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Capítulo Diecisiete





Jaemin se despertó lentamente, sintiéndose cansado y algo confuso. Frota sus párpados mientras se incorpora en la cama, inhalando el aroma familiar que impregna la habitación. Sus ojos recorrieron el cuarto, y de repente, los recuerdos de la noche anterior lo golpearon. Rápidamente llevó una mano al cuello, buscando una marca.

—Nada... —susurró, sintiéndose sorprendido que fuese así —¿Por qué no me...?

Y eso no fue lo único que notó, también se percató que está extrañamente más calmado aún cuando se supone que está en medio de su celo.

La puerta se abrió, y el psicólogo entró en la habitación vistiendo una ropa casual de casa. El menor al recibir su mirada, rápidamente bajó la cabeza, avergonzado, sintiendo una punzada de culpabilidad. Se ha dado cuenta.

—Jaemin... —comenzó Jeno, con un tono que mezcla la preocupación y firmeza —¿En qué estabas pensando anoche?

El nombrado sintió que un nudo se formaba en su garganta. Tragó saliva y rió, pero la risa salió amarga.

—Hyung... Parece que es difícil engañarle... —dijo, tratando de mantener la compostura, aunque su voz temblaba. Tiene tantas ganas de esconderse tras las sabanas para nunca más volver a salir de ahí, cuál cachorro escapando del castigo por su travesura.

Lee suspiró, y caminó hacia la cama, sentándose al borde. Levantó el rostro de Jaemin con una mano, obligándolo a mirarlo, en un delicado tacto que se sintió una caricia.

—No estoy enojado, Nana —dijo Jeno, con una dulzura que hizo que el corazón del latiera un poco más rápido. —Pero me preocupa lo que hiciste. Anoche fuiste... irresponsable.

Jung apartó la mirada, sintiéndose expuesto y vulnerable bajo su mirada. No quiere flaquear, no quiere caer cuando lo está haciendo tan bien.

—Solo... no quería estar solo —murmuró, su voz apenas audible. —Pensé que... estar con usted...

Jeno notó como sus dedos refinados parecen jugar con la manta de forma nerviosa y temblorosa. Bajo su mano hasta ahí, dándole un suave apretón.

—Lo entiendo. Pero no puedes dejarte llevar por el momento, por tus emociones. Tienes que pensar en ti mismo, cuidarte mejor. Te mereces algo más que decisiones impulsivas, algo más que esto. Piensa en tu carrera y en lo mucho que te ha costado formarla, no puedes tirar todo por la borda así como así.

Jaemin asintió lentamente, sus ojos comenzando a llenarse de lágrimas. Siente una mezcla de vergüenza y agradecimiento por la forma en que Jeno lo trata.

—Lo siento, hyung... —dijo finalmente, su voz temblorosa. —Solo... no quiero perderle. Y-Yo... T-Tengo m-miedo de p-perderle... —y de forma inevitable, un sollozo escapó de sus labios. Llevando sus manos a la cabeza, oculto su rostro cabizbajo.

Jeno sonrió apenado, triste por ver a su Omega tan mal. Acortó la distancia de sus cuerpos y lo envolvió con sus protectores brazos cálidos para acariciarle y consolarle.

—No vas a perderme. Estoy aquí a tu lado y no te dejaré jamás, nunca sería capaz de dejarle.

El menor alzó su cabecita en el pecho del mayor para verle el rostro, con sus ojos brillando como cristales dejando caer restos de ellos por sus mejillas. Arrugando su nariz cuestionó —¿L-Lo promete?

Jeno pasa sus dedos por aquella esponjosa cabellera rosada, tan linda como un chicle de fresa. —Lo prometo.

Jaemin tiene miedo de quedarse solo. Y ahora que lo ha encontrado, teme aún más.

Está bien sentirse débil, esta bien tener miedo. Todos pasamos por dificultades que nos hacen aferrarnos a una persona o situación en específico en búsqueda de un refugio.

