18. Misa negra (I)
Por GabrielO5, MelvinPin, A_Grant, BeKaMM & Metahumano
Apenas cruzaron el umbral, las puertas se azotaron tras de ellos con la fuerza de un cañón, dejándolos a merced de la sórdida oscuridad de la mansión. Además de los ostentosos componentes de la profana arquitectura, poco vislumbraban a su alrededor. La penumbra parecía ganar terreno, al igual que el gélido ambiente que les calaba los huesos.
—Alguien olvidó apagar el termostato —masculló Vigilante entre temblores.
—No se separen —demandó James Jerom con cierto temor rebosado en su hablar. Avanzó unos pasos, haciendo sonar la madera chillante del lugar, mientras un orbe de luz iluminaba su alrededor—. No sabemos qué puede estarnos... —Giró hacia los demás, pero ya no había nadie—... esperando.
Uno a uno, los desconcertados héroes se abrieron paso entre la penumbra. Se habían separado sin siquiera percatarse de ello, casi por arte de magia. Y magia negra en realidad. Por ello, a medida que avanzaban no encontraban nada. Ni un picaporte, tal vez un mueble, indicios de alguna escalera. Nada. Con ellos solo yacía una inquietante y confusa oscuridad.
—¡Chicos! —vociferó Blazer, pero solo fue precedido por el vaho en su hablar y un eco siniestro a través de la mansión—. ¡James, Vince! ¿Alguien me escucha?
No obtuvo respuesta, y armándose de valor, avanzó. Se abrió paso entre los sombríos pasillos hasta que una pequeña mesita de centro se plasmó ante sí, con un portaretratos encima. Se aproximó con desconfianza y la tomó. Era una fotografía de él y Nahia en una de sus primeras citas, la noche en que habían ido a la feria de Ciudad Capital. Sin embargo, la imagen cambió. La feria se llenó de fuego y Nahia de sangre, provocándole un sobresalto en el que la soltó. El cristal se rompió en un eco, y en ese mismo segundo escuchó un gruñido.
Raudo se lanzó en una voltereta y desenfundó su espada justo a tiempo para recibir al demonio de ojos rojos. Dakken apretó sus dientes y cargó con más fuerza contra él. Los dos se batieron en un duelo de fuerza hasta que Jonathan alejó sus espadas para mandarle una patada al pecho. Dakken saltó hacia atrás y cayó de pie sin dejar de sonreír con malevolencia.
—Te estaba esperando, Gaijin. —Le apuntó con su espada—. No sabes cómo ansío cubrir mis hojas con tu sangre.
Rugió y con violencia cargó contra Blazer una vez más. El dúo de guerreros chocaron sus espadas a toda velocidad, iluminando entre destellos la lúgubre habitación. Siguieron así un buen tiempo hasta que el demonio guerrero le lanzó un tajo a las piernas, Jonathan lo esquivó en una voltereta, pero su némesis lo interceptó al arrojarse con fuerza inhumana y recibirlo con una patada que lo mandó contra el suelo. Blazer giró antes de que Dakken clavara sus dos sables en su dirección. Se levantó con un kip up y le lanzó un puñetazo contra el rostro, Dakken retrocedió y eludió los demás ataques con precisión.
—Te has vuelto lento —mencionó entre esquivos. Vio el puño de su adversario y lo atrapó—. Y predecible...
Con fuerza bestial lo levantó por los aires y lo estrelló una vez más contra el suelo. Jonathan arqueó su espalda y lanzó algo de sangre. Sosegado, volteó hacia su adversario y vio cómo sacaba de nuevo sus sables.
—Una vez que acabe contigo y con tus amigos, iré tras tu noviecita. Y cuando ella esté muerta también, no habrá nada que me impida convertirme en el último y más poderoso Guerrero Legendario de todos.
—Sobre mi cadáver.
Jonathan apretó los puños y se le barrió en dirección a las piernas. Dakken saltó y mandó un golpe doble con sus sables.
Blazer meneó su espada y lo contrarrestó; luego apartó las hojas y le plantó un cabezazo. Su enemigo tambaleó, así que aprovechó y le asestó una patada giratoria directo al rostro. El guerrero profano cayó de cara al suelo. Sin embargo, no pareció importarle; empezó a reír sin control como solo un psicópata amante del dolor como él lo haría.
—¿Qué me dices si dejamos las cuchillas para más tarde? —Dakken arrojó sus armas y tronó su cuello, incitándolo a atacar con una siniestra sonrisa.
