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10. Tribu

Por Ale_Grate


Arizona, USA, 2008.

—Debes tener mucha delicadeza cuando tallas, el cuchillo debe deslizarse por la superficie de la madera como el agua sobre las rocas de un río —recitó la anciana mientras le daba forma a un tronco de al menos veinte centímetros de largo, sólo con un cuchillo y sus manos. Observó de reojo a su nieta la cual miraba con asombro como su sání trabajaba.

—¿Cuándo me dejarás hacerlo? —preguntó la chiquilla de ojos verdes.

—Nuestros ancestros les enseñaban a niños casi de tu edad, pero yo te enseñaré cuando a tu padre no le dé un infarto si te ve sostener un cuchillo —le respondió con una sonrisa mientras acariciaba su cabello que descendía hasta sus hombros como una cascada azabache; con sus cinco años recién cumplidos, la mujer estaba ansiosa de enseñarle las tradiciones de su linaje.

—No es justo —se quejó la niña al caer sentada junto a la mecedora en la que estaba su sání, ambas en el pórtico de su pequeña casa.

Respiraron la combinación de olores entre el desierto y el bosque que les brindaba New River. Su hogar se encontraba a pocos kilómetros de la Reserva Natural donde trabajaba su yerno, lo suficientemente cerca para que la naturaleza se hiciera presente día a día a su alrededor; casi se distrajo lo suficiente para no darse cuenta de la puerta principal abriéndose detrás de ella.

—¿Ya sales a trabajar, Nakai? —le preguntó a su nieto apenas lo vio saliendo con mochila a sus espaldas y un uniforme debajo de una camisa azul-grisácea desabotonada.

—Jim me dará un aventón hoy, sání —le contestó antes de darle un beso en la frente.

Ella sostuvo su mano como seña de que se esforzara, justo antes de que el joven bajara las escaleras para dirigirse a la camioneta 4x4, no perdió la oportunidad de alborotar el cabello de su hermana menor.

—Trae más de esas papas picantes, Kai —le suplicó su hermana.

—La última vez que las comiste lloraste porque eran muy picantes.

—Eso no significa que no me gusten —le contestó la chiquilla, su abuela sonrió al verlos.

Ambos obviamente provenían de su hija, la piel tostada de ambos acompañada por cabelleras negras, si no fuera por los ojos color café claro del mayor y los verdes brillantes de la menor serían copias exactas de su madre, pero estos rasgos provenían directamente del lado de su padre, el cual ya estaba en el marco de la puerta usando su uniforme de Ranger de Arizona.

—Gracias por cuidar a Dakota hoy, Ajei —dijo el hombre de cuarenta y tantos años mientras tomaba a su hija entre sus brazos para cargarla—. Solo espero que no causes problemas, jovencita.

—Tranquilo, Jim, está en buenas manos. Tú y Nakai vayan a trabajar, tienen mucho que hacer —afirmó la mujer con una sonrisa.

—Esperemos que eso cambie pronto —susurró mientras bajaba a su hija para después dirigirse al vehículo donde Nakai lo esperaba. Tan rápido como subió al asiento del conductor, arrancó la camioneta y se dirigieron rápidamente a sus destinos.

Mientras Jim conducía por la autopista hacia la reserva natural, Nakai se entretenía escuchando música con su reproductor mientras observaba los árboles al lado de la carretera, respiró profundamente y le hizo una señal para que su hijo le prestara atención, Nakai retiró sus audífonos.

—¿Qué pasa?

—Tengo buenas noticias, Kai —así era como él siempre lo llamaba—. Ya no tendrás que trabajar, puedes renunciar si así lo deseas, y volver a estudiar.

Al escuchar aquello Nakai quedó atónito; después de tantos problemas, que le dijera eso tan de repente lo había dejado sin palabras.

—Pero... creí que necesitábamos que yo trabajara.

—Y es verdad, lo necesitábamos y no tienes idea de cuánto te agradezco haberlo hecho, pero ahora podremos pagar las cuentas sin que debas arriesgar tu futuro, hijo —le dijo con una sonrisa.

—¿Obtuviste un aumento? ¿Te ascendieron? —preguntaba Nakai a medida que se le ocurrían más cosas.

—Me he encargado de varias operaciones en el parque y obtendré una buena suma por eso... —respondió Jim—. Escucha, sé que estos últimos años no he sido el padre que debería ser para ti y Dakota, cuando tu madre... cuando Dakota nació me perdí por mucho tiempo, gracias a eso tuviste que dejarlo todo para ayudar en la casa, tú fuiste el que tomó las riendas del asunto con solo quince años. Ahora es mi turno, volverás a la escuela cuanto antes y de verdad lamento haber colocado ese peso en tus hombros —le dijo, la duda invadió a Nakai.

