Si hay algo que Lance había soñado desde pequeño era conocer a su persona correcta, enamorarse de ella, hablar sobre su futuro juntos, casarse y tener muchos hijos porque a él le encantaban las familias grandes.

Al cubano no le importaba realmente si su pareja ideal era hombre o mujer, sabía que si era una mujer sus hijos tendrían sus genes y serían preciosos, pero no le importaba enamorarse de un hombre y darle un hogar a otros niños que pudieran amarlo tanto como él los amaría.

Pero el chico quería esperar el tiempo correcto, coqueteaba con cuantas personas podía porque no quería quedarse viviendo en la ilusión de que su primer amor sería el definitivo, él prefería pensar que cuando fuese el momento todo caería en su lugar y conocería a la persona con la cual pasaría el resto de su vida.

Por eso casi se paraliza cuando notó que no podía parar de pensar en su rival, cada vez que estaban cerca sentía la necesidad de acurrucarse con él o de simplemente estar a su lado y ver su sonrisa, era en esos momentos cuando el de orbes azules sentía que el mundo se le venía encima.

No porque fuera Keith, porque ese chico estaba realmente como quería, pero ellos estaban en medio de una guerra que podría matarlos tarde o temprano, estaban arriesgando sus vidas y no había ni un solo momento para el romance en aquel lugar.

Cuando finalmente el asiático se fue con la Espada de Marmora fue que él se dio cuenta de que era más que una simple atracción física o emocional, el de mirada morada lo comprendía como nadie en aquel sitio, era su pilar de vida, era de quien estaba enamorado.

Y ¡Oh Dios! Era a quien había estado buscando en todas las partes de aquel enorme universo, con sus sonrisas sarcásticas y su habilidad para sacarle de su zona de comodidad para llevarlo a sus límites en cada pelea física o verbal.

Con una pequeña desviación de su vista hacia donde el chico se había ido, Lance se prometió a sí mismo que cuando lo volviera a ver le diría lo que sentía, aun sí no era reciproco.