Jonathan endureció el rostro, guardó su espada y se puso en guardia. El silencio se prolongó por interminables segundos hasta que ambos cargaron uno contra el otro y chocaron en una vorágine de ataques y movimientos rapaces que solo ellos eran capaces de efectuar. Patadas, puñetazos y demás ataques marciales volaban sin control, mientras que la ira acrecentaba como una siniestra aura.
Blazer arrojó una vertiginosa ráfaga de golpes que Dakken contrarrestó con bloqueos y desvíos, después le mandó una patada al costado. Jonathan chocó contra una pared y se agachó para eludir otro impacto. Se deslizó de rodillas por el suelo y trató de derribarlo de una patada, pero Dakken se lanzó hacia atrás y lo esquivó.
Igualados de nuevo, se conectaron golpe tras golpe sin parar. Jonathan atrapó a su contendiente y lo sujetó detrás del cuello. Con él a su merced, le lanzó tres rodillazos y remató con un puño bien colocado al rostro.
El guerrero infernal gruñó; le lanzó una patada que Blazer alcanzó a bloquear, después un puñetazo, y ese no logró evitarlo. Jonathan sintió la sacudida, y cuando menos se dio cuenta, Dakken lo pateó en el pecho y lo catapultó hasta caer contra el suelo.
Adolorido, Jonathan intentó levantarse, pero él lo atrapó primero, lo alzó como un costal y lo dejó caer justo contra su rodilla. Jonathan lanzó un alarido. Pero no le dio tiempo de recuperarse, Dakken lo atrapó del cabello y le estrelló la cabeza contra el suelo, pronto la sangre lo bañó y dejó de responder.
—Eres débil, Mayers, débil y patético. —Lo incorporó contra una imperceptible pared, le arrebató su espada y le dejó la afilada punta sobre el mentón—. Te equivocas creyendo que el valor es lo que impulsa a un hombre, no... es el odio.
—El odio es un arma de doble filo. —Escupió sangre y le miró con el único ojo que aún estaba parcialmente intacto—. Te dará fuerza, pero te consumirá rápidamente y no dejará nada de ti aparte de un cascarón vacío, lleno de dolor.
—Lindas palabras. —Le atravesó el estómago con el sable y lo dejó adherido a la pared. Los gritos del guerrero crearon un eco siniestro por todo el lugar, en una sinfonía musical para los oídos de Dakken—. Veamos si las sigues diciendo cuando te arranque la lengua y después el corazón.
Con su vista nublándose, Jonathan clavó la mirada en los ojos de su adversario, habían sido poseídos por un sádico escarlata, y con temor aguardó a su tortuoso destino.
El héroe novato tragó saliva un par de veces al sentirse solo en aquella penumbra. La oscuridad y el silencio del lugar lo tenían asustado. Lo que más lo atemorizaba era el hecho que el Escuadrón se dispersara de manera drástica y a la vez extraña, había sido como por arte de magia, aunque sabía que no era magia de la buena.
—¿Dónde están? —Alzó su voz para preguntar.
Reaccionó rápido y llevó las manos a su boca. Sabía que era algo erróneo gritar en ese momento, cabía la posibilidad de atraer tanto a enemigos como amigos.
Miró con cautela a su alrededor, pero solo se encontró con más oscuridad. Estaba solo, y nada parecía cambiarlo. Dio un profundo suspiro.
Fue ahí cuando escuchó por detrás el correteo de unos pasos cercanos, como si un niño jugara a las escondidas. Se sobresaltó al instante. A pesar del temor que sentía, avanzó a paso lento con sus brazos hacia adelante, preparado para usar sus poderes si era necesario.
Entonces un llanto tierno y a la vez tétrico llegó a sus oídos.
Caminó con pasos cuidadosos, hasta que se encontró con la silueta de una persona sentada de espaldas en una silla de madera. Por la forma, intuyó que se trataba de una mujer. Al acercarse un poco más, lo comprobó por su cabello largo y sus facciones delicadas.
—¿Gia? —dijo a la vez que detuvo su caminar—. ¿Eres tú?
Las dudas en la mente de Danilo empezaron a surgir. Cabía la posibilidad que fuera una trampa, o quizás no. La única forma de descubrirlo era confrontando a la extraña persona ante él.
—¿Cuál Gia? —respondió la mujer con un tono dulce y tierno—. ¿Ya no me reconoces? ¿Ya te olvidaste de mí?
Danilo se quedó pasmado.
Abrió sus ojos más de lo normal. Sintió un apretón veloz en su corazón y las lágrimas se acumularon. Aquella tierna voz familiar la reconoció al instante. Era Erika, su hermana fallecida.
—¿Có-cómo es posible? —Sus piernas flaquearon al escuchar una vez más la voz de su adorada hermana, hasta que cayó de rodillas—. ¿Eres tú en realidad?
