Capítulo 5: Tolerancia y música ligera.
Las personas te acorralaban todo el tiempo.
A ser el bueno, a ser el malo, a ser neutral, todo dependía de la razón que les dabas o las cosas que les negabas.
Pero todos cometíamos errores, era estúpido tomarte en serio el papel de santo o villano, cuando lo único que debíamos controlar era el puto ego.
Depresión.
Vi tanto odio sobre cualquier mínima cosa, así que me permití perder el mínimo respeto que otros me daban para señalar lo que en serio me molestaba.
—Así que hoy es el baile, ¿no? ¿Mañana te entregan tus papeles? —Preguntó Adie, yo asentí aunque no pudiera verme al otro lado de la línea.
Había dejado mi celular en altavoz sobre el escritorio del club. Cáncer se había ido a casa temprano para cambiarse y Celiaquía estaba ayudándome a terminar de guardar las cosas del club, también a poner en orden los pasillos alrededor pues algunos estudiantes seguían rondando o esperando a que diera la hora asignada así faltara mucho.
Trabé la caja de dulces en la cima del armario, detrás de los papeles con nuestros gastos anuales. Sacudí mis manos y miré el teléfono, en la pantalla se reflejaban los rayos del atardecer y nada más que la respiración de ambos se escuchó. Estuvimos hablando sobre lo que necesitaría al mudarme a los dormitorios y las medidas de seguridad de este, aunque el tema murió después de un rato.
—Sí, ¿quieres ve...?
—¿Puedo darme una vuelta? —Dijo al mismo tiempo, después se rió.
Nos quedamos en silencio. Me estiré otra vez para arrojar el último chocolate fuera de la caja y cerré el armario, observando desde mi posición la sala del club casi vacía por todas las cosas que recogimos y que se quedarían así hasta que Celiaquía comenzara a operar como la nueva presidenta junto a los chicos que reclutó.
—Sí, te espero a las 8. —Respondí con desdén, sosteniendo mi propia camisa para echarme aire.
—Voy a colgar ya, ¿de acuerdo? Te veo en unas horas. —Cortó la llamada de inmediato.
Ajá, ahí te ves.
Caminé con cortos pasos hacia el escritorio, me aseguré de que hubo colgado y lo recogí para marcarle a mi madre con la esperanza de que no estuviera tan ocupada en el trabajo. No tardó mucho en responder, así que elevé la voz y grité:
—MAMÁ, ENVÍAME ROPA BONITA A LA ESCUELA, ¿SÍ? —Acaparé el celular desesperado, sacudiendo mi cabello de extremo a extremo para poder ver la llamada.
—HOLA, MI PRÍNCIPE. SALUDA A TU MADRE, Y NO SEAS GROSERO. —Eirín elevó tanto la voz que no supe si me estaba gritando, le hicieron eco sus compañeras que parecían reírse por mi actitud.
—Por fis, ¿sí? —Tiré mi dignidad por un balde como si se tratara de mis calificaciones.
—Dep, me habías dicho que te pondrías solo tu playera negra y volverías temprano —suspiró, el quejido se lo tragó aunque sus dientes rechinaron un momento. Yo en mi mochila traía ese cambio, pero ya estaba arrepentido—. Te compré ropa nueva para cuando te mudaras y ni la pelaste. No puedo llevarte ahora, sigo en el trabajo y tu apá también.
—¿Puedes pedirle a Hipo? —Rogué, arrojándome en la silla de rueditas con los dedos cruzados.
—Veré si quiere, ¿pero por qué...?
Colgué y elevé ambos puños al aire, tratando de contener mi emoción que me impedía no poner una sonrisa. Poco interés tenía en el baile, iba por mero compromiso, algunas botanas y devuelta a casa a mimir, porque no toleraba estar en un lugar rodeado de personas sudadas que cantaban las mismas canciones.
—Vamos, solo es un día más y todo se va a terminar —murmuré, cerrando mis ojos de la luz natural para fantasear con la escuela finalizada—. Disfrútalo, Dep.
