20. La hice llorar (verga)
La clase de arte era un dolor de cabeza para mí.
No porque no supiera dibujar (que no sabía), sino porque odiaba las consigas. Solían ser a libre elección y nunca me decidía. Me la pasaba preguntándole a las otras chicas qué planeaban hacer ellas y aguardaba a que alguna sintiera pena por mí y me sugiriera una idea.
En esta ocasión decidí dibujar un perro.
La profesora nos había explicado la técnica que usaba Van Goh en sus pinturas y se suponía que debíamos recrearlas, pero mi labrador parecía más bien un perro salchicha atrofiado y la pintura amarilla comenzaba a salir marrón.
—Tienes que limpiar el vaso —dijo Noah a mi lado.
Ella llevaba un buen rato metida en su paisaje. El cual, por cierto, le estaba quedando genial, porque todas eran mejor que yo en esto.
Me rasqué la cabeza con la punta del pincel.
—Pero ya lo limpié —protesté y me incliné sobre nuestra mesa para observar el líquido grisáceo—. Al inicio de la clase.
—Ya está opaco, Andrea. —Noah me entrecerró los ojos—. Si mojas el pincel ahí, todo quedará sucio.
Resoplé, pero obedecí. Tomé el vaso cargado hasta el borde y salí del aula para limpiarlo en el baño.
Me sorprendió encontrarme con estudiantes afuera. Estuve tan metida en mi perro salchicha que ni siquiera me percaté del momento en el que el timbre del receso sonó.
Esquivé a dos chicas que pasaron a mi lado con los brazos enganchados y crucé el pasillo de baldosas rojas para entrar al baño unisex, junto a la oficina de los preceptores. No vi a nadie adentro, así que me acerqué al grifo y volqué el contenido turbulento de mi vaso por la cañería.
—No sale nada —murmuró una voz masculina—. Me lleva la verga.
Di un respingo y me asomé hacia el pasillo de los cubículos, de donde había procedido el sonido. Sacudí mi vaso para secarlo y me dispuse a marcharme, asustada, cuando una voz femenina le respondió.
—Pues claro que no va a salir nada. Tienes que chuparlo.
—¿Que lo tengo que...?
—Sí, chúpalo, anda.
¿...Charlie?
Me llevé una mano a la boca, horrorizada, sin saber qué hacer. Entonces la voz masculina soltó otra palabrota y pude reconocerla como la de Jade.
—¿¡Qué están haciendo!? —grité y me acerqué a la puerta en dos zancadas para abrirla de golpe.
Jade estaba sentado en el retrete, con la tapa baja y un cigarro encendido entre sus labios. Parte del cabello caía sobre su frente porque estaba ligeramente inclinado hacia un lado para ver el rostro de Charlie, sentada en el suelo. La sostenía del mentón para mantener su rostro en alto mientras intentaba escribir algo en su sien.
Charlie abrió los ojos y me miró, impasible.
—¿Qué crees que haces? —cuestionó.
Jade me observó de soslayo, pero continuó con lo suyo. Entonces reparé en que intentaba delinear uno de sus ojos.
Me sentí aliviada. Por un momento había dejado que mi mente volara y me imaginé lo peor.
Suspiré.
—¿Qué se te ofrece? —preguntó Jade sin perder su concentración.
Lo vi dejar el rostro de Charlie un momento para sacarse el cigarro de los labios y expulsar un poco de humo. Las mangas de su camiseta bajaron y se las volvió a levantar por arriba de los codos. Alcancé a ver una pequeña palabra en chino tatuada en la cara interna de su antebrazo.
—No puedes fumar aquí —dije, como si yo nunca lo hubiera hecho en estos mismos baños antes.
—No estoy fumando —dijo, y le pasó el cigarro a Charlie.
La pelirrosa me guiñó un ojo y se alzó de hombros antes de volver a cerrar los ojos. Se veía un poco más arreglada de lo general, a su manera: Labial de brillo y sombra de ojos, aretes, el piercing de su nariz y las hebillas de su cabello mal cortado.
—¿Cuál es la ocasión? —pregunté y me crucé de brazos—. ¿Y por qué estás esclavizando a Jade en el baño?
Alguien entró en ese momento y se detuvo en la puerta al vernos. Nosotros le mantuvimos la mirada por unos segundos antes de que el desconocido finalmente le restara importancia al asunto y decidiera avanzar hasta el grifo para lavarse las manos.
—Yo no estoy obligándolo a nada —dijo Charlie y señaló vagamente al muchacho. Los brazaletes de su muñeca chocaron entre sí y produjeron un sonido metálico—. Él se ofreció amablemente a dejarse esclavizar.
