Capítulo 18. Tras la máscara. Parte 1
Estíbaliz se encontraba recostada tomando el sol en la enorme alberca, vestía únicamente un pequeñísimo bikini, amaba esa vida de lujos y excesos.
―Disculpe, eh, señorita Estíbaliz ―llamó su atención uno de los varios choferes de la casa y que aún no había pasado entre sus piernas.
―¿Mmm? ―lo miró como quien mira un insecto.
―Llegó este sobre para usted ―respondió este extendiéndole un sobre grande.
Estíbaliz se incorporó extrañada y muerta de curiosidad sobre el contenido, de un manotazo se lo arrebató de las manos al chico.
―¡Ya lárgate! ―le gruñó despectivamente. El chico asintió y se retiró rápidamente pues la presencia de la «señorita» le ponía los pelos de punta. El joven entró a la cocina.
―¿Todavía no te ha pedido el «favorcito» esa bruja? ―le preguntó una señora entrada en años que cocinaba atareada―. De esa se puede esperar lo peor.
―Para mi fortuna...
El chico dio un brinco como de dos metros y casi se le sale el corazón por la boca cuando escuchó un grito de cólera que sonó como el chillido de un cerdo.
―¡MELAS PAGARÁS MARICÓN, LO JURO! ―juró a los lejos Estíbaliz.
―«Después de lo de anoche, lo tengo muy claro: ¡él me ama!» ―se decía Joe que iba sobre su motocicleta a toda velocidad―. «Diga lo que diga, me ama, soy tan feliz. Dante... mi Dante».
Se detuvo en seco pues en la entrada del habitacional también estaba Marco caminando hacia el interior con un ramillete de rosas. Joe se bajó apresuradamente de la motocicleta y lo encaró.
―¡Ey tú!, ¿qué carajos haces aquí? ―gruñó con el ceño fruncido y mostrando los dientes como un lobo salvaje. Estaba hecho un basilisco.
―¡A ti qué te importa! Yo debería hacerte la misma pregunta.
―¿Ah, sí? Pues vine a ver a mi Dante... ¿y qué harás al respecto? ―le mostró un ramo de rosas al menos tres veces el tamaño que el que Marco llevaba.
―¡Dante no es tuyo, yo soy su novio! ―Marco casi echaba espuma por la boca del coraje.
―Y si te... ―Joe se detuvo, estaba a punto de decirle lo que habían hecho él y Dante esa noche, pero si hacía eso haría quedar mal al chico―. Como sea. No tienes nada que hacer aquí así que si me disculpas iré a ver a mi chico.
Joe se encaminó hacia el interior, pero pronto se vio besando el suelo ya que Marco se le había ido encima atacándolo por la espalda y subiéndosele encima.
―¡Cabrón de mierda, quédate en el pasado! ―gritó Marco dándole un golpe contra el pavimento partiéndole la ceja.
―¡Nunca, Dante es mi pasado, mi presente y mi futuro! ―respondió Joe con una fuerte determinación.
Marco se petrificó con esas palabras lo que le dio tiempo suficiente a Joe para darle un fortísimo puñetazo rompiéndole el labio y lanzándolo varios metros. Joe se incorporó y sacudió el polvo. Marco por su parte se levantó tambaleándose un poco pues la fuerza de Joe era mayor que la suya. Casi lo deja lo inconsciente.
―Lo que pasó esa noche no significa nada ―escupió Marco mirándolo con rencor.
Joe abrió la boca sorprendido, no imaginó que Marco ya lo supiera. A demás no entendía como sabiéndolo seguía tras Dante.
―Entonces no sé qué haces aquí, ya te debió haber quedado claro a quien quiere. Ten dignidad, me quiere a mí ―dijo Joe hinchándose de orgullo.
Marco se le fue encima sin decir nada, las palabras sobraban. Se enfrascaron en una feroz lucha llena de patadas, puñetazos y golpes bajos hasta que sintieron un balde de agua fría caer sobre ellos.
―¿Qué mierda?
―¡Carajos esta fría!
Ambos alzaron la vista, era Dante que los miraba con reproche y el entrecejo fruncido, cosa que a Joe le pareció encantador y tierno.
«O se van. O les golpeo. Con esto». Dante les mostró un trapeador.
«Pero amor» reclamó uno.
«Cariño. Él tiene la culpa» se excusaba el otro.
Ambos se acusaban mutuamente de haber iniciado el pleito lo cual enojó aún más a Dante que comenzó a hacer ademanes con el trapeador por lo cual ambos hombres optaron por salir corriendo.
―Esto... no... se... quedará así ―resoplaba Joe.
―Jódete cabronazo ―replicó Marco.
―¡Jo... Joe! ―exclamó sorprendido Tlacaélel mirando al ojiverde en el umbral de la puerta.
―Holi, señor, buenas noches... ¿puedo pasar?
―A... adelante.
Joe entró y se sentó en el viejo sofá, sabía que Dante no estaba, debía estar en el trabajo.
―Ha pasado tiempo ―comentó.
―¿Buscas a Da-Dante? Él no está.
―Lo sé, señor, pero es con usted que debo hablar... ¿nunca se ha preguntado por qué me fui tiempo atrás? ―dijo nervioso.
―Sí.
―Es tiempo que sepa muchas cosas, pero lo primero que debe saber es que amo a Dante con toda mi alma y que esta vez que regresé no me iré, pase lo que pase.
―Te... te escucho ―susurró Tlacaélel con un extraño brillo de esperanza en sus cansados ojos.
«Por favor hablemos» rogaba Marco.
«No. Eres un tonto. Te pedí tiempo. Y te pones a pelear con Joe».
«Él comenzó. Alardeó sobre tu desliz. Y tuve que defender tu honra» mintió Marco.
Dante se detuvo y miró incrédulo a Marco, Joe no era así.
―«En la guerra y el amor todo es válido» ―se dijo Marco.
«De verdad. Me dio detalles. Dijo que eras una puta. Es un poco hombre».
«Basta. No me interesa».
«Tienes que entenderlo. Joe es un maldito».
El corazón de Dante punzó. Que alguien dijera cosas horribles de Joe lo ponía de mal humor.
«No hables mal de él» exigió molesto lo cual enfureció a Marco.
Marco suspiró tratando de calmarse, se pasó la mano por el cabello como lo hacía cuando estaba estresado.
«Necesito una respuesta. ¿Cuánto tiempo más necesitas? No entiendo por qué lo piensas tanto. Él te dejó y lo volverá a hacer».
«Si no eres capaz de entenderlo mejor terminamos esto».
«No».
«Entonces dame tiempo».
«¿Cuánto más?»
«No sé».
―¡Argh!
A Marco se le puso el rostro rojo de coraje y se fue dejando a Dante con las palabras en las manos, se sentía sumamente frustrado, tanto que no sabía de qué sería capaz.
―Ojalá te murieras cabrón ―murmuró pensando en Joe.
Y luego dibujó una tétrica sonrisa.
¿Qué creen que Estíbaliz haga?
¿Creen que Joe tenga razón sobre Marco?
A que no sabían que Dante con un trapeador daba tanto miedo.
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