Disfrútalo.
Celiaquía pasó a despedirse de mí. Me dejó unos chocolates junto a su mejor amiga, me despidió con un abrazo y cerramos juntos el club. Continué mi ritual de pasar por una leche de chocolate a los maquinas expendedoras y unas barritas de cereal con malvavisco, y procedí a esperar a mi hermano en los escalones de la entrada de la escuela.
Él llegó en bicicleta, diciéndome que era un mamador.
—Chaqueta de cuero, cuello de tortuga y tus botines. —Arrojó la mochila a mi estómago, peinando su cabello de hongo hacia atrás.
Mi hermano era casi mi retrato, con la diferencia de que su rostro no era tan redondo como el mío y su cuello también era más largo. Le rogué que se fuera pronto porque no quería que alguien se diera cuenta de que usábamos los mismos cortes, mucho menos que nos confundieran por el tamaño.
—Dice ma que vuelvas temprano para cenar at home —habló con desdén, su voz seguía aguda en plena pubertad. Se puso sus lentes de sol y encimó los pies de vuelta en los pedales, dejándome ver la etiqueta de sus nuevos tenis rojos que combinaban con la cachucha en su mochila—. Quieren celebrar la graduación con los vecinos. So, ¿excusa?
—Dile que tendré una cita o cualquier cosita, luego te compro tu pase de videojuegos. —Le arrojé unas palmadas a la espalda, feliz de que a Hipo le valiera mierda todo y no hiciera más preguntas.
Mi relación con Hipocondriaco había mejorado a diferencia de hace unos años, cuando lo único que quería era evitarlo por su forma pesada de ser y minimizar los problemas de los demás. Le costó aceptar que tenía un problema al buscar que otros validaran lo que sea que sentía, y también sobre lo que pueden afectarle físicamente las mentiras sobre tantos malestares, como tomar medicamentos que no le correspondían.
Le vi alejarse en su bici, esperando a que cuando llegara a casa me escribiera para decirme que llegó a salvo. Por otro lado, los alumnos y algunos profesores que abrirían el baile comenzaron a llegar, junto a unos cuantos desesperados que preferían estar desde antes para acaparar las mesas.
Me aislé a los baños para cambiarme, y tomé en mi pecho la secadora que estaba dentro de la mochila pues la necesitaba pero no lo sabía. Volví a peinarme sin que importaran los alumnos que pasaban al baño, uno de ellos incluso me pidió que secara su cabello igual. Otros se ayudaron para arreglarse porque no fui el único que cambió de look a último minuto.
Entonces, el profesor Mure, chaperón de la cuarta puerta me recibió con gel antibacterial y dijo que "me divirtiera muchísimo". Pero la música no me sacaría ni una sonrisa, quizás solo encontrarme con algunas personas, ver quién era el graduado con honores y comer en mi mesa mientras veía a otros bailar sobre la pista blanca que recubría casi todo el sitio.
Del techo colgaban pequeñas luces, como ramitas de árbol, que llegaban a la cabeza de los más altos y algunas decoraciones de las mesas. No cubrieron el suelo del deportivo, pero nunca lo había visto tan limpio hasta ese día. Las luces azules parecían entintar los cojines blancos que rodeaban la zona de fotos e incluso mi playera blanca.
No escuchaba ni las pisadas de mis botines por el sonido de las bocinas que hacía tambalear algunas copas. Quién sabe quién dirigía la música pero por los cambios repentinos parecían no decidirse si poner reggaetón, cumbia o algo gringo para contentar a todos los gustos. Me mareó de solo escucharlo así que busqué con prisas mi mesa, donde Fibromialgia hacía señas desesperada para que la notara con el sombrero de globos en su cabeza.
—Se lucieron los organizadores, ¿verdad? —Me gritó emocionada al ver los recuerditos en la mesa y el arreglo floral que aún no habían robado. Abrí una silla para sentarme a su lado—. Todo quedó bien bonito.