—¿Qué me confirma que no será como las últimas veces, Jim? Me das esta misma charla y para cuando me la creo te encuentro en una recaída gastando todo en vicios, no dejaré que Dakota pase por eso otra vez —le reprendió Nakai, su padre suspiró mientras asentía. Él entendía la posición de su hijo, había roto esa misma promesa ya varias veces.

Abrió la guantera, tomó un sobre bastante gordo que resaltaba sobre todas las cosas y se lo dio a su hijo. Incrédulo, lo abrió de mala gana, pero su rostro se llenó de asombro al ver una gran suma de dinero en billetes altos, todo en efectivo.

—Lo retiré del cheque que me dieron de inmediato, sabía que querrías pruebas, considera esa como la primera —comentó Jim—. Las cosas comenzarán a mejorar, Kai. Esta vez no queda duda al respecto.

Nakai aún no procesaba por completo lo que le habían dicho. Pasó el resto del día pensando en las varias maneras en las que su padre los defraudara, pero la verdad es que quería creer en sus palabras más que nada; antes sus promesas eran cosas como "muy pronto" y sus semejantes, jamás le había dado una prueba inmediata, y ese era mucho dinero, suficiente para pagar las cuentas e incluso gastar en unos pocos lujos para por fin darse un respiro y esa impresión seguía creciendo.

Esa misma noche su padre llegó del trabajo con varios cortes de carne de alta calidad, Nakai supuso que era su manera de celebrar. Esa fue una de las pocas noches que no se tuvo que preocupar, todos sentados comiendo como familia, la mesa redonda de siempre, hermana menor a su derecha y sání a la izquierda, frente a él quedaba su padre, muy pocas veces podía apreciarlos juntos.

Su padre no era nada parecido a sus hijos: caucásico con cabello castaño y ojos verdes, mientras que su abuela, aunque la cabellera se le tornaba plateada, aún conservaba rastros del negro, idéntico al de sus nietos. Nakai y Dakota parecían ser copias de ella excepto por sus ojos casi tan oscuros por su cabello, todo eso le hizo recordar que faltaba alguien ahí, pero aunque su cuerpo no estaba, sání le había enseñado que su espíritu siempre lo guiaría.

Menos de un mes después, Nakai ya había renunciado a su trabajo y estaba listo para volver a estudiar pronto, las cuentas de la casa se estaban pagando sin problemas, su padre se veía un poco más cansado de lo normal, pero aun así ahora tenía tiempo para Dakota y ayudar a Ajei en la casa, Nakai apenas podía creerlo y con mucha razón, ya que ese sentimiento de estabilidad desapareció en una sola noche.

Faltaban pocas horas para que amaneciera, una serie de ruidos despertaron al joven; irritado, se levantó a ver qué era, se acercó a la puerta entrecerrada y halló a su padre completamente vestido y muy nervioso. Lo observó tomar las llaves de la camioneta y salir con mucha cautela.

Algo dentro de Nakai le decía que lo ignorara, pero sabía que algo malo estaba sucediendo. Tomó una chaqueta, un pasamontañas, los primeros pantalones y zapatos que consiguió, una linterna y salió lo más rápido que pudo sin causar ruido. Vio cómo la camioneta se alejaba por la carretera, subió a su bicicleta y la siguió a lo lejos. Por suerte la zona donde vivían era poco transitada, y menos a esas horas; Jim era el único en la carretera, se dirigía directamente a la Reserva Natural de New River, ni siquiera su padre cumpliría un turno a esas horas, además no tenía su uniforme, el mal presentimiento de Nakai solo crecía más y más.

Cuando el vehículo entró a la reserva, sus luces se apagaron y desapareció en el bosque como una sombra, pero el muchacho no iba a dejarlo escapar, así que, usando la linterna, siguió las huellas de los neumáticos hasta que el camino se desvaneció, y ahí estaba la camioneta, en medio de veinte acres de naturaleza. Nadie yacía dentro y esa era una zona a la que iba poca gente, era fácil perderse en ese lugar, por suerte Ajei le había enseñado a Nakai muchas costumbres de sus ancestros Navajos, incluyendo rastrear. No encontró huellas, pero una serie de ramas rotas y pequeñas zonas en las que el pasto estaba magullado le indicaron por donde había pasado su padre, siendo lo más sigiloso posible se adentró en el bosque sin luz alguna, solo por precaución.