—Claro que sí. —Giró lento su cabeza.
Cuando Danilo observó el rostro de su hermana menor, no pudo evitar llevar las manos a sus ojos y sollozar en murmullo.
—No llores, ya estoy aquí. —La muchacha se levantó de la silla. Le sonrió antes de acercarse y envolverlo en un abrazo—. No hay nada que temer. —Un fuerte viento recorrió todo el lugar e hizo bailar sus cabellos—. Todo estará bien. —La voz de Erika comenzó a cambiar a medida que hablaba; pasó de ser una tierna y dulce voz a estar totalmente distorsionada y retumbar en un canto demoníaco.
Un escalofrío arqueó la espalda de Danilo. Intentó zafar sus hombros y brazos, pero no podía, la mujer se aferraba a él con una increíble fuerza corrupta que le suprimió poco a poco la respiración.
El color lozano de su rostro se opacó y sus venas se marcaron. Su boca se abrió para soltar un quejido ahogado en busca de aire.
—Ya... ¡basta! —Liberó una onda telequinética que le permitió liberarse del abrazo mortal de la criatura, enviándola a varios metros de sí.
Danilo cayó al suelo con sus manos extendidas. Respiró agitado, con gotas de sudor deslizándose por su rostro. Sus brazos, al igual que su espalda, le ardían como si un metal caliente lo hubiera quemado.
A lo lejos, observó el confuso y tambaleante emerger de la mujer. De un momento a otro su apariencia se transfiguró en un rostro pintado de negro y blanco, como una catrina. La mujer de cabello negro se levantó del suelo, sacudió su cabeza e intentó regresar hacia las sombras a una velocidad impresionante.
Kriger la detuvo en el aire con tan solo elevar su mano derecha hacia el frente, pero no duró mucho. Algo que no logró describir golpeó su espalda y atacó sus tobillos, haciéndolo caer en medio de un grito desgarrado. Cuando trató de girar su cabeza para descubrir la forma de aquel espanto, el espectro de apariencia grumosa se desvaneció, al igual que la misteriosa figura de Sombra.
Intentó ponerse de pie, pero algo lo tomó del cuello y lo alzó con fuerza. Darksaber había surgido de la nada. Con cada segundo aumentaba la presión y amenazaba con desprenderle la cabeza de un solo movimiento. Kriger lo vio directo a la minúscula abertura en el yelmo, pero lo único que reconoció a través de él fue una pesada respiración. Danilo percibió aquella aura oscura e inusual, cargada de una extraña e inquietante furia.
El héroe intentó mover sus manos para usar su poder, pero la falta de oxígeno en sus pulmones lo hacía casi imposible. Y con su mente bloqueada para recurrir a su telequinesis, el villano de armadura aplicó su fuerza bruta en el levantamiento de su espada.
Sin embargo, Kriger, cargado de pavor, zafó su brazo izquierdo para retener el ataque, pero lo único que logró fue que el filo atravesara su piel y rozara con su óxido los huesos radio y cúbito.
El joven lanzó un grito mientras la sangre brotaba a grandes cantidades. Darksaber dio un resoplo y retiró su espada de regreso, reviviéndole el malestar causado por el metal en su carne. Con una mano la enfundó de nuevo y con la otra lo estrelló contra la pared. Kriger sintió el dolor quebrar su espalda, se extendía por todo su cuerpo en intensidades insanas.
—Eres muy fuerte —masculló, escupiendo un hilo de sangre de su boca.
Darksaber respondió con un puñetazo tan potente que lo estampó de pecho al suelo. Kriger protestó por lo bajo, cuando sintió una pesada patada en el abdomen que lo aventó a una firmeza desconocida, terminándolo de sumir en la inconsciencia.
—Maldición... —escupió Nakai.
Esperaba que sus ojos se acostumbraran a la falta de luz, sin embargo, no había una sola fuente de energía que ayudara. Rendido, comenzó a olfatear el aire. Su nariz también era incapaz de percibir algo, era como estar de pie en la absoluta nada.
La desesperación comenzó a acumularse en su pecho mientras más tiempo pasaba ahí.
—Debo buscarlos...
En el instante que dio el primer paso, una peste putrefacta fue inyectada en sus fosas nasales. Apenas pudo contener las náuseas. Reconocía el hedor de Wendigo, pero era más fuerte que nunca y le dificultaba respirar, incluso con su casco no podía evitar toser.
La temperatura bajaba drásticamente. Podía sentir el vapor de su aliento condensarse frente a él, el frío presionaba sus pulmones a la vez que el olor le evitaba respirar con facilidad. Fue entonces cuando por fin algo ajeno a él mismo produjo un sonido en ese vacío, era el esquelético golpeteo de grandes garras en el suelo.