Jade rodó los ojos y giró el rostro de Charlie sin cuidado.
—Dije que quería fumar y ella me ofreció un cigarro si le ayudaba con el maquillaje para esta noche. —Alzó el rostro para verme y sonrió—. ¿Vienes?
Pasé la mirada de Jade a Charlie y viceversa sin comprender. Ella ni siquiera me estaba prestando atención. Aún permanecía con los ojos cerrados.
—¿Ir a dónde? —pregunté.
El chico que había entrado al baño salió y tuvo la amabilidad de cerrar la puerta detrás de él. Casi nadie venía aquí más que para lavarse las manos o fumar, por lo que esperaba no tener más visitas sorpresa hasta el final del receso.
—Al concierto de Charlie —dijo Jade.
—No es un concierto —lo corrigió Charlie—. Sólo voy a tocar en un bar.
—Eso también es un concierto —insistió Jade.
—Puede ser —respondió, aunque por la sonrisa que hizo supe que sólo estaba jugando—. Es cerca del trabajo de Jade —hizo una pausa—. Puedes venir con tu novia si quieres.
Vacilé.
Charlie no se veía molesta, como para pensar que ella no quería que yo fuera, pero aun así me hizo dudar el hecho de que sólo hubiera surgido el tema por Jade.
¿Quizá ella sólo quisiera ir con él?
Examiné su rostro en busca de alguna señal, pero ella simplemente me miró sin ninguna expresión en particular.
-.-.-.-.
El bar sólo estaba a dos calles de donde Jade trabajaba, en el barrio chino. Era un poco más grande que el restaurante karaoke y la barra de bebidas se extendía en casi toda su longitud, según las fotos del Street view.
Le envié un mensaje en la tarde a mamá para preguntarle si podía dormir en la casa de Noah para ver a Charlie. Ella no se mostró muy contenta con que fuera en un día de semana, pero finalmente accedió.
—Estás tentando mucho tu suerte —dijo Noah esa tarde, mientras yo rebuscaba algo de ropa entre su armario—. ¿Por qué te ha dejado?
—Porque le dije que me haces la tarea —respondí y eso le arrancó una risa—. Noah.
Enganché mi dedo en un trozo de tela rígida color rosa y tiré de ella hacia afuera. Di unos pasos hacia atrás para examinar la falda a cuadros que osciló frente a mi rostro y le alcé una ceja, en busca de una segunda opinión.
Ella asomó la cabeza por debajo de sus mantas y miró la prenda que le estaba enseñando con escrutinio. Su cabello salió despeinado y por la expresión de su rostro parecía que estaba intentando echarse una siesta antes de que fuera la hora de salir.
—¿Y eso? —preguntó.
Era una falda tableada de a cuadros color rosa, blanco y marrón. Fue mía cuando tenía catorce o quince, pero en algún momento la dejé olvidada en las profundidades de su armario y nunca más volví a saber de ella.
Me quité los pantalones para probármela y la tela protestó.
—Eso no te va a entrar —dijo.
No le hice caso. Tironeé de ella hasta que pasó por mis caderas y cerré el botón mientras aguantaba la respiración. La tela no se estiraba, así que la cintura se sentía casi como un corset sobre mi estómago.
—Ta-chán.
La miré con una sonrisa de oreja a oreja y ella puso los ojos en blanco.
—Muy guapa, pero quítate eso antes de que le saques un ojo a alguien.
—Estás muy entusiasmada con que me desvista —bromeé y planché la tela de adelante con una mano para quitar las arrugas—. Hablando de mi madre —dije y me puse más seria. Noah me miró con sospecha y yo me subí a la cama para arrodillarme a su lado, sobre el colchón—. ¿Qué ha dicho la tuya?
—¿Hmm? —Noah se incorporó y apoyó la espalda en la cabecera para mirarme—. ¿La mía de qué?
Miré a nuestro alrededor y luego de regreso a ella, como si con eso pudiera explicar mejor a lo que me refería.
—¿Sobre nosotras? —le pregunté.
Era un tema que no había salido desde esa vez que Noah "terminó" lo nuestro. Ni siquiera luego de que mis padres lo supieran. Y con el paso del tiempo comenzaba a ponerme más ansiosa, porque ella siempre había sido la más dispuesta de las dos. Entonces ¿Qué estaba esperando?
Noah apoyó las palmas en el colchón y buscó mis ojos, un poco somnolienta.
—Aún no se lo he dicho.