Caminó por varios minutos sin señales de su padre, seguía el rastro que dejaba cada pequeña pista que pudiera, hasta que el esfuerzo rindió frutos al ver una luz tenue a menos de un kilómetro.

Se alegró de no quedar perdido en ese bosque, con la mayor quietud posible y con la cabeza baja se acercó al lugar de donde provenía la luz. Cuando estaba a menos de cincuenta metros pudo ver con claridad a un grupo de personas reunidas en un claro en medio de todo ese manto de árboles, eran al menos quince hombres y mujeres. Tragó saliva al verlos todos armados con rifles de asalto, equipados con linternas y acompañados por varias cajas negras y enormes con la palabra "ARMY" escrita en letras blancas, sin mencionar autos todo terreno. Fue peor cuando observó cómo su padre caminaba hacia dicho grupo.

El chico se ocultó en una serie de arbustos donde podía ver todo. De las personas que al parecer esperaban a Jim, uno de ellos fue el primero en detener a su padre, apuntándole con el rifle mientras una mujer lo registraba en busca de algún arma o micrófono. La chica dio la señal de que estaba limpio y todos bajaron los cañones de sus armas.

—Muy bien, aquí está el encargo, ya sabes que parte te toca, amigo —le dijo uno de los hombres armados, llevaba una chaqueta de cuero y peinado en punta.

Jim, sin decir nada, observó la exagerada cantidad de cajas.

—¿Cómo planeas que oculte esto? Es una reserva natural, no un almacén, dijiste que sería un encargo pequeño —reclamó Jim.

—¿Sabes algo? En el mundo hay dos clases de problemas, los tuyos y los míos, y eso, suena como un problema tuyo.

—¡No podré ocultar esto por mucho tiempo! ¡Son demasiadas armas en un solo lugar! —reclamó Jim, y todos le apuntaron con las armas.

—¿Qué te dije? Ese es tu maldito problema, si te decimos que muevas una caja, mueves una caja, si te decimos que muevas cien, mueves cien. Sería una pena que algo le pasara al taller donde trabaja tu hijo, muchos accidentes pueden pasar en lugares así, por lo que es mejor evitar problemas... ¿entendiste? —le preguntó el hombre, Jim no respondió—. ¿¡Entendiste!? —Gritó esta vez, él asintió viéndolo fijamente.

—¿Cuándo lo recogerán? —preguntó Jim.

—Te llamaremos, mientras tanto ocúltalo bien.

—¡Jefe! —gritó una chica, refiriéndose al de chaqueta de cuero, mientras corría hacia él con celular en mano; se lo entregó y él lo llevó al oído.

—Hijo de puta —exclamó el hombre soltando el teléfono antes de apuntar con el rifle directo al padre de Nakai, él levantó las manos de golpe.

—¿¡Qué demonios te pasa!? —preguntó Jim mientras retrocedía.

—¿En serio crees que soy idiota? —le preguntó justo antes de golpear a Jim en la mandíbula con la culata del arma, hizo una señal con su mano y todos sus cómplices comenzaron a abandonar el área y llevarse las cajas—. Desgraciado, se están acercando patrullas, creí que eras más listo que esto...

Nakai estaba a punto de salir de su escondite para salvar a su padre, pero el sonido de un disparo lo paralizó. Vio al sujeto de chaqueta de cuero retroceder y caer al suelo a la vez que una pequeña nube roja emergía de su espalda, desde ahí sirenas de policía aparecieron y las balas comenzaron a silbar por todos lados.

Nakai bajó la cabeza para cubrirse, solo escuchó cada disparo, los gritos de dolor y de las balas chocando con los autos, el olor a pólvora, sangre y metal ardiente inundaron el aire. Nakai quería quedarse ahí hasta que todo terminara, pero sabía que si ese fuera el caso, no sería más que un cobarde, por lo que reunió toda la fuerza que le quedaba y, sin pensarlo dos veces, arrancó a correr directo hacia donde vio a su padre, pero cuando se percató de su alrededor, varios cuerpos yacían en el suelo.

No pudo identificar a su padre a simple vista. Uniformes de Rangers destacaban entre los cadáveres, el chico los ignoraba al recordar que su padre no llevó el suyo; en el fondo, Nakai no quería encontrarlo, prefería la idea de que escapó de la línea de fuego y estaba en algún lugar refugiándose, pero la sangre de Nakai se heló al ver un cuerpo vestido exactamente como su padre, boca arriba y con los ojos hacia la nada.

