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Incomprendido

Un piano de color rojo se encontraba en una de las esquinas del cuarto. Era el único objeto que podía ser considerado como interesante porque las rosas rojas estaban a punto de marchitarse, y el sillón en la otra punta tenía un color rojizo tirando a naranja.

Simón solo quería un poco de tranquilidad, quería sentirse comprendido, así que al entrar en aquella habitación donde el mismo color predominaba fue como verse en un espejo. La chaqueta de Simón también era roja, los pantalones y los zapatos. Incluso el cabello y el tono rosado de sus mejillas lograban hacer equivalencia. Esto podría interpretarse como un regreso casa, pero a pesar de las similitudes, él se sentía ajeno, invadiendo un espacio.

En un principio no sabía qué hacer, si marcharse o quedarse, pero estaba tan estimulado visualmente que decide sentarse frente al piano, pasar sus dedos por las teclas que en lugar de blancas y negras tenían el color de la sangre que acaba de salir de una herida.

Recordó que sus padres le dieron la espalda cuando contó que era diferente, que no sería blanco como sus amigos, y que tampoco le gustaba el negro, era un color muy deprimido y a él le gustaba sentirse vivo. Solo que había olvidado la importancia de ser él mismo, se había sentido intimidado por las burlas, las miradas tortuosas y por un tiempo creyó que vestirse de rojo y sentirse rojo era malo, contra natura…Y ahora estaba en aquel cuarto que no era grande pero tenía arte.

Comenzó a tocar el piano y la música le demostró que las cosas rojas también pueden ser divertidas, que no es que sea monótono, solo tiene que saber dar sentido a su vida, o en este caso, a su color. Sabía que si existía un cuarto del color de su alma habría en algún lugar otra persona que fuera de esa forma, o al menos aceptase el color de la lava de un volcán en ebullición, y el fuese así, abierto a soltar lo que lo quemaba por dentro.

Tocaron a la puerta y era un repartidor. Le traía su cama de tonalidad roja por supuesto, y unos artilugios más para adornar la habitación a su gusto. Lo impresionante de dicho recién llegado no era su acento extranjero sino su aspecto de diferentes tonalidades: naranja, amarillo, verde, azul y morado. 

Simón lo observó contrariado, nunca había conocido a una persona de tantos matices y supo que tenía que conocerlo, buscaba descubrir la relación entre ellos, y le parecía familiar como si antes hubieran hablado pero también con la seguridad de que era la primera vez que se veían. Tuvo la idea de invitarlo a su cuarto solo que el miedo de ser rechazado de nuevo le impedía decir las palabras correctas. Sin embargo apartó el temor de su cabeza, estaba cansado de estar solo y quizás otro estilo de tonos le haría bien a su entorno.

El repartidor entró a la habitación roja con el joven de rojo, y no le molestó nada de lo que vió. Aceptó escuchar una canción por el pianista, y se deleitó con la melodía sentado en el sillón rojo.

Entonces se dieron cuenta que no estaba tan mal después de todo, que lo que pensaba la gente que era malo a ellos les gustaba y lo seguirían haciendo sin importarles nada. En el rojo del cuarto nacieron nuevas motivaciones, un fuego encendido como la mayor de las pasiones.

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