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38. Charlie me acorrala


—Jade —hablé finalmente—. ¿Te gusta Alana?

La expresión de él cambió con rapidez. Por un momento creí que lo había dejado sin palabras, pero entonces su sorpresa pasó a enojo.

—¿Qué no has aprendido nada de todo esto? —se pasó una mano por el rostro—. No es asunto tuyo.

Se volteó para marcharse antes de que yo pudiera responderle algo y entonces chocó con alguien detrás de él. Cuando se apartó un poco para pasar a su lado noté que se trataba de Alana, con un vaso en su mano y unos lentes que encendían luces de colores intermitentes.

Ella lo miró con los ojos bien abiertos, como si acabara de ver a un fantasma. Fue entonces que me di cuenta de que nos había estado escuchando. Y, al parecer, Jade no estaba lo suficiente borracho como para no notarlo.

—¿Jade...?

—Pudiste haberme preguntado —dijo.

Era difícil distinguirlo con la mala iluminación del lugar, pero me pareció que ella se estaba sonrojando.

—No era la gran cosa.

—Lo es para mí —Jade apartó la mirada—. Me voy al hotel —dijo y la esquivó para desaparecer entre la multitud.

Alana volvió su rostro hacia mí y las dos compartimos una mirada anonadada. Entonces recobré conciencia de lo que acababa de suceder y me apresuré para llegar a ella.

—¿Qué crees que haces? —La tomé por los hombros y comencé a empujarla entre el mundo de gente—. Ve tras él.

Ella intentó oponer resistencia clavando los talones en el suelo.

—¿Por qué debería ir tras él?

Parte de su bebida se derramó sobre el codo de alguien cuando nos empujaron. Alana pidió disculpas y esa distracción me sirvió para hacerla avanzar.

—¿Para hablar? Aprovecha que está borracho y no tiene filtro.

Ella intentó detenerme de nuevo una vez que llegamos al final de la pista de baile. Sus anteojos habían desaparecido, probablemente entre la marea de personas, y su cabello, ahora bajo una luz un poco más clara, se veía despeinado.

—No me voy a aprovechar de él —dijo—. Iré a buscarlo. —Dio un paso hacia la salida, pero regresó de inmediato sólo para señalarme en advertencia—. Pero no para aprovecharme de él.

Me alcé de hombros y la vi marcharse.

Treinta segundos después ella estaba regresando. Se detuvo frente a mí, suplicante.

—¿Me acompañas afuera? Está oscuro y tengo miedo.

Enganché mi brazo con el de ella y recogí nuestras chaquetas antes de salir.

Fuera estaba helado. Era invierno en una de las zonas más frías del país, de noche y en una ciudad pequeña. Nuestras horrorosas chaquetas no servían para protegernos.

Juntamos brazo con brazo y caminamos pegadas por la calle desolada. Los postes de luz y los carteles de las tiendas brillaban e iluminaban toda la manzana, pero el eco de nuestros pasos hizo que mi seguridad flaqueara.

Encontramos a Jade caminando unas calles más adelante, a mitad del camino hacia el hotel. Llevaba las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta y se veía lo suficientemente alto y musculoso como para que nadie quisiera meterse con él.

—¡Jade! —me aferré a su brazo y pegué mi mejilla contra su hombro.

Jade dio un respingo.

—¿Qué mier...? —miró hacia el otro lado y notó a Alana—. No dije que podías seguirme.

—No te estoy siguiendo —respondió Alana con tranquilidad—. Estoy regresando al hotel a la misma velocidad que tú. Es una coincidencia que justo haya quedado a tu lado. —Me pareció oírla suspirar—. ¿Estás molesto conmigo?

Levanté la cabeza para escuchar mejor, pero Jade me puso la mano en la cara y me despegó de su brazo a la fuerza. Protesté y resoplé, pero acabé cediéndoles un poco de espacio. Los dejé adelantarse unos metros para charlar y saqué mi teléfono para ver si tenia nuevos mensajes.

Mamá y papá preguntando por el grupo de la familia como estaba.

Encendí la cámara y me tomé una foto de la que probablemente al día siguiente me arrepentiría de enviarles. Cuando la revisé, sólo para ver qué tal había salido, y noté que alguien iba caminando detrás de mí.

—¿Tienes hora?

Un hombre comenzó a caminar a mi lado. Me aparté para tomar distancia pero él volvió a pegarse a mí y entonces sacó algo del bolsillo de su chaqueta.