—¡¿Te escondes ahora?! —exclamó Renegado, subiendo la guardia, pero no pudo evitar toser y volver a bajarla—. ¡¿Otro de tus juegos?!
—¿Quién está jugando? —escuchó la voz de sání justo detrás de él. Se giró con rapidez y arrojó un golpe a la nada en el que perdió fuerza—. Tú eres el que arriesga su vida por aquellos a los que no les importas.
—¡Cállate y pelea!
—A la primera llamada apareciste muy obediente. —Ahora era la voz de su madre, un tono tan cálido como la recordaba, pero Nakai sabía de la terrorífica fuente de ese sonido—. Pensaba que al probar tu carne obtendría la fuerza de una de las personas más fuertes que existe... —dijo mientras se comenzaba a distorsionar, volviéndose más grave—. ¡Espero que tu hermana dé una mejor pelea!
Nakai sintió ser embestido por un costado. La punzante cornamenta de Wendigo penetró su traje y piel, el dolor corrió cual electrochoque por todo su cuerpo. Con la poca fuerza que le quedaba, lo sujetó por los cuernos y tiró de ellos para sacarlo de balance.
Renegado rodó por el suelo. El dolor de sus heridas apenas le dejaba pensar y el aire podrido se hacía paso a sus pulmones. Wendigo de inmediato le clavó sus garras en el muslo y tiró de él, arrastrándolo por el suelo cual presa muerta. Los intentos de escapar de Nakai fueron inútiles. Otro juego de garras se clavaron en su espalda, ahora fijjándolo inmóvil al suelo. Wendigo le soltó la pierna y lo sujetó de la cabellera, rasgando el cuero de Renegado con sus garfios.
—¿Por qué lo hiciste? —preguntó Nakai entre quejidos—. ¿Por qué pretender que te importábamos?
—No entiendes... —respondió, enterrándole sus garras aún más—. No entiendes el sufrimiento de esta vida. No entiendes el hambre. No entiendes mi maldición.
—Vivirás maldito por siempre.
—Los consumiré... y entonces estaré satisfecho... —susurró Wendigo mientras abría sus fauces en un ángulo tétrico, para asegurarse de que el cráneo de su sobrino fuera arrancado de una sola mordida.
Nakai sentía la respiración de Wendigo en su nuca, pero su atención se fue más hacia las figuras que emergieron de las sombras frente a él, una tras otra las siluetas se acercaban. Poco a poco, Nakai reconoció el rostro de Hanakai, su abuelo, y a los demás Wanikiy detrás de él, lo observaban con ojos vacíos; aunque no movían sus bocas, se escuchaban alaridos de terror a su alrededor. La podredumbre se mezcló con el olor a sangre, Nakai podía sentir las memorias de sus ancestros y cómo fueron asesinados por Wendigo, sus almas atormentadas gritaban por ayuda de formas desesperadas.
Pero él no podía hacer nada.
Génesis detuvo sus pasos en medio de aquella oscuridad que parecía tragarse todo a su alrededor. Observó con el escáner de su monitor activado en busca de sus compañeros, sin ningún resultado. Su frente se arrugó mientras cientos de pensamientos pasaban por su mente.
Al final, sus sistemas eran demasiado débiles contra la magia y las artes místicas. Observó su muñón, había dejado de regenerarse, luego miró el arma en su única mano, determinando prioridades de energía.
Golpeteos comenzaron a retumbar a su alrededor sin un aparente origen. La carabina en su mano pronto se deformó en un arma extraña que se envolvió a su extremidad, alargándola mientras se iluminaba el cañón.
El golpeteo se detuvo abruptamente. Cuando enfocó su visión en la oscuridad, su rostro, ya de por sí pálido, perdió su color.
Un hombre pelirrojo con gentiles rasgos se detuvo frente a ella, sonreía de forma cálida. El aire se atascó en la garganta de Adyin al reconocer los rasgos familiares.
Su padre, a quien había decidido olvidar para siempre, se encontraba parado enfrente, con su viejo uniforme de la Resistencia del Imperio Caído de Oshiangt.
—Cuanto tiempo sin verte, mi dulce sol. —La voz pareció retumbar en la oscuridad, amenazando con enloquecerla.
—No... no puede ser... —susurró para sí misma, desesperada por intentar agarrar la lógica que se escapaba de sus manos.
—Mira cómo has crecido... eras tan pequeña en aquel entonces. —Avanzó lento, mientras Adyin apretó los dientes, se alejaba con cada paso que aquel hombre daba.
Su cañón perdió la forma, volvió a ser la masa líquida que flotaba alrededor de su muñón, la prioridad de energía cambió a regenerar su brazo.