Jeno es su refugio, Jeno es su lugar seguro y había pensado que tal vez, antes de que sea tarde, debía amarrarlo a él para no dejarlo ir. Y es que ¿Qué hombre rechazaría a un Omega en celo como él?

Al parecer si existe uno, y sorprendentemente fue su destinado.

La caballerosidad y la dulzura de su Alfa son cosas que nunca esperó que encontraría en uno. Estaba listo para quedarse solo el resto de su vida si con eso mantendría su carrera de Idol intacta pero ahora que lo ha encontrado, no lo dejará ir jamás de su lado.

Porque por más que uno planea las situaciones, siempre habrá algún imprevisto. Jeno fue su mejor encuentro no planeado.

Se aferro al pecho de aquel hombre, inhalando su delicioso aroma pacífico, sintiendo como su llanto se suavizaba hasta volverse en nada. Ojalá pudiera estar toda la vida en esta posición, que el tiempo se detenga en ese mismo instante hasta el fin de los tiempos.

—¿Te sientes mejor? —su mayor le pregunto a lo que asintió ligeramente.  Sintió como su rostro fueron tomado por aquellas manos y un beso fue depositado en su frente. —Te prepararé algo de desayuno.

Jaemin esbozó una pequeña sonrisa, sintiéndose un poco mejor, aunque aún nervioso por lo ocurrido. Su contacto desapareció y lo observó a Jeno levantarse. Su pequeño lobo de melocotón se quejo en su interior queriendo quedarse más tiempo en el refugio de sus brazos.

Lee se detuvo en el umbral de la puerta antes de salir, mirando a Jaemin con una expresión suave.

—¿Te gusta el emparedado de queso? —preguntó.

Asintió, intentando sonreír. —Sí, suena bien.

Jeno con un asentimiento se dirigió a la cocina, dejándolo a su tiempo. Nana observó cómo la puerta se cerró tras él antes de dejar caer su cabeza en las manos. Frustrado, frotó sus cabellos, intentando disipar la mezcla de emociones que lo abruman.

—Soy un idiota... —murmuró, levantándose con un pesado suspiro.

Junto a Jeno, se sentía bien, se siente feliz y completo. Pero esa sensación, esa seguridad que le da, lo asusta. Se aferró a ella como un náufrago a una tabla, desesperado por no dejarla ir.

Sentirse seguro, tener a alguien solo para él, alguien que estuviera a su lado pase lo que pase, es algo que nunca había experimentado tan intensamente. Pero ahora, esa dependencia lo hace sentir débil, expuesto, como si fuera más frágil de lo que alguna vez pensó ser.

Se acercó a la cama y notó un par de pantuflas colocadas cuidadosamente al lado. Sin pensarlo demasiado, se las puso, y al hacerlo, un nudo de culpa comenzó a formarse en su estómago.


«Debe estar esforzándose mucho para soportarme...»

Solo quiso aferrarse a esa sensación de ser querido, de tener a alguien que lo cuidara. Pero también le hace cuestionarse si estaba pidiendo demasiado, si Jeno realmente puede soportar el peso de sus inseguridades.

Se siente pequeño, insuficiente y expuesto. Todo en el mayor está bien y perfecto, lo único malo que tiene es a su destinado, un joven Omega que no puede ordenar ni sus propios pensamientos.

Ahora más que nunca no puede evitar sentirse como una carga, como si cada muestra de afecto que recibía de Jeno fuera un reflejo de su propia debilidad.

No podía evitar preguntarse si estaba siendo egoísta, si su necesidad de sentirse amado y protegido estaba ahogando al hombre que le había dado todo. ¿Y si Jeno se cansa de él? ¿Y si un día decide que no vale la pena seguir soportando su carga emocional?