—No, no. —Algo brilló en su mano—. Ven aquí. Dame tu teléfono.

Eché una mirada rápida hacia adelante, pero Alana y Jade me llevaban más de media calle. Iban hablando y ni siquiera se habían percatado de lo que estaba sucediendo.

Le entregué mi teléfono. Creí que con eso se marcharía, pero entonces sentí que su mano se cerraba alrededor de mi brazo. Me pareció oírlo decir algo. Quizá una orden o una amenaza, pero mi puño salió disparado hacia su rostro sin siquiera haberlo pensado.

El hombre se llevó las manos a la cara y yo corrí.

—¡Corran!

Alana y Jade se voltearon al escucharme gritar. En ese momento pasó una motocicleta junto a nosotros. Un desconocido la conducía y detrás de él iba el tipo que me había robado. Creí que se detendrían, pero continuaron andando.

Por un momento el miedo que había sentido desapareció y fue reemplazado por rabia. Intenté echarme a correr tras ellos, pero Jade me atrapó por la cintura para retenerme. Volví a asustarme e intenté darle un cabezazo para que me soltara.

Jade maldijo y me dejó.

—¿Estás bien?

Levanté la cabeza y encontré con Alana. Ella tocó mi brazo con cuidado y miró por sobre mi hombro hacia donde había desaparecido la motocicleta.

—Me ha robado el teléfono.

Ella bajó la mirada de regreso a mí con alarma.

—¿Pero tú estás bien?

Asentí sin saber qué más decir.

—El que no está bien soy yo —se quejó Jade mientras se sobaba la barbilla.

Caminamos las calles que nos quedaban hasta el hotel los tres juntos y en silencio. Alana me empujó hacia el medio, así que no pudieron continuar con la charla sobre sus sentimientos, para mi desgracia.

Me costó conciliar el sueño esa noche. La mañana siguiente hablé con la entrenadora para que pusiera en aviso a mis padres.

El resto de la semana continuamos con los partidos. Jade y Alana volvieron a amigarse y todo fue menos tenso que el primer día. Los días fueron tan ocupados que casi no sentí la falta de mi teléfono celular.

Al menos hasta que llego el viaje para volver a casa.

Regresamos al autobús con nuestro equipo en cuarto lugar y con un trofeo del segundo para el de los chicos. Los dos días de viaje nos chuparon la poca energía que nos quedaba y para el final del trayecto todos estábamos desesperados por pisar el suelo.

El autobús se detuvo cerca del campus en el que entrenábamos. La mayoría se fue por su cuenta, salvo por dos o tres padres o amigos que pasaron a buscar a algunos.

Mamá, papá y Charlie estaban esperándome.

Bajé con prisa y los abracé. Pasé tanto tiempo intentando distraerme para no estresarme por lo sucedido que sentirlos tan cerca y conmigo me hizo bajar la guardia por un momento. Sentí un nudo en la garganta.

Mamá me dejó un beso en la coronilla y se acercó a la entrenadora para hablar con ella. Papá me revolvió el cabello y la siguió. Pero Charlie se quedó conmigo.

Esta vez se había abrigado un poco más. Llevaba el cabello atado en dos colas de caballo bajas e incluso se colocó una bufanda encima y orejeras. Su nariz estaba roja por el frío.

—¿Qué haces aquí?

—Ven.

Me tomó de la mano y me guio lejos de la multitud, hasta donde estaba estacionado nuestro auto. Abrió la puerta trasera y nos metimos.

Dentro estaba caliente. Charlie me ayudó a quitarme la mochila para dejarla en el suelo antes de acurrucarse en el asiento.

—Tus padres me han dicho que te han robado el teléfono ¿Estás bien?

Me acurruqué junto a ella, me aclaré la garganta y asentí..

—¿Cómo hiciste para que te dejaran venir tus padres?

Ella se alzó de hombros.

—Les dije que el viaje duraría las dos semanas de vacaciones.

La miré con sorpresa. No es que no me esperara que ella hiciera eso. Y desde que le tenían el ojo encima esa era la única manera que tenía para conseguir un respiro. Pero por un momento me hizo pensar en lo diferente que era su relación con sus padres de la mía con los míos.

Les he mentido alguna que otra vez, como cuando les dije que iría a ver a Noah cuando visité a Charlie. Pero jamás se me habría ocurrido esconderles algo como la fecha de llegada de un viaje para no tener que volver a casa.