—Las sillas son de plástico.
—Dep, cállate, pedazo de mierda. —Elevé las manos inocente para que no se enojara.
Me arrojé sobre los dulces que tocaron por mesa antes de que llegara Cáncer o cualquier otro de mi clase, necesitaba abrir bolsas para distraerme y no pensar en lo asfixiante que podría ponerse el asunto. Mastiqué algunos caramelos enchilados y subí las piernas a la silla vecina para apartarla por si me daba sueño. Iba a mimir en cualquier caso.
—Hey. —Daltonismo se sentó en el otro extremo, girando su silla para darnos la espalda después de su saludo y ver directamente al escenario. Algunos discutían sobre los cambios de música.
—Saluda bien o chúpala. —Diabetes le siguió, dando media vuelta por la mesa para saludar a los asmas y a Fibromialgia, quien no paraba de evadir miradas con Lupus quien apenas venía cruzando por la entrada que daba al estacionamiento.
—Es que me gusta to' de ti. —Reconocí la voz detrás, junto a Lupus, así que giré emocionado mientras guardaba los dulces en mis bolsillos para saludar a mi amigo.
—¡Cán, acá, wey! Te reservé asiento en primera fila. —Mentí con una sonrisa, necesitaba que alguien me apartara el sitio y a ambos no nos decían nada por acaparar hasta cuatro sillas.
Ni porque era el baile de graduación Cáncer se vistió formal, al contrario, parecía sacado de un grupo de vendedores de mota que vestía con sudadera y pantalones holgados junto a sus tenis que según él los compró a cinco pesitos en un mercado de pulgas, pero eso era mentira, porque se veían muy mamalones como para que los vendieran tan baratos. Me puse de pie para estirar mis brazos y gritarle con más fuerza.
—¡Acá, tienes lugarcito, y te comes mi entrada, ¿va?! —Brinqué mientras señalaba la silla de plástico cubierta por tela blanca.
Cáncer levantó sus chinos hacia mí, observó la mesa unos segundos y procedió a cubrirse medio rostro como si así fuera irreconocible, tratando de tapar el sol con un dedo, se encorvó y pasó corriendo junto a una bola de desconocidos que se sumergieron en alguna oleada de luces azules y amarillas fuera de mi vista.
—Qué... —Me reseteé un momento. Miré a Fibromialgia pues bebía con sospechas de su copa con jugo—. ¿Me ignoró...?
—A saber, a veces se le mete el chamuco y se porta bien culero. —Le restó importancia.
Chale, ya nos vamos a graduar y ni siquiera se sienta conmigo.
Me quedé de pie a mirar los alrededores. Quería ir a buscar a Cáncer para ver qué onda pero al mismo tiempo tuve miedo de molestarle, así que jugué con mis manos esperando que volviera a pasar. El hambre en mi estómago incrementó, pero mis piernas no se movían como si fueran mis desiciones.
—¡Hola, qué tal, cariño! Buenas noches —me hablaron al oído, un chico de primer año más bajito que yo rodeó mi espalda hasta aparecer frente a mi rostro y asustarme—. Vengo con todo respeto, no lo tomes a mal, mi intención es saludarte junto a mi...
—¡Amiga! —Una chica de cabello negro más alta que ambos también salió de mi espalda, obligándome a retroceder hasta chocar con mi silla y asustar a Fibro.
Ese acento parece de asaltante de micros de la gran ciudad.
—Venimos a venderle unos bombones, carnalito, sin compromiso. —Puso su mano sobre mis hombros, tratando de abrazarme con esfuerzo pero ella se detuvo al verme tan cerrado—. Ah, per...
—Y una flor para otra flor. —El chico se había robado el arreglo de alguna mesa.
Miré de reojo a Fibro o a cualquiera de mi mesa para cuestionar si alguno de ellos los conocía. No sé si entendieron el mensaje pero se encogieron de hombros. Volví la vista a los dos amigos que parecían juntar sus caras cada vez más cerca de mí.
