4. Quedé como estúpida
Luego de clases debía caminar hasta el trabajo de mamá. Las dos salíamos a la misma hora, pero a veces ella se quedaba más tiempo, así que me tocaba esperarla en su escritorio.
Por alguna razón los delegados del año pasado decidieron que sería una buena idea hacer una reunión justo después de las clases para organizar los próximos eventos; así que aquí estaba, toda pendeja, saliendo tres horas más tarde de clase y haciendo que mamá se tome horas extras en el trabajo para esperarme.
Bostecé y me despedí de Charlie con un ademan de la mano. Lo sentía mucho por ella, pero no planeaba postularme como sub delegada este año. Mucho trabajo.
—¡¿Al menos lo considerarás?! —Gritó ella mientras cruzaba la avenida junto a un flujo de gente, cada vez más lejos.
Hice una mueca de asco y negué con la cabeza. Ni siquiera me interesaba el centro de estudiantes.
Ella se acomodó el cabello para que no le fuera a la cara y me enseñó el dedo del medio sin dejar de avanzar. Un tipo chocó con con ella y soltó algunas palabrotas. Charlie le respondió enfadada y echó a correr hacia la estación del metrobús antes de que él pudiera responderle.
Me cubrí la boca para ocultar una risa y retomé mi camino hacia las oficinas.
Esta era la razón por la que estudiaba tan lejos de casa: el instituto quedaba a dos calles de sus oficinas y así era más fácil ir y volver juntas.
Por esa zona de edificios siempre había gente caminando y atropellándose. Los oficinistas se apoyaban contra las paredes y fumaban mientras charlaban apagadamente, personas con traje pasaban hablando por teléfono y los repartidores iban de un lado a otro con paquetes o comida.
Cuando entré al edificio miré directo a la recepción. La empleada me saludó y yo le devolví el saludo antes de meterme al ascensor.
Apenas las puertas se cerraron me recargué en la pared espejada y metí las manos en los bolsillos de mi sudadera.
No, no era mía. Era de Charlie.
Tironeé de la tela del hombro y la olfateé.
¿Por qué ella siempre olía a dulces y yo a pollo frito?
Me pregunté si tal vez no me había pasado un poco contándole sobre mi vida amorosa en clase. Sabía que prácticamente no había dicho nada, pero siempre cuidé de evitar esos temas con ella.
Resoplé.
No tuve problema en decirle a Noah que me gustaban las chicas ¿Por qué tenia tanto miedo de que Charlie lo supiera?
Por alguna razón me aterraba pensar en cómo podría reaccionar.
Baje del ascensor cuando llegué al piso de mi mamá. Saludé y los pocos compañeros de ella que conocía y me acerqué hasta su escritorio, pero estaba vacío. Varios ya lo estaban, de hecho.
—¿Estás buscando a tu madre?
Una de sus compañeras de trabajo me miraba desde su escritorio, a unos metros. Se levantó los lentes y golpeteó su bolígrafo contra el anotador que tenía frente a su teclado. Se veía varios años mayor que mi mamá.
—¿Dónde esta?
Ella señaló el techo. La luz del atardecer entraba desde los ventanales y salpicaba los escritorios con tonos púrpuras y anaranjados muy opacos.
—Esta con Romano.
Ah, la señora Romano. La mamá de Noah.
Me dirigí hacia las escaleras y comencé a subir de dos en dos los escalones, con prisa. Si el sol se estaba ocultando, significaba que en la terraza del edificio el cielo de seguro se veía de puta madre.
A veces mamá salía a fumar en los descansos y la encontraba allí.
La madre de Noah y mi madre eran amigas desde la universidad. Por eso Noah y yo nos conocíamos desde hace tanto. Incluso, durante un tiempo, vivimos a sólo unas calles de ellos.
Pero eso fue antes del accidente de papá.
Llegué al final de las escaleras y tomé la perilla de la puerta de hierro. Estaba entreabierta, así que no tuve que forzarla para abrir. Aún así chirrió justo antes de que que una cortina cálida iluminara las escaleras.
—¡Mamá!
El cabello se me fue a la cara cuando salí. Mamá y la señora Romano estaban apoyadas contra la barandilla de la terraza mientras hablaban. Cada una sostenía un cigarro y una lata de soda en cada mano.
Ella volvió su rostro hacia mí con sorpresa antes de sonreír. En su cara se formaron pequeñas arrugas junto a sus cansados ojos antes de que aplastara el cigarro contra la barandilla.
—Tanto tiempo —bromeó mamá de buen humor. No nos veíamos desde ayer en la tarde—. ¿A qué se debe tu visita?
Rodeé los ojos, consciente de que sólo estaba molestándome. La mamá de Noah me saludó con la mano y dijo algo sobre seguir trabajando antes de despedirse y meterse.
Mamá estiró un brazo para acomodarme un mechón detrás de la oreja y me acerqué más a ella para que pudiera hacerlo con más facilidad.
—¿Vamos? —preguntó.
Alcé la cabeza para responderle y fue entonces, con su rostro tan cerca, que pude notar sus ojos.
