Una cita a ciegas
La chica parece ansiosa, no deja de agitar la pierna. Su mirada se dirige a la puerta cada vez que la campanilla suena cuando alguien entra, toma un trago de café, y vuelve a mirar el reloj de pulsera, y en ocasiones para variar la hora en el móvil.
Me gusta el detalle en su muñeca, un pequeño tatuaje de dos delfines formando un corazón al final de un beso. Está bonito, pero da que pensar porque podría decir que la chica cree en el amor, y esa manera de ver las cosas casi siempre termina mal. Como casi siempre termino yo.
Ha pasado quince minutos de su llegada y no se quiere ir todavía a pesar de que todo indica que la dejaron plantada. De pronto me lanza una mirada tímida y pide otro café:
—Añádele leche...o mejor no— me grita indecisa.
Sonrío rumbo a la máquina, y viendo mi reflejo mientras preparo su pedido disminuye la alegría. Tengo entradas que dentro de dos años serán mejor vistas, también las arrugas en mis ojos me avisan de que muy pronto dejaré atrás la juventud y la posiblidad de tener hijos. Ella es muy hermosa, delicada, misteriosa.
Me aferro a la taza y la llevo con decisión hacia su mesa. Respiró profundamente al sacar mi teléfono del bolsillo del pantalón, y muestro en la pantalla la app dónde nos conocimos.
—Soy tu cita a ciegas. ¿Me aceptas como soy?
—No estoy esperando una cita a ciegas—dijo extrañada y apenada a la vez.
Está claro que siente lástima de un pobre viudo solitario por veinte años, y creyente en una esperanza de volver a encontrar a alguien para amar.
—Mi amiga no pudo venir, era a ella a la que estaba esperando—aclara con voz aterciopelada antes de levantarse y salir del local.
Quedo solo y con la idea de que quizás al verme decidió mentir.
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