—Tu madre estaría tan triste de ver lo que te sucedió todo este tiempo... —susurró Osur, con profundo lamento envuelto en su voz.
La albina, incapaz de seguir observando, cerró sus ojos en un vago intento de detener los fervientes sentimientos que luchaban por escapar de ella.
Entonces, un disparo sonó, sacándola de su estado de confusión y poniéndola de inmediato en guardia. Al abrir los ojos, el cuerpo de su padre caía hacia delante, mientras la energía disparada atravesaba su pecho, justo como en sus recuerdos suprimidos durante tanto tiempo.
—¡Papá! —Corrió a sostener el cuerpo herido del hombre en sus brazos, justo como había querido hacerlo de niña.
Para este punto, no se preocupaba ya por la realidad, su mente repetía ante sus ojos el terrible día en que su pesadilla inició, con la muerte de su progenitor. De pronto se encontraban en un vehículo que se movía de lado a lado, cargado de una docena de niños asustados.
—No... no puede estar pasando... no aquí. —Al levantar la mirada, un pequeño niño le tendía su diminuta mano, incitándola a levantarse.
Cuando observó sus propias manos, la extrañó verlas tan pequeñas.
—¡Yo te voy a proteger, Adyin! No te van a hacer daño —declaró con inocencia el niño de hombros temblorosos.
Era un recuerdo. No podía olvidarlo. Lo sabía, el niño jamás había cumplido su promesa y el daño en ella fue hecho de múltiples y dolorosas formas.
Sus ojos se aguaron, el cuerpo frío de su padre seguía en la visión, lo abrazaba desesperada, esperando que desapareciera en cualquier momento.
Aquel niño pelirrojo avanzó. De un segundo a otro había crecido, convertido en un joven fuerte que vestía el uniforme enemigo y sostenía con firmeza un arma.
—Dahin... —lo llamó la tierna voz de la niña en el suelo. El joven de melena roja brillante no dudó en disparar.
Adyin tomó en sus manos el arma transformada y esquivó al arrojarse en una voltereta hacia un lado. Sus alrededores volvieron a cambiar. Ahora se encontraban en medio de un desierto, árido y seco en medio de una batalla, donde los gritos, lamentos, explosiones y disparos no dejaban de sonar.
No esperó a que su enemigo, que confiado sonreía, atacara. Ella se lanzó ferozmente con todo lo que tenía sin importarle sus propias heridas que en otras circunstancias serían fatales: ataques de corta distancia con su arma blanca mientras Dahin se imponía a larga distancia con su arma de energía.
Génesis usó su arma de escudo para recibir la mayor parte del impacto, pero la falta de su brazo le jugó una mala pasada, no podía atacar ni defender. Y pronto descubriría que su situación estaba por tornarse peor en una desventaja abrumadora.
—¿No fue suficiente tu familia? —La voz sonó clara entre la lucha.
Adyin no respondió. Era incapaz de formular alguna palabra.
—No solo ellos, tu gente, incluso tu propio maestro. —Se burló al disparar una potente ráfaga de energía.
—¡Cállate! —gritó, rechazando el ataque justo a tiempo para dispararle en su dirección.
La figura desapareció en la oscuridad. Sin embargo, su risa burlona apareció. Se repetía una y otra vez, sumiéndola en una tortura mental en la que el demonio la consumía por dentro.
—Mataste a todos los que te importaban, ahora juegas con unos seres inferiores a ser... ¿un héroe? ¡JA!
Otra ráfaga de disparos vino desde su espalda. Al intentar bloquearlos, el dolor la embargó de repente.
Agujas negras, decenas de ellas, se clavaron en la carne de la guerrera, sacando gotas de sangre violeta que volvieron su apariencia más horrorosa. Pero aquello, lejos de enloquecerla, la hizo regresar un poco a sus sentidos.
—No es real, no es real, no es real —repitió como un mantra en voz alta, intentaba convencerse para concentrarse en la oscuridad que la rodeaba.
—Tu intento por convertirte en algo que no eres resulta adorable. —El chico salió de la oscuridad, parándose a unos pasos de ella con una brillante sonrisa que adornaba su rostro.
Observó con cautela, sin siquiera intentar quitarse aquellos objetos metálicos que se encarnaban en su piel.
—¿Por qué luchar contra ti misma? —La voz juvenil cambió a una más grave y profunda, y, ante sus ojos, la apariencia mutó a la de un hombre mayor y musculoso, quien la observaba con una cálida sonrisa.
Un nudo se formó en la garganta de Génesis.
—¿Rumm? —preguntó, incrédula.