—Lo siento por asustarte —clamó la chica, peinando sus cabellos detrás de su diadema negra, y en su sonrisa la curva dejó escapar unas risillas tranquilas—. Solo queríamos sacarte a bailar por turnos pero no sabíamos como hablarte.
—Yo quería ir primero. —El chico juntó las cejas con pesar, justo en el cambio de música que ya me tenía harto.
Fibromialgia les dijo que yo no bailaba. Yo insistí en que no me gustaba mucho la música así que prefería quedarme sentado con mi grupo. Pero mantuvieron su sonrisa que en ningún momento flaqueó.
—Vamos, solo es una sacudida. —Trataron de tomarme de ambas manos. Las recogí lo más rápido que pude pero sostuvieron mi chaqueta y tiraron de ella como si estuvieran sincronizados-. Andale, dos canciones.
—UNA, bailamos los tres. —Insistió el chico, aferrándose a mis dedos aunque significara abrir mis puños.
—NO ME TOQUEN, ¿SÍ?
Retrocedí con más fuerza. El rostro poco aseado de Sinusitis se interpuso entre ambos chicos, bajando sus cabezas para hacerse notar y saludarme con sus dientes de tiburón que necesitaban un dentista urgente. Tan solo abrió la boca, me abracé a mí mismo por cualquier cosa que fuera a escupir.
—Dejen a este puto narcisista, cree que es la última Coca-Cola del desierto. —Lo dijo.
—Lo soy. —Lo silencié un segundo, también a los otros dos.
Verga, ¿qué esperaba que dijera? ¿Que me ardiera?
—En serio eres una basura que solo se aprovecha del nombre Depresión —parloteó, moviendo la barbilla con su barba horrible antes de empujar a los otros dos chicos que prefirieron no meterse en el asunto de dos chicos de último año—. Eres un puto y un falso.
—Me chupas un huevo, vaca tetona. —Me encaminé a él, pero las manos de Fibro me detuvieron.
Daltonismo también se puso de pie para tranquilizar las cosas. Le pidieron educadamente al tipo que repetía año que por favor se retirara a su mesa o llamarían a un profesor. Trataron de dialogar conmigo para asegurarse de que no me había afectado lo que escuché, sobre aprovecharme de mi condición, pero la cabeza me hervía y huí a la mesa de bebidas para refrescar el pedazo de carne llamado cerebro que tenía como esclavo dentro de mí.
—Ya me fastidié... —Balbucí, trastabillando entre mesas poco llenas por personas que preferían bailar.
Choqué mis hombros cuando crucé una esquina de la pista y logré llegar a la mesa con ponche, refresco, y agüita de horchata y jamaica. Tomé uno de los vasos rojos que vibraban con la música, cubrí uno de mis oídos para no vibrar también porque me iba a marear, y serví con cuidado un poco de horchata.
El baile se sentía como una tienda de reptiles. Los colores azules bajos y amarillos, para que algunos apenas pudieran reconocer sus siluetas o expresiones, limitaban nuestros pasos pero de igual forma la improbabilidad de que nos viéramos de frente evitaba que nos termináramos de matar. Tomábamos las medidas de sanidad, los profesores rondaban entre mesas cada cinco minutos y ni siquiera con solo beber mi horchata de pie podía quitarme de encima las miradas del vigilante de la mesa de postres.
A L.A. nunca se le quitó la costumbre de tratarnos como animales peligrosos en exhibición. Era irónico cómo había cambiado tanto el entorno pero algunas cosas seguían iguales, no supe si me hacía reír o realmente lamentarlo, en cuestión de que en el caos habían cosas demasiado bastas que me quitaban un peso de encima, porque bien dicen...
—Algunas cosas nunca cambian. —Solté con amargura, golpeado mi vasito contra la mesa antes de girar la vista al otro extremo de esta—. Oh, macarons...
