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Lo que el mundial unió

El estadio estaba abarrotado. Jazmín no encontraba sitio para sentarse a pesar de que había comprado las entradas y bastante caras que le costaron. Tuvo que trabajar en un lavado de autos improvisado por varias semanas, y aun así fue necesario completar con el dinero de sus padres. Y daba la impresión que se quedaría de pie las horas que duraría el partido. Solo que ella estaba tranquila porque todo era parte del plan para obtener la atención del chico que le gustaba.

A Leonardo le encantaba el futbol más que comer, pero no había podido ser admitido en el equipo de la escuela por una lesión en el tobillo proveniente de un accidente de moto que todavía no lograba superar. Su mejor amigo iba detrás y cayó rompiéndose la cabeza, muriendo instantáneamente. Fue un golpe duro para Leonardo, su sueño se había roto y el vínculo de una amistad construida por los años. No le quedó de otra que salir adelante por el bien de su familia, no olvidaría a Jon, pero tenía que pagar la universidad para ser alguien en la vida como le recalcaba su padre. El entrenador que era amigo cercano le consiguió un trabajo de vendedor de churros, tendría que ir por las gradas buscando que la gente comprara algunos paquetes que lo ayudarían a llevar dinero para seguir impulsándose en su carrera.

Jazmín encontró un puesto libre bien arriba, de milagro, porque los ojos ya no le daban de tanto buscar a Leonardo y un lugar vacío. Que suerte fue encontrar dos por uno, como en una buena oferta de supermercado. El joven iba vestido con una camiseta de su equipo favorito, con la cara pintada de colores de la bandera del país que pertenecía este mismo equipo y con una gorra que tenía pintada en el frente una pequeña insignia.

— ¡Leonardo! —gritó Jazmín emocionada.

Pero, ¿quién podría oírla con la algarabía que había alrededor? Leonardo que vendía no abría la boca, las personas lo veían y lo tocaban, le tiraban papelitos para llamar su atención o pedían al que estaba delante que hiciera el favor. Los gritos eran ensordecedores. Los llamados de Jazmín eran inaudibles. Se sentía como cuando una persona estaba en desacuerdo con las leyes de un gobierno e intentara hacerse escuchar por encima de un pueblo. Claramente sería aplastada. Ignorada. Si por casualidad alguien lograba hacerle caso a su voz, la abucheaba porque todos iban por un propósito en común, nadie correría al revés para tropezar. Y así se sentía Jazmín. Como si corriese en sentido contrario a una meta que tenía justo delante y no podría alcanzar aunque quisiera.

El primer gol llegó con los saltos de los espectadores. El narrador alargaba la letra o como un himno sacando la ira del equipo que iba perdiendo. Los hombres sacaban sus camisas para lanzarlas al viento olvidando que todavía faltaba mucho para el final del partido. Solo era el primer fallo. La primera victoria para otros. Quedaba tiempo para perder o ganar.

Jazmín tampoco quería darse por vencida ante una aparente derrota. Salió corriendo pero en esta ocasión a su objetivo. Las personas peleando, los niños llorando, las mujeres riendo; sin embargo, no se dejó mitigar ante la locura del mundo, ante los deseos del mundo. No importaba que estaba pasando en el campo o quien tuviera el balón. Cada historia era diferente. La de Leonardo aunque empezó triste podría terminar en un final feliz; la de Jazmín aunque no se sabía cómo podría acabar, intentaría crearla a su gusto. No esperaría ver el amor de Leonardo cada cuatro años en cada mundial, lo convertiría en un partido de romance diario. Entonces, lo besó.

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