Cada pensamiento lo empuja más hacia un abismo oscuro, donde la certeza de su propia insuficiencia lo espera. Jaemin había intentado ser fuerte, independiente, alguien digno de estar al lado del mayor. Pero ahora, al estar solo con sus pensamientos, todo lo que ve es un reflejo de sus inseguridades, de la fragilidad que tanto trataba de ocultar.

Es débil, siempre lo ha sido y siempre lo será. Por más que se esfuerce por aparentar ser más, de alguna forma terminara mostrando su verdadera naturaleza.

Jaemin llegó a la puerta de la cocina, pero se detuvo antes de entrar. Se apoyó en el marco, mirando hacia el interior, donde el mayor esta de espaldas, concentrado en preparar los emparedados. Observó sus movimientos, cómo se desenvuelve con tranquilidad y confianza, como si todo estuviera en su lugar.

¿Es amor lo que siente o simplemente es la necesidad desesperada de tener a alguien que lo salve de sí mismo?

De repente, Jeno se dio vuelta, sosteniendo los emparedados de queso en las manos, pero se detuvo al notar la expresión abatida en el rostro del menor. Las feromonas de Jaemin, con su inconfundible aroma a melocotón, han cambiado, impregnando el aire con tristeza y desolación, una que Jeno percibió al instante.

Con una suave sonrisa, el mayor dejó los platos en la encimera y se acercó al menor con pasos tranquilos, cuidando cada movimiento para no abrumarlo. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, se inclinó ligeramente para poder mirarlo directamente a los ojos.

—Hey... —murmuró con ternura, su voz impregnada de una calidez que se sintió como un bálsamo para el alma herida de Jaemin —Todo está bien, Nana.

El mencionado levantó la mirada lentamente, encontrándose con los ojos amables de Jeno, esos que siempre logran calmarlo, aunque fuera un poco. Pero esta vez, el peso en su pecho no se disipa tan fácilmente. Jeno se dió cuenta de ello.

—No tienes que cargar con todo solo —continuó Jeno, inclinando la cabeza un poco para capturar por completo la atención de Jaemin. —Estoy aquí contigo, para lo que necesites. No tienes que preocuparte.

El tono cálido y tranquilizador del azabache comenzó a penetrar la barrera de inseguridad que rodea a Jaemin, quien sintió que su pecho se afloja ligeramente. Hay algo en la manera en que Jeno habla, en cómo lo mira, que hacía que todo se sintiera un poco menos pesado, un poco menos abrumador.

Notando el pequeño cambio en la expresión de Minnie, esbozó una sonrisa más amplia, una que muestra comprensión y paciencia. Es el tipo de sonrisa que dice "estoy aquí para ti" sin necesidad de palabras, el tipo de gesto que solo un verdadero caballero podría ofrecer en un momento así.

Jeno vuelve a llevar su mano al rostro del menor, acariciando su mejilla en un toque delicado e íntimo.

—¿No quieres probar el legendario emparedado de queso que hago?

Ante la cuestión un tanto divertida, una sonrisa se asomo en sus labios rositas y asintió. Aunque no tuviese mucho apetito, no quiere desperdiciar algo que su Alfa le hizo. Jeno le ofreció su mano, y aunque la duda aún persistía en su mente, Jaemin la tomó, aferrándose a ella como si fuera el único ancla en un mar de incertidumbre.

Fue guiado hacia la mesa.

Porque Jeno estaba allí, dispuesto a ser la fuerza que Jaemin necesitaba, solo por eso no caerá.

















El reloj marca el tiempo en silencio mientras Jeno terminaba de ordenar su maletín. La mañana avanzó en un ritmo habitual, casi relajado.

Debe ir al trabajo y de camino, dejará a Nana en su departamento.

Jaemin, cubierto nuevamente con su abrigo negro y el gorro que oculta su rostro, se acercó a la puerta con la intención de salir. No le gusta la idea de irse y dejarlo, pero sabe que debe hacerlo.

—Voy a abrir la puerta —le aviso al Alfa de la sala quien asintió ligeramente ya estando prácticamente listo para partir.