—No... —susurró antes de correr en su dirección y caer de rodillas frente al cadáver de su padre—. Reacciona, por favor, papá —suplicó Nakai mientras le realizaba compresiones en el pecho una y otra vez—. ¡Por favor! ¡No puedes hacernos esto! —gritó usando más fuerza, pero poco a poco afrontaba la realidad. Sus palmas estaban pintadas por la sangre de su padre y su vista se nublaba por las lágrimas que brotaban de sus ojos, no por la tristeza, por la ira.

Soltó un grito a todo pulmón, tratando de drenar toda la rabia que crecía dentro de él, pero ese grito fue ahogado por una fuerte explosión. Un pitido comenzó a resonar en la mente de Nakai al mismo tiempo que un ardor infernal en el costado de su cabeza. Cayó al suelo, desorientado y aturdido, su visión borrosa por lo que creyó que fue un golpe, no fue lo suficientemente fuerte para apagarle las luces. Con mucho esfuerzo se levantó, tambaleó un poco mientras sus sentidos volvían en sintonía y se apoyó en sus rodillas para recuperar la compostura.

—¿Qué... demonios? —escuchó a su izquierda.

Cuando recobró el sentido volteó al ver de dónde provino la voz, pudo observar a uno de los hombres con los que se reunió su padre, el cañón de su arma apuntaba directo a su cabeza y estaba humeante.

Nakai tocó el costado de su cráneo y apenas supo cómo reaccionar cuando sintió un objeto adherido a su piel. Estaba caliente, lo tomó sintiendo un dolor semejante a quitarse una costra y su respiración se aceleró cuando vio que en su mano había una bala abollada: le habían disparado directo en la cabeza.

Lentamente volteó a ver al que le había disparado; sus expresiones eran iguales, no tenían idea de qué pasaba, pero el hombre del rifle no estaba interesado en averiguarlo así que volvió a tirar del gatillo, el sonido del disparo inundó el bosque; esta vez Nakai sintió el impacto en su hombro, dolió, pero no más que un puñetazo. Observó donde golpeó la bala, había penetrado su ropa pero su piel solo tenía un moretón y una quemadura leve, el que sostenía el rifle quedó pasmado al ver como un simple muchacho recibió dos tiros y siguió como si nada y más allá de eso, el chico lo veía a los ojos con ira.

Sin decir una palabra, Nakai se irguió, comenzó a caminar en dirección al sujeto con el arma. Otro disparo se escuchó, esta vez sólo sintió un ligero golpe en el pecho. Otro disparo, un cosquilleo. Otro más, sólo sintió como si lo tocaran, no sabía si estaba alucinando, pero no le importaba, siguió andando con firmeza.

El criminal comenzó a entrar en pánico mientras vaciaba sus municiones en el chico, no fue hasta que Nakai estuvo justo frente a él, tomó el cañón del arma con su mano derecha y, sin mucho esfuerzo, dobló el metal como si se tratara de un simple juguete de goma.

El miedo le impedía al hombre mover un músculo, no importaba que el chico tuviera menos estatura que él, estaba aterrorizado. El fusil fue arrancado de sus manos y arrojado al suelo; al suceder esto logró conseguir el valor de tomar la navaja del bolsillo y apuñalar con todas sus fuerzas al monstruo que tenía al frente, apuntó por el cuello, pero la hoja ni siquiera le hizo cosquillas, apenas entró en contacto con la piel quedó inerte. No tuvo tiempo de reaccionar cuando lo que sea que tenía frente a él lo tomó del cuello, llevándolo al nivel de que sus piernas colgaran; no tuvo tiempo ni para una miserable bocanada, sentía como su tráquea era fracturada, pero Nakai apenas se esforzaba, tan ligero como una hoja de papel e igual de frágil; no esperó más y, con el odio que sentía en el fondo de su ser, golpeó el abdomen del criminal. Sin ninguna resistencia su puño atravesó la carne, la sangre comenzó a manchar su brazo y su ropa, a la vez que el hombre se retorcía más y más hasta que su cuerpo quedó inmóvil y sus ojos dejaron de responder. Extrajo su brazo, pintado completamente de carmesí.

Juraba que estaba muerto, que esa era una especie de limbo; no entendía cómo era capaz de tal fuerza. Sus manos temblaban mientras él casi perdía el sentido, algo captó su atención, logró ver a más de esos criminales, incluso otros Rangers, lo observaban con miedo, ese fue el momento en el que Nakai lo supo... era real.



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