Estaban irritados, brillosos, como si hubiera estado llorando.
Mi lado protector salió sin avisar. La tomé por la cara y la mire a los ojos. Ella los abrió con sorpresa y me miró asustada por el movimiento brusco.
—¿Estabas llorando? —le pregunté con una mezcla de preocupación y alerta—. ¿Qué pasó? ¿De qué estaban hablando?
Ella cerró las manos alrededor de mis muñecas con suavidad y me hizo soltarla. Su expresión se suavizó, pero su voz se oyó severa cuando habló.
—Cosas de adultos —dijo. Me sonrió—. Tienes las manos heladas. ¿Por qué no llevas abrigo?
Arrugué la frente. Eso no me tranquilizaba para nada, pero ella ya estaba señalando a la puerta para que nos metiéramos.
—Okay —murmuré escéptica.
Metí las manos en los bolsillos de mi sudadera color menta y comencé a bajar los escalones rápido, ensimismada.
Cuando subimos al auto me senté a su lado, en el copiloto, y me hundí contra el respaldo. Moví el pie nerviosa y resoplé. Ella me ignoró adrede mientras manejaba, pero luego de unos minutos no me aguanté y tuve que hablar.
—¿Te dijo algo...?—intenté recordar el nombre de la mamá de Noah—. ¿Lily?
—No —respondió, impasible.
—¿Te pasó algo?
—Nah.
Ella trató de sacar temas de conversación durante el resto del camino, pero mi cabeza aún estaba pensando qué le habría pasado. Y tampoco quise responderle. Una parte de mí estaba ofendida porque no confiaba en mí lo suficiente como para contarme.
La otra tenía hambre.
Mi teléfono vibró cuando recibí un mensaje de Charlie.
De: Satanás
Dos cosas:
1. Quiero tus nuevos horarios. Nos organizaré para los ensayos ¿Vamos a tocar en el festival?
2. ¿Lo conocías y no me has dicho?
(Imagen adjunta).
Descargué la imagen y me encontré con, ni más ni menos, que el rostro de Jade. Estaba junto a Charlie, sentado en el autobús. Se había acercado a ella para que le tomara la foto y miraba a la cámara con una sonrisa de suficiencia.
Tipeé una respuesta rápida.
No conozco putas.
Bloqueé la pantalla, bajé el teléfono y miré al frente. No aguanté ni dos segundos cuando volví a desbloquearlo para enviarle una captura de pantalla de los horarios en los que entrenaba. Consideré pasarle también los del trabajo, pero lo descarté. Esto de trabajar en las noches no me estaba funcionando bien.
De: Satanás
Dice que le debes dinero y creo que vive cerca de casa.
Te falta responder una pregunta.
Subí en el chat para releer sus mensajes.
Como quieras.
Comencé a aprender a tocar el bajo por mi cuenta hace unos años. Nunca había tenido interés en él hasta que Charlie me sugirió que le preguntara a mi madre por el bajo que guardaba en la sala. Charlie había comenzado a tocar la guitarra hace poco y por alguna razón le entusiasmaba la idea de que hiciéramos algo juntas.
Escribí algo más.
Ten cuidado con él. Tiene cara de psicópata.
Ella no se demoró en responder.
De: Satanás
Pregunta el psicópata que si sabes la definición de psicópata.
Resoplé.
No, no la sabía. Pero eso no me iba a detener.
Busqué en wikipedia y me entretuve un rato leyendo. Cuando acabé la pagina, ya me había olvidado por completo cómo llegué ahí.
El viaje a casa duró más de una hora hasta que salimos de la ciudad. Luego de tantos años el cambio de paisaje en el camino comenzaba a producir un un efecto extraño en mí. Por alguna razón me permitía relajarme cuando notaba que las casas estaban desapareciendo.
Bajé la ventana y el viento entró al auto acompañado por el olor fresco de la noche y los árboles.
Pasamos la casa de los vecinos, que estaba a casi un kilómetro de la nuestra. Pasamos por delante de la arboleda que nos separaba de ellos y luego llegamos. Apenas mamá apagó el motor yo me bajé corriendo.
Las luces dentro de la casa estaban encendidas junto con la de la entrada. Apenas sí iluminaba lo suficiente como para que no tropezara con alguna planta por accidente.
Me gustaba mucho quejarme de la casa de Charlie, pero lo cierto era que la nuestra también parecía de película de terror en la noche. Era vieja, en el medio de la nada y chirriaba por todo. Pero como teníamos mascotas, siempre que oía algo extraño sólo se lo adjudicaba a la perra.
Y hablando de Roma, apenas abrí la puerta ella saltó sobre mí para recibirme. Treinta kilos de pelo rubio y mucho amor.
La abracé como pude y la alcé en mis brazos, pero la perra se sacudió e intentó lamer mi rostro. Me quejé, pero no la solté.
Encontré a papá durmiendo en el sofá con una manta encima. Sus lentes descansaban torcidos sobre su cabeza y se los dejé en la mesita antes de que los aplastara por error.
El suelo de madera crujió con cada paso que di.