Negué con la cabeza y el cabello se me salió de detrás de la oreja. Estaba comenzando a molestarme que estuviera tan esponjado por culpa del agua oxigenada.
—¿Por qué no?
—No lo sé... —Se pasó una mano por el rostro para frotarse los ojos—. Llega tarde del trabajo y tampoco es que nos llevemos tan bien que digamos —dijo—. No es que me importe lo que piense, porque ya sabe que me gustan las chicas. —Alzó la cabeza y me miró con los ojos más abiertos, suplicantes, como los que pone Lola cuando quiere que le compartamos la comida de nuestra cena—. Pero no me emociona que ella sepa todas esas cosas sobre mí ¿Entiendes?
—No —respondí sincera y tomé su rostro para verlo mejor.
Yo tampoco les había contado a mis padres sobre otras citas que tuve, pero nunca fue porque no quisiera que ellos supieran cosas sobre mí, sino por otras razones. Que eran chicas, o que la mayoría no duraban tanto.
Acabé suspirando.
Ahí había una cosa que no sabía si era mala o buena, sobre salir con mi mejor amiga de toda la vida: ella sabía exactamente qué hacer o decir para hacerme ceder o reaccionar.
Y si me ponía esa cara yo no podía decirle nada malo.
—Mira. —Alcé su rostro entre mis manos y me miró con atención—. Yo no voy forzarte a que le digas nada, pero recuerda cuál de las dos fue la que no quiso esconderse en primer lugar.
Noah rompió el momento serio estirándose de golpe para robarme un beso. Nuestras frentes chocaron y yo solté un quejido antes de reír y empujarla con brusquedad en venganza para hacerla caer sobre el colchón de vuelta. Ella intentó devolverme el empujón, pero me senté sobre ella y la tomé por las muñecas.
—¿Qué estabas diciendo sobre quitarme la falda? —pregunté.
Ella se carcajeó, un poco nerviosa.
—Que asesinarás a alguien con el botón.
Dejé las muñecas sobre su cabeza y la besé despacio. No como ella acababa de hacerlo, impetuosa e irreverente, sino con más calma y deliberación.
La alarma de mi teléfono comenzó a sonar sobre la mesa de noche. Alcé la cabeza sin soltar a Noah y le entrecerré los ojos a la pantalla como si pudiera hacer que se callara con un gesto de la mirada.
—¿La vas a apagar o qué? —Preguntó Noah.
Volví a fijarme en ella. Bajé de nuevo a su encuentro y escondí el rostro en su cuello, pero la alarma cada vez se volvía más fuerte. Solté algo a medio camino entre un gruñido y un quejido, y Noah se rio.
—Apágala —insistió Noah y levantó un poco sus caderas para hacer que me moviera.
Resoplé, solté sus muñecas y me enderecé para alcanzar el teléfono sin quitarme de encima suyo. Apagué la alarma.
—Deberías cambiarte —dije—. E irnos.
—¿Tenemos que ir? —preguntó.
Apoyó sus manos en mis piernas, por encima de mi falda, y me miró con cansancio. Me acomodé el cabello que me había ido al rostro y la examiné, dubitativa.
—No lo sé ¿Tenemos? —pregunté, sin ganas de abandonar mi asiento.
Noah negó con la cabeza y sólo necesité eso. Dejé el teléfono de vuelta sobre la mesa y volví a besarla.
Dejé un mensaje en el chat de Jade media hora más tarde, para avisarle que no iríamos. Si nos dábamos prisa, probablemente llegaríamos a tiempo para verla, pero ninguna de las dos quería hacerlo.
Sólo dormimos hasta que el teléfono de la sala comenzó a sonar.
Noah despertó primero y me llamó por mi nombre para hacer que me quitara de encima suyo. Yo estaba abrazándola, con una pierna sobre las de ella y la cabeza en su pecho.
El teléfono volvió a sonar.
—Es mamá —dijo Noah—. Seguro se ha olvidado las llaves.
La mención de su madre me hizo despertar por completo. Me senté en la cama y me froté los ojos para que no se me volvieran a cerrar. Noah se levantó para dirigirse a la sala y atender, pero entonces el sonido cesó.
Ella protesto, aún sin salir por completo de su estado somnoliento, y buscó su teléfono debajo de la cama para llamar a su madre. Yo la seguí hasta la sala y le eché una ojeada a la ventana que daba al balcón al notar que ya era de noche.
Cuando miré la hora en el teléfono encontré mi chat con Jade lleno de mensajes.
El setenta por ciento eran selfies con la guitarra eléctrica de Charlotte. El otro treinta eran fotos de ella en el escenario y un video.