El menor abrió la puerta sin más. Es mejor apresurarse en salir antes de quedarse más tiempo y acostumbrarse.

Pero ¿Quién diría que una catástrofe ocurriría?

Cuando apenas el marco de la puerta cedió, un hombre vestido de negro apareció, como si hubiera emergido de las mismísimas sombras.

El menor sintió un escalofrío recorrer su cuerpo antes de que el terror se apoderara de él por completo. El grito que soltó fue instintivo, visceral, una expresión cruda de puro pánico cuando vio al extraño abalanzarse sobre él con un cuchillo, su intención tan clara y letal que el tiempo pareció detenerse.

—¿¡Te atreves a disfrutar el tiempo con otro!? —un rugido que lleno de terror al menor.

En cuestión de segundos, Jeno, que se había girado al escuchar el grito, sintió una descarga de adrenalina recorriendo su cuerpo. Su corazón se detuvo un segundo antes de reanudar su latido con una fuerza furiosa, impulsándolo a moverse, a actuar. Corrió hacia Jaemin, sus pensamientos un torbellino desordenado, pero con un solo propósito: protegerlo.

Cada fibra de su ser se concentró en esa misión, su alfa interior rugiendo con una ferocidad que rara vez dejaba salir.

Jaemin cayó al suelo, su cuerpo débil y su mente en blanco, con el hombre encima pero el cuchillo nunca llegó a tocar su piel. Jeno empujó al extraño con una fuerza desesperada, el sonido del metal chocando resonando en el pequeño espacio como un trueno contenido. Sin embargo, el asaltante no se dejó vencer fácilmente. Se levantó con furia y ambos Alfas iniciaron un forcejeo.

En un instante que se sintió eterno, Jeno sintió el dolor agudo de la hoja atravesando su piel. El dolor es real, penetrante, pero no lo suficiente como para detenerlo.

El atacante, sintiendo que su ventaja se desvanece, logró zafarse con un movimiento brusco, escapando de las garras de Jeno con la destreza de alguien acostumbrado a las sombras. El Psicologo, intentó seguirlo luego de verlo escapar  por la puerta con su cuerpo entero clamando por dar caza a la amenaza, por terminar lo que había comenzado. Pero al ver al hombre bajar las escaleras con una agilidad sobrehumana, una parte de él, más racional, tomó el control.

Sabe que si lo sigue, pondría en riesgo no solo su propia vida, sino la de Jaemin, que seguía en el suelo, indefenso. De igual forma todo el edificio está equipado con camaras de seguridad.

Respirando con dificultad, con la adrenalina aún surcando sus venas, Jeno se detuvo. El instinto de alfa que exige venganza y protección lucha con la necesidad de seguir a ese hombre maldito que osó en realizar un movimiento en su propia casa.

Pero no, dió la media vuelta y corrió de vuelta al interior del departamento y fue la mejor decisión ya que su Omega, su pequeño e indefenso Omega, se encuentra acurrucado en el piso aferrándose cual feto en un desesperado intento de mantener la calma el ataque de pánico que esta sufriendo.

Se sentó en el suelo y se inclino a él para tomar la cabeza de su amado y volverá a depositarla en su pecho, en aquel lugar seguro.

—Todo esta bien, no pasó nada... —la voz de Jeno tembló ligeramente, un contraste a su apariencia usualmente estoica. Sus manos, a pesar del dolor de su herida, son sorprendentemente suaves mientras tocaban el rostro de Jaemin, verificando que no hubiera sido lastimado. Se alivio al no encontrar una herida en su pequeño angelito.

Jaemin, aún en shock, asintió lentamente, su respiración errática mientras intenta procesar lo que acababa de ocurrir. Pero el contacto con Jeno, el olor familiar y calmante que lo envolvía, comenzaba a traerlo de vuelta, a anclarlo en la realidad. En ese momento, en medio del caos, había algo indescriptiblemente seguro en los brazos de Jeno, algo que decía que, mientras estuviera con él, estaría a salvo.