El olor de la cena llegó desde la cocina, hacia donde mamá fue corriendo para asegurarse de que no se estuviera quemando.
—Qué hombre —protestó en voz baja para no despertarlo. Solté a la perra y la seguí. La encontré destapando la cacerola para meter una cuchara de madera y revolver. Olía bien—. Qué suerte que tiene. No se le ha quemado.
—Tenía una alarma puesta —oí a papá decir desde la sala de estar.
Me acerqué a las ventanas de la cocina para cerrarlas y correr las cortinas. Podíamos estar aún en verano, pero por la noche aquí era otra historia.
—No puedes dejar las ventanas abiertas, papá. Un día de estos vendrá un asesino en serie y se armará un festín con nosotros.
Me gire luego de colocar las cerraduras y lo encontré en la entrada de la cocina. Estaba desdoblando sus lentes con la lentitud de alguien que se acaba de despertar. Su mejilla izquierda tenía marcas de la almohada y su cabello rubio se paraba en punta donde se había apoyado.
Sobre la mesa aún estaba abierta la computadora con la que trabajaba a veces.
Se veía agotado. Los dos lo estaban.
Bueno, los tres. Todos menos Lola, la perra.
Mamá se acercó para abrazarlo con cansancio y cerrar los ojos. Una sonrisa perezosa se formó en su rostro cuando papá le rascó la cabeza con suavidad.
La imagen de ella llorando en la terraza me volvió a la cabeza.
—Creo que hoy nos iremos todos a dormir luego de la cena —dijo ella.
Y eso hicimos.
Generalmente era yo la que siempre tenía más energía, pero esta vez no protesté cuando las luces se apagaron temprano. Ni siquiera me fijé en si habría tarea no. Me eché en la cama y cerré los ojos.
Mi teléfono comenzó a sonar en lo que me parecieron sólo unos segundos después, pero cuando miré la pantalla el reloj marcaba las dos de la mañana.
Lola, que dormía sobre mis piernas, alzó la cabeza somnolienta. Estiré un brazo para rascarle la cabeza y ella fue cerrando los ojos de a poco.
—Hola —respondí con la voz ronca.
Conecte los auriculares y miré la pantalla. La foto de perfil de Charlie brillaba, sonriente.
—¿Te he despertado? —preguntó.
Me sobé los ojos y miré al techo. Las figuritas de las estrellas y los planetas aún brillaban, verdes fosforescentes.
–Un poco ¿Qué pasa?
—Nada. Yo sólo... —hizo una pausa. Ella también se oía cansada—. Quería hablar contigo.
Hice de cuenta que esas palabras no me emocionaron. Me senté en la cama y apoyé la palma en el colchón, como si un cambio de posición me pudiera hacer sonar más casual.
—No sabía que eras mi fan, Charlotte. —le contesté, pero comencé a preocuparme cuando ella no dijo nada en respuesta. El tono de mi voz se suavizó—. ¿Está todo bien? ¿Has vuelto a pelear con tus padres?
La oí suspirar a través de la línea.
—Estoy bien. Lamento haberte despertado.
—No me molesta —le aseguré. No era la primera vez que me llamaba en horas extrañas sólo para preguntarme cómo había estado mi día, y sabía que no iba a ser la última—. ¿Quieres que te cuente algo genial que he visto hoy? El cielo se puso naranja y en el trabajo de mamá quedó todo de ese color. Como en una película.
—¿Qué película?
—No sé. Una.
Volví a acostarme y usé las mantas para cubrirme por encima de la cabeza. Lola intentó meterse conmigo y protesté entre risas.
Nunca fui buena hablando por mucho tiempo, pero con Charlie era más fácil hacerlo. Le hablé del mundial de lacrosse en China, de los partidos amistosos que planeábamos tener e incluso le conté sobre cómo había conocido a Jade. Hice un esfuerzo por mantenerme despierta hasta que ella dijo que tenía sueño y se iría a dormir.
Apagué la pantalla de mi teléfono y me sobé los ojos.
Él sol ya estaba saliendo.
—Me ha dejado sin dormir de nuevo. —me quejé con Lola, aunque ella ya estaba roncando bajo la manta. Probablemente mamá se levantara dentro de poco—. Y no en la buena manera.
—¿En qué buena manera? —preguntó Charlotte.
Jadeé asustada al escucharla y solté el teléfono. La oí reír desde los auriculares mientras yo desbloqueaba la pantalla para buscar dónde cortar la llamada.
Ella seguía riendo cuando conseguí colgar.
🌸🌸🌸
Holiii
¿Cómo estan? ¿Que estuvieron haciendo esta semana?
Yo estresarme y estudiar 😌 planeaba empezar a leer una recopilacion de las cartas entre Virginia Wolf y Vita Sack-ville (creo que asi se escribia¿) asi que si me ven citando frases románticas de ellas, ya saben a qué se debe jaja
Ah, y hice un dibujito.
Pueden leer el resto de la historieta entre charlie y andy en mi perfil de ig.
Les dejo también los instagram oficiales de los personajes.
Besos bai ♡
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