—Tu lugar no está al lado de ellos, Adyin. —La voz suave de Yornak, su mentor caído, la hizo temblar.
—Estás muerto... —declaró en un vago intento de despertarse a sí misma.
—¿Y quién fue el culpable? —Hubo silencio, un silencio tensionante—. Corvyn, y ellos, esos seres con los que ahora luchas, los perdonaron, los dejaron ir, los apoyaron. Tantas muertes... planetas enteros devastados, incontables vidas arrebatadas sin razón y olvidadas para siempre. —Se acercó a ella casi susurrando a su oído—. Me mataron, Adyin, mi muerte fue insignificante y a ellos no les interesa.
Aquellas palabras inevitablemente terminaron tocando fibras sensibles dentro de ella. El arma en su mano se deformó y recobró su forma original, un simple líquido oscuro que flotó alrededor.
—Pero recuerda, no eres como ellos. Nunca lo serás. Solo libéralo, destruye todo lo que te daña, consúmelo todo.
Al escucharlo, su cuerpo tembló de nuevo. La ira acumulada y enterrada en lo más profundo de su ser amenazaba con estallar. Su parte racional, su mismo monitor, intentaba encontrar lógica en la situación, pero, para ese punto, las palabras de su rumm se adueñaban de su mente.
Entonces gritó. Un extraño grito proveniente desde lo más profundo de su rota alma, que intentaba liberar un poco del sufrimiento que la atormentaba a diario. Cuando se detuvo, todo quedó en silencio una vez más.
Adyin sostuvo el líquido que flotaba sin preocupaciones a su alrededor, parecía sin vida. El silencio del lugar solo fue roto por el sonido de una cuchilla que cortó el aire. Yornak miró con incredulidad a la chica frente a él. Su rostro, que antes demostraba una lucha interna llena de remordimientos, ahora era frío, sin emociones aparentes, aun cuando se había clavado con precisión el pecho de su maestro.
—No manches el recuerdo de mi rumm, no tienes permitido hacerlo, no te dejaré.
La espada que se había materializado en su mano comenzó a moverse a un ritmo asombroso, lo cortó a diestra y siniestra, sin importar las heridas que el hombre le infringía en su intercambio de habilidades.
La feroz batalla siguió su curso, con ambos bandos igual de tiránicos y crueles en sus ataques.
Vincent se giró en búsqueda de sus compañeros, pero estaba solo en la infinita oscuridad de la mansión. Suspiró con cansancio. Resignado, se giró dispuesto a encontrar una salida de aquel siniestro laberinto.
—Odio la magia.
Con cada paso que daba, el lugar parecía cambiar más. Dejaba de ser aquella mansión de aspecto antiguo y siniestro, para convertirse en un pasillo limpio y moderno, aunque poco iluminado. Sin embargo, no era tanto la inexplicable mutación la que lo molestaba, sino la realización de que conocía el edificio en el que se adentraba: Osburne Inc.
Lentamente, la oscuridad fue disipándose y frente a él pudo observar una enorme puerta de madera, que de inmediato reconoció como la que llevaba a la oficina de Cronos. Con desconfianza, tomó el picaporte y la empujó.
Allí adentro, de espaldas a él y contemplando la vista desde un enorme ventanal que permitía apreciar Krimson Hill en su totalidad, Laurence Osburne observaba el paisaje con las manos cruzadas a su espalda. Su musculatura, la piel pálida y los ojos rojos delataban que había estado abusando de la droga otorgada por Lady Morpheus.
—Hermoso, ¿verdad? —dijo Cronos sin siquiera girarse a verlo.
Por un segundo a Vincent le costó entender a qué se refería y entonces lo notó: observaban Krimson Hill, pero distaba mucho de la ciudad que él recordaba y amaba. Un infernal cielo rojo se alzaba por encima de los edificios en llamas y ríos de sangre corrían caudalosos por las calles, la ceniza caía del cielo cual nieve y los gritos de los inocentes suplicando piedad se escuchaban con claridad a pesar del caos que reinaba en la ciudad.
—Cronos... ¿qué es esto? —preguntó el héroe con voz temblorosa, incapaz de asimilar la imagen que tenía frente a él.
—¿Acaso no lo reconoces? Este es tu legado, Vincent —respondió Laurence, girándose para ver a su némesis—. Esto es lo que pasa cuando empiezas una guerra y no estás dispuesto a hacer lo necesario para ganar: la gente inocente sufre.
—Nadie más debe salir herido, Laurence, esta guerra es entre nosotros dos. —Vincent hacía lo posible por centrarse en su enemigo y convencerse de que aquella triste imagen de Krimson Hill no era real—. Es a mí a quien quieres muerto, así que acabemos con esto de una vez.