El calor y la fuerza de los brazos de Jeno, el suave latido de su corazón contra su oído, todo lo que significaba ese contacto, fue suficiente para desmoronar las últimas barreras que lo mantenían erguido. De repente, los sollozos comenzaron a surgir, primero en suaves suspiros quebrados y luego en un llanto desesperado. —T-Tenía miedo... M-Mucho miedo... —sollozó no pudiendo soportar el dolor que lo ahoga.

—Esta bien tener miedo, es completamente normal.

Jeno ignorando el ardor de la herida en su brazo, y lo sostuvo cerca. Su prioridad es Jaemin, siempre lo será.

Tener al pequeño en sus brazos es como un reflejo instintivo, casi primitivo, del deseo de protegerlo, de mantenerlo a salvo en medio de un mundo que acaba de demostrar lo peligroso que puede ser. Los brazos de Jeno, fuertes y firmes, se cerraron alrededor del cuerpo inestable y tembloroso de Jaemin, como si con ese simple gesto pudiera asegurarle que estaba a salvo, que nada malo iba a sucederle mientras estuviera a su alcance.

El sonido lastimero de su pequeño es desgarrador, un lamento que refleja el miedo, la impotencia y la vulnerabilidad que sentía en ese momento. Jaemin se aferró con todas sus fuerzas a su cuerpo, como si el simple acto de sostenerlo pudiera evitar que se desmoronara por completo. Sentía su cuerpo temblar de manera incontrolable.

—Estoy aquí, Minnie... Estoy aquí —susurró Jeno con ternura. La impotencia y el dolor en los sollozos del menor lo afectan de una manera que no había previsto, provocando una profunda necesidad de consolarlo, de darle un refugio en medio de la tormenta que estaba atravesando. Sus ojos enrojecieron y aunque una lágrimas haya caído, se la limpio con rapidez.

Jaeminnie es tan frágil como un cristal, eso pensó la primera vez que lo vio y lo sigue pensando.

—No voy a dejar que nada te pase, Na. Lo prometo.

—P-pero u-usted —el menor se alejó ligeramente de su cuerpo para poder ver la herida del mayor, notando como la sangre caía de su brazo formando un charco de sangre debajo de él. No lo sabía, no se dió cuenta que estaba tan herido. —H-Hyung... E-Esta herido, e-está muy herido...

—Estoy bien. Esto no es nada.

—S-Se lastimó p-por m-mi c-culpa... Y-Yo le hice esto —sus delicadas manos temblorosas se presionaron contra la herida del mayor, buscando detener de forma inestable el sangrado.

—Estoy bien, tu eres el que está mal. Un psicópata vino aquí por ti, debes avisarle a la empresa, debes... —se detuvo cuando vio a Nana morderse su labio inferior buscando ahogar sus sollozos —¿Qué sucede?

—E-Él me da m-mucho miedo... —reveló en un hilo de voz —E-El l-lastimo a-a J-Jisungie y-y ahora a ti, l-lo lamento t-tanto...

—¿Lo conoces?

No contesto y solo lloró.

—Jaemin, ¿Quién es él y qué es lo que te ha hecho?

—He m-mentido...

—¿Sobre qué?

—E-El escenario n-no me da m-miedo... —reveló sintiendo como de su corazón se desborda el sentimiento de culpabilidad. No puede soportarlo, necesita desesperadamente de soltar lo que más le aturde —P-Por su c-culpa s-soy a-así...

—Jaeminnie...

—L-Lo siendo, l-lo lamento tanto...













Chenle despertó sintiendo el peso del cansancio aún en sus huesos. Parpadeó varias veces, su mirada desenfocada, mientras intenta procesar dónde estaba. Se incorporó lentamente, su cuerpo aún débil y tambaleante, sus pasos inseguros, muere de sed, necesita agua. Su cabellera desordenada como si hubiera tenido una batalla anoche y frotando sus ojos que no son capaces de abrirse.