—¿Dónde te quedarás el resto de la semana?

Ella comenzó a pestañear como si le acabara de entrar algo en el ojo. Estuve a punto de preguntarle qué le sucedía, cuando me di cuenta de que sólo intentaba verse adorable. Solté una carcajada y la abracé.

—Le he pedido permiso a tus padres —dijo mientras se dejaba abrazar—. Quiero que sepan que soy una amiga responsable y decente. Así no reaccionarán mal cuando les digas que estamos saliendo.

—¿Por qué tendrían que reaccionar mal?

Charlie abrió la boca para decir algo, pero el seguro de la puerta hizo un "click" y mamá y papá entraron.

Pegamos un salto asustadas y nos separamos, cada una en una punta del asiento.

Mamá acomodó el espejo retrovisor y me echó una mirada antes de asomarse entre los dos asientos de adelante para verme. Se veía preocupada.

—Tu entrenadora me ha contado todo ¿Estás bien?

La sonrisa de borró de mi rostro.

—Sí, estoy bien.

—No te han hecho daño ¿Verdad?

Negué con la cabeza y aparté la mirada. No quería pensar en eso ahora. Recordar ese momento por alguna razón me hacía sentir triste y tonta, aunque nada grave hubiera sucedido. Tal vez porque sabía que era mi culpa y ahora no tenía teléfono.

—No me han hecho daño. Estoy bien.

Ella estiró el brazo para tocar mi mejilla. Volví a sentir el mismo nudo en la garganta que cuando los vi bajando del autobús.

—Sabes que no es tu culpa lo que ha sucedido ¿No? —dijo—. Iba a robarte aunque no hubieras sacado el teléfono en la calle. —Sentí que los ojos me ardían y presioné los labios con fuerza—. Ya, ya. —Pasó su dedo pulgar para secar mis lágrimas—. Ya estás con nosotros. ¿Qué te parece si hacemos algo hoy?

Levanté la mirada y me sequé el rostro con la manga de la camiseta. Mamá quitó su mano para dejarme hacerlo.

—¿Qué cosa?

—Charlie dijo que quería comprarse el vestido de graduación contigo ¿Por qué no van a ver las tiendas y nos reunimos para almorzar en el centro comercial? Y allí vemos qué teléfono te compramos.

—¿En serio? —pregunté con ilusión.

Ella rodó los ojos.

—Uno barato, Andrea. Y ni se te ocurra romperlo antes de que paguemos todas las cuotas.

Asentí con energía y papá encendió el motor para dejarnos en una avenida cercana del centro comercial donde abundaban las tiendas. Acordamos vernos al mediodía en el patio de comidas y me dieron algo de dinero por si no me alcanzaba con el que llevaba encima.

Charlie me arrastró a todas las tiendas que pudo ver. La vi recorrer los pasillos y sacar perchas como si se le fuera la vida en ello. Yo intenté hacer lo mismo, pero los vestidos nunca habían sido mi fuerte. Cuando nos volvimos a encontrar para entrar a los cambiadores ella tenía seis vestidos diferentes colgando de su dedo índice y yo nada.

—¿No te ha gustado ninguno? —preguntó preocupada.

Me alcé de hombros, un poco incómoda.

—No soy buena escogiendo cosas elegantes ¿Sabes?

Su expresión se suavizó.

—No tienes que escoger nada elegante. Sólo con lo que te sientas cómoda.

Ese era el problema. Yo quería verme elegante. Era mi graduación, entré en el cuadro de honor y competí en un torneo en el que ni siquiera creí que podría entrar. Y tenía a Charlie.

No tengo idea de cómo hice para llegar tan lejos sin hacer mi tarea, pero aquí estoy.

—¿Puedes ayudarme?

Charlie le entregó los vestidos a una empleada para que se los apartara y me dio un beso en la mejilla antes de arrastrarme de regreso a los pasillos. Comenzó a buscar prendas para enseñármelas. Veinte minutos después yo también tenía mi propia pila y pudimos entrar a los cambiadores.

Normalmente no me gustaban los vestidos porque tenían estampados feos o cortes que no me agradaban, pero estos eran muy lindos y, para sorpresa mía, me quedaban muy bien.

—Andy.

Me acomodé el que llevaba puesto y miré hacia mi izquierda, al cubículo de Charlie, desde donde se estaba cambiando.

—¿Qué?

—Te tengo una propuesta indecente.

Levanté las cejas.