Por la manera en la que ella lo había mencionado en el baño del instituto me dio la sensación de que no iría casi nadie a verla, pero al examinar las fotos me percaté de que gran parte del salón estaba allí.
El bar estaba repleto y yo me sentí menos culpable por no haber asistido. Incluso me pareció ver la melena rizada de su ex novio.
La pantalla de mi teléfono se volvió negra a mitad de mi mueca de asco. Inmediatamente se iluminó con una imagen de Charlotte y entonces comenzó a sonar con una llamada entrante.
Atendí en seguida.
—¿Cómo te ha ido? —pregunté antes de saludarla.
—¡De la mierda! —gritó desde la otra línea.
Aparté la oreja de la pantalla y la miré antes de devolverla a su lugar. Su voz se había oído extrañamente quebrada.
—¿Estás llorando? —pregunté.
Ella sorbió.
—Sí, pero no le digas a nadie —dijo. Tenía tanto sueño que no alcanzaba a distinguir si su voz patinaba por el llanto o porque estaba borracha—. ¿Puedo pasar?
—¿A dónde?
—Al piso de Noah. Estoy afuera y toqué el timbre, pero nadie atendió. Dile que me abra. Tengo frío —suspiró—. No tienes idea de lo que ha pasado. Él estaba ahí. Se apareció con otra chica y...
—¿De quién estás hablando? —pregunté, aunque me hacía una idea.
Charlie hizo una pausa como si no quisiera contestar y yo me acerqué al balcón. Abrí la ventana y me asomé. El frio de la noche me hizo estremecerme. Dentro, en la cama de Noah, bajo todas esas mantas, había estado caliente.
Charlie estaba justo debajo del balcón, frente a la puerta de entrada. Alzó la cabeza desde la acera y me vio con el teléfono en la mano. Llevaba la guitarra colgada en su espalda y el cabello despeinado, como si se hubiera metido en una pelea o echado una carrera.
—El innombrable —dijo ella con pena.
—¿Estás de broma? —Me aferré a la barandilla del balcón para poder verla. Mi voz hizo eco en toda la calle. Colgué el teléfono— ¿¡Estás de broma!? —pregunté más fuerte para que pudiera escucharme desde abajo—. ¿¡Invitaste a tu ex novio y ahora estás llorando porque ha ido con otra tipa!? ¡Charlotte!
—¡Andrea! —Me enseñó las palmas de sus manos para mostrar su inocencia. La máscara de pestañas y el delineador se le habían corrido un poco de los ojos—. ¡Tengo frío! ¡Déjame pasar!
—¡No! —grité y me aferré con más fuerza al borde, con ambas manos—. ¡Te he dicho mil veces que dejaras de hablarle y no me haces puto caso! ¿Con qué cara vienes llorando?
—¡No estoy llorando! —Sollozó y se limpió el rostro con la manga de su abrigo mal acomodado—. Estoy cansada.
—¡Y yo también! —respondí—. ¡Cansada de ti, Charlotte! ¡Estoy con mi novia!
Estaba enfadada, no sólo por lo descarada y egoísta que estaba siendo, sino también porque verla llorar hacía que me sintiera culpable por hablarle así.
Pero yo tenía razón. Noah tenía razón. De alguna manera u otra Charlie acababa metiéndose entre nosotras y arruinándolo. Y ya estaba comenzando a verlo.
Ella guardó silencio y me miró. No alcanzaba a ver si seguía llorando, porque ya no estaba sorbiendo, pero por la manera en la que se limpiaba el rostro de vez en cuando, parecía que sí.
—Vete a casa —le pedí, esta vez con más calma.
Ella dio un paso hacia atrás, algo indecisa.
Un segundo, dos.
Y luego se marchó.
-.-.-.-.-
Holiii ¿Cómo están? ¿Qué tal les fue en la semana?
La mía estuvo un poco mejor ¡Y Romeo, Marco y Julieta ya está en historias pagadas! Yaaay. Estoy contenta porque llevaba un tiempo nerviosa y me preocupaba que algo saliera mal o qué se yo JAJA pero por suerte todo salió bien y la historia está siendo bien recibida *inserte emoji con ojitos llorosos que no puedo poner desde la compu*
Una pregunta...¿Soy la unica que shippea a jade con charlie? Porque se me hacen ese tipo de duo que harian bisexual a cualquiera jajaj
¿Ustedes de qué lado están? ¿Creen que Andy hizo bien al final o creen que no?
Creo que no tengo nada más que decir, así que me voy. Bai *corazoncito*
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