—¿Muerto? Podría haberte matado hace años. No, Vincent, no tengo interés en matarte —se burló el gigante—. Quiero romperte, quiero que no puedas encontrar un solo segundo de paz en esta tierra. Quiero que las pesadillas te roben el sueño, que todos a quienes amas te abandonen y que no puedas mirarte al espejo sin saber que has fallado. Eso, Vincent, es lo que quiero, y tú sabes mejor que nadie que siempre obtengo lo que quiero.
Enfurecido, Vigilante se lanzó al ataque y Cronos lo recibió con una sonrisa. El héroe saltó sobre una silla con la esperanza de poder golpear a su contrincante con sus palos de escrima, pero él lo tomó por el pecho con una de sus gigantescas manos y lo estrelló contra el escritorio, haciéndolo pedazos.
Adolorido, Vincent no pudo esquivar el poderoso puñetazo que le siguió, y la sangre saltó de su boca manchando un poco las rasgadas prendas de Cronos. Un segundo golpe cayó, pero esa vez logró girar y esquivarlo, dándose el espacio para responder con un preciso codazo al costado de la cabeza de Laurence, con la suficiente potencia para desestabilizarlo y lograr alejarse un poco.
Viendo una posibilidad, Vincent formó su bastón de aikido y se lanzó al ataque. Golpeó la rodilla de Cronos para debilitar su postura, lo siguió con una estocada al estómago que logró quitarle el aliento y lo terminó con un potente golpe debajo del mentón que lo hizo trastabillar.
Se preparaba para continuar su ataque, cuando el titán logró detener su bastón a mitad de camino y le asestó una brutal patada en el pecho antes de que pudiera reaccionar.
El golpe tuvo la fuerza necesaria para lanzar a Vincent a volar a través de una puerta. Aterrizó sobre una enorme mesa que en algún momento había servido para las reuniones de la Junta Directiva de Osburne Inc.
Cronos debió agacharse un poco para lograr pasar por el marco de la puerta sin romperlo; Vigilante, por su parte, aún intentaba recuperarse del impacto. Había quedado mareado y con la visión nublada por el aturdimiento. Segundos después deseó que eso se hubiera mantenido así.
Tan pronto como su vista se aclaró, comenzó a notar algo extraño junto a Cronos: unas piernas parecían flotar a su lado. Vincent tragó saliva y alzó la vista, y entonces todo el aire escapó de sus pulmones como si lo hubieran golpeado justo en el pecho. Allí, junto a su enemigo, Rebecca Miller colgaba muerta del techo. Vincent se incorporó y notó un segundo cuerpo colgante, el Padre Esteban; un tercero, Tom Davis; un cuarto, Ryan Ovin; un quinto, Mirlo y un sexto... Supernova.
—Observa tu fracaso, Vincent —comentó Cronos, avanzando hacia él—. No pudiste salvar a tu ciudad y no pudiste salvar a tu familia. Tú no eres un héroe. Eres tan solo un niño al que ni sus padres podían querer. No eres especial, no eres nada y este es el final de tu viaje.
Con un salvaje grito de furia, Vincent comenzó a golpear enloquecido a Cronos, quien recibía los golpes con una sonrisa en el rostro. De un solo revés, el gigante envió al héroe a volar contra la pared y provocó que el dolor volviera a inundarle el cuerpo.
—Eres un monstruo... —dijo Vincent, un hilo de sangre empezaba a colgar de su boca.
—Todavía no.
Dicho esto, Laurence llevó su mano al bolsillo y extrajo dos viales más de la droga Morpheus. Vigilante supo que si llegaba a consumirlos no tendría oportunidad, así que con rapidez y precisión arrojó dos cuchillos que se clavaron en el brazo del gigante, forzándolo a tirar los frascos al suelo.
Cronos emitió un gruñido de frustración, pero para cuando miró en dirección al detective, una granada de flash ya detonaba frente a él. El titán gritó y lanzó varios golpes al aire en un intento de impactar a su enemigo, pero él, con la agilidad que lo caracterizaba, logró llegar hasta Cronos sin ser alcanzado y comenzó a repartir precisos golpes que, a pesar de la diferencia de fuerzas, lograban hacer retorcer a Laurence.
Vigilante jamás había estado tan centrado en una pelea. Cada golpe era letal, preciso y rápido, y la expresión en el rostro de Cronos lo denotaba, debía continuar así, ya casi lo conseguía, ya casi...