—Voy.

Ella comenzó a reír. Corrí la cortina de mi cambiador y me acerqué al suyo.

—¿Puedo?

—Pasa —respondió aún riendo.

Cuando entré ella estaba apoyada contra una de las paredes, cruzada de brazos. Llevaba puesto un vestido negro y largo con brillos, de tiras y con escote en forma de corazón. Había una abertura en el costado que descubría parte de su pierna.

—Mis ojos están más arriba —dijo y se apartó de la pared para enseñarme su espalda. Su cierre estaba abierto—. Ayúdame con esto y vete. No quiero que veas mi vestido antes de la graduación.

—¿Es una graduación o una boda? —pregunté.

Me acerqué y busqué el pequeño cierre en la parte baja de su espalda. Ella se pasó el cabello por encima del hombro para que no se le enganchara y levanté la vista a su espalda descubierta, repleta de lunares.

Recordé el primer día de clases, cuando desperté y la vi cambiándose. Recordé cómo aparté la mirada con culpa al segundo de detenerme en su espalda.

Subí un poco el cierre y dejé un beso entre sus omoplatos. Ella se estremeció.

—Te amo —dijo, de repente.

Terminé de subir el cierre y miré por sobre su hombro a nuestro reflejo en el espejo.

Pasé los brazos por su cintura para abrazarla y ella giró la cabeza para sonreírme.

—Yo también te amo. —Le acomodé el cabello detrás de la oreja para poder verla mejor—. Quiero decirle a mis padres que estamos saliendo.

Ella arrugó la frente.

—¿Cuándo?

Vacilé.

—¿Hoy?

—¿Hoy? —repitió.

—¿Está bien para ti?

Su rostro comenzó a tomar color.

—Sí, creo que sí.

Le di un último beso y luego ella me echó del cambiador para seguir probándose vestidos. Le recé a todos los santos para que se comprara el negro mientras regresaba a mi cambiador.

Charlie no me dejó ver cuál había escogido, así que yo no le dejé ver el mío, sólo por ardida. Eso pareció ofenderle, pero se le pasó cuando la tomé de la mano para ir hacia el centro comercial.

Mamá y papá ya estaban esperándonos en el patio de comidas con sus almuerzos para cuando llegamos. Él estaba diciendo algo sobre haberle ganado en los bolos hasta que nos vieron aparecer tomadas de la mano y dejaron de hablar para mirarnos.

—¿Encontraron algo? —preguntó mamá, ignorando conscientemente nuestras manos.

Asentí y le enseñé la bolsa de la tienda.

—Y Charlie es mi novia.

Mamá y papá compartieron una mirada.

—¿Tu mejor amiga de toda la vida? —preguntó papá— ¿De la que nunca te separas y por la que siempre estás suspirando?

Sentí calor en las mejillas.

—No me avergüences frente a Charlie.

La aludida volvió a reír y mamá le dio un codazo a papá.

—Vayan a comprar algo para el almuerzo.

Eso hicimos, sin protestar.

—Salió mejor de lo que esperaba —murmuró Charlie mientras nos alejábamos.

Por supuesto que iba a salir bien. Hace más de un mes que mamá sospechaba que estábamos saliendo. Me pregunté si algún día podría sorprenderla con algo o ella siempre se daría cuenta de todo lo que me sucedía antes de que yo se lo dijera.

Regresamos a casa luego de comprar el teléfono. Era un poco más pequeño que el anterior, pero tenía las mismas capacidades, así que estaba contenta. Pasé todo el viaje de regreso a casa configurándolo e instalando aplicaciones mientras Charlie dormía.

No creí que estuviera tan cansada hasta que llegamos y casi me quedé dormida apenas toqué la cama. Charlie me obligó a bañarme porque, según ella, aún podía oler el autobús en mí.

Ella usó el baño luego de mí y yo aproveché para enviarle mensaje a todos mis contactos con el nuevo número.

De: cara de pito

¿Ya tienes un teléfono nuevo? En fin, el privilegio.

De: Yo

Llora pues.

Le envié una fotografía desde la cama, sólo para que vea las bolsas de lo que habíamos comprado a mi lado.

Entonces reparé en que estaban las dos. La mía y la de Charlie.

Dejé el teléfono a un lado y tomé la de Charlie. Las dos eran de cartón, pero la de ella estaba engrapada.

—Maldita psicópata —protesté.

Intenté abrir un hueco pero no veía nada, así que busqué mi teléfono para encender la linterna.