Vi las galletitas francesas solitarias en una esquina, al parecer rechazadas por muchos al no saber qué eran. Venían de colores pasteles con rellenos coloridos, aplastándose entre ellos sobre una base de cristal con dos niveles, formando una pequeña torre decorativa dentro de lo que llamé segundos antes un hábitat de salvajes. Sí que lo eran como para no atreverse a comer algo nuevo.
La vecina los hacía para la familia.
—Galletita, ven a mí... —Estiré mi mano, con los pies de puntitas para cruzar todos los demás postres y panes dulces que le rodeaban, acercando lo más posible mis dedos sin alcanzarlo.
Me da hueva darme toda la vuelta.
Volví a intentarlo, apoyando un brazo sobre la mesa para no irme de boca sobre los postres en caso de estirarme demasiado. Sostuve una galleta, quitándosela a quien con facilidad apenas iba a tomarla. Camarón que se duerme se lo lleva la corriente.
—Lo siento. —Me reí junto al desconocido antes de reparar en él, quien decidió tomar otra galleta.
—Nah, puedo alcanzar otra igual... —Se carcajeó en dirección a mí.
Insomnio no quitó su sonrisa al distinguir mi rostro, ni yo, pero nos miramos con plena confusión sin agregar más. Parados a centímetros de distancia, con las manos recogidas, y ese sentimiento de que algo cayó en el estómago de golpe y se heló por los hielos de mi bebida hasta despedazarse en el interior.
La música se detuvo otra vez, por las mismas discusiones sobre no saber qué poner a continuación. Inso vestía de saco y corbata como si tuviera puesto el uniforme solo que en otros colores. Tenía su cabello claro peinado hacia atrás con unos pasadores y sus ojos llenos de ojeras me miraron con cautela, como si tratara de contar sus propios lunares en mi cara o sus pensamientos encontrados con los míos.
—Hola. —Forzó una sonrisa y levantó la mano con una pequeña pistola como saludo.
—Hola. —Apreté los párpados al sonreír.
Insomnio miró hacia los lados, con cada giro en su cabeza mis manos se contraían por los sustos repentinos, la incomodidad juraba servirnos en bandeja de plata. Volteé hacia la mesa y me recargué, con toda la intención de no estar frente a frente.
—¿Qué tal la fiesta? ¿Cómo te ha ido? —Se recargó igual a un costado. Dobló sus rodillas para estar más cerca.
—Eh... —Mostré mi incomodidad con las cejas caídas para indicar que estaba siendo una mala noche.
—Conmigo todo chingón. —Informó.
Quién carajo te preguntó.
—¿Vas a comer algo más? ¿O ya vas a tu mesa? —Miró detrás para buscar a alguien o algo, y continuó haciéndome plática de forma insistente como si necesitara hablar conmigo o el mundo explotaría sino lo lograba.
—Ya me voy a mi mesa... —Reparé fuera de los dulces, alterado.
Tener a Insomnio tan cerca me causaba un revoltijo en el estómago, mis fibras musculares se contraían y en mi cerebro aparecía una pequeña voz que me decía "Wii, hablemos con Inso, mejores amigos por siempre". Me forcé a morder la lengua y tragarme todos mis sentimientos, porque mi amistad de 16 años no se podía tirar por la borda y olvidar tan fácil.
—¿Puedo sentarme contigo? —Inso trató de poner su mano sobre mi hombro desesperado pero sostuvo su propia palma al ver el sudor frío que venía de mi frente.
La música ligera comenzó, o el canto hacia ella, sonando al final de todo el campo de reptiles para que el sonido se ahogara entre los cuerpos que volvían a sus mesas al no saber cómo bailarla. E Inso y yo, con desesperación, apenas estábamos por decir algo.
Si abría la boca me iba a arrepentir, porque era demasiado débil y yo le podía perdonar con facilidad cualquier cosa.
—Creo que vine un poco muy formal... —Habló Adie con tranquilidad, pasando sus dedos alrededor de mi brazo para darme un saludo de beso.