La confusión lo invadió por un momento, el olor a café y pan tostado en el aire.

Su mirada se deslizó por la sala desordenada hasta la puerta que lleva a la cocina y lo vio allí, con un delantal que parecía fuera de lugar en su figura alta y desgarbada, mientras terminaba de preparar el desayuno con una concentración casi solemne.

Jisung, con el ceño ligeramente fruncido, se veía tan diferente y, sin embargo, tan él mismo. Ese contraste entre su natural torpeza y la seriedad con la que se mueve en la cocina le provocó una punzada en el pecho a Chenle, una mezcla de dolor y ternura. No pudo evitarlo, las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos, inundando su visión.

—¿Por qué no te importa mi marca? —soltó de repente, su voz rota por el llanto que había estado reprimiendo, su desesperación haciéndose evidente. La pregunta salió como un grito silencioso, como un reclamo al mundo.

Jisung se giró hacia él de inmediato, sus ojos llenos de una firmeza tranquila. Sin vacilar, respondió.

—Porque la romperé —declaró, su voz suave pero segura. —Te marcaré yo, Chenle. Esa es la única marca que quiero para ti, la única que debería estar en tu piel.

Chenle, aturdido por las palabras de Jisung, sintió como su corazón latió más rápido, una mezcla de miedo y esperanza lo envolvió.

Quitar una marca con otra marca es algo muy difícil, pero no imposible. Solo los predestinados pueden romperlo pero ellos... Su lazo ha sido dañado y amarañado. ¿Aún queda algo de él? No siente a Jisung, no siente la conexión de sus lobos y aquello lo mantiene tan débil y adolorido.

Se dejó guiar por el menor hasta la mesa, donde se sentaron juntos. Jisung tomó una cuchara y comenzó a alimentarlo con delicadeza, con gestos suaves y amorosos. Chenle tragó el primer bocado, aunque su garganta se sentía cerrada, llena de incertidumbre.

—No sé qué hacer... —murmuró Chenle, su voz apenas un susurro.

—No tienes que hacer nada ahora mismo, Lele —le dijo calmado, algo contrario al lamentable estado torturoso del mayor. Pero si tan solo Chenle supiera lo que hizo... —Yo me estoy encargando de todo.

Jisung sacó el teléfono de su bolsillo y lo puso suavemente en las manos temblorosas de Chenle.

—Quiero que veas esto —dijo, su tono casi conspirativo, como si estuvieran a punto de descubrir un secreto juntos—Entra a tus redes sociales.

Está casi seguro que le gritara, le regañara e incluso, no le hablara. Pero debía hacerlo, no podía seguir como un tonto bueno para nada mientras su destinado sufría.

Desde hace años lo sabe y nunca ha podido hacer nada. Se ha mantenido al margen siendo el refugio de su pequeño, adorable y explosivo novio cada vez que se sentía mal o cada vez que le hacían daño.

Los Zhong no son más que unos repugnantes insectos que buscan desesperadamente dinero. Eso es lo que son y nada más. No tuvo piedad con ellos y tal vez, armó un alboroto tan grande que se volvió en el inicio del caos.

Chenle, confundido, desbloqueó su celular. Su mente aún estaba nublada por la confusión, pero obedeció. Al abrir sus redes sociales, vio los titulares.


"Chenle no es el hijo legítimo de los Zhong"

"Zhong Chenle ha sido maltratado por su familia"

"Caida abrupta de las acciones de la Corporación Zhong, no creen que vaya a mejorar"

"Renuncia de contratos y activistas"

"Francis Vanetto enfrenta múltiples cargos de violación"

"De abusador a víctima, recopilación de los sucesos de Zhong Chenle"





Múltiples encabezados que lo dejan perplejo. Mientras más lee, más perplejo queda. No es el único, gracias a la revelación de su caso múltiples víctimas no solo del estúpido francés si no de la Corporación Zhong se armaron de valor e iniciaron una protesta por malos tratos, soborno, acoso y demás.