—¿Qué estás haciendo?

Levanté la cabeza y me encontré con Charlie en la puerta. Llevaba el cabello mojado y ropa limpia que le había prestado. Dio un paso hacia mí y se veía un poco molesta.

—¿Esa es mi bolsa?

Me levanté de la cama y la escondí detrás de mí.

—No. Jamás.

Intenté pasar a su lado para salir del cuarto con la bolsa, pero ella me atrapó.

—¡Dame eso!

—¡Déjame ver!

Caí al suelo del culo y ella cayó a mi lado. Comencé a quejarme, adolorida. Ella se sentó y me miró, preocupada.

—¿Estás bien?

Cuando se acercó para verme más de cerca aproveché y estiré el brazo hacia la bolsa. Ella soltó una palabrota y volvió a arrebatármela. Me tomó por las muñecas antes de que pudiera intentarlo por una segunda vez y se sentó a horcajadas sobre mí.

—¿No sabes quedarte quieta? —preguntó con la respiración agitada.

A mi también me estaba costando respirar, pero no por las razones que ella debía creer. Estaba segura de que esta era la primera vez que la tenía encima de mí y, honestamente, la vista no estaba mal.

—¿No te quedó claro que no? —protesté, pero no volví a intentar escapar.

Ella bajó la cabeza y me miró. De su cabello caían gotas sobre mi camiseta y la humedecían.

Como si hubiera estado leyendo mi mente, dejó una mano en mi pecho y supe que estaba sintiendo los latidos acelerados de mi corazón.

—¿Tienes idea de cuánto he querido tenerte así estas dos semanas? —preguntó de repente.

Sentí que se me estaba por salir el corazón del pecho.

Yo podía ser caótica, pero siempre quería tener el control sobre las cosas. Incluso las más estúpidas. Sin embargo con ella era diferente. A veces me hacía sentir como si ella fuera la que tuviera el control sobre todo y por alguna razón no me molestaba ni me inquietaba.

Me gustaba.

—¿Y ahora que ya me tienes así? —pregunté— ¿Qué harás?

Ella cerró los ojos un momento.

—No puedes decirme eso —murmuró.

Pero entonces bajó para besarme. Sentí su mano subir por mi pecho hasta mi garganta y pasar por mi nuca. Hundió su rostro en mi cuello y tomé una bocanada profunda de aire.

Enredé mis dedos entre su cabello y solté una palabrota cuando sentí su respiración contra mi piel.

—Deja de insultarme —murmuró. Dejó un beso y subió hasta mi barbilla—. Me estás calentando más.

—¿Y eso es un problema? —le pregunté.

—Lo es cuando tienes tanta ropa.

Me llevé una mano al rostro para cubrírmelo, avergonzada, y ella dejó un beso en el reverso de mi mano. Cuando la aparté me encontré con su sonrisa.

Me ayudó a quitarme la camiseta. Sus nudillos se sentían helados contra mi piel, pero sus besos dejaron un camino de calor desde mi pecho hasta mi obligo antes de seguir bajando.


-.-.-.-.-.-


Holaa ¿Còmo están? ¿Qué tal les fue en la semana?

Yo estuve terminando comisiones y haciendo algunas cosas más. 

Creo que de acá queda sólo un capítulo y el epílogo. O quizá dos capítulos. Depende de cómo lo divida, pero ya está jaja Así que voy a intentar tenerles para la próxima semana la portada y la sinopsis de mi próxima historia lésbica *se pone nerviosa*

ANUNCIO: Para aquellos que tengan goodreads, pueden buscar la historia ahí y dejar una reseña o una puntuación dando su opinión. Me he dado cuenta de que hay gente dejando comentarios muy crueles sin haber leído la historia, así que me haría feliz que gente que sí la leyó hasta el final de su opinión

¡Hice un video de youtube! 

Se los dejo acá por si quieren verlo. Es un speedpaint en el que les cuento la historia de aquiles y patroclo. Quiero hacer más speedpaint hablando de cosas de fondo ¿De qué cosas les gustaría que les hablara?

https://youtu.be/0rD5XAeVWwY

Pueden ver la ilustración detallada en mi instagram junto con otras ilustraciones que estuve subiendo esta semana.

También tengo los bocetos de la ropa de graduacion de las chicas. Espero poder mostrarles los dibujos la próxima semana.

Los quiero mucho *corazoncito*

Baiii.

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