Fue entonces cuando Laurence logró atrapar uno de los puñetazos del héroe, y aplicando tan solo un poco de presión, le quebró totalmente la mano. Vincent gritó y retrocedió, pero Cronos se apresuró a darle un puñetazo lo suficiente fuerte para romperle la nariz y lanzarlo al suelo. Le costaba respirar y estaba desorientado, debía alejarse, pero entonces un pisotón del gigante cayó sobre su pierna con la fuerza de una almádena. Vincent escuchó el crujido de sus huesos al quebrarse y gritó, mientras que Cronos lo observaba con asco.
—Patético, debo decir que esperaba más de ti —comentó el gigante, escupiendo al héroe caído, que a pesar del dolor continuaba arrastrándose lejos de él.
Los ojos de Vincent se posaron sobre los dos viales de droga que había soltado Cronos y algo primitivo pareció despertar en su interior, un instinto de supervivencia, un poderoso deseo de vivir. Sabía lo que tenía que hacer.
Cronos caminó hacia él con la propia soberbia de un mal ganador que ya se sabía victorioso. Casi con aburrimiento tomó al héroe por su atuendo y lo levantó, quería verle los ojos antes de acabarlo, hacerle saber que estaba derrotado, pero su expresión cambió cuando notó que los ojos de Vincent brillaban con un intenso color rojo.
Vigilante sonrió y dejó caer los dos viales vacíos que se tomó de un trago, procedió a asestar un brutal cabezazo al gigante y lo mandó hacia atrás, obligándolo a soltarlo.
Vincent cayó de pie. Todas sus lastimaduras parecían haberse curado mágicamente, pero eso no era lo único que pasaba. Su corazón comenzó a latir a una velocidad sobrehumana, sus sentidos parecieron sobrecargarse durante un segundo y al siguiente encontrarse afilados y centrados en su oponente. Un calor se le expandía por todo el cuerpo en vaticinio de los cambios a producirse.
Ante la aterrada mirada de Cronos, la musculatura de Vincent creció hasta reducir su traje a harapos, sus venas se volvieron de un color rojizo que contrastaba enormemente con su fantasmagórica piel blanca, sus manos parecieron convertirse en garras y sus dientes en colmillos. Terminada la transformación, Vincent aún le sonreía y Cronos se supuso en problemas.
El aterrado criminal intentó escapar, pero Vigilante dio un impresionante salto y cayó sobre él. Desesperado, Cronos se giró y dio un puñetazo a la criatura que se preparaba para clavar sus garras en él, pero esto apenas logró hacerla retroceder el tiempo suficiente para poder incorporarse.
Un bestial zarpazo de Vincent logró hacerle un enorme corte en el pecho, y fue seguido de una patada al costado que lo doblegó. Cronos intentó contrarrestar los ataques de la criatura, pero esta logró tomarlo de la cabeza en el momento justo. Ignorando los gritos de dolor y las súplicas de piedad de Laurence, Vigilante hundió sus pulgares en los ojos de su oponente.
Ciego por completo, Cronos cayó al suelo e intentó alejarse, pero la cantidad de sangre repartida en el lugar lo hacía resbalar y caer de nuevo. Decidido a acabar con aquel juego, la criatura se posó sobre él y antes de que el titán pudiera reaccionar, le clavó sus afilados dientes en el cuello, arrancándole un pedazo para luego dejarlo allí a desangrarse.
Victorioso, el monstruo lanzó un gutural grito que retumbó por las paredes del edificio, pero eso no le impidió notar que algo más se movía a su alrededor. Listo para la batalla, Vigilante preparó sus garras y clavó la mirada en la oscuridad, pero de allí solo surgió una aterrada y pálida Rebecca. Aquel familiar rostro bastó para hacer volver a la realidad a Vincent, pero ya era muy tarde.
Miró su reflejo en la sangre que se derramaba a chorros de su oponente y no pudo reconocerse. Donde antes había existido un héroe ahora solo quedaba un monstruo. A su espalda, el Padre Esteban pasó al frente, luego Tom Davis, después Ryan, Mirlo y por último Cass. Todos lo observaban con aquella mezcla de horror, sorpresa y asco que le era imposible soportar, de forma que se encogió en el suelo, cubriéndose con sus monstruosas manos en un desesperado intento por ocultarse.
—Vincent... ¿qué has hecho? —preguntó Supernova. Aquellas palabras bastaron para romper al héroe, que lanzó un grito de dolor y espanto.
Poco a poco las ilusiones fueron desapareciendo, pero el daño ya estaba hecho. Allí, en medio de una habitación vacía, Vincent, tan humano como siempre, lloraba y gritaba con locura, tomándose de la cabeza y sacudiéndose con violencia, incapaz de comprender en lo que se había convertido.
El verdadero Cronos sonrió desde una esquina. Sabía que había cumplido su objetivo: había roto a Vigilante y ahora solo restaba terminar el trabajo.
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