Insomnio se esfumó cuando aparté los ojos de él un momento. El aire que retenía escapó de golpe y los nervios que me encogían apenas comenzaban a notar que él ya no estaba. El teñido no tardó en preguntarme si estaba bien pues me había puesto pálido, también se disculpó por el saludo de beso ya que olvidó que me costaba saludar así a las personas.
Miré a Adie, quien esperó paciente a que hablara. Tenía su saco negro abierto, pero todos los botones de su camisa blanca cerrados hasta mostrar la corbata y su cinturón de piel. Nunca lo había visto vestir tan elegante a excepción de la primera vez que nos conocimos, con su traje de Savant, fuera de eso su estilo se basaba en sudaderas y ropa deportiva pues dijo que por su tamaño le resultaba más cómodo.
Igual te ves guapo con lo que sea, puta madre.
—Te ves guapo. —Respondí a medias, contando internamente ovejas que poder relajarme.
Adie era bueno leyendo el ambiente y mis reacciones. Comenzó a tararear la canción que pusieron, sin pedirme nada, solo esperando el momento en que yo dijera lo que haríamos a continuación pues era mi baile de graduación. La verdad no tenía ni idea.
—Ella durmió al calor de las masas, y yo desperté queriendo soñarla. —Su voz serena hizo un pequeño eco. Se recargó en la mesa de dulces pero le ofrecí una mano para que no tuviera que quedarse quieto por su ojo, seguro no quería chocar contra desconocidos.
—No me sueltes, ¿vale? —Se rió de mi apoyo.
—No te preocupes, en serio —levantó la voz para escucharse aún con el fuerte sonido de las bocinas. Posó sus dos palmas sobre mi cabeza y despeinó lo que tanto me había preocupado por acomodar en el baño—. ¡Te ves muy lindo! ¿Vamos a tu mesa ahora o querías bailar? Puedo hacerlo si quieres, bailo lo que sea contigo.
—No me gusta la m...
—Ni pienso evitar, un roce secreto —cantó con una sonrisa, trayéndome el recuerdo de que le gustaba mucho el rock o la música viejita en general. El ojo con el que veía tenía las pupilas normales, pero estas se agrandaron un poco a pesar de las luces que golpeaban su rostro—. De aquel amor, de música ligera. Nada nos libra, nada más queda.
Tomé ambas manos de Adie y retrocedí con ellas hasta sentir la pista golpear contra mis zapatos. Subí ese pequeño relieve y le dije que me enseñara a bailar, encimando mis brazos sobre sus hombros solo para ver su reacción. Traté de olvidarme un momento de todo lo que había pasado, y quería probar que ya no era el mismo niño de 16 años que se habría salido del salón solo para llorar afuera con el frío.
Pero Adie lucía preparado para cualquier reacción mía, así que no se sorprendió. Bajó mis manos de sus hombros para tomar distancia, me habló tan cerca que casi rozamos narices y dejó en claro que para bailar eso no debíamos estar tan cerca, pero su sonrisa fue contagiosa.
Me dio una vuelta repentina y tiró de mi cintura, agachándome hasta casi tocar el suelo con mis codos antes de volver a levantarme para golpear cadera con la mía. No sé cómo sabía bailar rock, sobre todo uno lento.
Mi cabello bien peinado se puso peor, seguro parecía un gallito con todos los pelos hacia arriba, pero él parecía totalmente seguro de darme cualquier vuelta que fuera necesaria y marcarme los pasos.
—Nada más queda. —Murmuró cerca de mis mejillas, emocionándome aún más.
• • •
Próximo capítulo con payaso de rodeo, ahuevo. Me gustan las fiestas mexicanas porque siempre hay agua de jamaica y horchata, y picafresas.
BUENO, AHORA SÍ, MIERDA. Depresión e Insomnio se encontraron. ¿Comentarios?
¿Terminará bien el baile o habrá putazos? Lo descubriremos en el siguiente capítulo. Les amo mucho.
¿Experiencias, algo que quieran contar? ¿Cosas clásicas de fiestas de graduación? ¿Depresión es raro?
~MMIvens.
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