—¿Cómo es posible? ¿Qué hiciste que ellos... —su pregunta quedó en el aire pero al instante lo entendió. —¿Lo usaste?

—Hace años me dijiste que lo cuidara por ti.

—Pero... —su voz tembló.

No por nada Chenle se ha mantenido lleno de costosos lujos por años a pesar de su posición en contra de su propia familia y es debido a una sola razón. Y es que, de pequeño no era tratado mejor que a un miserable animal.

Fue maltratado como a un burro, eso hasta que en una ocasión, moviéndose como una sabandija en su propia casa logró robar y ocultar los archivos ocultos de él y su madre.

Aprendió a atacar a muy temprana edad debido al abuso constante de parte de su familia. Lo miró, los analizó y los estudió, y los tomó desprevenido.

Ahora él se había convertido en el cazador y ellos en la presa. Porque aquellos papeles aburridos no solo contenían su información de adopción, si no también el caso de violación de su padre hacia su madre, uno que casi salía a la luz pero lograron ocultar a través de grandes sobornos.

Pero la lucha no termino ahí, siendo vigilado, controlado, regañado. Tratado como a una escoria inservible, solo pudieron hacer caso a sus grandes pedidos esperando que su dinero lo mantuviera callado mientras en las sombras, esperaban el momento de robarle y hacer desaparecer las pruebas en sus pequeñas manos.

Chenle se lo confió a Jisung hace dos años. Era un archivo de pendrive, al cual le saco varias copias, algo muy bueno ya que se lo han robado varias veces.

Todo está en las redes sociales, las imágenes y los documentos son claros, innegables. Jisung subió absolutamente todo.

Un jadeo escapó de sus labios cuando se dió cuenta que lo sucedido ayer con el francés, todo lo que le dijo y lo que intento hacerle está subido al internet. Eso significa que...

—Lo siento, nunca me fui. Siempre estuve detrás de la puerta —revelo el azabache con culpabilidad, esperando que su pequeño novio le perdonarse.

Chenle comenzó a llorar de nuevo, pero esta vez, sus lágrimas no son solo de dolor, sino también de una extraña mezcla de alivio y miedo. Su mundo, el que había conocido hasta ahora, se tambaleo frente a sus ojos. Su vida se destruyó para no quedar rastro, solo cenizas de una incesante llama ardiente que lo quemó por años.

El sonido insistente de su teléfono lo sacó de su trance. Es su padre, llamándolo desesperadamente. Sintió su mano temblar mientras sostiene el aparato, incapaz de decidir si contestar o no.

Jisung lo envolvió en un abrazo firme, cálido, pero protector. Su voz, aunque baja, tiene una fuerza que parece capaz de derribar cualquier barrera.

—No necesitas responder —murmuró contra su oído. —No los necesitas mas, Lele. Yo te mantendré. Te daré todo lo que necesites, no te faltará nada. Estoy aquí contigo, siempre lo estaré.

Chenle sintió cómo su respiración se volvía más pausada, su cuerpo, aún tembloroso, se dejó llevar por la calidez del abrazo de Jisung. Se permitió, por primera vez en mucho tiempo, creer en esas palabras. Quizás, solo quizás, puede ser verdad. Asintió lentamente, con lágrimas aún corriendo por sus mejillas.

—Es hora de dejarlos —susurró, su voz cargada de una mezcla de tristeza y liberación.

Y en ese instante, por primera vez, sintió que estaba listo para dejar atrás su pasado, para comenzar de nuevo. Con Jisung, a su lado, siempre.













¿Chenle será capaz de dejar ir a su familia?
¿Los Zhong se quedarán de brazos cruzados?
¿Jisung logrará proteger a su Omega?
¿Jaemin se dejará salvar por Jeno?
¿Enfrentará su pasado y sus miedos?






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