita. Intenta decirle algo pero no puede, se dijo a sí mismo que debía dejar de hacer esas cosas. Se sentía enfermo.

—¿Te conozco? —ella ladea su cabeza, pero su expresión detona asco.

—No. Creo que te confudes de persona.

La cabeza de Yoon Gi se gira rápido para retomar su camino. No debe distraerse.

Y tras la escena, desde la distancia, el jovencito de anteojos los observa y muestra una leve sonrisa. Le parece patético el actuar de aquel hombre. Pasa la lengua por sus labios y limpia así un poco del helado que había estado comiendo.